Vanse
LLORENTE: Muesama acude a la puerta.
Andará dándonos prisa
por no estar aquí su dueño.
Entren BARTOLO y CHAPARRO, segadores
BARTOLO: A alba he de haber segado
todo el repecho del prado.
CHAPARRO: Si diere licencia el sueño.
Buenas noches os dé Dios,
Mendo y Llorente.
MENDO: El sosiego
no será mucho si luego
habemos de andar los dos
con las hoces a destajo,
aquí manada, aquí corte.
CHAPARRO: Pardiez, Mendo, cuando importe,
bien luce el justo trabajo.
Sentaos y, antes de dormir,
o cantemos o contemos
algo de nuevo y podremos
en esto nos divertir.
BARTOLO: ¿Tan dormido estáis, Llorente?
LLORENTE. Pardiez, Bartol, que quisiera
que en un año amaneciera
cuatro veces solamente.
HELIPE y LUJÁN, segadores
HELIPE: ¿Hay para todos lugar?
MENDO: ¡Oh Helipe! Bien venido.
LUJÁN: Y yo, si lugar os pido,
¿podréle por dicha hallar?
CHAPARRO: No faltará para vos.
Aconchaos junto la puerta.
BARTOLO: Cantar algo se concierta.
CHAPARRO: Y aun contar algo, por Dios.
LUJÁN: Quien supiere un lindo cuento,
póngale luego en el corro.
CHAPARRO: De mi capote me ahorro
y para escuchar me asiento.
LUJÁN: Va primero de canción,
y luego diré una historia
que me viene a la memoria.
MENDO: Cantad.
LLORENTE: Ya comienzo el son.
Canten con las guitarras
"Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!
Trébole de la casada,
que a su esposo quiere bien;
de la doncella también,
entre paredes guardada,
que, fácilmente engañada,
sigue su primero amor.
Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!
Trébole de la soltera,
que tantos amores muda;
trébole de la viuda,
que otra vez casarse espera,
tocas blancas por defuera
y el faldellín de color.
Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!"
LUJÁN: Parecen que se han dormido.
No tenéis ya que cantar.
LLORENTE: Yo me quiero recostar,
aunque no en trébol florido.
LUJÁN: ¿Qué me detengo? Ya están
los segadores durmiendo.
Noche, este amor te encomiendo.
Prisa los silbos me dan.
La puerta le quiero abrir.
¿Eres tú, señor?
Entren el COMENDADOR y LEONARDO
COMENDADOR: Yo soy.
LUJÁN: Entra presto.
COMENDADOR: Dentro estoy.
LUJÁN: Ya comienzan a dormir.
Seguro por ellos pasa,
que un carro puede pasar
sin que puedan despertar.
COMENDADOR: Luján, yo no sé la casa.
Al aposento me guía.
LUJÁN: Quédese Leonardo aquí.
LEONARDO: Que me place.
LUJÁN: Ven tras mí.
COMENDADOR: ¡Oh amor! ¡Oh fortuna mía!
¡Dame próspero suceso!
Vanse
LLORENTE: Hola, Mendo!
MENDO: ¿Qué hay, Llorente?
LLORENTE: En casa anda gente.
MENDO: ¿Gente?
Que lo temí te confieso.
¿Así se guarda el decoro
a Peribáñez?
LLORENTE: No sé.
Sé que no es gente de a pie.
MENDO: ¿Cómo?
LLORENTE: Trae capa con oro.
MENDO: ¿Con oro? Mátenme aquí
si no es el Comendador.
LLORENTE: Demos voces.
MENDO: ¿No es mejor
callar?
LLORENTE: Sospecho que sí.
Pero ¿de qué sabes que es
el Comendador?
MENDO: No hubiera
en Ocaña quien pusiera
tan atrevidos los pies,
ni aun el pensamiento, aquí.
LLORENTE: Esto es casar con mujer
hermosa.
MENDO: ¿No puede ser
que ella esté sin culpa?
LLORENTE. Sí.
Ya vuelven. Hazte dormido.
[Entren el COMENDADOR y LUJÁN]
COMENDADOR: ¡Ce! ¡Leonardo!
LEONARDO. ¿Qué hay, señor?
COMENDADOR. Perdí la ocasión mejor
que pudiera haber tenido.
LEONARDO: ¿Cómo?
COMENDADOR: Ha cerrado y muy bien
el aposento esta fiera.
LEONARDO: Llama.
COMENDADOR: ¡Si gente no hubiera...!
Mas despertarán también.
LEONARDO: No harán, que son segadores,
y el vino y cansancio son
candados de la razón
y sentidos exteriores.
Pero escucha, que han abierto
la ventana del portal.
COMENDADOR: Todo me sucede mal.
LEONARDO: ¿Si es ella?
