El sí de las niñas (Acto Segundo)

El sí de las niñas
Personajes
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Acto II

Escena I

Se irá oscureciendo lentamente el teatro, hasta que al principio de la escena tercera vuelve a iluminarse.

DOÑA FRANCISCA.-   Nadie parece aún...   ( DOÑA FRANCISCA se acerca a la puerta del foro y vuelve.)  ¡Qué impaciencia tengo!... Y dice mi madre que soy una simple, que sólo pienso en jugar y reír, y que no sé lo que es amor... Sí, diecisiete años y no cumplidos; pero ya sé lo que es querer bien, y la inquietud y las lágrimas que cuesta.

Escena II

DOÑA IRENE , DOÑA FRANCISCA .

DOÑA IRENE.-   Sola y a oscuras me habéis dejado allí.
DOÑA FRANCISCA.-   Como estaba usted acabando su carta, mamá, por no estorbarla me he venido aquí, que está mucho más fresco.
DOÑA IRENE.-   Pero aquella muchacha, ¿qué hace que no trae una luz? Para cualquiera cosa se está un año... Y yo tengo un genio como una pólvora...  (Siéntase.)  Sea todo por Dios... ¿Y Don Diego? ¿No ha venido?
DOÑA FRANCISCA.-   Me parece que no.
DOÑA IRENE.-   Pues cuenta, niña, con lo que te he dicho ya. Y mira que no gusto de repetir una cosa dos veces. Este caballero está sentido, y con muchísima razón.
DOÑA FRANCISCA.-   Bien: sí, señora; ya lo sé. No me riña usted más.
DOÑA IRENE.-   No es esto reñirte, hija mía; esto es aconsejarte. Porque como tú no tienes conocimiento para considerar el bien que se nos ha entrado por las puertas... Y lo atrasada que me coge, que yo no sé lo que hubiera sido de tu pobre madre... Siempre cayendo y levantando... Médicos, botica... Que se dejaba pedir aquel caribe de Don Bruno (Dios le haya coronado de gloria) los veinte y los treinta reales por cada papelillo de píldoras de coloquíntida y asafétida... Mira que un casamiento como el que vas a hacer, muy pocas le consiguen. Bien que a las oraciones de tus tías, que son unas bienaventuradas, debemos agradecer esta fortuna, y no a tus méritos ni a mi diligencia... ¿Qué dices?
DOÑA FRANCISCA.-   Yo, nada, mamá.
DOÑA IRENE.-   Pues nunca dices nada. ¡Válgame Dios, señor!... En hablándote de esto no te ocurre nada que decir.

Escena III

RITA , DOÑA IRENE , DOÑA FRANCISCA .

Sale RITA por la puerta del foro con luces y las pone encima de la mesa.

DOÑA IRENE.-   Vaya, mujer, yo pensé que en toda la noche no venías.
RITA.-   Señora, he tardado porque han tenido que ir a comprar las velas. Como el tufo del velón la hace a usted tanto daño...
DOÑA IRENE.-   Seguro que me hace muchísimo mal, con esta jaqueca que padezco... Los parches de alcanfor al cabo tuve que quitármelos; ¡si no me sirvieron de nada! Con las obleas me parece que me va mejor... Mira, deja una luz ahí, y llévate la otra a mi cuarto, y corre la cortina, no se me llene todo de mosquitos.
RITA.-   Muy bien.  (Toma una luz y hace que se va.) 
DOÑA FRANCISCA.-    (Aparte, a RITA .)  ¿No ha venido?
RITA.-   Vendrá.
DOÑA IRENE.-   Oyes, aquella carta que está sobre la mesa, dásela al mozo de la posada para que la lleve al instante al correo...  (Vase RITA al cuarto de DOÑA IRENE .)  Y tu, niña, ¿qué has de cenar? Porque será menester recogernos presto para salir mañana de madrugada.
DOÑA FRANCISCA.-   Como las monjas me hicieron merendar...
DOÑA IRENE.-   Con todo eso... Siquiera unas sopas del puchero para el abrigo del estómago...  (Sale RITA con una carta en la mano, y hasta el fin de la escena hace que se va y vuelve, según lo indica el diálogo.)  Mira, has de calentar el caldo que apartamos al medio día, y haznos un par de tazas de sopas, y tráetelas luego que estén.
RITA.-   ¿Y nada más?
DOÑA IRENE.-   No, nada más... ¡Ah!, y házmelas bien caldositas.
RITA.-   Sí, ya lo sé.
DOÑA IRENE.-   Rita.
RITA.-    (Aparte.)  Otra. ¿Qué manda usted?
DOÑA IRENE.-   Encarga mucho al mozo que lleve la carta al instante... Pero no, señor; mejor es... No quiero que la lleve él, que son unos borrachones, que no se les puede... Has de decir a Simón que digo yo que me haga el gusto de echarla en el correo. ¿Lo entiendes?
RITA.-   Sí, señora.
DOÑA IRENE.-   ¡Ah!, mira.
RITA.-    (Aparte.)  Otra.
DOÑA IRENE.-   Bien que ahora no corre prisa... Es menester que luego me saques de ahí al tordo y colgarle por aquí, de modo que no se caiga y se me lastime...  (Vase RITA por la puerta del foro.)  ¡Qué noche tan mala me dio!... ¡Pues no se estuvo el animal toda la noche de Dios rezando el Gloria Patri y la oración del Santo Sudario!... Ello, por otra parte, edificaba, cierto. Pero cuando se trata de dormir...

