Peribáñez y el comendador de Ocaña (Acto Tercero)

:: Lope de Vega, Peribáñez y el comendador de Ocaña ::
Personajes
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Acto Tercero

Salen el COMENDADOR y LEONARDO

 
COMENDADOR: Cuéntame, Leonardo, breve
lo que ha pasado en Toledo.
LEONARDO: Lo que referirte puedo,
puesto que a ceñirlo pruebe
en las más breves razones,
 quiere más paciencia.
COMENDADOR: Advierte
que soy un sano a la muerte,
y qué remedios me pones.

LEONARDO: El rey Enrique el Tercero,
que hoy Justiciero llaman,
 porque Catón y Aristides
en la equidad no le igualan,
el año de cuatrocientos
y seis sobre mil estaba
en la villa de Madrid,
 donde le vinieron cartas,
que, quebrándole las treguas
el rey moro de Granada,
no queriéndole volver
por promesas y amenazas
 el castillo de Ayamonte,
ni menos pagarle parias,
determinó hacerle guerra;
y para que la jornada
fuese como convenía
 a un rey el mayor de España,
y le ayudasen sus deudos
de Aragón y de Navarra,
juntó cortes en Toledo,
donde al presente se hallan
 prelados y caballeros,
villas y ciudades varias.
Digo sus procuradores,
donde en su real alcázar
la disposición de todo
 con justos acuerdos tratan
el obispo de Sigüenza,
que la insigne iglesia santa
rige de Toledo agora,
porque está su silla vaca
por la muerte de don Pedro
Tenorio, varón de fama;
el obispo de Palencia,
don Sancho de Rojas, clara
imagen de sus pasados,
y que el de Toledo aguarda;
don Pablo el de Cartagena,
a quien ya a Burgos señalan;
el gallardo don Fadrique,
hoy conde de Trastamara,
aunque ya duque de Arjona
toda la corte le llama,
y don Enrique Manuel,
primos del rey, que bastaban,
no de Granada, de Troya
 ser incendio sus espadas;
Ruy López de Ávalos, grande
por la dicha y por las armas,
Condestable de Castilla,
alta gloria de su casa,
el Camarero mayor
del Rey, por sangre heredada
y virtud propia, aunque tiene
también de quién heredarla,
por Juan de Velasco digo,
digno de toda alabanza;
don Diego López de Estúñiga,
que Justicia mayor llaman;
y el mayor Adelantado
de Castilla, de quien basta
decir que es Gómez Manrique,
de cuyas historias largas
tienen Granada y Castilla
cosas tan raras y extrañas;
los oidores del Audiencia
del Rey y que el reino amparan:
Pero Sánchez del Castillo,
Rodríguez de Salamanca,
Periáñez...
COMENDADOR: Detente.
¿Qué Periáñez? Aguarda,
que la sangre se me hiela
con ese nombre.
LEONARDO: ¡Oh qué gracia!
Háblote de los oidores
del Rey y del que se llama
Peribáñez, imaginas
que es el labrador de Ocaña.
COMENDADOR: Si hasta agora te pedía
la relación y la causa
de la jornada del Rey,
ya no me atrevo a escucharla.
 Eso ¿todo se resuelve
en que el Rey hace jornada
con lo mejor de Castilla
a las fronteras que guardan,
con favor del granadino,
los que le niegan las parias?
LEONARDO: Eso es todo.
COMENDADOR: Pues advierte
(no lo que me es de importancia),
que mientras fuiste a Toledo
tuvo ejecución la traza.
Con Peribáñez hablé,
y le dije que gustaba
de nombralle capitán
de cien hombres de labranza,
y que se pusiese a punto.
Parecióle que le honraba,
como es verdad, a no ser
honra aforrada en infamia.
Quiso ganarla en efeto,
gastó su hacendilla en galas,
y sacó su compañía
ayer, Leonardo, a la plaza,
y hoy, según Luján me ha dicho,
con ella a Toledo marcha.
LEONARDO: ¡Buena te deja a Casilda,
tan villana y tan ingrata
como siempre!
COMENDADOR: Sí, mas mira
que amor en ausencia larga
hará el efeto que suele
en piedra el curso del agua.

Tocan cajas

 
LEONARDO: Pero ¿qué cajas son estas?
COMENDADOR: No dudes que son sus cajas.
Tu alférez trae los hidalgos.
Toma, Leonardo, tus armas,
por que mejor le engañemos,
para que a la vista salgas
también con tu compañía.
LEONARDO: Ya llegan. Aquí me aguarda.

Váyase Leonardo. Entra una
compañía de labradores, armados graciosamente, y
detrás PERIBÁÑEZ con espada y
daga

 
PERIBÁÑEZ: No me quise despedir
sin ver a su señoría.
COMENDADOR: Estimo la cortesía.
PERIBÁÑEZ: Yo os voy, señor, a servir.
COMENDADOR: Decid al Rey mi señor.
PERIBÁÑEZ: Al Rey y a vos...
COMENDADOR: Está bien.
PERIBÁÑEZ: ...que al Rey es justo, y también
 a vos, por quien tengo honor;
que yo, ¿cuándo mereciera
ver mi azadón y gabán
con nombre de capitán,
con jineta y con bandera
 del Rey, a cuyos oídos
mi nombre llegar no puede
porque su estatura excede
todos mis cinco sentidos?
Guárdeos muchos años Dios.
COMENDADOR: Y os traiga, Pedro, con bien.
PERIBÁÑEZ: ¿Vengo bien vestido?
COMENDADOR: Bien.
No hay diferencia en los dos.
PERIBÁÑEZ: Sola una cosa querría.
No sé si a vos os agrada.
COMENDADOR: Decid, a ver.
PERIBÁÑEZ: Que la espada
me ciña su señoría,
para que ansí vaya honrado.
COMENDADOR: Mostrad, haréos caballero,
que de esos bríos espero,
Pedro, un valiente soldado.
PERIBÁÑEZ: ¡Pardiez, señor, hela aquí!
Cíñamela su mercé.
COMENDADOR: Esperad, os la pondré,
por que la llevéis por mí.
BELARDO: Híncate, Blas, de rodillas;
que le quieren her hidalgo.
BLAS: Pues ¿quedará falto en algo?
BELARDO: En mucho, si no te humillas.
BLAS: Belardo, vos, que sois viejo,
 ¿hanle de dar con la espada?
BELARDO: Yo de mi burra manchada,
de su albarda y aparejo
 entiendo más que de armar
caballeros de Castilla.
COMENDADOR: Ya os he puesto la cuchilla.
PERIBÁÑEZ: ¿Qué falta agora?
COMENDADOR: Jurar
que a Dios, supremo Señor,
y al Rey serviréis con ella.
PERIBÁÑEZ: Eso juro, y de traella
 en defensa de mi honor,
del cual, pues voy a la guerra,
adonde vos me mandáis,
ya por defensa quedáis,
como señor desta tierra.
 Mi casa y mujer, que dejo
por vos, recién desposado,
remito a vuestro cuidado
 cuando de los dos me alejo.
Esto os fío, porque es más
 que la vida con quien voy;
que, aunque tan seguro estoy
que no la ofendan jamás,
gusto que vos la guardéis,
y corra por vos, a efeto
 de que, como tan discreto,
lo que es el honor sabéis;
que con él no se permite
que hacienda y vida se iguale,
y quien sabe lo que vale,
 no es posible que le quite.
Vos me ceñistes espada,
con que ya entiendo de honor,
que antes yo pienso, señor,
que entendiera poco o nada.
 Y pues iguales los dos
con este honor me dejáis,
mirad cómo le guardáis,
o quejaréme de vos.
COMENDADOR: Yo os doy licencia, si hiciere
 en guardalle deslealtad,
que de mí os quejéis.
PERIBÁÑEZ: Marchad,
y venga lo que viniere.

