Salen doña ANA, de viuda, LEONOR y
JUANA
ANA: Novedad me ha parecido;
Vueseñoría perdone.
CONDE: No hay novedad que no abone
el deseo que he tenido
de serviros, si yo fuese,
para que no os cause enojos,
tan dichoso en vuestros ojos,
que serviros mereciese.
ANA: Leonor, sillas.
A don JUAN
MARTÍN: (No va mal,
pues piden sillas.)
A MARTÍN
JUAN: (Martín,
la viudilla es serafín
de perlas y de coral.)
MARTÍN: (¿Agrádate a ti también?)
JUAN: (A esa pregunta responde
que está enamorado el Conde,
y yo no.)
MARTÍN: (Dices muy bien.)
ANA: ¿Quién es este caballero?
CONDE: Mi primo don Juan.
ANA: Señor,
perdonad.
JUAN: No ha sido error.
Hablad; que estorbar no quiero.
ANA: Vos no podéis estorbar,
ni aquí tendréis ocasión.
JUAN: No lo mandéis.
ANA: Es razón.
JUAN: No me tengo de sentar.
ANA: Ahora bien, yo no porfío.
JUAN: Decísme que necio soy.
CONDE: Oídme.
ANA: Oyéndoos estoy.
JUAN: Por lo mismo me desvío.
CONDE: Señora, aunque os he mirado
mil veces sin conoceros,
antes que viniera a veros
tuve de veros cuidado.
Vuestro esposo, que Dios tiene,
era mi amigo: jugamos
una noche; comenzamos
por una rifa, que viene
a ser, como en los amores,
la tercera que concierta,
o a lo menos que dispierta
el gusto a los jugadores.
Perdió, picóse, sacó
unos escudos, y luego,
terciando mi primo el juego,
cuatro sortijas perdió.
Mas vamos a lo que importa.
ANA: Esas sortijas eché
menos: pesadumbre fue
(tan mal amor se reporta)
porque vine a sospechar
que a alguna dama las dio.
A MARTÍN
JUAN: (Bien la mentira salió.)
MARTÍN: (¿Hay cosa como atinar
las sortijas que faltaron?)
JUAN: (Hay dichosos en mentir.)
MARTÍN: (A cuantas supe decir,
con el hurto me pescaron.
No he mentido sin que luego
no se me echase de ver.)
CONDE: Así se vino a encender
con esta pérdida el juego,
que perdió seis mil ducados
sobre palabra segura,
de que tengo una escritura.
ANA: Más enredos y cuidados
que días vivió conmigo
don Sebastián me dejó.
¿Seis mil ducados?
CONDE: Si yo
basto, que soy quien lo digo,
y los testigos presentes.
MARTÍN: Al firmarla estuve allí
tan presente como aquí.
A MARTÍN
JUAN: (¡Con qué desvergüenza mientes!)
MARTÍN: (¡Qué gracia! El buen mentidor
ha de ser, señor don Juan,
descarado a lo truhán,
y libre a lo historiador.)
ANA: Pensé que vueseñoría
me venía hacer merced.
CONDE: Que os he de servir creed;
que ésa fue la intención mía.
No os dé pena la escritura,
puesto que fue de mayor;
que no tiene mal fiador
la paga en vuestra hermosura.
A don JUAN
MARTÍN: (¿Hay oficial de escritorios
que encaje el marfil ansí?)
JUAN: (En amando, para mí
son los engaños notorios.)
MARTÍN: (¿Amor se funda en engaños?)
JUAN: (Primero que el amor fueron;
pues desde que ellos nacieron
el mundo cuenta sus daños.)
CONDE: Si yo, señora, creyera
cobrar la deuda de vos,
sin conocernos los dos,
por otro estilo pudiera.
No vengo sino a ofreceros
cuanto tengo y cuanto soy,
con que pagado me voy,
y aun deudor de sólo veros.
Sólo os suplico me deis
licencia de visitaros,
si fuere parte a obligaros
confesar que me debéis,
no dineros, sino amor.
ANA: Yo quedo tan obligada,
como deudora y pagada
de vuestro heroico valor.
CONDE: Bésoos las manos.
ANA: El cielo
os guarde.
CONDE: ¿Vendré?
ANA: Venid.
Vase el Conde
ANA: ¡Ah, señor don Juan! Oíd.
MARTÍN: (Cayó el pez en el anzuelo.) Aparte
JUAN: ¿En qué os sirvo?
