Peribáñez y el comendador de Ocaña (Acto Segundo)

Lope de Vega, Peribáñez y el comendador de Ocaña
Personajes
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Acto Segundo

Cuatro labradores: BLAS, GIL, ANTÓN,
BENITO
 
 
BENITO: Yo soy deste parecer.
GIL: Pues asentaos y escribildo.
ANTÓN: Mal hacemos en hacer
 entre tan pocos cabildo.
BENITO: Ya se llamó desde ayer.
BLAS: Mil faltas se han conocido
 en esta fiesta pasada.
GIL: Puesto, señores, que ha sido
 la procesión tan honrada
 y el santo tan bien servido,
 debemos considerar
 que parece mal faltar
 en tan noble cofradía
 lo que agora se podría
 fácilmente remediar.
 Y cierto que, pues que toca
 a todos un mal que daña
 generalmente, que es poca
 devoción de toda Ocaña,
 y a toda Espana provoca,
 de nuestro santo patrón,
 Roque, vemos cada día
 aumentar la devoción
 una y otra cofradía,
 una y otra procesión
 en el reino de Toledo.
 Pues ¿por qué tenemos miedo
 a ningún gasto?
BENITO: No ha sido
 sino descuido y olvido.
 
Entre PERIBÁÑEZ
 
 
PERIBÁÑEZ: Si en algo serviros puedo,
 veisme aquí, si ya no es tarde.
BLAS: Peribáñez, Dios os guarde,
 gran falta nos habéis hecho.
PERIBÁÑEZ: El no seros de provecho
 me tiene siempre cobarde.
BENITO: Toma asiento junto a mi.
GIL: ¿Dónde has estado?
PERIBÁÑEZ. En Toledo,
 que a ver con mi esposa fui
 la fiesta.
ANTÓN: ¿Gran cosa?
PERIBÁÑEZ: Puedo
 decir, señores, que vi
 un cielo en ver en el suelo
 su santa iglesia, y la imagen
 que ser más bella recelo,
 si no es que a pintarla bajen
 los escultores del cielo;
 porque, quien la verdadera
 no haya visto en la alta esfera
 del trono en que está sentada,
 no podrá igualar en nada
 lo que Toledo venera.
 Hízose la procesión
 con aquella majestad
 que suelen, y que es razón,
 añadiendo autoridad
 el Rey en esta ocasión.
 Pasaba al Andalucía
 para proseguir la guerra.
GIL: Mucho nuestra cofradía
 sin vos en mil cosas yerra.
PERIBÁÑEZ: Pensé venir otro día
 y hallarme a la procesión
 de nuestro Roque divino,
 pero fue vana intención,
 porque mi Casilda vino
 con tan devota intención,
 que hasta que pasó la octava
 no pude hacella venir.
GIL: ¿Que allá el señor Rey estaba?
PERIBÁÑEZ: Y el Maestre, oí decir,
 de AIcántara y Calatrava.
 ¡Brava jornada aperciben!
 No ha de quedar moro en pie
 de cuantos beben y viven
 el Betis, aunque bien sé
 del modo que los reciben.
 Pero, esto aparte dejando,
 ¿de qué estábades tratando?
BENITO: De la nuestra cofradía
 de San Roque, y, a fe mía,
 que el ver que has llegado cuando
 mayordomo están haciendo,
 me ha dado, Pedro, a pensar
 que vienes a serlo.
ANTÓN: En viendo
 a Peribáñez entrar,
 lo mismo estaba diciendo.
BLAS: ¿Quién lo ha de contradecir?
GIL: Por mi digo que lo sea,
 y en la fiesta por venir
 se ponga cuidado y vea
 lo que es menester pedir.
PERIBÁÑEZ: Aunque por recién casado
 replicar fuera razón,
 puesto que me habéis honrado,
 agravio mi devoción
 huyendo el rostro al cuidado.
 Y por servir a San Roque,
 la mayordomía aceto
 para que más me provoque
 a su servicio.
ANTÓN: En efeto,
 haréis mejor lo que toque.
PERIBÁÑEZ: ¿Qué es lo que falta de hacer?
BENITO: Yo quisiera proponer
 que otro San Roque se hiciese
 más grande, por que tuviese
 más vista.
PERIBÁÑEZ: Buen parecer.
 ¿Qué dice Gil?
GIL: Que es razón,
 que es viejo y chico el que tiene
 la cofradía.
PERIBÁÑEZ: ¿Y Antón?
ANTÓN: Que hacerle grande conviene,
 y que ponga devoción.
 Está todo desollado
 el perro, y el panecillo
 más de la mitad quitado,
 y el ángel, quiero decillo,
 todo abierto por un lado.
 Y a los dos dedos, que son
 con que da la bendición,
 falta más de la mitad.
PERIBÁÑEZ: Blas, ¿qué diz?
BLAS: Que a la ciudad
 vayan hoy Pedro y Antón,
 y hagan aderezar
 el viejo a algún buen pintor,
 porque no es justo gastar
 ni hacerlo agora mayor,
 pudiéndole renovar.
PERIBÁÑEZ: Blas dice bien, pues está
 tan pobre la cofradía;
 mas ¿cómo se llevará?
ANTÓN: En vuesa pollina o mía
 sin daño y golpes irá
 de una sábana cubierto.
PERIBÁÑEZ: Pues esto baste por hoy,
 si he de ir a Toledo.
BLAS: Advierto
 que este parecer que doy
 no lleva engaño encubierto;
 que, si se ofrece gastar,
 cuando Roque se volviera
 San Cristóbal, sabré dar
 mi parte.
GIL: Cuando eso fuera,
 ¿quién se pudiera excusar?
PERIBÁÑEZ: Pues vamos, Antón, que quiero
 despedirme de mi esposa.
ANTÓN: Yo con la imagen te espero.
PERIBÁÑEZ: Llamará Casilda hermosa
 este mi amor lisonjero;
 que, aunque desculpado quedo
 con que el cabildo me ruega,
 pienso que enojarla puedo,
 pues en tiempo de la siega
 me voy de Ocaña a Toledo.
 