Escena IV

DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA
DOÑA IRENE - Pues mucho será que DON DIEGO - no haya tenido algún encuentro por ahí, y eso le detenga. Cierto que es un señor muy mirado, muy puntual... ¡Tan buen cristiano! ¡Tan atento! ¡Tan bien hablado! ¡Y con qué garbo y generosidad se porta!... Ya se ve, un sujeto de bienes y de posibles... ¡Y qué casa tiene! Como un ascua de oro la tiene... Es mucho aquello. ¡Qué ropa blanca! ¡Qué batería de cocina! ¡Y qué despensa, llena de cuanto Dios crió!... Pero tú no parece que atiendes a lo que estoy diciendo.
DOÑA FRANCISCA - Sí, señora, bien lo oigo; pero no la quería interrumpir a usted.
DOÑA IRENE - Allí estarás, hija mía, como el pez en el agua; pajaritas del aire que apetecieras las tendrías, porque como él te quiere tanto, y es un caballero tan de bien y tan temeroso de Dios... Pero mira, Francisquita, que me cansa de veras el que siempre que te hablo de esto, hayas dado en la flor de no responderme palabra... ¡Pues no es cosa particular, señor!
DOÑA FRANCISCA - Mamá, no se enfade usted.
DOÑA IRENE - No es buen empeño de... ¿Y te parece a ti que no sé yo muy bien de dónde viene todo eso?... ¿No ves que conozco las locuras que se te han metido en esa cabeza de chorlito?... ¡Perdóneme Dios!
DOÑA FRANCISCA - Pero... Pues ¿qué sabe usted?
DOÑA IRENE - ¿Me quieres engañar a mí, eh? ¡Ay, hija! He vivido mucho, y tengo yo mucha trastienda y mucha penetración para que tú me engañes.
DOÑA FRANCISCA - (Aparte) ¡Perdida soy!
DOÑA IRENE - Sin contar con su madre... Como si tal madre no tuviera... Yo te aseguro que aunque no hubiera sido con esta ocasión, de todos modos era ya necesario sacarte del convento. Aunque hubiera tenido que ir a pie y sola por ese camino, te hubiera sacado de allí... ¡Mire usted qué juicio de niña éste! Que porque ha vivido un poco de tiempo entre monjas, ya se la puso en la cabeza el ser ella monja también... Ni qué entiende ella de eso, ni qué... En todos los estados se sirve a Dios, Frasquita; pero el complacer a su madre, asistirla, acompañarla y ser el consuelo de sus trabajos, ésa es la primera obligación de una hija obediente... Y sépalo usted, si no lo sabe.
DOÑA FRANCISCA - Es verdad, mamá... Pero yo nunca he pensado abandonarla a usted.
DOÑA IRENE - Sí, que no sé yo...
DOÑA FRANCISCA - No, señora. Créame usted. La Paquita nunca se apartará de su madre, ni la dará disgustos.
DOÑA IRENE - Mira si es cierto lo que dices.
DOÑA FRANCISCA - Sí, señora, que yo no sé mentir.
DOÑA IRENE - Pues, hija, ya sabes lo que te he dicho. Ya ves lo que pierdes, y la pesadumbre que me darás si no te portas en un todo como corresponde... Cuidado con ello.
DOÑA FRANCISCA - (Aparte) ¡Pobre de mí!

Escena V

DON DIEGO , DOÑA IRENE , DOÑA FRANCISCA

(Sale DON DIEGO por la puerta del foro, y deja sobre la mesa sombrero y bastón.)

DOÑA IRENE - Pues ¿cómo tan tarde?
DON DIEGO - Apenas salí tropecé con el rector de Málaga, Padre Guardián de San Diego, y el doctor Padilla, y hasta que me han hartado bien de chocolate y bollos no me han querido soltar...

(Siéntase junto a DOÑA IRENE .)

Y a todo esto, ¿cómo va?
DOÑA IRENE - Muy bien.
DON DIEGO - ¿Y doña Paquita?
DOÑA IRENE - Doña Paquita, siempre acordándose de sus monjas. Ya la digo que es tiempo de mudar de bisiesto y pensar sólo en dar gusto a su madre y obedecerla.
DON DIEGO - ¡Qué diantre!. ¿Con que tanto se acuerda de...?
DOÑA IRENE - ¿Qué se admira usted? Son niñas... No saben lo que quieren, ni lo que aborrecen... En una edad así, tan...
DON DIEGO - No, poco a poco, eso no. Precisamente en esa edad son las pasiones algo más enérgicas y decisivas que en la nuestra, y por cuanto la razón se halla todavía imperfecta y débil, los ímpetus del corazón son mucho más violentos...