Éntrese, marchando detrás con graciosa
arrogancia

 
COMENDADOR: Algo confuso me deja
el estilo con que habla,
 porque parece que entabla
o la venganza o la queja.
Pero es que, como he tenido
el pensamiento culpado,
con mi malicia he juzgado
 lo que su inocencia ha sido.
Y cuando pudiera ser
malicia lo que entendí,
¿dónde ha de haber contra mí
en un villano poder?
 Esta noche has de ser mía,
villana rebelde, ingrata,
por que muera quien me mata
antes que amanezca el día.
 
Éntrase. En lo alto COSTANZA y CASILDA e
INÉS

 
COSTANZA: En fin ¿se ausenta tu esposo?
CASILDA: Pedro a la guerra se va,
que en la que me deja acá
pudiera ser más famoso.
INÉS: Casilda, no te enternezcas,
que el nombre de capitán
 no comoquiera le dan.
CASILDA: ¡Nunca estos nombres merezcas!
COSTANZA: A fe que tiene razón
Inés, que entre tus iguales
 nunca he visto cargos tales,
 porque muy de hidalgos son.
Demás que tengo entendido
que a Toledo solamente
ha de llegar con la gente.
CASILDA: Pues si eso no hubiera sido,
 ¿quedárame vida a mí?
INÉS: La caja suena. ¿Si es él?
COSTANZA: De los que se van con él
 ten lástima, y no de ti.

La caja y PERIBÁÑEZ, bandera, soldados

 
BELARDO: Véislas allí en el balcón,
 que me remozo de vellas;
mas ya no soy para ellas,
ni ellas para mí no son.
PERIBÁÑEZ: ¿Tan viejo estáis ya, Belardo?
BELARDO: El gusto se acabó ya.
PERIBÁÑEZ: Algo dél os quedará
bajo del capote pardo.
BELARDO: ¡Pardiez, señor capitán,
tiempo hue que al sol y al aire
solía hacerme donaire,
 ya pastor, ya sacristán!
Cayó un año mucha nieve,
y como lo rucio vi,
a la Iglesia me acogí.
PERIBÁÑEZ: ¿Tendréis tres dieces y un nueve?
BELARDO: Esos y otros tres decía
un aya que me criaba,
mas pienso que se olvidaba.
Poca memoria tenía!
Cuando la Cava nació
 me salió la primer muela.
PERIBÁÑEZ ¿Ya íbades a la escuela?
BELARDO: Pudiera juraros yo
de lo que entonces sabía,
pero mil dan a entender
 que apenas supe leer,
y es lo más cierto, a fe mía;
que como en gracia se lleva
danzar, cantar o tañer,
yo sé escribir sin leer,
 que a fe que es gracia bien nueva.

CASILDA: ¡Ah gallardo capitán
de mis tristes pensamientos!
PERIBÁÑEZ: ¡Ah dama la del balcón,
por quien la bandera tengo!
CASILDA: ¿Vaisos de Ocaña, señor?
PERIBÁÑEZ: Señora, voy a Toledo
a llevar estos soldados
que dicen que son mis celos.
CASILDA: Si soldados los lleváis,
 ya no ternéis pena dellos,
que nunca el honor quebró
en soldándose los celos.
PERIBÁÑEZ: No los llevo tan soldados
que no tenga mucho miedo,
 no de vos, mas de la causa
por quien sabéis que los llevo.
Que si celos fueran tales
que yo los llamara vuestros,
ni ellos fueran donde van,
 ni yo, señora, con ellos.
La seguridad, que es paz
de la guerra en que me veo,
me lleva a Toledo, y fuera
del mundo al último estremo.
 A despedirme de vos
vengo y a decir que os dejo
a vos de vos misma en guarda,
porque en vos y con vos quedo,
y que me deis el favor
 que a los capitanes nuevos
suelen las damas que esperan
de su guerra los trofeos.
¿No parece que ya os hablo
a lo grave y caballero?
 ¡Quién dijera que un villano
que ayer al rastrojo seco
dientes menudos ponía
de la hoz corva de acero,
los pies en las tintas uvas,
 rebosando el mosto negro
por encima del lagar,
o la tosca mano al hierro
del arado, hoy os hablara
en lenguaje soldadesco,
 con plumas de presunción
y espada de atrevimiento!
Pues sabed que soy hidalgo
y que decir y hacer puedo,
que el Comendador, Casilda,
 me la ciñó, cuando menos.
Pero este menos, si el cuando
viene a ser cuando sospecho,
por ventura será más,
que yo no menos bueno.
CASILDA: Muchas cosas me decís
en lengua que ya no entiendo;
el favor sí, que yo sé
que es bien debido a los vuestros.
Mas ¿qué podrá una villana
 dar a un capitán?
PERIBÁÑEZ: No quiero
que os tratéis ansí.
CASILDA: Tomad,
mi Pedro, este listón negro.
PERIBÁÑEZ: ¿Negro me lo dais, esposa?
CASILDA: Pues ¿hay en la guerra agüeros?
PERIBÁÑEZ: Es favor desesperado;
promete luto o destierro.
BLAS: Y vos, señora Costanza,
¿no dais por tantos requiebros
alguna prenda a un soldado?
COSTANZA: Bras, esa cinta de perro,
aunque tú vas donde hay tantos,
que las podrás hacer dellos.
BLAS: ¡Plega a Dios que los moriscos
las hagan de mi pellejo
 si no dejaré matados
cuantos me fueren huyendo!
INÉS: ¿No pides favor, Belardo?
BELARDO: Inés, por soldado viejo,
ya que no por nuevo amante,
 de tus manos le merezco.
INÉS: Tomad aqueste chapín.
BELARDO: No, señora, deteneldo,
que favor de chapinazo,
desde tan alto, no es bueno.
INÉS: Traedme un moro, Belardo.
BELARDO: Días ha que ando tras ellos.
Mas, si no viniere en prosa,
desde aquí le ofrezco en verso.
Salen el COMENDADOR y LEONARDO

 
COMENDADOR: Cuéntame, Leonardo, breve
lo que ha pasado en Toledo.
LEONARDO: Lo que referirte puedo,
puesto que a ceñirlo pruebe
en las más breves razones,
 quiere más paciencia.
COMENDADOR: Advierte
que soy un sano a la muerte,
y qué remedios me pones.