Éntrense. Salen el COMENDADOR y LEONARDO
 
 
COMENDADOR: Cuéntame el suceso todo.
LEONARDO: Si de algún provecho es
 haber conquistado a Inés,
 pasa, señor, deste modo.
 Vino de Toledo a Ocaña
 Inés con tu labradora,
 como de su sol aurora,
 más blanda y menos extraña.
 Pasé sus calles las veces
 que pude, aunque con recato,
 porque en gente de aquel trato
 hay maliciosos jüeces.
 A baile salió una fiesta,
 ocasión de hablarla hallé;
 habléla de amor y fue
 la vergüenza la respuesta.
 Pero saliendo otro día
 a las eras, pude hablalla,
 y en el camino contalla
 la fingida pena mía.
 Ya entonces más libremente
 mis palabras escuchó,
 y pagarme prometió
 mi afición honestamente,
 porque yo le di a entender
 que ser mi esposa podría,
 aunque ella mucho temía
 lo que era razón temer.
 Pero aseguréla yo
 que tú, si era tu contento,
 harías el casamiento,
 y de otra manera no.
 Con esto está de manera
 que si a Casilda ha de haber
 puerta, por aquí ha de ser,
 que es prima y es bachillera.
COMENDADOR: ¡Ay Leonardo! ¡Si mi suerte
 al imposible inhumano
 de aqueste desdén villano,
 roca del mar siempre fuerte,
 hallase fácil camino!
LEONARDO: ¿Tan ingrata te responde?
COMENDADOR: Seguíla, ya sabes dónde,
 sombra de su sol divino,
 y, en viendo que me quitaba
 el rebozo, era de suerte
 que, como de ver la muerte,
 de mi rostro se espantaba.
 Ya le salían colores
 al rostro, ya se teñía
 de blanca nieve y hacía
 su furia y desdén mayores.
 Con efetos desiguales
 yo, con los humildes ojos,
 mostraba que sus enojos
 me daban golpes mortales.
 En todo me parecía
 que aumentaba su hermosura,
 y atrevióse mi locura,
 Leonardo, a llamar un día
 un pintor, que retrató
 en un naipe su desdén.
LEONARDO: Y ¿parecióse?
COMENDADOR: Tan bien,
 que después me le pasó
 a un lienzo grande, que quiero
 tener donde siempre esté
 a mis ojos, y me dé
 más favor que el verdadero.
 Pienso que estará acabado,
 tú irás por él a Toledo;
 pues con el vivo no puedo,
 viviré con el pintado.
LEONARDO: Iré a servirte, aunque siento
 que te aflijas por mujer
 que la tardas en vencer
 lo que ella en saber tu intento.
 Déjame hablar con Inés,
 que verás lo que sucede.
COMENDADOR: Si ella lo que dices puede,
 no tiene el mundo interés...
 
LUJÁN entre como segador
 
 
LUJÁN: ¿Estás solo?
COMENDADOR: ¡Oh buen Luján!
 Sólo está Leonardo aquí.
LUJÁN: ¡Albricias, señor!
COMENDADOR: Si a ti
 deseos no te las dan
 ¿Qué hacienda tengo en Ocaña?
LUJÁN: En forma de segador,
 a Peribáñez, señor
 (tanto el apariencia engaña),
 pedí jornal en su trigo,
 y, desconocido, estoy
 en su casa desde hoy.
COMENDADOR: ¡Quién fuera, Luján, contigo!
LUJÁN: Mañana, al salir la aurora,
 hemos de ir los segadores
 al campo; mas tus amores
 tienen gran remedio agora
 que Peribáñez es ido
 a Toledo, y te ha dejado
 esta noche a mi cuidado;
 porque, en estando dormido
 el escuadrón de la siega
 alrededor del portal,
 en sintiendo que al umbral
 tu seña o tu planta llega,
 abra la puerta, y te adiestre
 por donde vayas a ver
 esta invencible mujer.
COMENDADOR: ¿Cómo quieres que te muestre
 debido agradecimiento
 Luján, de tanto favor?
LUJÁN: Es el tesoro mayor
 del alma el entendimiento.
COMENDADOR: Por qué camino tan llano
 has dado a mi mal remedio!
 Pues no estando de por medio
 aquel celoso villano,
 y abriendome tú la puerta
 al dormir los segadores,
 queda en mis locos amores
 la de mi esperanza abierta.
 ¡Brava ventura he tenido
 no sólo en que se partiese,
 pero de que no te hubiese
 por el disfraz conocido!
 ¿Has mirado bien la casa?
LUJÁN: Y, ¡cómo si la miré!
 Hasta el aposento entré
 del sol que tu pecho abrasa.
COMENDADOR: ¿Que has entrado a su aposento?
 ¿Que de tan divino sol
 fuiste Faetón español?
 ¡Espantoso atrevimiento!
 ¿Qué hacía aquel ángel bello?
LUJÁN: Labor en un limpio estrado,
 no de seda ni brocado,
 aunque pudiera tenello,
 mas de azul guadamecí
 con unos vivos dorados
 que, en vez de borlas, cortados
 por las cuatro esquinas vi.
 Y como en toda Castilla
 dicen del agosto ya
 que el frio en el rostro da,
 y ha llovido en nuestra villa,
 o por verse caballeros
 antes del invierno frío,
 sus paredes, señor mío,
 sustentan tus reposteros.
 Tanto, que dije entre mí,
 viendo tus armas honradas:
 Rendidas, que no colgadas,
 pues amor lo quiere ansí.
COMENDADOR: Antes ellas te advirtieron
 de que en aquella ocasión
 tomaban la posesión
 de la conquista que hicieron;
 porque, donde están colgadas,
 lejos están de rendidas.
 Pero, cuando fueran vidas,
 las doy por bien empleadas.
 Vuelve, no te vean aquí,
 que, mientras me voy a armar,
 querrá la noche llegar
 para dolerse de mi.
LUJÁN: ¿Ha de ir Leonardo contigo?
COMENDADOR: Paréceme discreción,
 porque en cualquiera ocasión
 es bueno al lado un amigo.
 