(Asiendo de una mano a DOÑA FRANCISCA , la hace sentar inmediata a él.)

Pero de veras, doña Paquita, ¿se volvería usted al convento de buena gana?... La verdad.
DOÑA IRENE - Pero si ella no...
DON DIEGO - Déjela usted, señora, que ella responderá.
DOÑA FRANCISCA - Bien sabe usted lo que acabo de decirla... No permita Dios que yo la dé que sentir.
DON DIEGO - Pero eso lo dice usted tan afligida y...
DOÑA IRENE - Si es natural, señor, ¿No ve usted que...?
DON DIEGO - Calle usted, por Dios, DOÑA IRENE - , y no me diga usted a mí lo que es natural. Lo que es natural es que la chica esté llena de miedo, y no se atreva a decir una palabra que se oponga a lo que su madre quiere que diga... Pero si esto hubiese, por vida mía, que estábamos lucidos.
DOÑA FRANCISCA - No, señor, lo que dice su merced, eso digo yo; lo mismo. Porque en todo lo que me manda la obedeceré.

 

Escena VI

RITA , DOÑA FRANCISCA .

RITA.-   Señorita... ¡Eh!, chit... señorita.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Qué quieres?
RITA.-   Ya ha venido.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Cómo?
RITA.-   Ahora mismo acaba de llegar. Le he dado un abrazo con licencia de usted, y ya sube por la escalera.
DOÑA FRANCISCA.-   ¡Ay, Dios!... ¿Y qué debo hacer?
RITA.-   ¡Donosa pregunta!... Vaya, lo que importa es no gastar el tiempo en melindres de amor... Al asunto... y juicio... Y mire usted que, en el paraje en que estamos, la conversación no puede ser muy larga... Ahí está.
DOÑA FRANCISCA.-   Sí... Él es.
RITA.-   Voy a cuidar de aquella gente... Valor, señorita, y resolución.  ( RITA se va al cuarto de DOÑA IRENE .) 
DOÑA FRANCISCA.-   No, no; que yo también... Pero no lo merece.

Escena VII

Sale DON CARLOS por la puerta del foro.

DON CARLOS.-   ¡Paquita!... ¡Vida mía! Ya estoy aquí... ¿Cómo va, hermosa, cómo va?
DOÑA FRANCISCA.-   Bien venido.
DON CARLOS.-   ¿Cómo tan triste?... ¿No merece mi llegada más alegría?
DOÑA FRANCISCA.-   Es verdad, pero acaban de sucederme cosas que me tienen fuera de mí... Sabe usted... Sí, bien lo sabe usted... Después de escrita aquella carta, fueron por mí... Mañana a Madrid... Ahí está mi madre.
DON CARLOS.-   ¿En dónde?
DOÑA FRANCISCA.-   Ahí, en ese cuarto.  (Señalando al cuarto de DOÑA IRENE .) 
DON CARLOS.-   ¿Sola?
DOÑA FRANCISCA.-   No, señor.
DON CARLOS.-   Estará en compañía del prometido esposo.  (Se acerca al cuarto de DOÑA IRENE , se detiene y vuelve.)  Mejor... Pero ¿no hay nadie más con ella?
DOÑA FRANCISCA.-   Nadie más, solos están... ¿Qué piensa usted hacer?
DON CARLOS.-   Si me dejase llevar de mi pasión, y de lo que esos ojos me inspiran, una temeridad... Pero tiempo hay... Él también será hombre de honor, y no es justo insultarle porque quiere bien a una mujer tan digna de ser querida... Yo no conozco a su madre de usted ni... Vamos, ahora nada se puede hacer... Su decoro de usted merece la primera atención.
DOÑA FRANCISCA.-   Es mucho el empeño que tiene en que me case con él.
DON CARLOS.-   No importa.
DOÑA FRANCISCA.-   Quiere que esta boda se celebre así que lleguemos a Madrid.
DON CARLOS.-   ¿Cuál?... No. Eso no.
DOÑA FRANCISCA.-   Los dos están de acuerdo, y dicen...
DON CARLOS.-   Bien... Dirán... Pero no puede ser.
DOÑA FRANCISCA.-   Mi madre no me habla continuamente de otra materia. Me amenaza, me ha llenado de temor... Él insta por su parte, me ofrece tantas cosas, me...
DON CARLOS.-   Y usted, ¿qué esperanza le da?... ¿Ha prometido quererle mucho?
DOÑA FRANCISCA.-   ¡Ingrato!... ¿Pues no sabe usted que...? ¡Ingrato!
DON CARLOS.-   Sí; no lo ignoro, Paquita... Yo he sido el primer amor.
DOÑA FRANCISCA.-   Y el último.
DON CARLOS.-   Y antes perderé la vida que renunciar al lugar que tengo en ese corazón... Todo él es mío... ¿Digo bien?  (Asiéndola de las manos.) 
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Pues de quién ha de ser?
DON CARLOS.-   ¡Hermosa! ¡Qué dulce esperanza me anima!... Una sola palabra de esa boca me asegura... Para todo me da valor... En fin, ya estoy aquí... ¿Usted me llama para que la defienda, la libre, la cumpla una obligación mil y mil veces prometida? Pues a eso mismo vengo yo... Si ustedes se van a Madrid mañana, yo voy también. Su madre de usted sabrá quién soy... Allí puedo contar con el favor de un anciano respetable y virtuoso, a quien más que tío debo llamar amigo y padre. No tiene otro deudo más inmediato ni más querido que yo; es hombre muy rico, y si los dones de la fortuna tuviesen para usted algún atractivo, esta circunstancia añadiría felicidades a nuestra unión.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Y qué vale para mí toda la riqueza del mundo?
DON CARLOS.-   Ya lo sé. La ambición no puede agitar a un alma tan inocente.
DOÑA FRANCISCA.-   Querer y ser querida... No apetezco más ni conozco mayor fortuna.
DON CARLOS.-   Ni hay otra... Pero debe usted serenarse, y esperar que la suerte mude nuestra aflicción presente en durables dichas.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Y qué se ha de hacer para que a mi pobre madre no le cueste una pesadumbre?... ¡Me quiere tanto!... Si acabo de decirla que no la disgustaré, ni me apartaré de su lado jamás; que siempre seré obediente y buena... ¡Y me abrazaba con tanta ternura! Quedó tan consolada con lo poco que acerté a decirla... Yo no sé, no sé qué camino ha de hallar usted para salir de estos ahogos.
DON CARLOS.-   Yo le buscaré... ¿No tiene usted confianza en mí?
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Pues no he de tenerla? ¿Piensa usted que estuviera yo viva si esta esperanza no me animase? Sola y desconocida de todo el mundo, ¿qué había yo de hacer? Si usted no hubiese venido, mis melancolías me hubieran muerto, sin tener a quién volver los ojos, ni poder comunicar a nadie la causa de ellas... Pero usted ha sabido proceder como caballero y amante, y acaba de darme con su venida la prueba de lo mucho que me quiere.  (Se enternece y llora.) 
DON CARLOS.-   ¡Qué llanto!... ¡Cómo persuade!... Sí, Paquita, yo solo basto para defenderla a usted de cuantos quieran oprimirla. A un amante favorecido, ¿quién puede oponérsele? Nada hay que temer.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Es posible?
DON CARLOS.-   Nada... Amor ha unido nuestras almas en estrechos nudos y sólo la muerte bastará a dividirlas.

