Lope de Vega - La Moza de cántaro (Acto Primero)

:: Lope de Vega - La Moza de cántaro: Comedia ::
Personajes
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Acto Primero

Salen Doña MARÍA y LUISA, con unos
papeles
 
 
LUISA: Es cosa lo que ha pasado
 para morirse de risa.
MARÍA: ¿Tantos papeles, Lüisa,
 esos Narcisos te han dado?
LUISA: ¿Lo que miras dificultas?
MARÍA: ¡Bravo amor, brava fineza!
LUISA: No sé si te llame alteza
 para darte estas consultas.
MARÍA: A señoría te inclina,
 pues entre otras partes graves,
 tengo deudo, como sabes,
 con el duque de Medina.
LUISA: Es título la belleza
 tan alto, que te podría
 llamar muy bien señoría,
 y aspirar, señora, a alteza.
MARÍA: ¡Lindamente me conoces!
 Dasme por la vanidad.
LUISA: No es lisonja la verdad,
 ni las digo, así te goces.
 No hay en Ronda ni en Sevilla
 dama como tú.
MARÍA: Yo creo,
 Lüisa, tu buen deseo.
LUISA: Tu gusto me maravilla.
 A ninguno quieres bien.
MARÍA: Todos me parecen mal.
LUISA: Arrogancia natural
 te obliga a tanto desdén.
 --Éste es de don Luis.
MARÍA: Lo leo
 sólo por cumplir contigo.
LUISA: Yo soy de su amor testigo.
MARÍA: Y yo de que es necio y feo.
 
Lee
 
 
 "Considerando conmigo a solas, señora
 doña María..."
 
 No leo.
 
Rompe el papel
 
 
LUISA: ¿Por qué?
MARÍA: ¿No ves
 que comienza alguna historia,
 o que quiere en la memoria
 de la muerte hablar después?
LUISA: Éste es de don Pedro.
MARÍA: Muestra.
LUISA: Yo te aseguro que es tal,
 que no te parezca mal.
MARÍA: ¡Bravos rasgos! ¡Pluma diestra!
 
Lee
 
 
 "Con hermoso, si bien severo, no dulce,
 apacible sí rostro, señora mía, mentida
 vista me miró vuestro desdén, absorto de
 toda humanidad, rígido empero, y no con
 lo brillante solícito, que de candor
 celeste clarifica vuestra faz, la
 hebdómada pasada."
 
Rómpele
 
 
 ¿Qué receta es ésta, di?
 ¿Qué médico te la dio?
LUISA: Pues ¿no entiendes culto?
MARÍA: ¿Yo?
 ¿Habla de "aciértame aquí"?
LUISA: Hazte boba, por tu vida.
 ¿Puede nadie ser discreto
 sin que envuelva su conceto
 en invención tan lucida?
MARÍA: ¿Ésta es lucida invención?
 Ahora bien, ¿hay más papel?
LUISA: El de don Diego, que en él
 se cifra la discreción.
 
Lee
 
 
MARÍA: "Si yo fuera tan dichoso como vuestra
 merced hermosa, hecho estaba el partido."
 