COMENDADOR. Tenlo por cierto.
A la ventana con un rebozo, CASILDA
CASILDA: ¿Es hora de madrugar,
amigos?
COMENDADOR: Señora mía,
ya se va acercando el día
y es tiempo de ir a segar.
Demás que, saliendo vos,
sale el sol, y es tarde ya.
Lástima a todos nos da
de veros sola, por Dios.
No os quiere bien vuestro esposo,
pues a Toledo se fue
y os deja una noche. A fe
que si fuera tan dichoso
el Comendador de Ocaña
--que sé yo que os quiere bien,
aunque le mostráis desdén
y sois con él tan extraña--,
que no os dejara, aunque el Rey
por sus cartas le llamara;
que dejar sola esa cara
nunca fue de amantes ley.
CASILDA: Labrador de lejas tierras,
que has venido a nuesa villa
convidado del agosto,
¿quién te dio tanta malicia?
Ponte tu tosca antiparra,
del hombro el gabán derriba,
la hoz menuda en el cuello,
los dediles en la cinta.
Madruga al salir del alba,
mira que te llama el día,
ata las manadas secas
sin maltratar las espigas.
Cuando salgan las estrellas,
a tu descanso camina,
y no te metas en cosas
de que algún mal se te siga.
El Comendador de Ocaña
servirá dama de estima,
no con sayuelo de grana
ni con saya de palmilla.
Copete traerá rizado,
gorguera de holanda fina,
no cofia de pinos tosca,
y toca de argentería.
En coche o silla de seda
los disantos irá a misa,
no vendrá en carro de estacas
de los campos a las viñas.
Dirále en cartas discretas
requiebros a maravilla,
no labradores desdenes
envueltos en señorías.
Olerále a guantes de ámbar,
a perfumes y pastillas,
no a tomillo ni cantueso,
poleo y zarzas floridas.
Y cuando el Comendador
me amase como a su vida,
y se diesen virtud y honra
por amorosas mentiras,
más quiero yo a Peribáñez
con su capa la pardilla
que al Comendador de Ocaña
con la suya guarnecida.
Más precio verle venir
en su yegua la tordilla,
la barba llena de escarcha
y de nieve la camisa,
la ballesta atravesada,
y del arzón de la silla
dos perdices conejos,
y el podenco de traílla,
que ver al Comendador
con gorra de seda rica,
y cubiertos de diamantes
los brahones y capilla;
que más devoción me causa
la cruz de piedra en la ermita,
que la roja de Santiago
en su bordada ropilla.
Vete, pues, el segador,
mala fuese la tu dicha,
que si Peribáñez viene
no verás la luz del día.
COMENDADOR: Quedo, señora. ¡Señora!
Casilda, amores, Casilda,
yo soy el Comendador;
abridme, por vuestra vida.
Mirad que tengo que daros
dos sartas de perlas finas
y una cadena esmaltada
de más peso que la mía.
CASILDA: Segadores de mi casa,
no durmáis, que con su risa
os está llamando el alba.
Ea, relinchos y grita,
que al que a la tarde viniere
con más manadas cogidas,
le mando el sombrero grande
con que va Pedro a las viñas.
Quítase de la ventana
MENDO: Llorente, muesa ama llama.
LUJÁN: Huye, señor, huye aprisa,
que te ha de ver esta gente.
COMENDADOR: ¡Ah, crüel sierpe de Libia!
Pues aunque gaste mi hacienda,
mi honor, mi sangre y mi vida,
he de rendir tus desdenes,
tengo de vencer tus iras.
Vanse el COMENDADOR [LUJÁN y LEONARDO]
BARTOLO: Yérguete cedo, Chaparro,
que viene a gran prisa el día.
CHAPARRO: Ea, Helipe, que es muy tarde.
HELIPE: Pardiez, Bartol, que se miran
todos los montes bañados
de blanca luz por encima.
LLORENTE: Seguidme todos, amigos,
porque muesama no diga
que porque muesamo falta
andan las hoces baldías.
Éntrense todos relinchando. Salen PERIBÁÑEZ,
y el PINTOR y ANTÓN
PERIBÁÑEZ: Entre las tablas que vi
de devoción o retratos,
adonde menos ingratos
los pinceles conocí,
una he visto que me agrada
o porque tiene primor,
o porque soy labrador
y lo es también la pintada.
Y pues ya se concertó
el aderezo del santo,
reciba yo favor tanto
que vuelva a mirarla yo.
PINTOR: Vos tenéis mucha razón,
que es bella la labradora.
PERIBÁÑEZ: Quitalda del clavo ahora,
que quiero enseñarla a Antón.
ANTÓN: Ya la vi, mas, si queréis,
también holgaré de vella.