Escena VIII

RITA , DON CARLOS , DOÑA FRANCISCA .

RITA.-   Señorita, adentro. La mamá pregunta por usted. Voy a traer la cena, y se van a recoger al instante... Y usted, señor galán, ya puede también disponer de su persona.
DON CARLOS.-   Sí, que no conviene anticipar sospechas... Nada tengo que añadir.
DOÑA FRANCISCA.-   Ni yo.
DON CARLOS.-   Hasta mañana. Con la luz del día veremos a este dichoso competidor.
RITA.-   Un caballero muy honrado, muy rico, muy prudente; con su chupa larga, su camisola limpia y sus sesenta años debajo del peluquín.  (Se va por la puerta del foro.) 
Dª FRANCISCA.-   Hasta mañana.
DON CARLOS.-   Adiós. Paquita.
DOÑA FRANCISCA.-   Acuéstese usted y descanse.
DON CARLOS.-   ¿Descansar con celos?
DOÑA FRANCISCA.-   ¿De quién?
DON CARLOS.-   Buenas noches... Duerma usted bien, Paquita.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Dormir con amor?
DON CARLOS.-   Adiós, vida mía.
DOÑA FRANCISCA.-   Adiós.  (Éntrase al cuarto de DOÑA IRENE .) 

Escena IX
DON CARLOS , CALAMOCHA , RITA .

DON CARLOS.-   ¡Quitármela!  (Paseándose inquieto.)  No... Sea quien fuere, no me la quitará. Ni su madre ha de ser tan imprudente que se obstine en verificar este matrimonio repugnándolo su hija..., mediando yo... ¡Sesenta años!... Precisamente será muy rico... ¡El dinero!... Maldito él sea, que tantos desórdenes origina.
CALAMOCHA.-   Pues, señor  (Sale por la puerta del foro.)  , tenemos un medio cabrito asado, y... a lo menos parece cabrito. Tenemos una magnífica ensalada de berros, sin anapelos ni otra materia extraña, bien lavada, escurrida y condimentada por estas manos pecadoras, que no hay más que pedir. Pan de Meco, vino de la Tercia... Conque , si hemos de cenar y dormir, me parece que sería bueno...
DON CARLOS.-   Vamos... ¿Y adónde ha de ser?
CALAMOCHA.-   Abajo.. Allí he mandado disponer una angosta y fementida mesa, que parece un banco de herrador.
RITA.-   ¿Quién quiere sopas?  (Sale por la puerta del foro con unos platos, taza, cucharas y servilleta.) 
DON CARLOS.-   Buen provecho.
CALAMOCHA.-   Si hay alguna real moza que guste de cenar cabrito, levante el dedo.
RITA.-   La real moza se ha comido ya media cazuela de albondiguillas... Pero lo agradece, señor militar.  (Éntrase al cuarto de DOÑA IRENE .) 
CALAMOCHA.-   Agradecida te quiero yo, niña de mis ojos.
DON CARLOS.-   Conque ¿vamos?
CALAMOCHA.-   ¡Ay, ay, ay!...  ( CALAMOCHA se encamina a la puerta del foro, y vuelve; hablan él y DON CARLOS , con reservas, hasta que CALAMOCHA se adelanta a saludar a SIMÓN .)  ¡Eh! Chit, digo...
DON CARLOS.-   ¿Qué?
CALAMOCHA.-   ¿No ve usted lo que viene por allí?
DON CARLOS.-   ¿Es Simón?
CALAMOCHA.-   El mismo... Pero ¿quién diablos le...?
DON CARLOS.-   ¿Y qué haremos?
CALAMOCHA.-   ¿Qué sé yo?... Sonsacarle, mentir y... ¿Me da usted licencia para que...?
DON CARLOS.-   Sí; miente lo que quieras... ¿A qué habrá venido este hombre?