LEONARDO: El rey Enrique el Tercero,
que hoy Justiciero llaman,
 porque Catón y Aristides
en la equidad no le igualan,
el año de cuatrocientos
y seis sobre mil estaba
en la villa de Madrid,
 donde le vinieron cartas,
que, quebrándole las treguas
el rey moro de Granada,
no queriéndole volver
por promesas y amenazas
 el castillo de Ayamonte,
ni menos pagarle parias,
determinó hacerle guerra;
y para que la jornada
fuese como convenía
 a un rey el mayor de España,
y le ayudasen sus deudos
de Aragón y de Navarra,
juntó cortes en Toledo,
donde al presente se hallan
 prelados y caballeros,
villas y ciudades varias.
Digo sus procuradores,
donde en su real alcázar
la disposición de todo
 con justos acuerdos tratan
el obispo de Sigüenza,
que la insigne iglesia santa
rige de Toledo agora,
porque está su silla vaca
por la muerte de don Pedro
Tenorio, varón de fama;
el obispo de Palencia,
don Sancho de Rojas, clara
imagen de sus pasados,
y que el de Toledo aguarda;
don Pablo el de Cartagena,
a quien ya a Burgos señalan;
el gallardo don Fadrique,
hoy conde de Trastamara,
aunque ya duque de Arjona
toda la corte le llama,
y don Enrique Manuel,
primos del rey, que bastaban,
no de Granada, de Troya
 ser incendio sus espadas;
Ruy López de Ávalos, grande
por la dicha y por las armas,
Condestable de Castilla,
alta gloria de su casa,
el Camarero mayor
del Rey, por sangre heredada
y virtud propia, aunque tiene
también de quién heredarla,
por Juan de Velasco digo,
digno de toda alabanza;
don Diego López de Estúñiga,
que Justicia mayor llaman;
y el mayor Adelantado
de Castilla, de quien basta
decir que es Gómez Manrique,
de cuyas historias largas
tienen Granada y Castilla
cosas tan raras y extrañas;
los oidores del Audiencia
del Rey y que el reino amparan:
Pero Sánchez del Castillo,
Rodríguez de Salamanca,
Periáñez...
COMENDADOR: Detente.
¿Qué Periáñez? Aguarda,
que la sangre se me hiela
con ese nombre.
LEONARDO: ¡Oh qué gracia!
Háblote de los oidores
del Rey y del que se llama
Peribáñez, imaginas
que es el labrador de Ocaña.
COMENDADOR: Si hasta agora te pedía
la relación y la causa
de la jornada del Rey,
ya no me atrevo a escucharla.
 Eso ¿todo se resuelve
en que el Rey hace jornada
con lo mejor de Castilla
a las fronteras que guardan,
con favor del granadino,
los que le niegan las parias?
LEONARDO: Eso es todo.
COMENDADOR: Pues advierte
(no lo que me es de importancia),
que mientras fuiste a Toledo
tuvo ejecución la traza.
Con Peribáñez hablé,
y le dije que gustaba
de nombralle capitán
de cien hombres de labranza,
y que se pusiese a punto.
Parecióle que le honraba,
como es verdad, a no ser
honra aforrada en infamia.
Quiso ganarla en efeto,
gastó su hacendilla en galas,
y sacó su compañía
ayer, Leonardo, a la plaza,
y hoy, según Luján me ha dicho,
con ella a Toledo marcha.
LEONARDO: ¡Buena te deja a Casilda,
tan villana y tan ingrata
como siempre!
COMENDADOR: Sí, mas mira
que amor en ausencia larga
hará el efeto que suele
en piedra el curso del agua.

Tocan cajas

 
LEONARDO: Pero ¿qué cajas son estas?
COMENDADOR: No dudes que son sus cajas.
Tu alférez trae los hidalgos.
Toma, Leonardo, tus armas,
por que mejor le engañemos,
para que a la vista salgas
también con tu compañía.
LEONARDO: Ya llegan. Aquí me aguarda.

Váyase Leonardo. Entra una
compañía de labradores, armados graciosamente, y
detrás PERIBÁÑEZ con espada y
daga

 
PERIBÁÑEZ: No me quise despedir
sin ver a su señoría.
COMENDADOR: Estimo la cortesía.
PERIBÁÑEZ: Yo os voy, señor, a servir.
COMENDADOR: Decid al Rey mi señor.
PERIBÁÑEZ: Al Rey y a vos...
COMENDADOR: Está bien.
PERIBÁÑEZ: ...que al Rey es justo, y también
 a vos, por quien tengo honor;
que yo, ¿cuándo mereciera
ver mi azadón y gabán
con nombre de capitán,
con jineta y con bandera
 del Rey, a cuyos oídos
mi nombre llegar no puede
porque su estatura excede
todos mis cinco sentidos?
Guárdeos muchos años Dios.
COMENDADOR: Y os traiga, Pedro, con bien.
PERIBÁÑEZ: ¿Vengo bien vestido?
COMENDADOR: Bien.
No hay diferencia en los dos.
PERIBÁÑEZ: Sola una cosa querría.
No sé si a vos os agrada.
COMENDADOR: Decid, a ver.
PERIBÁÑEZ: Que la espada
me ciña su señoría,
para que ansí vaya honrado.
COMENDADOR: Mostrad, haréos caballero,
que de esos bríos espero,
Pedro, un valiente soldado.
PERIBÁÑEZ: ¡Pardiez, señor, hela aquí!
Cíñamela su mercé.
COMENDADOR: Esperad, os la pondré,
por que la llevéis por mí.
BELARDO: Híncate, Blas, de rodillas;
que le quieren her hidalgo.
BLAS: Pues ¿quedará falto en algo?
BELARDO: En mucho, si no te humillas.
BLAS: Belardo, vos, que sois viejo,
 ¿hanle de dar con la espada?
BELARDO: Yo de mi burra manchada,
de su albarda y aparejo
 entiendo más que de armar
caballeros de Castilla.
COMENDADOR: Ya os he puesto la cuchilla.
PERIBÁÑEZ: ¿Qué falta agora?
COMENDADOR: Jurar
que a Dios, supremo Señor,
y al Rey serviréis con ella.
PERIBÁÑEZ: Eso juro, y de traella
 en defensa de mi honor,
del cual, pues voy a la guerra,
adonde vos me mandáis,
ya por defensa quedáis,
como señor desta tierra.
 Mi casa y mujer, que dejo
por vos, recién desposado,
remito a vuestro cuidado
 cuando de los dos me alejo.
Esto os fío, porque es más
 que la vida con quien voy;
que, aunque tan seguro estoy
que no la ofendan jamás,
gusto que vos la guardéis,
y corra por vos, a efeto
 de que, como tan discreto,
lo que es el honor sabéis;
que con él no se permite
que hacienda y vida se iguale,
y quien sabe lo que vale,
 no es posible que le quite.
Vos me ceñistes espada,
con que ya entiendo de honor,
que antes yo pienso, señor,
que entendiera poco o nada.
 Y pues iguales los dos
con este honor me dejáis,
mirad cómo le guardáis,
o quejaréme de vos.
COMENDADOR: Yo os doy licencia, si hiciere
 en guardalle deslealtad,
que de mí os quejéis.
PERIBÁÑEZ: Marchad,
y venga lo que viniere.

