Lope de Vega - La Moza de cántaro(Acto Segundo)

:: Lope de Vega - La Moza de cántaro: Comedia ::
Personajes
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Acto Segundo

El CONDE, don JUAN
 
 
JUAN: Compiten con sus virtudes
 sus gracias y perfecciones.
CONDE: ¿Que tantas persecuciones,
 visitas, solicitudes,
 celos, desvelos, requiebros,
 tengan por premio su olvido,
 hasta verme convertido,
 de Amadís, en Beltenebros?
 No he visto tales aceros.
JUAN: Conde, no habéis de cansaros;
 que el estado de estimaros
 ya es principio de quereros.
CONDE: A los principios me estoy
 a el cabo de tres semanas.
 ¿Adónde, esperanzas vanas,
 con este imposible voy?
JUAN: Todas son penas posibles,
 pues que sin celos amáis.
CONDE: ¡Ay, ojos, celos me dais,
 aunque celos invisibles!
 Quéjase de amor doña Ana,
 y a mí no me tiene amor:
 esto es celos en rigor.
JUAN: ¿Por qué, si es sospecha vana?
CONDE: Es celos lo que imagino;
 que no es celos lo que sé:
 cosa que pienso que fue,
 y que en mi daño adivino.
 
Sale MARTÍN
 
 
MARTÍN: Por poco tuviera calma
 la nave de tu deseo.
 Entro, y a doña Ana veo,
 Venus de marfil con alma.
 ¿Cómo te podré pintar
 de la suerte que la vi?
 Cultas musas, dadme aquí
 un ramo blanco de azahar
 de las huertas de Valencia
 o jardines de Sevilla.
 Comience una zapatilla
 de la Vera de Plasencia,
 porque entremos por la basa
 a esta coluna de nieve,
 argentado azul, pie breve,
 que de tres puntos no pasa.
CONDE: ¿Tres puntos? Necio, repara...
MARTÍN: Pues lo digo, yo lo sé:
 puntos son que de aquel pie
 los tomara por la cara.
JUAN: ¿Cómo lo viste?
MARTÍN: Un manteo
 esta licencia me dio,
 donde cuanto supo obró
 la riqueza y el aseo.
 Pero pidió los chapines
 porque mirarla me vio,
 y entre las cintas metió
 cinco pares de jazmines.
JUAN: De escarpines presumí,
 según anda el algodón.
MARTÍN: Ésos paragambas son;
 que a cierta dama que vi
 con cañafístolas tales,
 que se pudiera, aunque bellas,
 purgar su galán con ellas
 por drogas medicinales,
 pregunté si era importante
 traer damas delicadas
 las pantorrillas preñadas.
 Y con risueño semblante
 me dijo: "No es gentileza;
 pero cosa no ha de haber
 en una honrada mujer
 que se note por flaqueza."
CONDE: ¡Linda disculpa!
JUAN: Extremada.
MARTÍN: La ropa de levantar,
 con tanto fino alamar,
 era una colcha bordada.
 Finalmente, no quería
 salir, por no verte ansí;
 pero como yo la vi
 que para ti se vestía,
 por no estar siempre en el traje
 de trágico embajador,
 porfié, y saldrá, señor,
 si la haces pleito homenaje
 de sola conversación,
 como quedó concertado.
CONDE: ¡Qué ejercicio tan cansado
 para mi loca afición!
JUAN: Música y versos quedaron
 para esta noche de acuerdo.
CONDE: En tenerme por tan cuerdo
 muchos locos la engañaron.
 
Salen doña ANA, en hábito galán, JUANA y
MÚSICOS
 
 
ANA: No dirá vueseñoría
 que no le fían el talle.
CONDE: Quien tan bien puede fïalle,
 agravio a los dos haría:
 a vos por seguridad,
 y a mí por justo deseo.
 ¡Gracias a Amor, que en vos veo
 señas de más amistad!
ANA: Siéntese vueseñoría;
 que no le quiero galán
 esta noche, que nos dan
 la música y la poesía
 los sugetos que han de hacer
 un rato conversación.
CONDE: Dice mi imaginación
 que no quiere más de ver.
ANA: Señor don Juan, ¿no os sentáis?
 