Escena X

SIMÓN , DON CARLOS , CALAMOCHA .

SIMÓN sale por la puerta del foro.

CALAMOCHA.-   Simón, ¿tú por aquí?
SIMÓN.-   Adiós, Calamocha. ¿Cómo va?
CALAMOCHA.-   Lindamente.
SIMÓN.-   ¡Cuánto me alegro de...!
DON CARLOS.-   ¡Hombre! ¿Tú en Alcalá? ¿Pues qué novedad es ésta?
SIMÓN.-   ¡Oh, que estaba usted ahí, señorito!... ¡Voto a sanes!
DON CARLOS.-   ¿Y mi tío?
SIMÓN.-   Tan bueno.
CALAMOCHA.-   ¿Pero se ha quedado en Madrid, o...?
SIMÓN.-   ¿Quién me había de decir a mí...? ¡Cosa como ella! Tan ajeno estaba yo ahora de... Y usted, de cada vez más guapo... ¿Conque usted irá a ver al tío, eh?
CALAMOCHA.-   Tú habrás venido con algún encargo del amo.
SIMÓN.-   ¡Y qué calor traje, y qué polvo por ese camino! ¡Ya, ya!
CALAMOCHA.-   Alguna cobranza tal vez, ¿eh?
DON CARLOS.-   Puede ser. Como tiene mi tío ese poco de hacienda en Ajalvir... ¿No has venido a eso?
SIMÓN.-   ¡Y qué buena mula le ha salido el tal administrador! Labriego más marrullero y más bellaco no le hay en toda la campiña... ¿Conque usted viene ahora de Zaragoza?
DON CARLOS.-   Pues... Figúrate tú.
SIMÓN.-   ¿O va usted allá?
DON CARLOS.-   ¿Adónde?
SIMÓN.-   A Zaragoza. ¿No está allí el regimiento?
CALAMOCHA.-   Pero, hombre, si salimos el verano pasado de Madrid, ¿no habíamos de haber andado más de cuatro leguas?
SIMÓN.-   ¿Qué sé yo? Algunos van por la posta, y tardan más de cuatro meses en llegar... Debe de ser un camino muy malo.
CALAMOCHA.-    (Aparte, separándose de SIMÓN .)  ¡Maldito seas tú y tu camino, y la bribona que te dio papilla!
DON CARLOS.-   Pero aún no me has dicho si mi tío está en Madrid o en Alcalá, ni a qué has venido, ni...
SIMÓN.-   Bien, a eso voy... Sí señor, voy a decir a usted... Conque... Pues el amo me dijo...

Escena XI

DON DIEGO , DON CARLOS , SIMÓN , CALAMOCHA .