Vanse. Entran CASILDA e INÉS
 
 
CASILDA: Conmigo te has de quedar
 esta noche, por tu vida.
INÉS: Licencia es razón que pida.
 Desto no te has de agraviar,
 que son padres en efeto.
CASILDA: Enviaréles un recaudo,
 por que no estén con cuidado,
 que ya es tarde, te prometo.
INÉS: Trázalo como te dé
 más gusto, prima querida.
CASILDA: No me habrás hecho en tu vida
 mayor placer, a la fe.
 Esto debes a mi amor.
INÉS: Estás, Casilda, enseñada
 a dormir acompañada;
 no hay duda, tendrás temor.
 Y yo mal podré suplir
 la falta de tu velado,
 que es mozo, a la fe, chapado
 y para hacer y decir.
 Yo, si viese algún rüido,
 cuéntame por desmayada.
 Tiemblo una espada envainada;
 desnuda, pierdo el sentido.
CASILDA: No hay en casa qué temer,
 que duermen en el portal
 los segadores.
INÉS: Tu mal
 soledad debe de ser,
 y temes que estos desvelos
 te quiten el sueño.
CASILDA: Aciertas,
 que los desvelos son puertas
 para que pasen los celos
 desde el amor al temor
 y en comenzando a temer,
 no hay más dormir que poner
 con celos remedio a amor.
INÉS: Pues ¿qué ocasión puede darte
 en Toledo?
CASILDA: ¿Tú no ves
 que celos es aire, Inés,
 que vienen de cualquier parte?
[INÉS:] Que de Medina venía
 oí yo siempre cantar.
CASILDA: ¿Y Toledo no es lugar
 de adonde venir podría?
INÉS: Grandes hermosuras tiene.
CASILDA: Ahora bien, vente a cenar.
 
LLORENTE y MENDO, segadores
 
 
LLORENTE: A quien ha de madrugar
 dormir luego le conviene.
MENDO: Digo que muy justo es.
 Los ranchos pueden hacerse.
CASILDA: Ya vienen a recogerse
 los segadores, Inés.
INÉS: Pues vamos, y a Sancho avisa
 el cuidado de la huerta.

Vanse
 
 
LLORENTE: Muesama acude a la puerta.
 Andará dándonos prisa
 por no estar aquí su dueño.
 
Entren BARTOLO y CHAPARRO, segadores
 
 
BARTOLO: A alba he de haber segado
 todo el repecho del prado.
CHAPARRO: Si diere licencia el sueño.
 Buenas noches os dé Dios,
 Mendo y Llorente.
MENDO: El sosiego
 no será mucho si luego
 habemos de andar los dos
 con las hoces a destajo,
 aquí manada, aquí corte.
CHAPARRO: Pardiez, Mendo, cuando importe,
 bien luce el justo trabajo.
 Sentaos y, antes de dormir,
 o cantemos o contemos
 algo de nuevo y podremos
 en esto nos divertir.
BARTOLO: ¿Tan dormido estáis, Llorente?
LLORENTE. Pardiez, Bartol, que quisiera
 que en un año amaneciera
 cuatro veces solamente.
 
HELIPE y LUJÁN, segadores
 
 
HELIPE: ¿Hay para todos lugar?
MENDO: ¡Oh Helipe! Bien venido.
LUJÁN: Y yo, si lugar os pido,
 ¿podréle por dicha hallar?
CHAPARRO: No faltará para vos.
 Aconchaos junto la puerta.
BARTOLO: Cantar algo se concierta.
CHAPARRO: Y aun contar algo, por Dios.
LUJÁN: Quien supiere un lindo cuento,
 póngale luego en el corro.
CHAPARRO: De mi capote me ahorro
 y para escuchar me asiento.
LUJÁN: Va primero de canción,
 y luego diré una historia
 que me viene a la memoria.
MENDO: Cantad.
LLORENTE: Ya comienzo el son.
 