Al CONDE
 
 
 ¡Qué esquivo primo tenéis!
JUAN: La culpa que me ponéis
 para disculpa me dais;
 pero quiero obedeceros.
CONDE: Canten, y hablemos yo y vos.
ANA: Y los tres, porque los dos
 no parezcamos groseros.
MÚSICOS: ¿De qué sirve, ojos serenos,
 que no me miréis jamás?
 De que yo padezca más,
 y no de que os quiera menos.
ANA: No me agrada que a los ojos
 llamen serenos.
CONDE: ¿Por qué,
 si el cielo, cuando se ve
 libre de azules enojos,
 se llama así?
ANA: En una dama
 no apruebo vuestro argumento,
 si es el alma el movimiento
 que a cuantos los miran llama
 y si al cielo en su azul velo
 la serenidad cuadró,
 a el sol y a la luna no,
 que son los ojos del cielo;
 porque éstos siempre se mueven.
CONDE: Perdonad a la canción
 no ser de vuestra opinión:
 tanto los versos se atreven.
JUAN: Díganse a varios sugetos,
 como quedó concertado.
ANA: Comience el Conde.
CONDE: He buscado
 en vuestro loor seis concetos.
 Oíd.
ANA: No, por vida mía;
 escritos me los daréis.
CONDE: No sea, pues no queréis.
ANA: Emplead vuestra poesía
 adonde más partes haya.
CONDE: Pues oíd, si sois servida,
 un soneto a la venida
 del inglés a Cádiz.
ANA: Vaya.
 
CONDE: Atrevióse el inglés, de engaño armado
 porque al león de España vio en el nido,
 las uñas en el ámbar, y vestido,
 en vez de pieles, del tusón dorado.
 Con débil caña, no con fresno herrado,
 vio a Marte en forma de español Cupido
 volar y herir en jinete, herido
 del acicate en púrpura bañado.
 Armó cien naves y emprendió la falda
 de España asir por las arenas solas
 del mar, cuyo cristal ciñe esmeralda;
 mas viendo en las colunas españolas
 la sombra del león, volvió la espalda
 sembrando las banderas por las olas.
 
JUAN: ¡Levantó la pluma el vuelo!
ANA: ¡Gran soneto a toda ley!
JUAN: ¡Qué bien pinta a nuestro rey!
ANA: Mejor le ha pintado el cielo.
MARTÍN: ¡Gran soneto!
CONDE: No le he dado,
 porque no estoy dél contento.
 --Decid vos.
ANA: ¡Qué atrevimiento!
 ¿Donde vos habéis hablado?
JUAN: Excusad tales excusas.
ANA: ¿Mas que os ha de causar risa?
CONDE: Hablad, divina poetisa.
MARTÍN: Silencio, que hablan las musas.
 
ANA: Amaba Filis a quien no la amaba,
 y a quien la amaba ingrata aborrecía;
 hablaba a quien jamás le respondía,
 sin responder jamás a quien la hablaba.
 Seguía a quien huyendo la dejaba,
 dejaba a quien amando la seguía;
 por quien la despreciaba se perdía,
 y a el perdido por ella despreciaba.
 Concierta, Amor, si ya posible fuere,
 desigualdad que tu poder infama:
 muera quien vive, y vivirá quien muere.
 Da hielo a hielo, Amor, y llama a llama,
 porque pueda querer a quien la quiere
 o pueda aborrecer a quien desama.
 
CONDE: Vos os podéis alabar;
 que nadie puede, señora.
ANA: Hablará don Juan agora.
JUAN: Dejádmele imaginar.
 
 Una moza de cántaro y del río,
 más limpia que la plata que en él lleva,
 recién herrada de chinela nueva,
 honor del devantal, reina del brío;
 con manos de marfil, con señorío,
 que no hay tan gran señor que se le atreva,
 pues donde lava, dice Amor que nieva,
 es alma ilustre al pensamiento mío.
 Por estrella, por fe, por accidente,
 viéndola henchir el cántaro, en despojos
 rendí la vida a el brazo trasparente;
 y, envidiosos del agua mis enojos,
 dije: "¿Por qué la coges de la fuente,
 si la tienes más cerca de mis ojos?"
 