Éntrese, marchando detrás con graciosa
arrogancia

 
COMENDADOR: Algo confuso me deja
el estilo con que habla,
 porque parece que entabla
o la venganza o la queja.
Pero es que, como he tenido
el pensamiento culpado,
con mi malicia he juzgado
 lo que su inocencia ha sido.
Y cuando pudiera ser
malicia lo que entendí,
¿dónde ha de haber contra mí
en un villano poder?
 Esta noche has de ser mía,
villana rebelde, ingrata,
por que muera quien me mata
antes que amanezca el día.
 
Éntrase. En lo alto COSTANZA y CASILDA e
INÉS

 
COSTANZA: En fin ¿se ausenta tu esposo?
CASILDA: Pedro a la guerra se va,
que en la que me deja acá
pudiera ser más famoso.
INÉS: Casilda, no te enternezcas,
que el nombre de capitán
 no comoquiera le dan.
CASILDA: ¡Nunca estos nombres merezcas!
COSTANZA: A fe que tiene razón
Inés, que entre tus iguales
 nunca he visto cargos tales,
 porque muy de hidalgos son.
Demás que tengo entendido
que a Toledo solamente
ha de llegar con la gente.
CASILDA: Pues si eso no hubiera sido,
 ¿quedárame vida a mí?
INÉS: La caja suena. ¿Si es él?
COSTANZA: De los que se van con él
 ten lástima, y no de ti.

La caja y PERIBÁÑEZ, bandera, soldados

 
BELARDO: Véislas allí en el balcón,
 que me remozo de vellas;
mas ya no soy para ellas,
ni ellas para mí no son.
PERIBÁÑEZ: ¿Tan viejo estáis ya, Belardo?
BELARDO: El gusto se acabó ya.
PERIBÁÑEZ: Algo dél os quedará
bajo del capote pardo.
BELARDO: ¡Pardiez, señor capitán,
tiempo hue que al sol y al aire
solía hacerme donaire,
 ya pastor, ya sacristán!
Cayó un año mucha nieve,
y como lo rucio vi,
a la Iglesia me acogí.
PERIBÁÑEZ: ¿Tendréis tres dieces y un nueve?
BELARDO: Esos y otros tres decía
un aya que me criaba,
mas pienso que se olvidaba.
Poca memoria tenía!
Cuando la Cava nació
 me salió la primer muela.
PERIBÁÑEZ ¿Ya íbades a la escuela?
BELARDO: Pudiera juraros yo
de lo que entonces sabía,
pero mil dan a entender
 que apenas supe leer,
y es lo más cierto, a fe mía;
que como en gracia se lleva
danzar, cantar o tañer,
yo sé escribir sin leer,
 que a fe que es gracia bien nueva.

CASILDA: ¡Ah gallardo capitán
de mis tristes pensamientos!
PERIBÁÑEZ: ¡Ah dama la del balcón,
por quien la bandera tengo!
CASILDA: ¿Vaisos de Ocaña, señor?
PERIBÁÑEZ: Señora, voy a Toledo
a llevar estos soldados
que dicen que son mis celos.
CASILDA: Si soldados los lleváis,
 ya no ternéis pena dellos,
que nunca el honor quebró
en soldándose los celos.
PERIBÁÑEZ: No los llevo tan soldados
que no tenga mucho miedo,
 no de vos, mas de la causa
por quien sabéis que los llevo.
Que si celos fueran tales
que yo los llamara vuestros,
ni ellos fueran donde van,
 ni yo, señora, con ellos.
La seguridad, que es paz
de la guerra en que me veo,
me lleva a Toledo, y fuera
del mundo al último estremo.
 A despedirme de vos
vengo y a decir que os dejo
a vos de vos misma en guarda,
porque en vos y con vos quedo,
y que me deis el favor
 que a los capitanes nuevos
suelen las damas que esperan
de su guerra los trofeos.
¿No parece que ya os hablo
a lo grave y caballero?
 ¡Quién dijera que un villano
que ayer al rastrojo seco
dientes menudos ponía
de la hoz corva de acero,
los pies en las tintas uvas,
 rebosando el mosto negro
por encima del lagar,
o la tosca mano al hierro
del arado, hoy os hablara
en lenguaje soldadesco,
 con plumas de presunción
y espada de atrevimiento!
Pues sabed que soy hidalgo
y que decir y hacer puedo,
que el Comendador, Casilda,
 me la ciñó, cuando menos.
Pero este menos, si el cuando
viene a ser cuando sospecho,
por ventura será más,
que yo no menos bueno.
CASILDA: Muchas cosas me decís
en lengua que ya no entiendo;
el favor sí, que yo sé
que es bien debido a los vuestros.
Mas ¿qué podrá una villana
 dar a un capitán?
PERIBÁÑEZ: No quiero
que os tratéis ansí.
CASILDA: Tomad,
mi Pedro, este listón negro.
PERIBÁÑEZ: ¿Negro me lo dais, esposa?
CASILDA: Pues ¿hay en la guerra agüeros?
PERIBÁÑEZ: Es favor desesperado;
promete luto o destierro.
BLAS: Y vos, señora Costanza,
¿no dais por tantos requiebros
alguna prenda a un soldado?
COSTANZA: Bras, esa cinta de perro,
aunque tú vas donde hay tantos,
que las podrás hacer dellos.
BLAS: ¡Plega a Dios que los moriscos
las hagan de mi pellejo
 si no dejaré matados
cuantos me fueren huyendo!
INÉS: ¿No pides favor, Belardo?
BELARDO: Inés, por soldado viejo,
ya que no por nuevo amante,
 de tus manos le merezco.
INÉS: Tomad aqueste chapín.
BELARDO: No, señora, deteneldo,
que favor de chapinazo,
desde tan alto, no es bueno.
INÉS: Traedme un moro, Belardo.
BELARDO: Días ha que ando tras ellos.
Mas, si no viniere en prosa,
desde aquí le ofrezco en verso.

LEONARDO, capitán, caja y bandera y
compañía de hidalgos

 
LEONARDO: Vayan marchando, soldados,
 con el orden que decía.
INÉS: ¿Qué es esto?
COSTANZA: La compañia
de los hidalgos cansados.
INÉS: Más lucidos han salido
nuestros fuertes labradores.
COSTANZA: Si son las galas mejores,
los ánimos no lo han sido.
PERIBÁÑEZ: ¡Hola! Todo hombre esté en vela
y muestre gallardos bríos.
BELARDO: ¡Que piensen estos judíos
 que nos mean la pajuela!
 Déles un gentil barzón
muesa gente por delante.
PERIBÁÑEZ: ¡Hola! Nadie se adelante,
siga a ballesta lanzón.
 