Rómpele
 
 
 ¿Qué es partido? No prosigo.
LUISA: ¿Que nada te ha de agradar?
MARÍA: Pienso que quiere jugar
 a la pelota conmigo.
 Lüisa, en resolución,
 yo no tengo de querer
 hombre humano.
LUISA: ¿Qué has de hacer,
 si todos como éstos son?
MARÍA: Estarme sola en mi casa.
 Venga de Flandes mi hermano,
 pues siendo tan rico, en vano
 penas inútiles pasa.
 Cásese, y déjeme a mí
 mi padre; que yo no veo
 dónde aplique mi deseo
 de cuantos andan aquí,
 codiciosos de su hacienda;
 que, si va a decir verdad,
 no quiere mi vanidad
 que cosa indigna le ofenda.
 Nací con esta arrogancia.
 No me puedo sujetar,
 si es sujetarse el casar.
LUISA: Hombres de mucha importancia
 te pretenden.
MARÍA: Ya te digo
 que ninguno es para mí.
LUISA: Pues ¿has de vivir ansí?
MARÍA: ¿Tan mal estaré conmigo?
 Joyas y galas ¿no son
 los polos de las mujeres?
 Si a mí me sobran, ¿qué quieres?
LUISA: ¡Qué terrible condición!
MARÍA: Necia estás. No he de casarme.
LUISA: Si tu padre ha dado el sí,
 ¿qué piensas hacer de ti?
MARÍA: ¿Puede mi padre obligarme
 a casar sin voluntad?
LUISA: Ni tú tomarte licencia
 para tanta inobediencia.
MARÍA: La primera necedad
 dicen que no es de temer,
 sino las que van tras ella,
 pretendiendo deshacella.
LUISA: Los padres obedecer
 es mandamiento de Dios.
MARÍA: ¿Ya llegas a predicarme?
LUISA: Nuño acaba de avisarme
 que estaban juntos los dos . . .
MARÍA: ¿Quién?
LUISA: Mi señor y don Diego.
MARÍA: ¿Qué importa que hablando estén,
 si no me parece bien,
 y le desengaño luego?
LUISA: Y don Luis ¿no es muy galán?
MARÍA: Tal salud tengas, Lüisa.
 Muchas se casan aprisa,
 que a llorar despacio van.
LUISA: Ésa es dicha y no elección;
 que mirado y escogido
 salió malo algún marido,
 y otros sin ver, no lo son.
 Que si son por condiciones
 los hombres buenos o malos,
 muchas que esperan regalos
 encuentran malas razones.
 Pero en don Pedro no creo
 que haya más que desear.
MARÍA: Sí hay, Luisa...
LUISA: ¿Qué?
MARÍA: No hallar
 a mi lado hombre tan feo.
LUISA: Mil bienes me dicen dél,
 y tú sola dél te ríes.
MARÍA: Lüisa, no me porfíes;
 Que éste es don Pedro el Crüel.
LUISA: Tu desdén me maravilla.
MARÍA: Pues ten por cierta verdad
 que es rey de la necedad,
 como el otro de Castilla.
LUISA: Don Diego está confïado;
 joyas te ha hecho famosas.
MARÍA: ¿Joyas?
LUISA: Y galas costosas;
 hasta coche te ha comprado.
MARÍA: Don Diego de noche y coche.
LUISA: ¡De noche un gran caballero!
MARÍA: Mas ¡ay Dios! que no le quiero
 para don Diego de noche.
 Otra le goce, Lüisa,
 no yo. ¡De noche visiones!
LUISA: Oigo unas tristes razones.
MARÍA: Volvióse en llanto la risa.
 ¿No es éste mi padre?
LUISA: Él es.
 
Don BERNARDO, de hábito de Santiago, con un lienzo
en los ojos. DICHAS
 
 
BERNARDO: ¡Ay de mí!
MARÍA: Señor, ¿qué es esto?
 ¿Vos llorando y descompuesto,
 y yo no estoy a esos pies?
 ¿Qué tenéis, padre y señor,
 mi solo y único bien?
BERNARDO: Vergüenza de que me ven
 venir vivo y sin honor.
MARÍA: ¿Cómo sin honor?
BERNARDO: No sé.
 Déjame, por Dios, María.
MARÍA: Siendo vos vida en la mía,
 ¿cómo dejaros podré?
 ¿Habéis acaso caído?
 Que los años muchos son.
BERNARDO: Cayó toda la opinión
 y nobleza que he tenido.
 No es de los hombres llorar;
 pero lloro un hijo mío
 que está en Flandes, de quien fío
 que me supiera vengar.
 Siendo hombre, llorar me agrada;
 porque los viejos, María,
 somos niños desde el día
 que no quitamos la espada.
MARÍA: Sin color, y el alma en calma
 os oigo, padre y señor;
 mas ¿qué mucho sin color,
 si ya me tenéis sin alma?
 ¿Qué había de hacer mi hermano?
 ¿De quién os ha de vengar?
BERNARDO: Hija, ¿quiéresme dejar?
MARÍA: Porfías, señor, en vano.
 Antes de llorar se causa
 la excusa, pero no agora;
 que siempre quiere el que llora
 que le pregunten la causa.
 