ANA: ¡Malos versos!
JUAN: No sé más.
ANA: Un caballero discreto
 ¿escribe a tan vil sugeto?
 No lo creyera jamás.
CONDE: Tiene doña Ana razón.
JUAN: Si hubiérades visto el brío
 del nuevo sugeto mío,
 la hermosura y discreción,
 dijérades que tenía
 tanta razón de querer,
 que no supe encarecer
 lo menos que merecía.
ANA: Si es disfrazar vuestra dama,
 como suelen los poetas,
 por tratar cosas secretas
 sin ofensa de su fama,
 está bien; pero si no,
 bajo pensamiento ha sido.
JUAN: Ninguna cosa he fingido,
 ni tengo la culpa yo;
 porque no lejos de aquí
 vive la hermosa Isabel,
 por quien el amor crüel
 hace estos lances en mí.
 Sirve a un indiano, que viene
 a la corte a pretender.
 No sé qué puede querer
 quien tanta riqueza tiene.
ANA: ¿A tal sugeto, tal fe?
JUAN: La que me ha muerto y rendido
 moza de cántaro ha sido,
 moza de cántaro fue.
 En él este amor bebí,
 todo me abrasó con él;
 ella fue sirena, y él
 el mar en que me perdí.
 Con él veneno me ha dado,
 con él me mató.
ANA: Si fuera
 Martín quien eso dijera,
 estuviera disculpado;
 pero ¡un caballero, un hombre
 como vos!...
JUAN: No es elección
 amor; diferentes son
 los efetos de su nombre.
 Es desde el cabello al pie
 tan bizarra y aliñosa
 que no es tan limpia la rosa,
 por más que al alba lo esté.
 Tiene un grave señorío
 en medio desta humildad,
 que aumenta su honestidad
 y no deshace su brío.
 Finalmente, yo no vi
 dama que merezca amor
 con más fe, con más rigor.
ANA: Advertid que estoy yo aquí,
 y toca en descortesía
 tan necio encarecimiento.
JUAN: Yo he dicho mi pensamiento
 sin pensar que os ofendía.
CONDE: No os levantéis. ¿Dónde vais?
ANA: Corrida me voy.
JUAN: ¿Por qué?
 Sin ofensa vuestra hablé.
ANA: Si cosas bajas amáis,
 no las igualéis conmigo.
 
Vanse doña ANA y JUANA
 
 
CONDE: ¡Por Dios, que tiene razón!
MARTÍN: Cesó la conversación.
JUAN: ¿Porque lo que siento digo?
CONDE: Decir que no visteis dama
 como ella, ¿no ha sido error?
JUAN: ¿Error?
 
Sale JUANA
 
 
JUANA: Conde, mi señor,
 entrad: mi señora os llama.
 
A don JUAN
 
 
CONDE: Ella me quiere decir
 que no os traiga más conmigo.
JUAN: Si lo tiene por castigo,
 no apelo de no venir

Vanse el CONDE y JUANA. A MARTÍN
 
 
 Di a el Conde que a verla fui,
 esa que a doña Ana enfada.
MARTÍN: ¿Tú quieres lo que te agrada?
JUAN: Sí, Martín, mil veces sí.
MARTÍN: Pues quiérela si la quieres;
 que tal vez agrada un prado
 más que un jardín cultivado,
 y al fin todas son mujeres.
 
Vanse. Salen doña MARÍA, en hábito humilde y
devantal, y el INDIANO, siguiéndola
 
 
MARÍA: Advierta vuestra merced
 que si esto adelante pasa,
 no estoy un hora en su casa.
INDIANO: (Pensamiento, detened Aparte
 el paso; que hay honra aquí.)
 Palabra, Isabel, te doy
 que no seré desde hoy
 importuno como fui.
 Desprecia en fin tu belleza
 y ese donaire apacible;
 que ya sé que es imposible
 mudar la naturaleza.
 
Vase
 
 
MARÍA: Tiempos de mudanzas llenos
 y de firmezas jamás,
 que ya de menos a más,
 y ya vais de más a menos.
 ¿Cómo en tan breve distancia,
 para tanto desconsuelo,
 habéis humillado a el suelo
 mi soberbia y arrogancia?
 El desprecio que tenía
 de cuantas cosas miraba,
 las galas que desechaba,
 los papeles que rompía,
 el no haber de quien pensase
 que mi mano mereciese,
 por servicios que me hiciese,
 por años que me obligase:
 toda aquella bizarría,
 que como sueño pasó,
 a tanta humildad llegó,
 que por mí decir podría:
 
 Aprended, flores, de mí
 lo que va de ayer a hoy;
 que ayer maravilla fui,
 y hoy sombra mía aun no soy.
 
 Flores, que a la blanca aurora
 con tal belleza salís
 que soberbias competís
 con el mismo sol que os dora,
 toda la vida es un hora.
 Como vosotras me vi,
 tan arrogante salí;
 sucedió la noche al día;
 mirad la desdicha mía,
 aprended, flores, de mí.
 Maravilla ser solía
 de toda la Andalucía,
 o maravilla o María;
 ya no soy la que era ayer.
 Flores, no os deis a entender
 que no seréis lo que soy,
 pues hoy en estado estoy
 que, si en ayer me contemplo,
 conoceréis por mi ejemplo
 lo que va de ayer a hoy.
 No desvanezca al clavel
 la púrpura, ni a el dorado
 la corona, ni al morado
 lirio el hilo de oro en él;
 no te precies de crüel,
 manutisa carmesí,
 ni por el color turquí,
 bárbara violeta, ignores
 tu fin, contemplando, flores,
 que ayer maravilla fui.
 De esta loca bizarría
 quedaréis desengañadas
 cuando con manos heladas
 os cierre la noche fría.
 Maravilla ser solía,
 pero ya lástima doy;
 que de extremo a extremo voy,
 y desde ser a no ser,
 pues sol me llamaba ayer
 y hoy sombra mía aun no soy.
 