Vaya una compañía al derredor de la
otra, mirándose

 
BLAS: Agora es tiempo, Belardo,
de mostrar brío.
BELARDO: Callad,
que a la más caduca edad
suple un ánimo gallardo.
LEONARDO: ¡Basta que los labradores
 compiten con los hidalgos!
BELARDO: Estos huirán como galgos.
BLAS: No habrá ciervos corredores
como éstos, en viendo un moro,
y aun basta oírlo decir.
BELARDO: Ya los vi a todos huír
cuando corrimos el toro.

Éntranse los labradores

 
LEONARDO: Ya se han traspuesto. ¡Ce! ¡Inés!
INÉS: ¿Eres tú, mi capitán?
LEONARDO: ¿Por qué tus primas se van?
INÉS: ¿No sabes ya por lo que es?
Casilda es como una roca.
Esta noche hay mal humor.
LEONARDO: ¿No podrá el Comendador
verla un rato?
INÉS: Punto en boca,
 que yo le daré lugar
cuando imagine que llega
Pedro a alojarse.
LEONARDO: Pues ciega,
si me quieres obligar,
los ojos desta mujer,
 que tanto mira su honor,
porque está el Comendador
para morir desde ayer.
INÉS: Dile que venga a la calle.
LEONARDO: ¿Qué señas?
INÉS: Quien cante bien.
LEONARDO: Pues adiós.
INÉS: ¿Vendrás también?
LEONARDO: Al alférez pienso dalle
estos bravos españoles,
y yo volverme al lugar.
INÉS: Adiós.
LEONARDO: Tocad a marchar,
 que ya se han puesto dos soles.

Vanse. El COMENDADOR en casa, con ropa, y
LUJÁN, lacayo

 
COMENDADOR: En fin, ¿le viste partir?
LUJÁN: Y en una yegua marchar,
notable para alcanzar
 y famosa para huir.
 Si vieras cómo regía
Peribáñez sus soldados,
te quitara mil cuidados.
COMENDADOR: Es muy gentil compañía,
pero a la de su mujer
 tengo más envidia yo.
LUJÁN: Quien no siguió, no alcanzó.
COMENDADOR: Luján, mañana a comer
en la ciudad estarán.
LUJÁN: Como esta noche alojaren.
COMENDADOR: Yo te digo que no paren
soldados ni capitán.
LUJÁN: Como es gente de labor,
y es pequeña la jornada,
y va la danza engañada
 con el son del atambor,
no dudo que sin parar
vayan a Granada ansí.
COMENDADOR: ¿Cómo pasará por mí
el tiempo que ha de tardar
 desde aquí hasta las diez?
LUJÁN: Ya son
 casi las nueve. No seas
tan triste, que cuando veas
el cabello a la Ocasión,
pierdas el gusto esperando;
 que la esperanza entretiene.
COMENDADOR: Es, cuando el bien se detiene,
esperar desesperando.
LUJÁN: Y Leonardo, ¿ha de venir?
COMENDADOR: ¿No ves que el concierto es
 que se case con Inés,
que es quien la puerta ha de abrir?
LUJÁN: ¿Qué señas ha de llevar?
COMENDADOR: Unos músicos que canten.
LUJÁN: ¿Cosa que la caza espanten?
COMENDADOR: Antes nos darán lugar
para que con el rüido
nadie sienta lo que pasa
de abrir ni cerrar la casa.
LUJÁN: Todo está bien prevenido.
 Mas dicen que en un lugar
una parentela toda
se juntó para una boda,
ya a comer y ya a bailar.
Vino el cura y desposado,
 la madrina y el padrino,
y el tamboril también vino
con un salterio extremado.
Mas dicen que no tenían
 de la desposada el sí,
 porque decía que allí
sin su gusto la traían.
Junta pues la gente toda,
el cura le preguntó,
dijo tres veces que no,
 y deshízose la boda.
COMENDADOR: ¿Quieres decir que nos falta
entre tantas prevenciones
el sí de Casilda?
LUJÁN: Pones
el hombro a empresa muy alta
 de parte de su dureza
y era menester el sí.
COMENDADOR: No va mal trazado así;
que su villana aspereza
no se ha de rendir por ruegos;
 por engaños ha de ser.
LUJÁN: Bien puede bien suceder,
 mas pienso que vamos ciegos.

Salen un CRIADO y los MÚSICOS

 
PAJE: Los músicos han venido.
MUSlCO 1: Aquí, señor, hasta el día,
 tiene vuesa señoría
a Lisardo y a Leonido.
COMENDADOR: ¡Oh amigos! Agradeced
que este pensamiento os fío,
que es de honor y, en fin, es mío.
MUSlCO 2: Siempre nos haces merced.
COMENDADOR: ¿Dan las once?
LUJÁN: Una, dos, tres...
No dio más.
MÚSICO 2: Contaste mal.
Ocho eran dadas.
COMENDADOR: ¿Hay tal?
¡Que aun de mala gana des
 las que da el reloj de buena!
LUJÁN: Si esperas que sea más tarde,
las tres cuento.
COMENDADOR: No hay qué aguarde.
LUJÁN: Sosiégate un poco, y cena.
COMENDADOR: ¡Mala Pascua te dé Dios!
 ¿Que cene dices?
LUJÁN: Pues bebe
siquiera.
COMENDADOR: ¿Hay nieve?
PAJE: No hay nieve.
COMENDADOR: Repartilda entre los dos.
PAJE: La capa tienes aquí.
COMENDADOR: Muestra. ¿Qué es esto?
PAJE: Bayeta.
COMENDADOR: Cuanto miro me inquieta.
Todos se burlan de mí.
¡Bestias! ¿De luto? ¿A qué efeto?
PAJE: ¿Quieres capa de color?
LUJÁN: Nunca a las cosas de amor
 va de color el discreto.
Por el color se dan señas
de un hombre en un tribunal.
COMENDADOR: Muestra color, animal.
¿Sois crïados o sois dueñas?
PAJE: Ves aquí color.
COMENDADOR: Yo voy,
Amor, donde tú me guías.
Da una noche a tantos días
como en tu servicio estoy.
LUJÁN: ¿Iré yo contigo?
COMENDADOR: Sí,
 pues que Leonardo no viene.
Templad, para ver si tiene
templanza este fuego en mí.

Éntrense. Sale PERIBÁ&ñtilde;EZ

 
PERIBÁÑEZ: ¡Bien haya el que tiene bestia
destas de huír y alcanzar,
 con que puede caminar
sin pesadumbre y molestia!
Alojé mi compañía,
y con ligereza extraña
he dado la vuelta a Ocaña.
 Oh, cuán bien decir podría:
¡Oh caña, la del honor!
Pues que no hay tan débil caña
como el honor a quien daña
de cualquier viento el rigor.
 ¡Caña de honor quebradiza,
caña hueca y sin sustancia,
de hojas de poca importancia
con que su tronco entapiza!
¡Oh caña, toda aparato,
 caña fantástica y vil,
para quebrada sutil,
y verde tan breve rato!
Caña compuesta de nudos,
y honor al fin dellos lleno,
 sólo para sordos bueno
y para vecinos mudos.
Aquí naciste en Ocaña
conmigo al viento ligero;
yo te cortaré primero
 que te quiebres, débil caña.
No acabo de agradecerme
el haberte sustentado,
yegua, que con tal cuidado
supiste a Ocaña traerme.
 ¡Oh, bien haya la cebada
que tantas veces te di!
Nunca de ti me serví
en ocasión más honrada.
Agora el provecho toco,
 contento y agradecido.
Otras veces me has traído,
pero fue pesando poco,
que la honra mucho alienta;
y que te agradezca es bien
 que hayas corrido tan bien
con la carga de mi afrenta.
Préciese de buena espada
y de buena cota un hombre,
del amigo de buen nombre
 y de opinión siempre honrada,
de un buen fieltro de camino
y de otras cosas así,
que una bestia es para mí
un socorro peregrino.
 ¡Oh yegua! ¡En menos de un hora
tres leguas! Al viento igualas,
que si le pintan con alas,
tú las tendrás desde agora.
Ésta es la casa de Antón,
 cuyas paredes confinan
con las mías, que ya inclinan
su peso a mi perdición.
Llamar quiero, que he pensado
que será bien menester.
 ¡Ah de la casa!