BERNARDO: Don Diego me habló, María...
 Contigo casarse intenta...
 Respondíle que tu gusto
 era la primer licencia,
 y la segunda del Duque.
 Escribí, fue la respuesta
 no como yo la esperaba;
 que darte dueño quisieran
 estas canas, que me avisan
 de que ya mi fin se cerca.
 Puse la carta en el pecho,
 lugar que es bien que le deba;
 que llamarme deudo el Duque
 fue de esta cruz encomienda.
 Vino a buscarme don Diego
 a la Plaza (¡nunca fuera
 esta mañana a la Plaza!),
 y con humilde apariencia
 me preguntó si tenía
 (aunque con alguna pena)
 carta de Sanlúcar. Yo
 le respondí que tuviera
 a dicha poder servirle:
 breve y bastante respuesta.
 Dijo que el Duque sabía
 su calidad y nobleza;
 que le enseñase la carta,
 o que era mía la afrenta
 de la disculpa engañosa.
 Yo, por quitar la sospecha,
 saqué la carta del pecho,
 y turbado leyó en ella
 estas razones, María.
 --Quien tal mostró, que tal tenga.
 --"Muy honrado caballero
 es don Diego; pero sea
 el que ha de ser vuestro yerno
 tal, que al hábito os suceda
 como a vuestra noble casa."
 Entonces don Diego, vuelta
 la color en nieve, dice,
 y de ira y cólera tiembla:
 "Tan bueno soy como el Duque."
 Yo con ira descompuesta
 respondo: "Los escuderos,
 aunque muy hidalgos sean,
 no hacen comparación
 con los príncipes; que es necia.
 Desdecíos o le escribo
 a don Alonso que venga
 desde Flandes a mataros."
 Aquí su mano soberbia...
 Pero prosigan mis ojos
 lo que no puede la lengua.
 Déjame; que tantas veces
 una afrenta se renueva
 cuantas el que la recibe
 a el que la ignora la cuenta.
 Herrado traigo, María,
 el rostro con cinco letras,
 esclavo soy de la infamia,
 cautivo soy de la afrenta.
 El eco sonó en el alma;
 que si es la cara la puerta,
 han respondido los ojos,
 viendo que llaman en ella.
 Alcé el báculo... Dijeron
 que lo alcancé... no lo creas;
 que mienten a el afrentado,
 pensando que le consuelan.
 Prendióle allí la justicia,
 y preso en la cárcel queda:
 ¡pluguiera a Dios que la mano
 desde hoy estuviera presa!
 ¡Ay, hijo del alma mía!
 ¡Ay, Alonso! Si estuvieras
 en Ronda... Pero ¿qué digo?
 Mejor es que yo me pierda.
 Salid, lágrimas, salid . . .
 Mas no es posible que puedan
 borrar afrentas del rostro,
 porque son moldes de letras
 que, aunque se aparta la mano,
 quedan en el alma impresas.
 
Vase
 
 
LUISA: Fuese.
MARÍA: Déjame de suerte
 que no pude responder.
LUISA: Ve tras él; que puede ser
 que intente darse la muerte,
 viendo perdido su honor.
MARÍA: Bien dices: seguirle quiero;
 que no es menester acero
 adonde sobre el valor.
 
Vanse. Salen Don DIEGO, FULGENCIO
 
 
FULGENCIO: La razón es un espejo
 de consejos y de avisos.
DIEGO: En los casos improvisos
 ¿quién puede tomar consejo?
FULGENCIO: Los años de don Bernardo
 os ponen culpa, don Diego.
DIEGO: Confieso que estuve ciego.
FULGENCIO: Es don Alonso gallardo
 y gran soldado.
DIEGO: Ya es hecho,
 y yo me sabré guardar.
FULGENCIO: Un consejo os quiero dar
 para asegurar el pecho.
DIEGO: ¿Cómo?
FULGENCIO: Que dejéis a España
 luego que salgáis de aquí.
DIEGO: ¿A España, Fulgencio?
FULGENCIO: Sí;
 porque será loca hazaña
 que a don Alonso esperéis;
 que, fuera de la razón
 que él tiene en esta ocasión,
 pocos amigos tendréis.
 Toda Ronda os pone culpa.
DIEGO: Claro está, soy desdichado...
 Pues el haberme afrentado
 era bastante disculpa.
FULGENCIO: Mostraros la carta fue
 yerro de un hombre mayor.
DIEGO: En los lances del honor
 ¿quién hay que seguro esté?
 
FULGENCIO: El tiempo suele curar
 las cosas irremediables.

El ALCAIDE de la Cárcel, con barba y bastón.
DICHOS)
 
 
ALCAIDE: Una mujer está aquí
 que quiere hablaros.
DIEGO: Dejadme,
 Fulgencio, si sois servido.
FULGENCIO: A veros vendré a la tarde.
 
Vase
 
 
ALCAIDE: Llegó a la puerta cubierta;
 pedíle que se destape,
 y dijo que no quería.
 Parecióme de buen talle
 y cosa segura; en fin,
 gustó de que la acompañe
 a vuestro aposento.
DIEGO: Que entre
 la decid, y perdonadme;
 que es persona principal,
 si es quien pienso.
ALCAIDE: En casos tales
 se muestra el amor.
 
Vase. Dentro
 
 
 (Entrad.)
 
Sale Doña MARÍA, cubierta con su
manto
 
 
DIEGO: ¡Sola, mi señora, a hablarme,
 y en parte tan desigual
 de vuestra persona y traje!
MARÍA: Dan ocasión los sucesos
 para desatinos tales.
DIEGO: Descubríos, por mi vida,
 advirtiendo que no hay nadie
 que aquí pueda conoceros.
 