PERIBÁÑEZ: Id, por mi vida, por ella.
PINTOR: Yo voy.
Vase
PERIBÁÑEZ: Un ángel veréis.
ANTÓN: Bien sé yo por qué miráis
la villana con cuidado.
PERIBÁÑEZ: Sólo el traje me le ha dado,
que en el gusto os engañáis.
ANTÓN: Pienso que os ha parecido
que parece a vuestra esposa.
PERIBÁÑEZ: ¿Es Casilda tan hermosa?
ANTÓN: Pedro, vos sois su marido,
a vos os está más bien
alaballa que no a mí.
Sale el PINTOR con el retrato de CASILDA, grande
PINTOR: La labradora está aquí.
PERIBÁÑEZ: (Y mi deshonra también.) Aparte
PINTOR: ¿Qué os parece?
PERIBÁÑEZ: Que es notable.
¿No os agrada, Antón?
ANTÓN: Es cosa
a vuestros ojos hermosa
y a los del mundo admirable.
PERIBÁÑEZ: Id, Antón, a la posada
y ensillad mientras que voy.
ANTÓN: (Puesto que ignorante soy, Aparte
Casilda es la retratada,
y el pobre de Pedro está
abrasándose de celos.)
Adiós.
Váyase ANTÓN
PERIBÁÑEZ: No han hecho los cielos
cosa, señor, como ésta.
¡Bellos ojos! ¡Linda boca!
¿De dónde es esta mujer?
PINTOR: No acertarla a conocer
a imaginar me provoca
que no está bien retratada--
porque dónde vos nació.
PERIBÁÑEZ: ¿En ócaña?
PINTOR: Sí.
PERIBÁÑEZ: Pues yo
conozco una desposada
a quien algo se parece.
PINTOR: Yo no sé quién es, mas sé
que a hurto la retraté,
no como agora se ofrece,
mas en un naipe. De allí
a este lienzo la he pasado.
PERIBÁÑEZ: Ya sé quién la ha retratado.
Si acierto, ¿diréislo?
PINTOR: Sí.
PERIBÁÑEZ: El Comendador de Ocaña.
PINTOR: Por saber que ella no sabe
el amor de hombre tan grave,
que es de lo mejor de España,
me atrevo a decir que es él.
PERIBÁÑEZ: Luego, ¿ella no es sabidora?
PINTOR: Como vos antes de agora;
antes, por ser tan fïel,
tanto trabajo costó
el poderla retratar.
PERIBÁÑEZ: ¿Queréismela a mi fïar,
y llevársela yo?
PINTOR: No me han pagado el dinero.
PERIBÁÑEZ: Yo os daré todo el valor.
PINTOR: Temo que el Comendador
se enoje, y mañana espero
un lacayo suyo aquí.
PERIBÁÑEZ: Pues, ¿sábelo ese lacayo?
PINTOR: Anda veloz como un rayo
por rendirla.
PERIBÁÑEZ: Ayer le vi,
y le quise conocer.
PINTOR: ¿Mandáis otra cosa?
PERIBÁÑEZ: En tanto
que nos reparáis el santo,
tengo de venir a ver
mil veces este retrato.
PINTOR: Como fuéredes servido.
Adiós.
Vase el PINTOR
PERIBÁÑEZ: ¿Qué he visto y oído
cielo airado, tiempo ingrato?
Mas si de este falso trato
no es cómplice mi mujer,
¿cómo doy a conocer
mi pensamiento ofendido?
Porque celos de marido
no se han de dar a entender.
Basta que el Comendador
a mi mujer solicita,
basta que el honor me quita,
debiéndome dar honor.
Soy vasallo, es mi señor,
vivo en su amparo y defensa;
si en quitarme el honor piensa,
quitarélo yo la vida.
que la ofensa acometida
ya tiene fuerza de ofensa.
Erré en casarme, pensado
que era una hermosa mujer
toda la vida un placer
que estaba el alma pasando;
pues no imaginé que, cuando
la riqueza poderosa
me la mirara envidiosa,
la codiciara también.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Don Fadrique me retrata
a mi mujer, luego ya
haciendo dibujo está
contra el honor que me mata.
Si pintada me maltrata
la honra, es cosa forzosa
que venga a estar peligrosa
la verdadera también.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Mal lo miró mi humildad
en buscar tanta hermosura,
mas la virtud asegura
la mayor dificultad.
Retirarme a mi heredad
es dar puerta vergonzosa
a quien cuanto escucha glosa
y trueca en mal todo el bien.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Pues, también salir de Ocaña
es el mismo inconveniente,
y mi hacienda no consiente
que viva por tierra extraña.
¡Cuánto me ayuda me daña!
Pero hablaré con mi esposa,
aunque es ocasión odiosa
pedirle celos también.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!