Canten con las guitarras
 
 
 "Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
 Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!
 Trébole de la casada,
 que a su esposo quiere bien;
 de la doncella también,
 entre paredes guardada,
 que, fácilmente engañada,
 sigue su primero amor.
 Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
 Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!
 Trébole de la soltera,
 que tantos amores muda;
 trébole de la viuda,
 que otra vez casarse espera,
 tocas blancas por defuera
 y el faldellín de color.
 Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
 Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!"
 
LUJÁN: Parecen que se han dormido.
 No tenéis ya que cantar.
LLORENTE: Yo me quiero recostar,
 aunque no en trébol florido.
LUJÁN: ¿Qué me detengo? Ya están
 los segadores durmiendo.
 Noche, este amor te encomiendo.
 Prisa los silbos me dan.
 La puerta le quiero abrir.
 ¿Eres tú, señor?
 
Entren el COMENDADOR y LEONARDO
 
 
COMENDADOR: Yo soy.
LUJÁN: Entra presto.
COMENDADOR: Dentro estoy.
LUJÁN: Ya comienzan a dormir.
 Seguro por ellos pasa,
 que un carro puede pasar
 sin que puedan despertar.
COMENDADOR: Luján, yo no sé la casa.
 Al aposento me guía.
LUJÁN: Quédese Leonardo aquí.
LEONARDO: Que me place.
LUJÁN: Ven tras mí.
COMENDADOR: ¡Oh amor! ¡Oh fortuna mía!
 ¡Dame próspero suceso!
 
Vanse
 
 
LLORENTE: Hola, Mendo!
MENDO: ¿Qué hay, Llorente?
LLORENTE: En casa anda gente.
MENDO: ¿Gente?
 Que lo temí te confieso.
 ¿Así se guarda el decoro
 a Peribáñez?
LLORENTE: No sé.
 Sé que no es gente de a pie.
MENDO: ¿Cómo?
LLORENTE: Trae capa con oro.
MENDO: ¿Con oro? Mátenme aquí
 si no es el Comendador.
LLORENTE: Demos voces.
MENDO: ¿No es mejor
 callar?

LLORENTE: Sospecho que sí.
 Pero ¿de qué sabes que es

 el Comendador?
MENDO: No hubiera
 en Ocaña quien pusiera
 tan atrevidos los pies,
 ni aun el pensamiento, aquí.
LLORENTE: Esto es casar con mujer
 hermosa.
MENDO: ¿No puede ser
 que ella esté sin culpa?
LLORENTE. Sí.
 Ya vuelven. Hazte dormido.
 
[Entren el COMENDADOR y LUJÁN]
 
 
COMENDADOR: ¡Ce! ¡Leonardo!
LEONARDO. ¿Qué hay, señor?
COMENDADOR. Perdí la ocasión mejor
 que pudiera haber tenido.
LEONARDO: ¿Cómo?
COMENDADOR: Ha cerrado y muy bien
 el aposento esta fiera.
LEONARDO: Llama.
COMENDADOR: ¡Si gente no hubiera...!
 Mas despertarán también.
LEONARDO: No harán, que son segadores,
 y el vino y cansancio son
 candados de la razón
 y sentidos exteriores.
 Pero escucha, que han abierto
 la ventana del portal.
COMENDADOR: Todo me sucede mal.
LEONARDO: ¿Si es ella?
COMENDADOR. Tenlo por cierto.
 
A la ventana con un rebozo, CASILDA
 
 
CASILDA: ¿Es hora de madrugar,
 amigos?
COMENDADOR: Señora mía,
 ya se va acercando el día
 y es tiempo de ir a segar.
 Demás que, saliendo vos,
 sale el sol, y es tarde ya.
 Lástima a todos nos da
 de veros sola, por Dios.
 No os quiere bien vuestro esposo,
 pues a Toledo se fue
 y os deja una noche. A fe
 que si fuera tan dichoso
 el Comendador de Ocaña
 --que sé yo que os quiere bien,
 aunque le mostráis desdén
 y sois con él tan extraña--,
 que no os dejara, aunque el Rey
 por sus cartas le llamara;
 que dejar sola esa cara
 nunca fue de amantes ley.
 