[Descúbrese doña María.]
 
 
MARÍA: Yo soy.
DIEGO: Pues, ¡vos en la cárcel!
MARÍA: El amor que me debéis
 desta manera me trae;
 que, agradecida del vuestro,
 me fuerza a que me declare.
 A pediros perdón vengo
 y a que no pase adelante
 este rigor, pues el medio
 de hacer estas amistades
 es el casarnos los dos;
 que cuando a saber alcance
 don Alonso que soy vuestra,
 no tendrá de qué quejarse.
 Con esto venganzas cesan,
 que suelen en las ciudades
 engendrar bandos, de quien
 tan tristes sucesos nacen.
 Vos quedaréis con la honra
 que es justo y que Ronda sabe,
 satisfecho el señor Duque,
 desenojado mi padre,
 y yo con tan buen marido
 que pueda mi casa honrarse
 y don Alonso mi hermano.
DIEGO: ¿Quién pudiera sino un ángel,
 señora doña María,
 hacer tan presto las paces?
 Vuestro gran entendimiento
 y divino en esta parte,
 ha dado el mejor remedio
 que pudiera imaginarse.
 No le había más seguro,
 y sobre seguro, fácil,
 para que todos quedemos
 honrados cuando me case.
 No será mucha licencia
 que a el altar dichoso abrace,
 sagrado de mis deseos,
 donde está Amor por imagen,
 pues ya decís que sois mía.
MARÍA: Quien supo determinarse
 a ser vuestra, no habrá cosa
 que a vuestro gusto dilate.
 Confirmaré lo que digo
 con los brazos. --Muere, infame.
 
Al abrazarle, saca una daga y dale con ella
 
 
DIEGO: ¡Jesús! ¡Muerto soy! ¡Traición!
MARÍA: ¿En canas tan venerables
 pusiste la mano, perro?
 Pues estas hazañas hacen
 las mujeres varoniles.
 Yo salgo. ¡Cielo, ayudadme!
 
Vase. Sale FULGENCIO
 
 
FULGENCIO: Paréceme que he sentido
 una voz, y que salió
 esta mujer que aquí entró
 (que no sin sospecha ha sido)
 más turbada y descompuesta
 que piden casos de amor.
 No fue vano mi temor.
 ¡Don Diego!... ¿Qué sangre es ésta?
DIEGO: Matóme doña María,
 la hija de don Bernardo.
FULGENCIO: ¡Alcaide! ¡Gente! ¿Qué aguardo?
 (Mas cosa injusta sería Aparte
 ocasionar su prisión.
 Esperar que salga quiero;
 que esto ya es hecho.)
DIEGO: Yo muero
 con razón, aunque a traición.
 Muy justa venganza ha sido,
 por fïarme de mujer.
 Mas no la dejéis prender.
FULGENCIO: Yo pienso que habrá salido.
 Pero ¿por qué no queréis
 que la prendan?
DIEGO: Ha vengado
 las canas de un padre honrado.
 Esto en viéndole diréis...
 Y que yo soy, cuanto a mí,
 su yerno, pues se casó
 conmigo, aunque me mató
 cuando los brazos le di.
 Con esto vuelvo a su fama
 lo que afrentarla pudiera.
FULGENCIO: Toda la cárcel se altera.
 Quiero buscar esta dama.
 
Se lleva a don DIEGO. Salen el CONDE y don
JUAN
 
 
CONDE: ¡Hermosa viuda, don Juan!
 No he visto cosa más bella.
JUAN: Con razón, Conde, por ella
 esos desmayos os dan.
CONDE: ¿Hay tal gracia de monjil?
 Que es de azabache, repara,
 imagen, menos la cara
 y manos, que son marfil.
JUAN: Vos tenéis un gran sujeto
 para versos.
CONDE: No he pensado
 meterme en ese cuidado;
 que pienso andar más discreto.
JUAN: ¿Cómo?
CONDE: Remitirme a el oro,
 que es excelente poeta.
JUAN: Dicen que es rica y discreta:
 guardadle más el decoro.
CONDE: ¿Fue vuestro crïado allá?
JUAN: Con una crïada habló,
 y a estas horas pienso yo
 que bien informado está.
CONDE: Mejor entre sus iguales
 suele hablar más libremente
 este género de gente.
 