ANA: Bien sé yo
que todo aquesto es mentira.
JUAN: Y yo sé que el Conde os mira;
esto de la deuda no.
ANA: ¡Mala entrada de galán,
entrar mintiendo!
JUAN: Señora,
mi primo el Conde os adora.
ANA: Id con Dios, señor don Juan;
que yerra el Conde en traeros.
JUAN: ¿Deacredítolo yo?
ANA: Cuando el Conde me miró
me dio ocasión de quereros.
JUAN: Aunque deudos, nos preciamos
mucho más de ser amigos,
aunque envidias ni enemigos
no quieren que lo seamos.
Queredle bien; que merece,
señora, que lo queráis.
ANA: Lo que por él negociáis
al Conde desfavorece.
JUAN: Voy; que en la carroza aguarda.
Dad licencia que os visite,
y que yo lo solicite.
ANA: Si vuelve con vos, ya tarda.
JUAN: Tanto favor da a entender
que por él queréis honrarme.
ANA: Por vos quiero yo obligarme
para que me vuelva a ver.
JUAN: Todo se lo digo ansí.
ANA: Yo os tengo por más discreto.
JUAN: ¿Volverá el Conde en efeto?
ANA: No sin vos, y con vos sí.
Vanse don JUAN y MARTÍN
LEONOR: Mucho le has favorecido,
para ser la vez primera.
ANA: Cuando él me favoreciera,
mi favor lo hubiera sido;
mas no me quiso entender:
tomo la amistad del Conde.
JUANA: Agora tibio responde.
Aun no ha llegado a querer.
Para sí
ANA: (Necio pensamiento mío,
que en tal locura habéis dado,
volved atrás, afrentado
de ver tan necio desvío.
Yo, que de tanto me río,
¿ruego, pretendo, provoco?
Pensamiento, poco a poco,
no diga el honor que pierdo
que sois con desdenes cuerdo,
ya que quisistes ser loco.
Dieron los ojos en ver,
puesto que en lugar sagrado,
al hombre más recatado
de mirar y de entender;
mas, ya que ha venido a ser
provocado a desafío,
responde tan necio y frío,
que me pide que a otro quiera:
mirad ¿quién tal os dijera,
triste pensamiento mío?
En vano estoy descansando
con daros disculpa a vos;
mas tengámosla los dos,
vos amando y yo pensando;
porque de pensar amando
lo que puede resultar,
viene el alma a sospechar
lo que imaginó del ver;
porque no hubiera querer
si no hubiera imaginar.
Que no queráis os advierto
hombre tan fino y helado,
que por lo helado me ha dado
tristes memorias del muerto.
Pero si a cogerle acierto
con mirar y con rogar . . .
Guárdese, pues, de llegar;
que, agraviada una mujer,
quiere hasta que ve querer,
por vengarse en olvidar.)
Vanse. Sale el INDIANO y un MOZO de mulas
INDIANO: Pasaremos de Adamuz
si este recado nos dan.
MOZO: Por eso dice el refrán:
"Adamuz, pueblo sin luz."
Mas mira que desde aquí
comienza Sierra Morena.
INDIANO: Tú las jornadas ordena;
eso no corre por mí.
Sale un MESONERO
MESONERO: Bien venidos, caballeros.
INDIANO: Pues, huésped, ¿qué hay que comer?
MESONERO: Desde hoy a el amanecer
dos mozos, seis perdigueros
vienen con un perdigón,
de que estoy desesperado.
INDIANO: Para mí basta.
MESONERO: Ha llegado
a hurtaros la bendición
una mujer que le tiene.
INDIANO: Y cuando yo le tuviera,
por ser mujer se le diera.
¿Viene sola?
MESONERO: Sola viene.
INDIANO: ¡Sola! ¿De qué calidad?
MESONERO: Pobre, y de brío gallarda;
porque en un rocín de albarda
(el término perdonad)
como un soldado venía.
Ella propria se apeó,
le ató y de comer le dio
con despejo y bizarría.
Volvíla a mirar y vi
que un arcabuz arrimaba.
INDIANO: ¿Que es tan brava?
MESONERO: Aunque es tan brava,
os aseguro de mí
que más su cara temiera
que su arcabuz.
INDIANO: ¿Habéis sido
galán?
MESONERO: Bien me han parecido.
Ya pasó la primavera,
y estamos en el estío:
así los años se van.
INDIANO: ¿Qué traje trae?