DON DIEGO.-   No  (Desde adentro.)  , no es menester; si hay luz aquí. Buenas noches, Rita.  ( DON CARLOS se turba y se aparta a un extremo del teatro.) 
DON CARLOS.-   ¡Mi tío!...
DON DIEGO.-   ¡Simón!  (Sale del cuarto de DOÑA IRENE , encaminándose al suyo; repara en DON CARLOS y se acerca a él. SIMÓN le alumbra y vuelve a dejar la luz sobre la mesa.) 
SIMÓN.-   Aquí estoy, señor.
DON CARLOS.-    (Aparte.)  ¡Todo se ha perdido!
DON DIEGO.-   Vamos... Pero.. ¿quién es?
SIMÓN.-   Un amigo de usted, señor.
DON CARLOS.-    (Aparte.)  ¡Yo estoy muerto!
DON DIEGO.-   ¿Cómo un amigo?... ¿Qué?... Acerca esa luz.
DON CARLOS.-   Tío.  (En ademán de besar la mano a DON DIEGO , que le aparta de sí con enojo.) 
DON DIEGO.-   Quítate de ahí.
DON CARLOS.-   Señor.
DON DIEGO.-   Quítate... No sé cómo no le... ¿Qué haces aquí?
DON CARLOS.-   Si usted se altera y...
DON DIEGO.-   ¿Qué haces aquí?
DON CARLOS.-   Mi desgracia me ha traído.
DON DIEGO.-   ¡Siempre dándome que sentir, siempre! Pero...  (Acercándose a DON CARLOS .)  ¿Qué dices? ¿De veras ha ocurrido alguna desgracia? Vamos... ¿Qué te sucede?... ¿Por qué estás aquí?
CALAMOCHA.-   Porque le tiene a usted ley, y le quiere bien, y...
DON DIEGO.-   A ti no te pregunto nada... ¿Por qué has venido de Zaragoza sin que yo lo sepa?... ¿Por qué te asusta el verme?... Algo has hecho: sí, alguna locura has hecho que le habrá de costar la vida a tu pobre tío.
DON CARLOS.-   No, señor, que nunca olvidaré las máximas de honor y prudencia que usted me ha inspirado tantas veces.
DON DIEGO.-   Pues ¿a qué viniste? ¿Es desafío? ¿Son deudas? ¿Es algún disgusto con tus jefes?... Sácame de esta inquietud, Carlos... Hijo mío, sácame de este afán.
CALAMOCHA.-   Si todo ello no es más que...
DON DIEGO.-   Ya he dicho que calles... Ven acá.  (Tomándole de la mano se aparta con él a un extremo del teatro y le habla en voz baja.)  Dime qué ha sido.
DON CARLOS.-   Una ligereza, una falta de sumisión a usted... Venir a Madrid sin pedirle licencia primero... Bien arrepentido estoy, considerando la pesadumbre que le he dado al verme.
DON DIEGO.-   ¿Y qué otra cosa hay?
DON CARLOS.-   Nada más, señor.
DON DIEGO.-   Pues ¿qué desgracia era aquella de que me hablaste?
DON CARLOS.-   Ninguna. La de hallarle a usted en este paraje... y haberle disgustado tanto, cuando yo esperaba sorprenderle en Madrid, estar en su compañía algunas semanas y volverme contento de haberle visto.
DON DIEGO.-   ¿No hay más?
DON CARLOS.-   No, señor.
DON DIEGO.-   Míralo bien.
DON CARLOS.-   No, señor... A eso venía. No hay nada más.
DON DIEGO.-   Pero no me digas tú a mí... Si es imposible que estas escapadas se... No, señor... ¿Ni quién ha de permitir que un oficial se vaya cuando se le antoje, y abandone de ese modo sus banderas?... Pues si tales ejemplos se repitieran mucho, adiós disciplina militar... Vamos... Eso no puede ser.
DON CARLOS.-   Considere usted, tío, que estamos en tiempo de paz; que en Zaragoza no es necesario un servicio tan exacto como en otras plazas, en que no se permite descanso a la guarnición... Y , en fin, puede usted creer que este viaje supone la aprobación y la licencia de mis superiores, que yo también miro por mi estimación, y que cuando me he venido, estoy seguro de que no hago falta.
DON DIEGO.-   Un oficial siempre hace falta a sus soldados. El rey le tiene allí para que los instruya, los proteja y les dé ejemplo de subordinación, de valor, de virtud.
DON CARLOS.-   Bien está; pero ya he dicho los motivos...
DON DIEGO.-   Todos esos motivos no valen nada... ¡Porque le dio la gana de ver al tío!... Lo que quiere su tío de usted no es verle cada ocho días, sino saber que es hombre de juicio, y que cumple con sus obligaciones. Eso es lo que quiere... Pero  (Alza la voz y se pasea con inquietud.)  yo tomaré mis medidas para que estas locuras no se repitan otra vez... Lo que usted ha de hacer ahora es marcharse inmediatamente.
DON CARLOS.-   Señor, si...
DON DIEGO.-   No hay remedio... Y ha de ser al instante. Usted no ha de dormir aquí.
CALAMOCHA.-   Es que los caballos no están ahora para correr..., ni pueden moverse.
DON DIEGO.-   Pues con ellos  (A CALAMOCHA .)  y con las maletas al mesón de afuera. Usted  (A DON CARLOS .)  no ha de dormir aquí... Vamos  (A CALAMOCHA .)  tú, buena pieza, menéate. Abajo con todo. Pagar el gasto que se haya hecho, sacar los caballos y marchar... Ayúdale tú...  (A SIMÓN .)  ¿Qué dinero tienes ahí?
SIMÓN.-   Tendré unas cuatro o seis onzas.  (Saca de un bolsillo algunas monedas y se las da a DON DIEGO .) 
DON DIEGO.-   Dámelas acá... Vamos, ¿qué haces?  (A CALAMOCHA .)  ¿No he dicho que ha de ser al instante?... Volando. Y tú  (A SIMÓN .)  ve con él, ayúdale, y no te me apartes de allí hasta que se hayan ido.  (Los dos criados entran en el cuarto de DON CARLOS .) 

Escena XII

DON DIEGO , DON CARLOS .