Sale MARTÍN
 
 
JUAN: ¿Qué hay, Martín? Contento sales.
MARTÍN: Servir a el Conde deseo.
CONDE: Yo estimo tu buen amor.
MARTÍN: Hablé con la tal Leonor,
 como si fuera en mi empleo,
 estando en larga oración
 la retórica lacaya,
 y ella, a manera de maya,
 serena toda facción.
 Díjela que me tenía
 sin alma Leonor la bella;
 que hacía un mes que la huella
 de sus chinelas seguía;
 y que bailando en el río
 de la castañeta al son,
 me entró por el corazón
 y por toda el alma el brío.
 Cuando ya la tuve tierna,
 pregunté la condición
 de su ama, y la razón
 de estado que la gobierna.
 Dijo que era principal,
 con deudos de gran valor,
 y que tenía su honor,
 desde que enviudó, cabal.
 Que era rica y entendida,
 y no de su casa escasa,
 si bien no entraba en su casa
 ni aun sombra de alma nacida.
 Que al parecer recatada
 era todo su cuidado,
 y díjome que había estado
 sólo dos meses casada;
 porque su noble marido,
 de enamorado, murió.
CONDE: No envidio la muerte yo,
 la causa sí.
JUAN: Necio ha sido,
 pues tanto tiempo tenía.
MARTÍN: Poca edad y mucho amor,
 toda la vida, señor,
 remiten a solo un día.
CONDE: ¿Cómo trae tan pequeñas
 tocas?
JUAN: Más hermosa está.
MARTÍN: Porque las largas son ya
 para beatas y dueñas.
 Y las cortas en la corte
 no se traen sin ocasión.
CONDE: ¿Qué ocasión dará razón
 que para disculpa importe?
MARTÍN: Muriósele a una casada
 su marido, y no quedó
 muy triste, pues le envolvió
 como si fuera pescada,
 en un pedazo de anjeo;
 y sin que cumpliese manda,
 con largas tocas de holanda
 salió vertiendo poleo
 en un reverendo coche.
 Pero el muerto, mal contento,
 del sepulcro a su aposento
 se trasladó aquella noche,
 y díjole "¡Vos, Holanda,
 y yo anjeo, picarona!
 ¿No mereció mi persona
 una sábana más blanda?"
 Esto diciendo, el difunto
 en las tocas se envolvió
 y el anjeo le dejó:
 ocasión desde aquel punto
 con que sin tocas las veo;
 y cuerdo temor ha sido,
 porque no vuelva el marido
 a dejarles el anjeo.
CONDE: Cuanto la licencia alargas,
 la obligación disimulas.
MARTÍN: Señor, en dueñas y en mulas
 están bien las tocas largas.
CONDE: Mucha honestidad promete,
 y es decoro justo y santo.
MARTÍN: Una viuda con un manto
 es obispo con roquete.
 Fuera de esto, aquel estar
 siempre en una misma acción
 no mueve la inclinación
 que el traje suele obligar.
 Ver siempre de una manera
 a una mujer es cansarse.
CONDE: Pues ¿puede el rostro mudarse?
MARTÍN: Pues ¿no se muda y altera,
 mudando el traje, el semblante?
JUAN: Conde, Martín dice bien;
 porque el varïar tan bien
 da novedad a el amante.
MARTÍN: De mi condición advierte
 que me pudren las pinturas,
 porque siempre las figuras
 están de una misma suerte.
 ¿Qué es ver levantar la espada
 en una tapicería
 a un hombre, que en todo el día
 no ha dado una cuchillada?
 ¿Qué es ver a Susana estar
 entre dos viejos desnuda,
 y que ninguno se muda
 a defender ni a forzar?
 Linda cosa es la mudanza
 del traje.
CONDE: La viuda, en fin,
 ¿es conversable, Martín?
MARTÍN: No me quitó la esperanza,
 si entráis con algún enredo;
 que dice que da lugar
 que la puedan visitar.
CONDE: Yo le buscaré, si puedo.
JUAN: Como visto no te hubiera,
 fácil remedio se hallara.
CONDE: Si en que me ha visto repara,
 fingirme enojarla fuera.
 Llama; que yo he prevenido
 con que me pueda creer.
JUAN: No lo echemos a perder.
CONDE: No puedo estar más perdido.
 
Vanse. El CONDE, don JUAN, MARTÍN
 
 
MARTÍN: Ya te ha visto: a verte sale.
 No le has parecido mal.
CONDE: ¿Hay jazmín, rosa y cristal
 que a la viudilla se iguale?

Salen doña ANA, de viuda, LEONOR y
JUANA
 
 
ANA: Novedad me ha parecido;
 Vueseñoría perdone.
CONDE: No hay novedad que no abone
 el deseo que he tenido
 de serviros, si yo fuese,
 para que no os cause enojos,
 tan dichoso en vuestros ojos,
 que serviros mereciese.
ANA: Leonor, sillas.
 