MESONERO: Un gabán
que cubre el traje, no el brío;
un sombrero razonable...
Todo de poco valor;
al fin, parece, señor,
de buena suerte y afable,
menos aquel arcabuz.
INDIANO: ¿Es ésta?
MESONERO: La misma es.
Sale doña MARÍA, con sombrero, gabán y un
arcabuz
MARÍA: (Temerosa voy, después Aparte
que he entrado por Adamuz,
por ser camino real,
a que nunca me atreví;
si bien desde que salí,
ha sido el ánimo igual
al peligro que he tenido.
¡Ay padre, y cuánto dolor
me da el verte sin favor,
si no es que el Duque lo ha sido!
Suelen faltar los amigos
en la mejor ocasión;
Mas ¡ay! que tus años son
los mayores enemigos.
Los de mi hermano pudieran
suplir los tuyos, señor,
aunque no para tu honor
más que mis manos hicieran.
Yo cumplí su obligación;
mas defenderte no puedo,
por no acrecentar el miedo
de mi muerte o mi prisión.
Al fin, bien está lo hecho.
¿De qué me lamento en vano?
¡Traidor don Diego! ¡A un anciano
con una cruz en el pecho! . . .
Así para quien se atreve
a las edades ancianas;
que es atreverse a unas canas
violar un templo de nieve.
Pero la mano piadosa
del cielo quiere que espante
a un Holofernes gigante
una Judit valerosa.)
INDIANO: Como suelen los caminos
dar licencia a los que pasan
para entretener las horas,
que por ellos son tan largas,
a preguntaros me atrevo
si lo ha de ser la jornada,
o por ventura tenéis
cerca de aquí vuestra casa.
MARÍA: No soy, señor, desta tierra.
INDIANO: Como os vi sola, pensaba
que érades de alguna aldea
de aquesta fértil comarca.
MARÍA: No, señor; que yo nací
de esa parte de Granada,
y a servir en ella vine;
que cuando los padres faltan
en tierna edad a los pobres,
no tienen otra esperanza.
No se cansó mi fortuna,
pues cuando contenta estaba
del buen dueño que tenía,
persona de órdenes sacras,
le llevó también la muerte,
que para mayor mudanza
me dio ocasión, como veis.
INDIANO: Y ¿dónde vais?
MARÍA: Siempre hablaba
esta persona que digo
con notables alabanzas
de la corte y de Madrid:
yo, pues, a quien ya faltaba
dueño, con algún deseo
que de ver grandeza tanta
nació con mi condición,
determiné de dar traza
de ir a servir a la corte.
Y una vez determinada,
lo que viviendo tenía
el buen cura (que Dios haya)
para su regalo y gusto,
arcabuz, rocín de caza
y este gabán, tomé luego,
y voy con notables ansias
de ver lo que alaban todos.
MOZO: El camino de Granada
no es éste.
MARÍA: Decís muy bien;
mas vine por ver si estaba
en Córdoba un deudo mío.
INDIANO: ¡Determinación extraña
de una mujer!
MARÍA: Soy mujer.
INDIANO: Decís muy bien, eso basta.
Yo voy también a Madrid:
traigo jornada más larga,
porque vengo de las Indias;
que pocas veces descansa
el ánimo de los hombres
aunque sobre el oro y plata.
Y si allá habéis de servir,
porque me dicen que tarda
el premio a las pretensiones
que la ocupación dilata,
casa tengo de poner:
si en el camino os agrada
mi trato, servidme a mí.
MARÍA: El cielo por vos me ampara.
Desde hoy soy crïada vuestra,
y creed que soy crïada
que os excusaré de muchas.
MOZO: (Convertirse quiere en ama.) Aparte
MARÍA: No habrá cosa que no sepa.
MOZO: Y yo salgo a la fïanza;
que la buena habilidad
se le conoce en la cara.
INDIANO: Hanme dicho que en la corte
hay ocasiones que gastan
inútilmente la hacienda,
y yo querría guardarla;
que cuesta mucho adquirirla.
MARÍA: La familia es excusada
donde hay tanta confusión,
pues no se repara en nada.
Yo sola basto a serviros:
no habrá cosa que no haga,
de cuantas haciendas tiene
el gobierno de una casa.
INDIANO: Pues partamos en comiendo,
y fïad de mí la paga.
MARÍA: (¡Ay fortuna! ¿Dónde llevas
una mujer desdichada?
Pero no fueras fortuna
a saber en lo que paras.)
Fin del Acto Primero