DON DIEGO.-   Tome usted  (Le da el dinero.)  Con eso hay bastante para el camino... Vamos, que cuando yo lo dispongo así, bien sé lo que me hago... ¿No conoces que es todo por tu bien, y que ha sido un desatino lo que acabas de hacer?... Y no hay que afligirse por eso, ni creas que es falta de cariño... Ya sabes lo que te he querido siempre; y en obrando tú según corresponde, seré tu amigo como lo he sido hasta aquí.
DON CARLOS.-   Ya lo sé.
DON DIEGO.-   Pues bien; ahora obedece lo que te mando.
DON CARLOS.-   Lo haré sin falta.
DON DIEGO.-   Al mesón de afuera.  (A los dos criados, que salen con los trastos del cuarto de DON CARLOS y se van por la puerta del foro.)  Allí puedes dormir, mientras los caballos comen y descansan... Y no me vuelvas aquí por ningún pretexto ni entres en la ciudad... ¡Cuidado! Y a eso de las tres o las cuatro, marchar. Mira que yo he de saber que sales. ¿Lo entiendes?
DON CARLOS.-   Sí, señor.
DON DIEGO.-   Mira que lo has de hacer.
DON CARLOS.-   Sí, señor; haré lo que usted manda.
DON DIEGO.-   Muy bien... Adiós... Todo te lo perdono... Vete con Dios... Y yo sabré también cuándo llegas a Zaragoza; no te parezca que estoy ignorante de lo que hiciste la vez pasada.
DON CARLOS.-   ¿Pues qué hice yo?
DON DIEGO.-   Si te digo que lo sé, y que te lo perdono, ¿qué más quieres? No es tiempo ahora de tratar de eso. Vete.
DON CARLOS.-   Quede usted con Dios.  (Hace que se va y vuelve.) 
DON DIEGO.-   ¿Sin besar la mano a su tío, eh?
DON CARLOS.-   No me atreví.  (Besa la mano a DON DIEGO y se abrazan.) 
DON DIEGO.-   Y dame un abrazo, por si no nos volvemos a ver.
DON CARLOS.-   ¿Qué dice usted? ¡No lo permita Dios!
DON DIEGO.-   ¡Quién sabe, hijo mío! ¿Tienes algunas deudas? ¿Te falta algo?
DON CARLOS.-   No, señor; ahora, no.
DON DIEGO.-   Mucho es, porque tú siempre tiras por largo... Como cuentas con la bolsa del tío... Pues bien; yo escribiré al señor Aznar para que te dé cien doblones de orden mía. Y mira cómo los gastas... ¿Juegas?
DON CARLOS.-   No, señor; en mi vida.
DON DIEGO.-   Cuidado con eso... Conque, buen viaje. Y no te acalores: jornadas regulares y nada más... ¿Vas contento?
DON CARLOS.-   No, señor. Porque usted me quiere mucho, me llena de beneficios, y yo le pago mal.
DON DIEGO.-   No se hable ya de lo pasado... Adiós.
DON CARLOS.-   ¿Queda usted enojado conmigo?
DON DIEGO.-   No, por cierto... Me disgusté bastante, pero ya se acabó... No me des que sentir.  (Poniéndole ambas manos sobre los hombros.)  Portarse como hombre de bien.
DON CARLOS.-   No lo dude usted.
DON DIEGO.-   Como oficial de honor.
DON CARLOS.-   Así lo prometo.
DON DIEGO.-   Adiós, Carlos.  (Abrázanse.) 
DON CARLOS.-    (Aparte, al irse por la puerta del foro.)  ¡Y la dejo!... ¡Y la pierdo para siempre!

Escena XIII

DON DIEGO.-   Demasiado bien se ha compuesto dispuesto... Luego lo sabrá enhorabuena... Pero no es lo mismo escribírselo que... Después de hecho, no importa nada... ¡Pero siempre aquel respeto al tío!... Como una malva es.  (Se enjuga las lágrimas, toma una luz y se va a su cuarto. Queda oscura la escena por un breve espacio.) 

Escena XIV

DOÑA FRANCISCA , RITA .

Salen del cuarto de DOÑA IRENE . RITA sacará una luz y la pone sobre la mesa.