A don JUAN
 
 
MARTÍN: (No va mal,
 pues piden sillas.)
 
A MARTÍN
 
 
JUAN: (Martín,
 la viudilla es serafín
 de perlas y de coral.)
MARTÍN: (¿Agrádate a ti también?)
JUAN: (A esa pregunta responde
 que está enamorado el Conde,
 y yo no.)
MARTÍN: (Dices muy bien.)
ANA: ¿Quién es este caballero?
CONDE: Mi primo don Juan.
ANA: Señor,
 perdonad.
JUAN: No ha sido error.
 Hablad; que estorbar no quiero.
ANA: Vos no podéis estorbar,
 ni aquí tendréis ocasión.
JUAN: No lo mandéis.
ANA: Es razón.
JUAN: No me tengo de sentar.
ANA: Ahora bien, yo no porfío.
JUAN: Decísme que necio soy.
CONDE: Oídme.
ANA: Oyéndoos estoy.
JUAN: Por lo mismo me desvío.
CONDE: Señora, aunque os he mirado
 mil veces sin conoceros,
 antes que viniera a veros
 tuve de veros cuidado.
 Vuestro esposo, que Dios tiene,
 era mi amigo: jugamos
 una noche; comenzamos
 por una rifa, que viene
 a ser, como en los amores,
 la tercera que concierta,
 o a lo menos que dispierta
 el gusto a los jugadores.
 Perdió, picóse, sacó
 unos escudos, y luego,
 terciando mi primo el juego,
 cuatro sortijas perdió.
 Mas vamos a lo que importa.
ANA: Esas sortijas eché
 menos: pesadumbre fue
 (tan mal amor se reporta)
 porque vine a sospechar
 que a alguna dama las dio.
 
A MARTÍN
 

 
JUAN: (Bien la mentira salió.)
MARTÍN: (¿Hay cosa como atinar
 las sortijas que faltaron?)
JUAN: (Hay dichosos en mentir.)
MARTÍN: (A cuantas supe decir,
 con el hurto me pescaron.
 No he mentido sin que luego
 no se me echase de ver.)
CONDE: Así se vino a encender
 con esta pérdida el juego,
 que perdió seis mil ducados
 sobre palabra segura,
 de que tengo una escritura.
ANA: Más enredos y cuidados
 que días vivió conmigo
 don Sebastián me dejó.
 ¿Seis mil ducados?
CONDE: Si yo
 basto, que soy quien lo digo,
 y los testigos presentes.
MARTÍN: Al firmarla estuve allí
 tan presente como aquí.
 
A MARTÍN
 
 
JUAN: (¡Con qué desvergüenza mientes!)
 
MARTÍN: (¡Qué gracia! El buen mentidor
 ha de ser, señor don Juan,
 descarado a lo truhán,
 y libre a lo historiador.)
ANA: Pensé que vueseñoría
 me venía hacer merced.
CONDE: Que os he de servir creed;
 que ésa fue la intención mía.
 No os dé pena la escritura,
 puesto que fue de mayor;
 que no tiene mal fiador
 la paga en vuestra hermosura.
 
A don JUAN
 
 
MARTÍN: (¿Hay oficial de escritorios
 que encaje el marfil ansí?)
JUAN: (En amando, para mí
 son los engaños notorios.)
MARTÍN: (¿Amor se funda en engaños?)
JUAN: (Primero que el amor fueron;
 pues desde que ellos nacieron
 el mundo cuenta sus daños.)
CONDE: Si yo, señora, creyera
 cobrar la deuda de vos,
 sin conocernos los dos,
 por otro estilo pudiera.
 No vengo sino a ofreceros
 cuanto tengo y cuanto soy,
 con que pagado me voy,
 y aun deudor de sólo veros.
 Sólo os suplico me deis
 licencia de visitaros,
 si fuere parte a obligaros
 confesar que me debéis,
 no dineros, sino amor.
ANA: Yo quedo tan obligada,
 como deudora y pagada
 de vuestro heroico valor.
CONDE: Bésoos las manos.
ANA: El cielo
 os guarde.
CONDE: ¿Vendré?
ANA: Venid.
 