Dentro ANTÓN

 
ANTÓN: ¡Hola mujer!
¿No os parece que han llamado?
PERIBÁÑEZ: ¡Peribáñez!
ANTÓN: ¿Quién golpea
a tales horas?
PERIBÁÑEZ: Yo soy,
Antón.
ANTÓN: Por la voz ya voy,
 aunque lo que fuere sea.
 
[Sale ANTÓN]

 
 ¿Quién es?
PERIBÁÑEZ: Quedo, Antón, amigo;
Peribáñez soy.
ANTÓN: ¿Quién?
PERIBÁÑEZ: Yo,
a quien hoy el cielo dio
tan grave y crüel castigo.
 
ANTÓN: Vestido me eché a dormir
porque pensé madrugar;
ya me agradezco el no estar
desnudo. ¿Puedoos servir?
PERIBÁÑEZ: Por vuesa casa, mi Antón,
 tengo de entrar en la mía,
que ciertas cosas de día
sombras por la noche son.
Ya sospecho que en Toledo
algo entendiste de mí.
ANTÓN: Aunque callé, lo entendí.
Pero aseguraros puedo
que Casilda...
PERIBÁÑEZ: No hay que hablar.
Por ángel tengo a Casilda.
ANTÓN: Pues regalalda y servilda.
PERIBÁÑEZ: Hermano, dejadme estar.
ANTÓN: Entrad, que si puerta os doy
es por lo que della sé.
PERIBÁÑEZ: Como yo seguro esté,
suyo para siempre soy.
ANTÓN: ¿Dónde dejáis los soldados?
PERIBÁÑEZ: Mi alférez con ellos va,
que yo no he traído acá
sino sólo mis cuidados.
Y no hizo la yegua poco
 en traernos a los dos,
porque hay cuidado, por Dios,
que basta a volverme loco.
 
Éntrense. Salga el COMENDADOR, LUJÁN
con broqueles, y los MÚSICOS

 
COMENDADOR: Aquí podéis comenzar
para que os ayude el viento.
MÚSICO 2: Va de letra.
COMENDADOR: ¡Oh cuánto siento
esto que llaman templar!

Los MÚSICOS canten

 
 "Cogíme a tu puerta el toro,
linda casada;
no dijiste: Dios te valga.
 El novillo de tu boda
a tu puerta me cogió;
de la vuelta que me dio
se rió la villa toda;
y tú, grave y burladora,
 linda casada,
no dijiste: Dios te valga.

INÉS a la puerta

 
INÉS: ¡Cese, señor don Fadrique!
COMENDADOR: ¿Es Inés?
INÉS: La misma soy.
COMENDADOR: En pena a las once estoy.
 Tu cuenta el perdón me aplique
para que salga de pena.
INÉS: ¿Viene Leonardo?
COMENDADOR: Asegura
 a Peribáñez. Procura,
Inés, mi entrada, y ordena
 que vea esa piedra hermosa,
que ya Leonardo vendrá.
INÉS: ¿Tardará mucho?
COMENDADOR: No hará,
pero fue cosa forzosa
asegurar un marido
 tan malicioso.
INÉS: Yo creo
que a estas horas el deseo
de que le vean vestido
de capitán en Toledo,
le tendrá cerca de allá.
COMENDADOR: Durmiendo acaso estará.
¿Puedo entrar? Dime si puedo.
INÉS: Entra, que te detenía
por si Leonardo llegaba.
LUJÁN: (Luján ha de entrar.) Aparte
COMENDADOR: Acaba,
 Lisardo. Adiós, hasta el día.

Éntranse. Quedan los MÚSICOS

 
MÚSICO 1: El cielo os dé buen suceso.
MÚSICO 2: ¿Dónde iremos?
MÚSICO 1: A acostar.
MÚSICO 2: ¡Bella moza!
MÚSICO 1: Eso... callar.
MÚSICO 2: Que tengo envidia confieso.

Vanse. PERIBÁÑEZ solo en su casa

 
PERIBÁÑEZ: Por las tapias de la huerta
de Antón en mi casa entré,
y deste portal hallé
la de mi corral abierta.
En el gallinero quise
 estar oculto, mas hallo
que puede ser que algún gallo
mi cuidado los avise.
Con la luz de las esquinas
le quise ver y advertir,
 y vile en medio dormir
de veinte o treinta gallinas.
Que duermas, dije, me espantas,
en tan dudosa fortuna;
no puedo yo guardar una,
 y quieres tú guardar tantas.
No duermo yo, que sospecho
y me da mortal congoja
un gallo de cresta roja,
porque la tiene en el pecho.
 Salí al fin y, cual ladrón
de casa, hasta aquí me entré.
Con las palomas topé,
que de amor ejemplo son;
y como las vi arrullar,
 y con requiebros tan ricos
a los pechos por los picos
las almas comunicar,
dije: ¡Oh, maldígale Dios,
 aunque grave y altanero,
 al palomino extranjero
que os alborota a los dos!
Los gansos han despertado,
gruñe el lechón, y los bueyes
braman; que de honor las leyes
 hasta el jumentillo atado
al pesebre con la soga
desasosiegan por mí,
que soy su dueño, y aquí
ven que ya el cordel me ahoga.
 Gana me da de llorar.
Lástima tengo de verme
en tanto mal. Mas ¿si duerme
Casilda? Aquí siento hablar.
En esta saca de harina
 me podré encubrir mejor,
que si es el Comendador,
lejos de aquí me imagina.
 