CASILDA: Labrador de lejas tierras,
 que has venido a nuesa villa
 convidado del agosto,
 ¿quién te dio tanta malicia?
 Ponte tu tosca antiparra,
 del hombro el gabán derriba,
 la hoz menuda en el cuello,
 los dediles en la cinta.
 Madruga al salir del alba,
 mira que te llama el día,
 ata las manadas secas
 sin maltratar las espigas.
 Cuando salgan las estrellas,
 a tu descanso camina,
 y no te metas en cosas
 de que algún mal se te siga.
 El Comendador de Ocaña
 servirá dama de estima,
 no con sayuelo de grana
 ni con saya de palmilla.
 Copete traerá rizado,
 gorguera de holanda fina,
 no cofia de pinos tosca,
 y toca de argentería.
 En coche o silla de seda
 los disantos irá a misa,
 no vendrá en carro de estacas
 de los campos a las viñas.
 Dirále en cartas discretas
 requiebros a maravilla,
 no labradores desdenes
 envueltos en señorías.
 Olerále a guantes de ámbar,
 a perfumes y pastillas,
 no a tomillo ni cantueso,
 poleo y zarzas floridas.
 Y cuando el Comendador
 me amase como a su vida,
 y se diesen virtud y honra
 por amorosas mentiras,
 más quiero yo a Peribáñez
 con su capa la pardilla
 que al Comendador de Ocaña
 con la suya guarnecida.
 Más precio verle venir
 en su yegua la tordilla,
 la barba llena de escarcha
 y de nieve la camisa,
 la ballesta atravesada,
 y del arzón de la silla
 dos perdices conejos,
 y el podenco de traílla,
 que ver al Comendador
 con gorra de seda rica,
 y cubiertos de diamantes
 los brahones y capilla;
 que más devoción me causa
 la cruz de piedra en la ermita,
 que la roja de Santiago
 en su bordada ropilla.
 Vete, pues, el segador,
 mala fuese la tu dicha,
 que si Peribáñez viene
 no verás la luz del día.
COMENDADOR: Quedo, señora. ¡Señora!
 Casilda, amores, Casilda,
 yo soy el Comendador;
 abridme, por vuestra vida.
 Mirad que tengo que daros
 dos sartas de perlas finas
 y una cadena esmaltada
 de más peso que la mía.
CASILDA: Segadores de mi casa,
 no durmáis, que con su risa
 os está llamando el alba.
 Ea, relinchos y grita,
 que al que a la tarde viniere
 con más manadas cogidas,
 le mando el sombrero grande
 con que va Pedro a las viñas.
 
Quítase de la ventana
 
 
MENDO: Llorente, muesa ama llama.
LUJÁN: Huye, señor, huye aprisa,
 que te ha de ver esta gente.
COMENDADOR: ¡Ah, crüel sierpe de Libia!
 Pues aunque gaste mi hacienda,
 mi honor, mi sangre y mi vida,
 he de rendir tus desdenes,
 tengo de vencer tus iras.
 
Vanse el COMENDADOR [LUJÁN y LEONARDO]
 
 
BARTOLO: Yérguete cedo, Chaparro,
 que viene a gran prisa el día.
CHAPARRO: Ea, Helipe, que es muy tarde.
HELIPE: Pardiez, Bartol, que se miran
 todos los montes bañados
 de blanca luz por encima.
LLORENTE: Seguidme todos, amigos,
 porque muesama no diga
 que porque muesamo falta
 andan las hoces baldías.
 
Éntrense todos relinchando. Salen PERIBÁÑEZ,
y el PINTOR y ANTÓN
 
 
PERIBÁÑEZ: Entre las tablas que vi
 de devoción o retratos,
 adonde menos ingratos
 los pinceles conocí,
 una he visto que me agrada
 o porque tiene primor,
 o porque soy labrador
 y lo es también la pintada.
 Y pues ya se concertó
 el aderezo del santo,
 reciba yo favor tanto
 que vuelva a mirarla yo.
PINTOR: Vos tenéis mucha razón,
 que es bella la labradora.
PERIBÁÑEZ: Quitalda del clavo ahora,
 que quiero enseñarla a Antón.
ANTÓN: Ya la vi, mas, si queréis,
 también holgaré de vella.
PERIBÁÑEZ: Id, por mi vida, por ella.
PINTOR: Yo voy.
 
Vase
 
 
PERIBÁÑEZ: Un ángel veréis.
ANTÓN: Bien sé yo por qué miráis
 la villana con cuidado.
PERIBÁÑEZ: Sólo el traje me le ha dado,
 que en el gusto os engañáis.
ANTÓN: Pienso que os ha parecido
 que parece a vuestra esposa.
PERIBÁÑEZ: ¿Es Casilda tan hermosa?
ANTÓN: Pedro, vos sois su marido,
 a vos os está más bien
 alaballa que no a mí.
 
Sale el PINTOR con el retrato de CASILDA, grande
 
 
PINTOR: La labradora está aquí.
PERIBÁÑEZ: (Y mi deshonra también.) Aparte
PINTOR: ¿Qué os parece?
PERIBÁÑEZ: Que es notable.
 ¿No os agrada, Antón?
ANTÓN: Es cosa
 a vuestros ojos hermosa
 y a los del mundo admirable.
PERIBÁÑEZ: Id, Antón, a la posada
 y ensillad mientras que voy.
ANTÓN: (Puesto que ignorante soy, Aparte
 Casilda es la retratada,
 y el pobre de Pedro está
 abrasándose de celos.)
 Adiós.
 