Sale don JUAN
 
 
JUAN: Dicha he tenido, por Dios.
 --Isabel, ¿adónde bueno?
MARÍA: ¿Adónde bueno, Isabel?
 Adonde hallase un requiebro.
 ¿Pensáis que no tengo yo
 mi poco de entendimiento?
JUAN: Bien conozco que no ignoras
 tanto: que a veces sospecho
 que finges lo que no entiendes.
MARÍA: Lo que no quiero no entiendo.
 Pero, a la fe, que me admira
 que un caballero tan cuerdo
 y tan galán como vos
 humille sus pensamientos
 a una mujer como yo.
 ¿Sois pobre?
JUAN: Pues ¿a qué efeto
 me preguntas si soy pobre?
MARÍA: Porque si os falta dinero
 para pretensiones altas,
 no tengo por mal acuerdo
 requebrar lo que, a la cuenta
 del entendimiento vuestro,
 os costará zapatillas,
 ligas, medias y un sombrero
 para el río con su banda,
 avantal de lienzo grueso,
 chinelas ya sin virillas
 (que solía en otro tiempo
 en los pies de las mujeres
 la plata barrer el suelo),
 castañetas, cintas, tocas;
 que para últimos empleos
 de las damas, fondo en ángel,
 no hay plata en el alto cerro
 del Potosí, perlas ni oro
 en los orientales reinos.
 Más pienso que os costarían
 las randas de un telarejo
 que una legión de fregonas.
JUAN: No juzgaras mis deseos
 por el camino que dices,
 si te dijera el espejo
 el despejo de tu talle.
MARÍA: ¿Espejo y despejo? ¡Bueno!
 Ya con cuidado me habláis,
 porque en efeto os parezco
 mujer que os puedo entender.
 Pues yo os prometo que puedo,
 pero el estar enseñada
 a oír vocablos groseros
 de un indiano miserable:
 "Ve por esto; vuelve presto.
 Esto guisa, aquello deja.
 ¿Limpiaste aquel ferreruelo?
 Ve por nieve, trae carbón,
 esto está sin sal, aquello
 sin agrio, llama a ese esclavo,
 éste lava, y dame un lienzo,
 ¿cómo gastas tanta azúcar?
 Para madrugar me acuesto,
 despiértame de mañana,
 pon la mesa, luego vuelvo"
 y otras cosas de este porte
 me han quitado el sentimiento
 de otras razones más grandes,
 no porque no las entiendo.
 En efeto ¿qué queréis?
JUAN: Que me quieras en efeto.
MARÍA: ¡Bien aforrada razón,
 y bien dicha para presto!
 Bien digo yo que pensáis
 que a mi corto entendimiento
 importan resoluciones,
 atajos y no rodeos.
 Pues levantad el lenguaje;
 que, como dicen los negros,
 el ánima tengo blanca,
 aunque mal vestido el cuerpo.
 Habladme como quien sois.
JUAN: Yo, Isabel, así lo creo,
 porque, pensando en tu oficio,
 tal vez el respeto pierdo;
 pero en mirando a tu cara
 vuelvo a tenerte respeto.
 Mas no te debe enojar
 que te diga mi deseo;
 que sólo son por el fin
 todos los actos perfectos.
 ¿Qué dirás deste lenguaje?
MARÍA: Que, aunque es el término honesto,
 no me agrada la intención
 de la suerte que la entiendo.
 Conmigo (a lo que imagino)
 tomáis la espada a lo diestro.
 Tiré, desvïasteis, huí;
 y, acometiéndome al pecho,
 herida de conclusión
 formó vuestro pensamiento.
 Pues no, mi señor, por vida
 de los dos, porque no quiero
 que, asiendo la guarnición,
 engañéis mi honesto celo.
 Esténse quedas las manos,
 y aun los pensamientos quedos;
 que no seremos amigos
 en no siendo el trato honesto.
JUAN: Como das, Isabel mía,
 (¿mía dije? ¡ay Dios! que miento)
 en pensar que por ser pobre
 te busco, te sigo y ruego,
 dilatas a mis verdades
 el justo agradecimiento.
 Pues yo te juro, Isabel,
 que por quererte, desprecio
 la más hermosa mujer,
 donaire y entendimiento
 que tiene aqueste lugar;
 porque más estimo y precio
 un listón de tus chinelas
 que las perlas de su cuello.
 Más precio en tus blancas manos
 ver aquel cántaro puesto,
 a la fuente del Olvido
 pedirle cristal deshecho;
 y ver que a tu dulce risa
 desciende el agua riyendo,
 envidiosa la que cae
 de fuera a la que entra dentro;
 y ver cómo se da prisa
 el agua a henchirle de presto,
 por ir contigo a tu casa,
 en tus brazos o en tus pechos,
 que ver cómo cierta dama
 baja en su coche soberbio,
 asiendo verdes cortinas
 por dar diamantes los dedos,
 o asoma por el estribo
 los rizos de los cabellos
 en las uñas de un descanso,
 que a tantos sirvió de anzuelo.
 Yo me contento que digas,
 dulce Isabel: "Yo te quiero";
 que también quiero yo el alma;
 no todo el amor es cuerpo.
 ¿Qué respondes, ojos míos?
MARÍA: A ojos míos yo no puedo
 responder ninguna cosa,
 porque decís que son vuestros.
 A lo de la voluntad,
 pienso que licencia tengo;
 Y así, pues alma queréis,
 digo (porque os vais con esto)
 que el primer hombre sois vos
 a quien amor agradezco.
JUAN: ¿No más, Isabel?
MARÍA: ¿Es poco?
 Pues vaya por contrapeso
 que no me desagradáis.
JUAN: ¿No más, Isabel?
MARÍA: ¿Qué es esto?
 Conténtese, o quitaréle
 lo que le he dado primero.
JUAN: ¿Podré tomarte una mano?
 Aunque por Dios que la temo
 después que la vi tan diestra
 esgrimir el blanco acero.
MARÍA: Pues vos no me conocéis:
 por Dios, que algún hombre he muerto
 aquí donde me miráis.
JUAN: Con los ojos, yo lo creo.
MARÍA: Idos; que viene mi amo.
JUAN: ¿Dónde esta tarde te espero?
MARÍA: En la fuente, a lo lacayo.
JUAN: Logre tu donaire el cielo.
 