Escóndese. INÉS y CASILDA

 
CASILDA: Gente digo que he sentido.
INÉS: Digo que te has engañado.
CASILDA: Tú con un hombre has hablado.
INÉS: ¿Yo?
CASILDA: Tú, pues.
INÉS: Tú, ¿lo has oído?
CASILDA: Pues si no hay malicia aquí,
mira que serán ladrones.
INÉS: ¡Ladrones! Miedo me pones.
CASILDA: Da voces.
INÉS: Yo no.
CASILDA: Yo sí.
INÉS: Mira que es alborotar
la vecindad sin razón.
Salen el COMENDADOR Y LUJÁN

 
COMENDADOR: Ya no puede mi afición
sufrir, temer ni callar.
 Yo soy el Comendador,
yo soy tu señor.
CASILDA: No tengo
señor más que a Pedro.
COMENDADOR: Vengo
esclavo, aunque soy señor.
Duélete de mí, o diré
 que te hallé con el lacayo
que miras.
CASILDA: Temiendo el rayo,
del trueno no me espanté.
Pues, prima, ¡tú me has vendido!
INÉS: Anda, que es locura agora,
 siendo pobre labradora,
y un villano tu marido,
dejar morir de dolor
a un príncipe; que más va
en su vida, ya que está
 en casa, que no en tu honor.
Peribáñez fue a Toledo.
CASILDA: ¡Oh prima crüel y fiera,
vuelta de prima, tercera!
COMENDADOR: Dejadme, a ver lo que puedo.
LUJÁN: Dejémoslos, que es mejor.
A solas se entenderán.
 
Váyanse

 
CASILDA: Mujer soy de un capitán,
si vos sois comendador.
Y no os acerquéis a mí,
 porque a bocados y a coces
os haré...
COMENDADOR: Paso, y sin voces.
PERIBÁÑEZ: (¡Ay honra! ¿Qué aguardo aquí? Aparte
Mas soy pobre labrador
bien será llegar y hablalle
 pero mejor es matalle.)
Perdonad, Comendador,
que la honra es encomienda
de mayor autoridad.
COMENDADOR: ¡Jesús! ¡Muerto soy! ¡Piedad!
PERIBÁÑEZ: No temas, querida prenda,
mas sígueme por aquí.
CASILDA: No te hablo de turbada.
 
Éntrense. Siéntese el COMENDADOR en una silla

 
COMENDADOR: Señor, tu sangre sagrada
se duela agora de mí,
 pues me ha dejado la herida
pedir perdón a un vasallo.

Sale LEONARDO

 
LEONARDO: Todo en confusión lo hallo.
Ah, Inés! ¿Estás escondida?
¡Inés!
COMENDADOR: Voces oigo aquí.
 ¿Quien llama?
LEONARDO: Yo soy, Inés.
COMENDADOR: ¡Ay Leonardo! ¿No me ves?
LEONARDO: ¿Mi señor?
COMENDADOR: Leonardo, sí.
LEONARDO: ¿Qué te ha dado? Que parece
que muy desmayado estás.
COMENDADOR: Dióme la muerte no más.
Más el que ofende merece.
LEONARDO: ¡Herido! ¿De quién?
COMENDADOR: No quiero
voces ni venganzas ya.
Mi vida en peligro está,
 sola la del alma espero.
No busques ni hagas extremos,
pues me han muerto con razón.
Llévame a dar confesión
y las venganzas dejemos.
 A Peribáñez perdono.
LEONARDO: ¿Que un villano te mató
y que no lo vengo yo?
Esto siento.
COMENDADOR: Yo le abono.
No es villano, es caballero;
 que pues le ceñí la espada
con la guarnición dorada,
no ha empleado mal su acero.
LEONARDO: Vamos, llamaré a la puerta
del Remedio.
COMENDADOR: Sólo es Dios.
 
Váyanse. Salen LUJÁN, enharinado;
INÉS, PERIBÁÑEZ, y CASILDA

 
PERIBÁÑEZ: Aquí moriréis los dos.
INÉS: Ya estoy, sin heridas, muerta.
LUJÁN: Desventurado Luján,
¿dónde podrás esconderte?
PERIBÁÑEZ: Ya no se excusa tu muerte.
LUJÁN: ¿Por qué, señor capitán?
PERIBÁÑEZ: Por fingido segador.
INÉS: Y a mí, ¿por qué?
PERIBÁÑEZ: Por traidora.

Huya LUJÁN, herido, y luego INÉS

 
LUJÁN: ¡Muerto soy!
INÉS: ¡Prima y señora!
CASILDA: No hay sangre donde hay honor.
PERIBÁÑEZ: Cayeron en el portal.
CASILDA: Muy justo ha sido el castigo.
PERIBÁÑEZ: ¿No irás, Casilda, conmigo?
CASILDA: Tuya soy al bien o al mal.
PERIBÁÑEZ: A las ancas desa yegua
 amanecerás conmigo
 en Toledo.
CASILDA: Y a pie, digo.
PERIBÁÑEZ: Tierra en medio es buena tregua
en todo acontecimiento,
y no aguardar al rigor.
CASILDA: Dios haya al Comendador.
Matóle su atrevimiento.
 
Vanse. Salen el REY Enrique y el CONDESTABLE

 
REY: Alégrame de ver con qué alegría
Castilla toda a la jornada viene.
CONDESTABLE: Aborrecen, señor, la monarquía
que en nuestra España el africano tiene.
REY: Libre pienso dejar la Andalucía,
si el ejército nuestro se previene,
antes que el duro invierno con su hielo
cubra los campos y enternezca el suelo.
 Iréis, Juan de Velasco, previniendo,
pues que la Vega da lugar bastante,
el alarde famoso que pretendo,
por que la fama del concurso espante
por ese Tajo aurífero, y subiendo
 al muro por escalas de diamante,
mire de pabellones y de tiendas
otro Toledo por las verdes sendas.
Tiemble en Granada el atrevido moro
de las rojas banderas y pendones.
 Convierta su alegría en triste lloro.
CONDESTABLE: Hoy me verás formar los escuadrones.
REY: La Reina viene, su presencia adoro.
 No ayuda mal en estas ocasiones.

Salen la REINA y acompañamiento

 
REINA: Si es de importancia, volveréme luego.
REY: Cuando lo sea, que no os vais os ruego.
¿Qué puedo yo tratar de paz, señora,
en que vos no podáis darme consejo?
Y si es de guerra lo que trato agora,
¿cuándo con vos, mi bien, no me aconsejo?
 ¿Cómo queda don Juan?
REINA: Por veros llora.
REY: Guárdele Dios, que es un divino espejo
donde se ven agora retratados,
mejor que los presentes, los pasados.
REINA: El príncipe don Juan es hijo vuestro;
 con esto sólo encarecido queda.
REY: Mas con decir que es vuestro, siendo nuestro,
él mismo dice la virtud que hereda.
REINA: Hágale el cielo en imitaros diestro,
que con esto no más que le conceda,
 le ha dado todo el bien que le deseo.
REY: De vuestro generoso amor lo creo.
REINA: Como tiene dos años, le quisiera
de edad que esta jornada acompañara
vuestras banderas.
REY: ¡Ojalá pudiera,
 y a ensalzar la de Cristo comenzara!