Váyase ANTÓN
 
 
PERIBÁÑEZ: No han hecho los cielos
 cosa, señor, como ésta.
 ¡Bellos ojos! ¡Linda boca!
 ¿De dónde es esta mujer?
PINTOR: No acertarla a conocer
 a imaginar me provoca
 que no está bien retratada--
 porque dónde vos nació.
PERIBÁÑEZ: ¿En ócaña?
PINTOR: Sí.
PERIBÁÑEZ: Pues yo
 conozco una desposada
 a quien algo se parece.
PINTOR: Yo no sé quién es, mas sé
 que a hurto la retraté,
 no como agora se ofrece,
 mas en un naipe. De allí
 a este lienzo la he pasado.
PERIBÁÑEZ: Ya sé quién la ha retratado.
 Si acierto, ¿diréislo?
PINTOR: Sí.
PERIBÁÑEZ: El Comendador de Ocaña.
PINTOR: Por saber que ella no sabe
 el amor de hombre tan grave,
 que es de lo mejor de España,
 me atrevo a decir que es él.
PERIBÁÑEZ: Luego, ¿ella no es sabidora?
PINTOR: Como vos antes de agora;
 antes, por ser tan fïel,
 tanto trabajo costó
 el poderla retratar.
PERIBÁÑEZ: ¿Queréismela a mi fïar,
 y llevársela yo?
PINTOR: No me han pagado el dinero.
PERIBÁÑEZ: Yo os daré todo el valor.
PINTOR: Temo que el Comendador
 se enoje, y mañana espero
 un lacayo suyo aquí.
PERIBÁÑEZ: Pues, ¿sábelo ese lacayo?
PINTOR: Anda veloz como un rayo
 por rendirla.
PERIBÁÑEZ: Ayer le vi,
 y le quise conocer.
PINTOR: ¿Mandáis otra cosa?
PERIBÁÑEZ: En tanto
 que nos reparáis el santo,
 tengo de venir a ver
 
 mil veces este retrato.
PINTOR: Como fuéredes servido.
 Adiós.
 
Vase el PINTOR
 
 
PERIBÁÑEZ: ¿Qué he visto y oído
 cielo airado, tiempo ingrato?
 Mas si de este falso trato
 no es cómplice mi mujer,
 ¿cómo doy a conocer
 mi pensamiento ofendido?
 Porque celos de marido
 no se han de dar a entender.
 Basta que el Comendador
 a mi mujer solicita,
 basta que el honor me quita,
 debiéndome dar honor.
 Soy vasallo, es mi señor,
 vivo en su amparo y defensa;
 si en quitarme el honor piensa,
 quitarélo yo la vida.
 que la ofensa acometida
 ya tiene fuerza de ofensa.
 Erré en casarme, pensado
 que era una hermosa mujer
 toda la vida un placer
 que estaba el alma pasando;
 pues no imaginé que, cuando
 la riqueza poderosa
 me la mirara envidiosa,
 la codiciara también.
 ¡Mal haya el humilde, amén,
 que busca mujer hermosa!
 Don Fadrique me retrata
 a mi mujer, luego ya
 haciendo dibujo está
 contra el honor que me mata.
 Si pintada me maltrata
 la honra, es cosa forzosa
 que venga a estar peligrosa
 la verdadera también.
 ¡Mal haya el humilde, amén,
 que busca mujer hermosa!
 Mal lo miró mi humildad
 en buscar tanta hermosura,
 mas la virtud asegura
 la mayor dificultad.
 Retirarme a mi heredad
 es dar puerta vergonzosa
 a quien cuanto escucha glosa
 y trueca en mal todo el bien.
 ¡Mal haya el humilde, amén,
 que busca mujer hermosa!
 Pues, también salir de Ocaña
 es el mismo inconveniente,
 y mi hacienda no consiente
 que viva por tierra extraña.
 ¡Cuánto me ayuda me daña!
 Pero hablaré con mi esposa,
 aunque es ocasión odiosa
 pedirle celos también.
 ¡Mal haya el humilde, amén,
 que busca mujer hermosa!

Vase. Salen LEONARDO y el COMENDADOR
 
 
COMENDADOR: Por esta casta, como digo, manda
 su majestad,Leonardo que le envíe
 de Ocaña y de su tierra alguna gente.
LEONARDO: ¡Y qué piensas hacer?
COMENDADOR: Que se echen bandos
 y que se alisten de valientes mozos
 hasta doscientos hombres, repartidos
 en dos lucida compañías, ciento
 de gente labradora y ciento hidalgos.
LEONARDO: ¿Y no será mejor hidalgos todos?
COMENDADOR: No caminas al paso de mi intento,
 y así vas lejos de mi pensamiento.
 De estos cien labradores hacer quiero
 cabeza y capitán a Peribáñez,
 y con esta invención tenelle ausente.
LEONARDO: ¡Extrañas cosas piensan los amantes!
COMENDADOR: Amor es guerra y cuanto piensa, ardides.
 ¿Si habrá venido ya?
LEONARDO: Luján me dijo
 que a comer le esperaban y que estaba
 Casilda llena de congoja y miedo.
 Supe después de Inés que no diría
 cosa de lo pasado aquella noche
 y que, de acuerdo de las dos, pensaba
 disimular, por no causarle pena;
 a que, viéndola triste y afligida,
 no se atreviese a declarar su pecho,
 lo que después para servirte haría.
COMENDADOR: ¡Rigurosa mujer! ¡Maldiga el cielo
 el punto en que caí, pues no he podido
 desde entonces, Leonardo, levantarme
 de los umbrales de su puerta!
LEONARDO: Calla,
 que más fuerte era Troya y la conquista
 derribó sus murallas por el suelo.
 Son estas labradoras encogidas
 y, por hallarse indignas, las más veces
 niegan, señor, lo mismo que desean.
 Ausenta a su marido honradamente,
 que tú verás el fin de tu deseo.
COMENDADOR: Quiéralo mi ventura, que te juro
 que, habiendo sido en tantas ocasiones
 tan animoso como sabe el mundo,
 en ésta voy con un temor notable.
LEONARDO: Bueno será saber si Pedro viene.
COMENDADOR: Parte, Leonardo, y de tu Inés te informa,
 sin que pases la calle ni levantes
 los ojos a ventana o puerta suya.
LEONARDO: Exceso es ya tan gran desconfïanza,
 porque ninguno amó sin esperanza.
 