Vase. Sale Leonor
 
 
LEONOR: Isabel...
MARÍA: Leonor amiga...
LEONOR: ¿Con éste hablabas?
MARÍA: ¿Pues bien?
LEONOR: ¿Qué se hizo tu desdén?
MARÍA: Un amor honesto obliga.
 Y te aseguro de mí
 que es mucho tenelle amor.
LEONOR: Su talle, ingenio y valor
 habrán hecho riza en ti.
 Que lo merece confieso;
 pero en la desigualdad
 no puede haber amistad.
MARÍA: Los elementos por eso
 no tienen paz y sosiego:
 el agua a la tierra oprime,
 el aire a el agua, y reprime
 la fuerza del aire el fuego.
 Mas como él me quiere a mí
 no más de para querer,
 ¿qué pierdo en corresponder?
LEONOR: Mucho.
MARÍA: ¿Cómo?
LEONOR: Mucho.
MARÍA: Di.
LEONOR: Adora mi ama en él.
MARÍA: ¿Quién te lo ha dicho?
LEONOR: Yo y Juana
 lo vemos, y a ella con gana
 de casamiento, Isabel.
 Por eso, si no envidaste,
 descarta y quédate en dos.
MARÍA: ¿Sábeslo bien?
LEONOR: Sí, por Dios.
MARÍA: Tarde, Leonor, me avisaste;
 no porque pueda alabarse
 del más mínimo favor,
 sino por tenerle amor,
 que no es fácil de olvidarse.
 Necia fui en imaginar
 que un don Juan tan entonado
 para mí estaba guardado.
LEONOR: Un hombre te quiero dar
 compañero de otro mío,
 bravo, pero no crüel,
 que puede ser, Isabel,
 de cuantas profesan brío.
 No pone codo en la puente
 hombre de tales aceros,
 ni han visto los lavaderos
 más alentado valiente.
 Ama en tu misma región.
 ¿Quién te mete con don Juanes?
MARÍA: Tu ama ¿trata en galanes?
LEONOR: De honesta conversación
 de un conde que la visita,
 le nacieron los antojos.
MARÍA: ¡Quién la ve tan baja de ojos
 a la señora viudita!
LEONOR: Hermana, enviudó ha dos meses;
 viénele grande la cama.
MARÍA: Y en fin ¿le quiere tu ama?
LEONOR: Como si juntos los vieses.
MARÍA: Ve por el cántaro, y vamos
 al Prado.
LEONOR: A Pedro verás;
 que se quedan siempre atrás
 él y Martín de sus amos.
 