Sale GÓMEZ Manrique

 
[REY:] ¿Qué caja es esa?
GÓMEZ: Gente de la Vera
y Extremadura.
CONDESTABLE: De Guadalajara
y Atienza pasa gente.
REY: ¿Y la de Ocaña?
GÓMEZ: Quédase atrás por una triste hazaña.
REY: ¿Cómo?
GÓMEZ: Dice la gente que ha llegado
que a don Fadrique un labrador ha muerto.
REY: ¿A don Fadrique y al mejor soldado
que trujo roja cruz?
REINA: ¿Cierto?
GÓMEZ: Y muy cierto.
REY: En el alma, señora, me ha pesado.
 ¿Cómo fue tan notable desconcierto?
GÓMEZ: Por celos.
REY: ¿Fueron justos?
GÓMEZ: Fueron locos.
REINA: Celos, señor, y cuerdos, habrá pocos.
REY: ¿Está preso el villano?
GÓMEZ: Huyóse luego
con su mujer.
REY: ¡Qué desvergüenza extraña!
 ¿Con estas nuevas a Toledo llego?
¿Así de mi justicia tiembla España?
Dad un pregón en la ciudad, os ruego,
Madrid, Segovia, Talavera, Ocaña.
que a quien los diere presos, o sean muertos,
 tendrán de renta mil escudos ciertos.
Id luego y que ninguno los encubra
 ni pueda dar sustento ni otra cosa,
 so pena de la vida.
GÓMEZ: Voy.
 

Vase

 
REY: ¡Que cubra
 el cielo aquella mano rigurosa!
REINA: Confïad que tan presto se descubra,
cuanto llega la fama codiciosa
del oro prometido.

Sale un PAJE

 
PAJE: Aquí está Arceo,
acabado el guión.
REY: Verle deseo.

Sale un SECRETARIO con un pendón rojo, y en
él las armas de Castilla con una mano arriba que tiene una
espada, y en la otra banda un Cristo crucificado

 
SECRETARIO: Éste es, señor, el guión.
REY: Mostrad. Paréceme bien,
que este capitán también
lo fue de mi redención.
REINA: ¿Qué dicen las letras?
REY: Dicen:
 Juzga tu causa, Señor.
REINA: Palabras son de temor.
REY: Y es razón que atemoricen.
REINA: Desotra parte ¿qué está?
REY: El castillo y el león,
y esta mano por blasón,
 que va castigando ya.
REINA: ¿La letra?
REY: Sólo mi nombre.
REINA: ¿Cómo?
REY: Enrique Justiciero,
que ya, en lugar del Tercero,
quiero que este nombre asombre.
 
Sale GÓMEZ

 
GÓMEZ: Ya se van dando pregones,
con llanto de la ciudad.
REINA: Las piedras mueve a piedad.
REY: ¡Basta que los azadones
a las cruces de Santiago
 se igualan! ¿Cómo o por dónde?
REINA: ¡Triste dél si no se esconde!
REY: Voto y juramento hago
de hacer en él un castigo
que ponga al mundo temor.
 
Sale Un PAJE

 
PAJE: Aquí dice un labrador
que le importa hablar contigo.

Sale PERIBÁÑEZ, todo de labrador, con
capa larga y su mujer

 
REY: Señora, tomemos sillas.
CONDESTABLE: Éste algún aviso es.
PERIBÁÑEZ: Dame, gran señor, tus pies.
REY: Habla, y no estés de rodillas.

PERIBÁÑEZ: ¿Cómo, señor, puedo hablar,
si me ha faltado la habla
y turbados los sentidos
después que miré tu cara?
 Pero, siéndome forzoso,
con la justa confïanza
que tengo de tu justicia,
comienzo tales palabras.
Yo soy Peribáñez
REY: ¿Quién?
PERIBÁÑEZ: Peribáñez, el de Ocaña.
REY: ¡Matalde, guardas, matalde!
REINA: No en mis ojos. Tenéos, guardas.
REY: Tened respeto a la Reina.
PERIBÁÑEZ: Pues ya que matarme mandas,
 ¿no me oirás siquiera, Enrique,
pues Justiciero te llaman?
REINA: Bien dice. Oílde, señor.
REY: Bien decís; no me acordaba
que las partes se han de oír,
 y más cuando son tan flacas.
Prosigue.
PERIBÁÑEZ: Yo soy un hombre,
aunque de villana casta,
limpio de sangre, y jamás
de hebrea o mora manchada.
 Fui el mejor de mis iguales,
y en cuantas cosas trataban
me dieron primero voto,
y truje seis años vara.
Caséme con la que ves,
 también limpia, aunque villana,
virtuosa, si la ha visto
la envidia asida a la fama.
El Comendador Fadrique,
de vuesa villa de Ocaña,
 señor y Comendador,
dio, como mozo, en amarla.
Fingiendo que por servicios,
honró mis humildes casas
de unos reposteros, que eran
 cubiertos de tales cargas.
Dióme un par de mulas buenas,
mas no tan buenas que sacan
este carro de mi honra
de los lodos de mi infamia.
 Con esto intentó una noche,
que ausente de Ocaña estaba,
forzar mi mujer, mas fuese
con la esperanza burlada.
Vine yo, súpelo todo,
 y de las paredes bajas
quité las armas que al toro
pudieran servir de capa.
Advertí mejor su intento,
mas llamóme una mañana
 y díjome que tenía
de Vuestras Altezas cartas
para que con gente alguna
le sirviese esta jornada.
En fin, de cien labradores
 me dio la valiente escuadra.
Con nombre de capitán
salí con ellos de Ocaña;
y como vi que de noche
era mi deshonra clara,
 en una yegua a las diez
de vuelta en mi casa estaba;
que oí decir a un hidalgo
que era bienaventuranza
tener en las ocasiones
 dos yeguas buenas en casa.
Hallé mis puertas rompidas
y mi mujer destocada,
como corderilla simple
que está del lobo en las garras.
 Dio voces, llegué, saqué
la misma daga y espada
que ceñí para servirte,
no para tan triste hazaña;
paséle el pecho, y entonces
 dejó la cordera blanca,
porque yo, como pastor,
supe del lobo quitarla.
Vine a Toledo y hallé
que por mi cabeza daban
 mil escudos, y así quise
que mi Casilda me traiga.
Hazle esta merced, señor,
que es quien agora la gana,
porque viuda de mí,
 no pierda prenda tan alta.
REY: ¿Qué os parece?
REINA: Que he llorado,
que es la respuesta que basta
para ver que no es delito,
sino valor.
REY: ¡Cosa extraña!
 ¡Que un labrador tan humilde
estime tanto su fama!
¡Vive Dios que no es razón
matarle! Yo le hago gracia
de la vida. Mas ¿qué digo?
 Esto justicia se llama.
Y a un hombre deste valor
le quiero en esta jornada
por capitán de la gente
misma que sacó de Ocaña.
 Den a su mujer la renta,
y cúmplase mi palabra;
y después desta ocasión,
para la defensa y guarda
de su persona, le doy
 licencia de traer armas
defensivas y ofensivas.
PERIBÁÑEZ: Con razón todos te llaman
don Enrique el Justiciero.
REINA: A vos, labradora honrada,
 os mando de mis vestidos
cuatro, por que andéis con galas,
siendo mujer de soldado.
PERIBÁÑEZ: Senado, con esto acaba
la tragicomedia insigne
 del Comendador de Ocaña.

Fin de la Comedia

Lope de Vega - Peribañez y el comendador de Ocaña
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