Vase LEONARDO
 
 
COMENDADOR: Cuentan de un rey que a un árbol adoraba,
 y que un mancebo a un mármol asistía,
 a quien, sin dividirse noche y día,
 sin amores y quejas le contaba.
 Pero el que un tronco y una piedra amaba,
 más esperanza de su bien tenía,
 pues, en fin, acercársele podía,
 y a hurto de la gente le abrazaba.
 ¡Mísero yo, que adoro en otro muro
 colgada aquella ingrata y verde hiedra,
 cuya dureza enternecer procuro!
 Tal es el fin que mi esperanza medra;
 mas, pues que de morir estoy seguro,
 ¡plega al amor que te convierta en piedra!
 
Vase. Salen PERIBÁÑEZ y ANTÓN
 
 
PERIBÁÑEZ: Vos os podéis ir, Antón,
 a vuestra casa, que es justo.
ANTÓN: Y vos, ¿no fuera razón?
PERIBÁÑEZ: Ver mis segadores gusto,
 pues llego a buena ocasión.
 que la haza cae aquí.
ANTÓN: ¿Y no fuera mejor haza
 vuestra Casilda?
PERIBÁÑEZ: Es ansí,
 pero quiero darles traza
 de lo que han de hacer, por mí.
 Id a ver vuesa mujer,
 y a la mía así de paso
 decid que me quedo a ver
 nuestra hacienda.
ANTÓN: (¡Extraño caso! Aparte
 No quiero darle a entender
 que entiendo su pensamiento.)
 Quedad con Dios.
 
Vase ANTÓN
 
 
PERIBÁÑEZ: Él os guarde.
 Tanta es la afrenta que siento,
 que sólo por entrar tarde
 hice aqueste fingimiento.
 ¡Triste yo! Si no es culpada
 Casilda, ¿por qué rehúyo
 el verla? ¡Ay mi prenda amada!
 Para tu gracia atribuyo
 mi fortuna desgraciada.
 Si tan hermosa no fueras,
 claro está que no le dieras
 al señor Comendador
 causa de tan loco amor.
 Estos son mi trigo y eras.
 ¡Con qué diversa alegría,
 oh campos, pensé miraros
 cuando contento vivía!
 Porque viniendo a sembraros,
 otra esperanza tenía.
 Con alegre corazón
 pensé de vuestras espigas
 henchir mis trojes, que son
 agora eternas fatigas
 de mi perdida opinión.
 
Voces
 
 
 Mas quiero disimular,
 que ya sus relinchos siento.
 Oírlos quiero cantar,
 porque en ajeno instrumento
 comienza el alma a llorar.
 
Dentro grita como que siegan
 
 
MENDO: Date más priesa, Bartol,
 mira que la noche baja,
 y se va a poner el sol.
BARTOLO: Bien cena quien bien trabaja,
 dice el refrán español.
LLORENTE: Échote una pulla, Andrés:
 que te bebas media azumbre.
CHAPARRO: Échame otras dos, Ginés.
PERIBÁÑEZ: Todo me da pesadumbre,
 todo mi desdicha es.
MENDO: Canta, Llorente, el cantar
 de la mujer de muesamo.
PERIBÁÑEZ: ¿Qué tengo más que esperar?
 La vida, cielos, desamo.
 ¿Quién me la quiere quitar?
 
Canta un SEGADOR
 
 
SEGADOR: "La mujer de Peribáñez
 hermosa es a maravilla;
 el Comendador de Ocaña
 de amores la requería.
 La mujer es virtüosa
 cuanto hermosa y cuanto linda;
 mientras Pedro está en Toledo
 de esta suerte respondía:
 Más quiero yo a Peribáñez
 con su capa la pardilla,
 que no a vos, Comendador,
 con la vuesa guarnecida."
 
PERIBÁÑEZ: Notable aliento he cobrado
 con oír esta canción,
 porque lo que ésta ha cantado
 las mismas verdades son
 que en mi ausencia habrán pasado.
 ¡Oh cuánto le debe al cielo
 quien tiene buena mujer!
 Que el jornal dejan, recelo.
 Aquí me quiero esconder.
 ¡Ojalá se abriera el suelo!
 Que aunque en gran satisfacción,
 Casilda, de ti me pones,
 pena tengo con razón,
 porque honor que anda en canciones
 tiene dudosa opinión.
 
Vase. Salen INÉS y CASILDA
 
 
CASILDA: ¿Tú me habías de decir
 desatino semejante?
INÉS: Deja que pase adelante.
CASILDA: Ya, ¿cómo te puedo oír?
INÉS: Prima, no me has entendido,
 y este preciarte de amar
 a Pedro te hace pensar
 que ya está Pedro ofendido.
 Lo que yo te digo a ti
 es cosa que a mí me toca.
CASILDA: ¿A ti?
INÉS: Sí.
CASILDA: Yo estaba loca.
 Pues si a ti te toca, di.
 