Vase
 
 
MARÍA: A mis graves desconsuelos
 sólo faltaba este amor,
 a este amor este rigor,
 a este rigor estos celos.
 ¿No me bastaba tener,
 para no ser conocida,
 este género de vida,
 sino a quien quieren querer?
 Pero andar en competencia
 moza de cántaro, en fin,
 cristalino serafín,
 con vos será impertinencia.
 Mejor es ser lo que soy,
 pues que no soy lo que fui:
 Aprended, flores, de mí
 lo que va de ayer a hoy.

Vase. Salen MARTÍN y PEDRO
 
 
PEDRO: ¿Y que tiene tan buen talle?
MARTÍN: Esto me dijo Leonor,
 y que es la moza mejor
 que tiene toda la calle.
 Es una perla, un asombro;
 rinden parias a su brío
 cuantas llevan ropa a el río
 y llevan cántaro en hombro.
 Es mujer que este don Juan,
 primo del Conde mi dueño,
 pierde por hablarla el sueño;
 desmayos de amor le dan.
 De la suerte la pasea
 que a la dama de más partes;
 pero en estos Durandartes
 poco el pensamiento emplea.
 De noche la viene a ver,
 y anda el pobre caballero,
 de su cántaro escudero,
 sin dormir y sin comer.
 Sirve a un caballero indiano
 tan cuitado, que consiente
 que vaya y venga a la fuente;
 puesto que le culpo en vano,
 porque pienso que ella gusta
 de salir, por ver y hablar
 (que a mozas deste lugar
 mucho el no salir disgusta),
 a jabonar y a lavar
 a los pilares, a el río.
PEDRO: En fin, es moza de brío,
 y que puede descuidar
 de camisas y valonas
 a un hombre de mi talante.
MARTÍN: Lleva, en saliendo, delante
 más pretendientes personas
 que un oidor o presidente.
PEDRO: Si yo la moza poseo,
 luego habrá despolvoreo
 de todo amor pretendiente:
 a ellos de cuchilladas
 y a ella de muchas coces.
 Ya mi cólera conoces.
MARTÍN: No la has visto ¿y ya te enfadas?
PEDRO: Gente de un coche se apea.
MARTÍN: Con ellos viene don Juan.
PEDRO: ¡Por vida del alazán,
 que no es la viudilla fea!
 
Salen doña ANA, JUANA, don JUAN
 
 
JUAN: Por el coche os conocí,
 y luego al Conde avisé,
 que en la carroza dejé
 harto envidioso de mí.
 Vine a ver lo que mandáis;
 que apearos no habrá sido
 sin causa.
ANA: Causa he tenido;
 que siempre vos me la dais.
 Quiero venir a la fuente,
 porque sé que es el lugar
 adonde os tengo de hallar,
 y donde sois pretendiente.
JUAN: ¡Buen oficio me habéis dado!
 O de bestia o de aguador.
ANA: Conociendo vuestro humor,
 señor don Juan, he pensado
 venir por agua también.
 --Muestra ese búcaro, Juana.
JUAN: Dado habéis esta mañana
 filos, señora, al desdén.
ANA: Deseando enamoraros,
 moza de cántaro soy,
 por agua a la fuente voy.
JUAN: Teneos...
ANA: Quiero agradaros.
JUAN: Es el cántaro pequeño;
 templará poco el rigor
 a los enfermos de amor.
 
Salen doña MARÍA y LEONOR, con sus cántaros.
A LEONOR
 
 
MARÍA: Esto me dijo mi dueño;
 que en el patio de palacio,
 archivo de novedades,
 ya mentiras, ya verdades,
 como pasean de espacio,
 lo contaba mucha gente.
LEONOR: Y ¿que esa mujer mató
 a el que a su padre afrentó?
 ¡Bravo corazón!
MARÍA: Valiente.
 Dijo que había pedido
 la parte pesquisidor,
 y que a el Rey nuestro señor
 (cuya vida al cielo pido)
 consultaron este caso,
 y que no quiso que fuese
 quien pesadumbre le diese.
LEONOR: No fue la piedad acaso,
 si el padre estaba inocente.
 ¿Y nunca más pareció
 esa dama que mató
 a el caballero insolente?
MARÍA: De eso no me dijo nada.
 Yo estoy contenta de ver
 (que en efeto soy mujer)
 que la hubiese tan honrada.
LEONOR: ¿Dijo el nombre que tenía?
 Que me alegra a mí también.
MARÍA: No sé si me acuerdo bien...
 Aunque sí: doña María.
MARTÍN: Aquí están dos escuderos
 para las dos.
LEONOR: Isabel,
 este mozazo es aquel
 que te dije.
MARÍA: ¡Oh, caballeros!...
 