Vase el Conde
 
 
ANA: ¡Ah, señor don Juan! Oíd.
MARTÍN: (Cayó el pez en el anzuelo.) Aparte
JUAN: ¿En qué os sirvo?
ANA: Bien sé yo
 que todo aquesto es mentira.
JUAN: Y yo sé que el Conde os mira;
 esto de la deuda no.
ANA: ¡Mala entrada de galán,
 entrar mintiendo!
JUAN: Señora,
 mi primo el Conde os adora.
ANA: Id con Dios, señor don Juan;
 que yerra el Conde en traeros.
JUAN: ¿Deacredítolo yo?
ANA: Cuando el Conde me miró
 me dio ocasión de quereros.
JUAN: Aunque deudos, nos preciamos
 mucho más de ser amigos,
 aunque envidias ni enemigos
 no quieren que lo seamos.
 Queredle bien; que merece,
 señora, que lo queráis.
ANA: Lo que por él negociáis
 al Conde desfavorece.
JUAN: Voy; que en la carroza aguarda.
 Dad licencia que os visite,
 y que yo lo solicite.
ANA: Si vuelve con vos, ya tarda.
JUAN: Tanto favor da a entender
 que por él queréis honrarme.
ANA: Por vos quiero yo obligarme
 para que me vuelva a ver.
JUAN: Todo se lo digo ansí.
ANA: Yo os tengo por más discreto.
JUAN: ¿Volverá el Conde en efeto?
ANA: No sin vos, y con vos sí.
 
Vanse don JUAN y MARTÍN
 
 
LEONOR: Mucho le has favorecido,
 para ser la vez primera.
ANA: Cuando él me favoreciera,
 mi favor lo hubiera sido;
 mas no me quiso entender:
 tomo la amistad del Conde.
JUANA: Agora tibio responde.
 Aun no ha llegado a querer.
 
Para sí
 
 
ANA: (Necio pensamiento mío,
 que en tal locura habéis dado,
 volved atrás, afrentado
 de ver tan necio desvío.
 Yo, que de tanto me río,
 ¿ruego, pretendo, provoco?
 Pensamiento, poco a poco,
 no diga el honor que pierdo
 que sois con desdenes cuerdo,
 ya que quisistes ser loco.
 Dieron los ojos en ver,
 puesto que en lugar sagrado,
 al hombre más recatado
 de mirar y de entender;
 mas, ya que ha venido a ser
 provocado a desafío,
 responde tan necio y frío,
 que me pide que a otro quiera:
 mirad ¿quién tal os dijera,
 triste pensamiento mío?
 En vano estoy descansando
 con daros disculpa a vos;
 mas tengámosla los dos,
 vos amando y yo pensando;
 porque de pensar amando
 lo que puede resultar,
 viene el alma a sospechar
 lo que imaginó del ver;
 porque no hubiera querer
 si no hubiera imaginar.
 Que no queráis os advierto
 hombre tan fino y helado,
 que por lo helado me ha dado
 tristes memorias del muerto.
 Pero si a cogerle acierto
 con mirar y con rogar . . .
 Guárdese, pues, de llegar;
 que, agraviada una mujer,
 quiere hasta que ve querer,
 por vengarse en olvidar.)
 
Vanse. Sale el INDIANO y un MOZO de mulas
 
 
INDIANO: Pasaremos de Adamuz
 si este recado nos dan.
MOZO: Por eso dice el refrán:
 "Adamuz, pueblo sin luz."
 Mas mira que desde aquí
 comienza Sierra Morena.
INDIANO: Tú las jornadas ordena;
 eso no corre por mí.
 
Sale un MESONERO
 
 
MESONERO: Bien venidos, caballeros.
INDIANO: Pues, huésped, ¿qué hay que comer?
MESONERO: Desde hoy a el amanecer
 dos mozos, seis perdigueros
 vienen con un perdigón,
 de que estoy desesperado.
INDIANO: Para mí basta.
MESONERO: Ha llegado
 a hurtaros la bendición
 una mujer que le tiene.
INDIANO: Y cuando yo le tuviera,
 por ser mujer se le diera.
 ¿Viene sola?
MESONERO: Sola viene.
INDIANO: ¡Sola! ¿De qué calidad?
MESONERO: Pobre, y de brío gallarda;
 porque en un rocín de albarda
 (el término perdonad)
 como un soldado venía.
 Ella propria se apeó,
 le ató y de comer le dio
 con despejo y bizarría.
 Volvíla a mirar y vi
 que un arcabuz arrimaba.
INDIANO: ¿Que es tan brava?
MESONERO: Aunque es tan brava,
 os aseguro de mí
 que más su cara temiera
 que su arcabuz.
INDIANO: ¿Habéis sido
 galán?
MESONERO: Bien me han parecido.
 Ya pasó la primavera,
 y estamos en el estío:
 así los años se van.
INDIANO: ¿Qué traje trae?
MESONERO: Un gabán
 que cubre el traje, no el brío;
 un sombrero razonable...
 Todo de poco valor;
 al fin, parece, señor,
 de buena suerte y afable,
 menos aquel arcabuz.
INDIANO: ¿Es ésta?
MESONERO: La misma es.
 