INÉS: Leonardo, aquel caballero
 del Comendador, me ama
 y por su mujer me quiere.
CASILDA: Mira, prima, que te engaña.
INÉS: Yo sé, Casilda, que soy
 su misma vida.
CASILDA: Repara
 que son sirenas los hombres,
 que para matarnos cantan.
INÉS: Yo tengo cédula suya.
CASILDA: Inés, plumas y palabras
 todas se las lleva el viento.
 Muchas damas tiene Ocaña
 con ricos dotes, y tú
 ni eres muy rica ni hidalga.
INÉS: Prima, si con el desdén
 que agora comienzas, tratas
 al señor Comendador,
 falsas son mis esperanzas,
 todo mi remedio impides.
CASILDA: ¿Ves, Inés, cómo te engañas,
 pues por que me digas eso
 quiere fingir que te ama?
INÉS: Hablar bien no quita honor,
 que yo no digo que salgas
 a recibirle a la puerta
 ni a verle por la ventana.
CASILDA: Si te importara la vida,
 no le mirara la cara.
 Y advierte que no le nombres,
 o no entres más en mi casa,
 que del ver viene el oír,
 y de las locas palabras
 vienen las infames obras.
 
PERIBÁÑEZ con una alforjas en las manos
 
 
PERIBÁÑEZ: ¡Esposa!
CASILDA: ¡Luz de mi alma!
PERIBÁÑEZ: ¿Estás buena?
CASILDA: Estoy sin ti.
 ¿Vienes bueno?
PERIBÁÑEZ: El verte basta
 para que salud me sobre.
 ¡Prima!
INÉS: ¡Primo!
PERIBÁÑEZ: ¿Qué me falta,
 si juntas os veo?
CASILDA: Estoy
 a nuestra Inés obligada,
 que me ha hecho compañía
 lo que has faltado de Ocaña.
PERIBÁÑEZ: A su casamiento rompas
 dos chinelas argentadas,
 y yo los zapatos nuevos
 que siempre en bodas se calzan.
CASILDA: ¿Qué me traes de Toledo?
PERIBÁÑEZ: Deseos, que por ser carga
 tan pesada, no he podido
 traerte joyas ni galas.
 Con todo, te traigo aquí
 para esos pies, que bien hayan,
 unas chinelas abiertas
 que abrochan cintas de nácar.
 Traigo más: seis tocas rizas,
 y para prender las sayas
 dos cintas de vara y media
 con sus herretes de plata.
CASILDA: Mil años te guarde el cielo.
PERIBÁÑEZ: Sucedióme una desgracia,
 que a la fe que fue milagro
 llegar con vida a mi casa.
CASILDA: ¡Ay, Jesús! Toda me turbas.
PERIBÁÑEZ: Caí de unas cuestas altas
 sobre una piedras.
CASILDA: ¿Qué dices?
PERIBÁÑEZ: Que si no me encomendara
 al santo en cuyo servicio
 caí de la yegua baya,
 a estas horas estoy muerto.
CASILDA: Toda me tienes helada.
PERIBÁÑEZ: Prometíle la mejor
 prenda que hubiese en mi casa
 para honor de su capilla,
 y así quiero que mañana
 quiten estos reposteros
 que nos harán poca falta,
 y cuelguen en las paredes
 de aquella su ermita santa
 en justo agradecimiento.
CASILDA: Si fueran paños de Francia,
 de oro, seda, perlas, piedras,
 no replicara palabra.
PERIBÁÑEZ: Pienso que nos está bien
 que no están en nuestra casa
 paños con armas ajenas;
 no murmuren en Ocaña
 que un villano labrador
 cerca su inocente cama
 de paños comendadores
 llenos de blasones y armas.
 Timbre y plumas no están bien
 entre el arado y la pala,
 bieldo, trillo y azadón,
 que en nuestras pareces blancas
 no han de estar cruces de seda,
 sino de espigas y pajas
 con algunas amapolas,
 manzanillas y retamas.
 Yo, ¿qué moros he vencido
 para castillos y bandas?
 Fuera de que sólo quiero
 que haya imágenes pintadas:
 la Anunciación, la Asunción,
 San Francisco con sus llagas,
 San Pedro mártir, San Blas
 contra el mal de la garganta,
 San Sebastián y San Roque,
 y otras pinturas sagradas,
 que retratos es tener
 en las pareces fantasmas.
 Uno vi yo, que quisiera...
 Pero no quisiera nada.
 Vamos a cenar, Casilda,
 y apercíbanme la cama.
CASILDA: ¿No estás bueno?
PERIBÁÑEZ: Bueno estoy.
 
Sale LUJÁN
 
 
LUJÁN: Aquí un crïado te aguarda
 del Comendador.
PERIBÁÑEZ: ¿De quién?
LUJÁN: Del Comendador de Ocaña.
PERIBÁÑEZ: Pues, ¿qué me quiere a estas horas?
LUJÁN: Eso sabrás si le hablas.
PERIBÁÑEZ: ¡Eres tú aquel segador
 que anteayer entró en mi casa?
LUJÁN: ¿Tan presto me desconoces?
PERIBÁÑEZ: Donde tantos hombres andan,
 no te espantes.
LUJÁN: (Malo es esto.) Aparte
INÉS: (Con muchos sentidos habla.) Aparte
PERIBÁÑEZ: (¿El Comendador a mí? Aparte
 ¡Ay, honra, al cuidado ingrata!
 Si eres vidrio, al mejor vidrio
 cualquiera golpe le basta.)
 

Vase. Salen LEONARDO y el COMENDADOR

Fin del Acto Segundo

Lope de Vega - Peribañez y el comendador de Ocaña
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