A PEDRO
 
 
MARTÍN: (Llega, no estés vergonzoso;
 llega y habla.)
PEDRO: (Estoy mirando
 a Isabel, y contemplando
 su talle y su rostro hermoso.)
 Téngame vuesamerced
 por suyo desde esta tarde.
MARÍA: (¡Qué buen hombrón!) Aparte
 Dios le guarde.
PEDRO: (Cayó la daifa en la red. Aparte
 Ya está perdida por mí.)
MARÍA: (Con pocos de éstos pudiera Aparte
 conducir una galera
 a la China, desde aquí,
 don Fadrique de Toledo.)
PEDRO: Pido mano, doy turrón.
MARÍA: ¿Mas que lleva un mojicón,
 hombrón, si no se está quedo?
PEDRO: ¡Por el agua de la mar,
 que tiene valor la hembra!
MARÍA: Pues no sabe dónde siembra.
PEDRO: (Al primer encuentro azar.) Aparte
 ¡Voto a tus ojos serenos,
 Isabel, porque te asombres,
 que me mate con mil hombres,
 y esto será lo de menos!
 Ablándate, serafín.
MARÍA: Déjeme, no me zabuque.
PEDRO: Aquí en la esquina del Duque
 hay turrón. --Vamos, Martín.
MARTÍN: Vamos, y gasta; que luego
 estará como algodón.
PEDRO: Sí, mas ¡coz y mordiscón!...
 Parece rocín gallego.
 
Vanse MARTÍN y PEDRO
 
 
ANA: Quedo, no os pongáis delante;
 que ya he visto por las señas
 que es aquélla vuestra dama.
JUANA: Pues Leonor viene con ella,
 ¿quién duda que es Isabel?
 Fuera de que no tuviera
 ninguna aquel talle y brío.
ANA: Disculpa tiene en quererla
 el señor don Juan.
JUANA: La moza
 en otro traje pudiera
 hacer a cualquiera dama
 pesadumbre y competencia.
JUAN: ¿Es todo por darme vaya?
ANA: Quisiérala ver más cerca.
 Dígale vuesamerced
 que está aquí una dama enferma
 que se le antoja beber
 por la cantarilla nueva;
 que no irá de mala gana.
JUAN: Sólo por serviros fuera.
MARÍA: ¡Ay, Leonor!
LEONOR: ¿Qué?
MARÍA: Tu señora
 y aquél mi galán con ella.
LEONOR: Parece que te has turbado.
MARÍA: Por poco se me cayera
 el cántaro de las manos.
 
A MARÍA
 
 
JUAN: Aquella señora os ruega
 que la deis un poco de agua.
MARÍA: De buena gana la diera
 a ella el agua, y a vos
 con el cántaro.
JUAN: No seas
 necia.
MARÍA: Llevádsela vos,
 y de vuestra mano beba.
JUAN: Mira que en público estamos,
 y las mujeres discretas
 no hacen cosas indignas.
MARÍA: Iré porque nadie entienda
 que me da celos a mí.
 
Llégase a doña Ana
 
 
 --Vuesamerced beba, y crea
 que quisiera que este barro
 fuera cristal de Venecia;
 pero serálo en tocando
 esas manos y esas perlas.
ANA: Beberé, porque he caído.
MARÍA: Si el agua el susto sosiega,
 beba; que todos caeremos,
 si no en el daño, en la cuenta.
ANA: Yo he bebido.
MARÍA: Y yo también.
ANA: (Yo pesares.) Aparte
MARÍA: (Yo sospechas.) Aparte
ANA: ¡Qué caliente!
MARÍA: Vuestras manos
 de nieve servir pudieran.
ANA: Haz que llegue el coche.
 
A JUANA
 
 
JUANA: ¡Ah, Hernando!
ANA: ¡Buena moza!
MARÍA: Buena sea
 su vida.
 