RITA.-   Mucho silencio hay por aquí.
DOÑA FRANCISCA.-   Se habrán recogido ya... Estarán rendidos.
RITA.-   Precisamente.
DOÑA FRANCISCA.-   ¡Un camino tan largo!
RITA.-   ¡A lo que obliga el amor, señorita!
DOÑA FRANCISCA.-   Sí; bien puedes decirlo: amor... Y yo ¿qué no hiciera por él?
RITA.-   Y deje usted, que no ha de ser éste el último milagro. Cuando lleguemos a Madrid, entonces será ella... El pobre Don Diego ¡qué chasco se va a llevar! Y por otra parte, vea usted qué señor tan bueno, que cierto da lástima...
DOÑA FRANCISCA.-   Pues en eso consiste todo. Si él fuese un hombre despreciable, ni mi madre hubiera admitido su pretensión, ni yo tendría que disimular mi repugnancia... Pero ya es otro tiempo, Rita. Don Félix ha venido y ya no temo a nadie. Estando mi fortuna en su mano, me considero la más dichosa de las mujeres.
RITA.-   ¡Ay! Ahora que me acuerdo... Pues poquito me lo encargó... Ya se ve, si con estos amores tengo yo también la cabeza... Voy por él.  (Encaminándose al cuarto de DOÑA IRENE .) 
DOÑA FRANCISCA.-   ¿A qué vas?
RITA.-   El tordo, que ya se me olvidaba sacarle de allí.
DOÑA FRANCISCA.-   Sí, tráele, no empiece a rezar como anoche... Allí quedó junto a la ventana... Y ve con cuidado, no despierte mamá.
RITA.-   Sí, mire usted el estrépito de caballerías que anda por allá abajo... Hasta que lleguemos a nuestra calle del Lobo, número siete, cuarto segundo, no hay que pensar en dormir... Y ese maldito portón, que rechina que...
DOÑA FRANCISCA.-   Te puedes llevar la luz.
RITA.-   No es menester, que ya sé dónde está.  (Vase al cuarto de DOÑA IRENE .) 

Escena XV

SIMÓN , DOÑA FRANCISCA .

Sale por la puerta del foro, SIMÓN .

DOÑA FRANCISCA.-   Yo pensé que estaban ustedes acostados.
SIMÓN.-   El amo ya habrá hecho esa diligencia; pero yo todavía no sé en dónde he de tener el rancho... Y buen sueño que tengo.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Qué gente nueva ha llegado ahora?
SIMÓN.-   Nadie. Son unos que estaban ahí y se han ido.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Los arrieros?
SIMÓN.-   No, señora. Un oficial y un criado suyo, que parece que se van a Zaragoza.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Quiénes dice usted que son?
SIMÓN.-   Un teniente coronel y su asistente.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Y estaban aquí?
SIMÓN.-   Sí, señora; ahí en ese cuarto.
DOÑA FRANCISCA.-   No los he visto.
SIMÓN.-   Parece que llegaron esta tarde y... A la cuenta habrán despachado ya la comisión que traían... Con que se han ido... Buenas noches, señorita.  (Vase al cuarto de DON DIEGO .) 

Escena XVI

RITA , DOÑA FRANCISCA .

DOÑA FRANCISCA.-   ¡Dios mío de mi alma! ¿Qué es esto?... No puedo sostenerme... ¡Desdichada!  (Siéntase en una silla junto a la mesa.) 
RITA.-   Señorita, yo vengo muerta.  (Saca la jaula del tordo y la deja encima de la mesa; abre la puerta del cuarto, de DON CARLOS , y vuelve.) 
DOÑA FRANCISCA.-   ¡Ay, que es cierto!... ¿Tú lo sabes también?
RITA.-   Deje usted, que todavía no creo lo que he visto... Aquí no hay nadie... ni maletas, ni ropa, ni... Pero ¿cómo podía engañarme? Si yo misma los he visto salir.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Y eran ellos?
RITA.-   Sí, señora. Los dos.
DOÑA FRANCISCA.-   Pero, ¿se han ido fuera de la ciudad?
RITA.-   Si no los he perdido de vista hasta que salieron por la Puerta de Mártires... Como está un paso de aquí.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Y es ése el camino de Aragón?
RITA.-   Ese es.
DOÑA FRANCISCA.-   ¡Indigno!... ¡Hombre indigno!
RITA.-   Señorita...
DOÑA FRANCISCA.-   ¿En qué te ha ofendido esta infeliz?
RITA.-   Yo estoy temblando toda... Pero... Si es incomprensible... Si no alcanzo a descubrir qué motivos ha podido haber para esta novedad.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Pues no le quise más que a mi vida?... ¿No me ha visto loca de amor?
RITA.-   No sé qué decir al considerar una acción tan infame.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Qué has de decir? Que no me ha querido nunca, ni es hombre de bien... ¿Y vino para esto? ¡Para engañarme, para abandonarme así!  (Levántase y RITA la sostiene.) 
RITA.-   Pensar que su venida fue con otro designio, no me parece natural... Celos... ¿Por qué ha de tener celos?... Y aun eso mismo debiera enamorarle más... Él no es cobarde, y no hay que decir que habrá tenido miedo de su competidor.
DOÑA FRANCISCA.-   Te cansas en vano... Di que es un pérfido, di que es un monstruo de crueldad, y todo lo has dicho.
RITA.-   Vamos de aquí, que puede venir alguien y...
DOÑA FRANCISCA.-   Sí, vámonos... Vamos a llorar... ¡Y en qué situación me deja!... Pero ¿ves qué malvado?
RITA.-   Sí, señora; ya lo conozco.
DOÑA FRANCISCA.-   ¡Qué bien supo fingir!... ¿Y con quién? Conmigo... ¿Pues yo merecí ser engañada tan alevosamente?... ¿Mereció mi cariño este galardón?... ¡Dios de mi vida! ¿Cuál es mi delito, cuál es?  ( RITA coge la luz y se van entrambas al cuarto de DOÑA FRANCISCA .)

Moratín - El sí de las niña
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