Sale doña MARÍA, con sombrero, gabán y un
arcabuz
 
 
MARÍA: (Temerosa voy, después Aparte
 que he entrado por Adamuz,
 por ser camino real,
 a que nunca me atreví;
 si bien desde que salí,
 ha sido el ánimo igual
 al peligro que he tenido.
 ¡Ay padre, y cuánto dolor
 me da el verte sin favor,
 si no es que el Duque lo ha sido!
 Suelen faltar los amigos
 en la mejor ocasión;
 Mas ¡ay! que tus años son
 los mayores enemigos.
 Los de mi hermano pudieran
 suplir los tuyos, señor,
 aunque no para tu honor
 más que mis manos hicieran.
 Yo cumplí su obligación;
 mas defenderte no puedo,
 por no acrecentar el miedo
 de mi muerte o mi prisión.
 Al fin, bien está lo hecho.
 ¿De qué me lamento en vano?
 ¡Traidor don Diego! ¡A un anciano
 con una cruz en el pecho! . . .
 Así para quien se atreve
 a las edades ancianas;
 que es atreverse a unas canas
 violar un templo de nieve.
 Pero la mano piadosa
 del cielo quiere que espante
 a un Holofernes gigante
 una Judit valerosa.)
 
INDIANO: Como suelen los caminos
 dar licencia a los que pasan
 para entretener las horas,
 que por ellos son tan largas,
 a preguntaros me atrevo
 si lo ha de ser la jornada,
 o por ventura tenéis
 cerca de aquí vuestra casa.
MARÍA: No soy, señor, desta tierra.
INDIANO: Como os vi sola, pensaba
 que érades de alguna aldea
 de aquesta fértil comarca.
MARÍA: No, señor; que yo nací
 de esa parte de Granada,
 y a servir en ella vine;
 que cuando los padres faltan
 en tierna edad a los pobres,
 no tienen otra esperanza.
 No se cansó mi fortuna,
 pues cuando contenta estaba
 del buen dueño que tenía,
 persona de órdenes sacras,
 le llevó también la muerte,
 que para mayor mudanza
 me dio ocasión, como veis.
INDIANO: Y ¿dónde vais?
MARÍA: Siempre hablaba
 esta persona que digo
 con notables alabanzas
 de la corte y de Madrid:
 yo, pues, a quien ya faltaba
 dueño, con algún deseo
 que de ver grandeza tanta
 nació con mi condición,
 determiné de dar traza
 de ir a servir a la corte.
 Y una vez determinada,
 lo que viviendo tenía
 el buen cura (que Dios haya)
 para su regalo y gusto,
 arcabuz, rocín de caza
 y este gabán, tomé luego,
 y voy con notables ansias
 de ver lo que alaban todos.
MOZO: El camino de Granada
 no es éste.
MARÍA: Decís muy bien;
 mas vine por ver si estaba
 en Córdoba un deudo mío.
INDIANO: ¡Determinación extraña
 de una mujer!
MARÍA: Soy mujer.
INDIANO: Decís muy bien, eso basta.
 Yo voy también a Madrid:
 traigo jornada más larga,
 porque vengo de las Indias;
 que pocas veces descansa
 el ánimo de los hombres
 aunque sobre el oro y plata.
 Y si allá habéis de servir,
 porque me dicen que tarda
 el premio a las pretensiones
 que la ocupación dilata,
 casa tengo de poner:
 si en el camino os agrada
 mi trato, servidme a mí.
MARÍA: El cielo por vos me ampara.
 Desde hoy soy crïada vuestra,
 y creed que soy crïada
 que os excusaré de muchas.
MOZO: (Convertirse quiere en ama.) Aparte
MARÍA: No habrá cosa que no sepa.
MOZO: Y yo salgo a la fïanza;
 que la buena habilidad
 se le conoce en la cara.
INDIANO: Hanme dicho que en la corte
 hay ocasiones que gastan
 inútilmente la hacienda,
 y yo querría guardarla;
 que cuesta mucho adquirirla.
MARÍA: La familia es excusada
 donde hay tanta confusión,
 pues no se repara en nada.
 Yo sola basto a serviros:
 no habrá cosa que no haga,
 de cuantas haciendas tiene
 el gobierno de una casa.
INDIANO: Pues partamos en comiendo,
 y fïad de mí la paga.
MARÍA: (¡Ay fortuna! ¿Dónde llevas
 una mujer desdichada?
 Pero no fueras fortuna
 a saber en lo que paras.)

Fin del Acto Primero

Lope de Vega - La moza de Cántaro
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