Vanse doña ANA y JUANA
 
 
MARÍA: ¿No la acompaña?
 ¡Mal galán! ¿Así se queda?
JUAN: A darte satisfaciones.
MARÍA: Estoy yo tan satisfecha
 que será gastar palabras.
JUAN: Mira, Isabel, que esto es fuerza,
 y que bien sabe Leonor
 (dejo aparte mi fineza)
 que el Conde sirve a doña Ana.
MARÍA: Cántaro, tened paciencia;
 vais y venís a la fuente:
 quien va y viene siempre a ella
 ¿de qué se espanta, si el asa
 o la frente se le quiebra?
 Sois barro, no hay que fiar.
 Mas ¿quién, cántaro, os dijera
 que no os volviérades plata
 en tal boca, en tales perlas?
 Pero lo que es barro humilde,
 en fin, por barro se queda.
 No volváis más a la fuente,
 porque estoy segura y cierta
 que no es bien que vos hagáis
 a los coches competencia.
JUAN: ¿Qué dices? Mira, Isabel,
 que sin culpa me condenas.
MARÍA: Yo con mi cántaro hablo;
 si es mío ¿de qué se queja?
 Váyase vuesamerced,
 mire que el coche se aleja.
JUAN: Iréme desesperado,
 pues haces cosas como éstas,
 sabiendo que Leonor sabe
 que no es posible que quiera
 eso de que tienes celos.
 
Vase
 
 
LEONOR: Necia estás. ¿Por qué le dejas
 que se vaya con disgusto?
MARÍA: Leonor, el alma me lleva;
 que los celos me han picado.
 Pero no seré yo necia
 en querer desigualdades,
 aunque me abrase y me muera.
 No he de ver más a don Juan.
 ¡Esto faltaba a mis penas!
LEONOR: ¡Buen lance habemos echado!
 Tú desesperada quedas,
 y mi ama va perdida.
 
Salen PEDRO y MARTÍN
 
 
PEDRO: Como dos soldados juegan:
 perdí el turrón y el dinero.
MARTÍN: Cosas la corte sustenta,
 que no sé cómo es posible.
 ¡Quién ve tantas diferencias
 de personas y de oficios,
 vendiendo cosas diversas!
 Bolos, bolillos, bizcochos,
 turrón, castañas, muñecas,
 bocados de mermelada,
 letüarios y conservas,
 mil figurillas de azúcar,
 flores, rosarios, rosetas,
 rosquillas y mazapanes,
 aguardiente, y de canela,
 calendarios, relaciones,
 pronósticos, obras nuevas,
 y a Don Álvaro de Luna,
 mantenedor destas fiestas.
 Mas quedo; que están aquí.
PEDRO: ¡Oigan! ¿De qué es la tristeza?
 
 ¿No estaba alegre esta moza?
 ¡Qué pensativas están!
MARTÍN: Pienso que andaba don Juan
 acechando una carroza.
PEDRO: Quien te me enojó, Isabel,
 que con lágrimas lo pene:
 hágote voto solene
 que pueden doblar por él.
 Vuelve, Isabel, esos ojos;
 que no soy yo por lo menos
 quien a tus ojos serenos
 quitó luz y puso enojos.
 ¿Quién tan bárbar[o] y crüel,
                     a tu hermosura atrevido,
 causa de tu enojo ha sido?
 ¿Quién te me enojó, Isabel?
 No es posible que tuviese
 noticia de mi rigor,
 sin que luego de temor
 súbitamente muriese.
 Quien te enojó, ¿vida tiene?
 ¿Que donde estoy vivo esté?
 Dime quién es; que yo haré
 que con lágrimas lo pene.
 Dime cómo y de qué suerte
 que le mate se te antoja,
 porque en sacando la hoja
 soy guadaña de la muerte.
 Si el Cid a su lado viene,
 gigote de hombres haré,
 y de que lo cumpliré
 hágote voto solene.
 Si yo me enojo en Madrid
 con quien a ti te ha enojado,
 haz cuenta que se ha tocado
 la tumba en Valladolid.
 Porque en diciendo, Isabel,
 que he de matalle, está muerto.
 No hay que esperar, porque es cierto
 que pueden doblar por él.
MARÍA: Ven, Leonor; vamos a casa.
LEONOR: Triste vas.
MARÍA: Perdida estoy.
PEDRO: ¿Así se va?
MARÍA: Así me voy.
PEDRO: Pues cuénteme lo que pasa.
MARÍA: No quiero.
PEDRO: Tendréla.
MARÍA: Tome.
PEDRO: ¡Ay!
MARTÍN: ¿Qué fue?
PEDRO: Tamborilada.
LEONOR: Dístele, Isabel?
MARÍA: No es nada.
 Pregúntale si le come.

Fin del Acto Segundo

Lope de Vega - La moza de Cántaro
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