Calderón de la Barca - La Dama Duende (Acto Primero)

Segundo Acto

Salen doña ÁNGELA,
doña BEATRIZ e ISABEL


BEATRIZ: Notables cosas me cuentas.
ÁNGELA: No te parezcan notables
hasta que sepas el fin
en que quedamos.
BEATRIZ: Quedaste
en que por el alacena
hasta su cuarto pasaste;
que es tan difícil de verse
como fue de abrirse fácil;
que le escribiste un papel
y que al otro día hallaste
la respuesta.
ÁNGELA: Digo, pues,
que tan cortés y galante
estilo no vi jamás,
mezclando entre lo admirable
del suceso lo gracioso,
imitando los andantes
caballeros a quien pasan
aventuras semejantes.
El papel, Beatriz, es éste.
Holgaréme que te agrade.

Lee ÁNGELA


"Fermosa dueña, cualquier que vos seáis,
la condolida de este afanado caballero,
y asaz piadosa minoráis sus cuitas, ruego
vos me queráis facer sabidor del follón
mezquino o pagano malandrín que en este
encanto vos amancilla, para que segunda
vegada en vueso nombre, sano yo de las
pasadas feridas, entre en descomunal
batalla; maguer que finque en ella, que
non es la vida de más pro que la muerte
tenudo a su deber un caballero. El dador
de la luz vos mampare, e a mí non olvide.
El caballero de la dama duende
BEATRIZ: Buen estilo por mi vida,
y a propósito el lenguaje
del encanto y la aventura.
ÁNGELA: Cuando esperé que con graves
admiraciones viniera
el papel, vi semejante
desenfado, cuyo estilo
quise llevar adelante,
y respondiéndole así,
pasé.
ISABEL: Detente, no pases;
aquí viene don Juan tu hermano.
ÁNGELA: Vendrá muy firme y amante
a agradecerse la dicha
de verte, Beatriz, y hablarte
en su casa.
BEATRIZ: No me pesa,
si hemos de decir verdades.

Sale don JUAN


JUAN: No hay mal que por bien no venga,
dicen adagios vulgares
y en mí se ve, pues que vienen
por mis bienes vuestros males.
He sabido, Beatriz bella,
que un pesar que vuestro padre
con vos tuvo, a nuestra casa
sin gusto y contento os trae.
Pésame que hayan de ser
lisonjeros y agradables
como para vos mis gustos
para mí vuestros pesares.
Pues es fuerza que no sienta
desdichas, que han sido parte
de veros, porque hoy Amor
diversos efectos hace
en vos de pena y en mí
de gloria, bien como el áspid
de quien, si sale el veneno
también la trïaca sale.
Vos seáis muy bien venida
que, aunque es corto el hospedaje,
bien se podrá hallar un sol
en compañía de un ángel.
BEATRIZ: Pésames y parabienes
tan cortesmente mezclasteis
que no sé a qué responderos.
Disgustada con mi padre
vengo, la culpa tuvisteis
pues, aunque el galán no sabe,
sabe que por el balcón
hablé a noche, y mientras pase
el enojo, con mi prima
quiere que esté, porque hace
de su virtud confïanza.
Sólo os diré, y esto baste,
que los disgustos estimo
porque también en mí cause
Amor diversos efectos.
Bien como el sol cuando esparce
bellos rayos, que una flor
se marchita y otra nace.
Hiere el Amor en mi pecho
y es sólo un rayo bastante
a que se muera el pesar
y nazca el gusto de hallarme
en vuestra casa que ha sido
una esfera de diamante,
hermosa envidia de un sol
y capaz dosel de un ángel.
ÁNGELA: Bien se ve que de ganancia
hoy andáis los dos amantes
pues que me dais de barato
tantos favores.
JUAN: ¿No sabes,
hermana, lo que he pensado?
Que tú sólo por vengarte
del cuidado que te da
mi huésped, cuerda buscaste
huéspeda que a mí me ponga
en cuidado semejante.
ÁNGELA: Dices bien, y yo lo he hecho
sólo porque la regales.
JUAN: Yo me doy por muy contento
de la venganza.
BEATRIZ: ¿Qué haces,
don Juan? ¿Dónde vas?
JUAN: Beatriz,
es servirte, que dejarte
sólo a ti por ti pudiera.
ÁNGELA: Déjale ir.
JUAN: Dios os guarde.

Vase


ÁNGELA: Sí, cuidado con su huésped
me dio, y cuidado tan grande
que apenas sé de mi vida
y él de la suya no sabe.
Viéndote a ti con el mismo
cuidado, he de desquitarme
porque de huésped a huésped
estemos los dos iguales.
BEATRIZ: El deseo de saber
tu suceso fuera parte
solamente a no sentir
su ausencia.
ÁNGELA: Por no cansarte,
papeles suyos y míos
fueron y vinieron tales,
los suyos digo, que pueden
admitirse y celebrarse;
porque mezclando las veras
y las burlas no vi iguales
discursos.
BEATRIZ: Y él, en efecto,
¿qué es a lo que se persuade?
ÁNGELA: A que debo de ser dama
de don Luis, juntando partes
de haberme escondido de él
y de tener otra llave
del cuarto.
BEATRIZ: Sola una cosa
dificultad se me hace.
ÁNGELA: Di cuál es.
BEATRIZ: ¿Cómo este hombre,
viendo que hay quien lleva y trae
papeles, no te ha espïado
y te ha cogido en el lance?
ÁNGELA: No está eso por prevenir
porque tengo a sus umbrales
un hombre yo que me avisa
de quien entra y de quien sale.
Y así no pasa Isabel
hasta saber que no hay nadie.
Que ya ha sucedido, amiga,
un día entero quedarse
un crïado para verlo,
y haberle salido en balde
la diligencia y cuidado.
Y porque no se me pase
de la memoria...Isabel,
llévate aquel azafate
en siendo tiempo.
BEATRIZ: Otra duda...
¿Cómo es posible que alabes
de tan entendido un hombre
que no ha dado en casos tales
en el secreto común
de la alacena?
ÁNGELA: Ahora sabes
lo del huevo de Juanelo,
que los ingenios más grandes
trabajaron en hacer
que en un bufete de jaspe
se tuviese en pie, y Juanelo
con sólo llegar y darle
un golpecillo, le tuvo.
Las grandes dificultades
hasta saberse lo son;
que sabido, todo es fácil.
BEATRIZ: Otra pregunta.
ÁNGELA: Di cuál.
BEATRIZ: De tan locos disparates,
¿qué piensas sacar?
ÁNGELA: No sé.
Dijérate que mostrarme
agradecida y pasar
mis penas y soledades
si ya no fuera más que esto;
porque, necia e ignorante,
he llegado a tener celos
de ver que el retrato guarde
de una dama. Y aún estoy
dispuesta a entrar y tomarle
en la primera ocasión,
y no sé cómo declare;
que estoy ya determinada
a que me vea y me hable.
BEATRIZ: ¿Descubierta por quien eres?
ÁNGELA: ¡Jesús! ¡El cielo me guarde!
Ni él, pienso yo, que a un amigo
y huésped traición tan grande
hiciera. Pues a pensar
que soy dama suya, hace
escribirme temeroso,
cortés, turbado y cobarde;
y, en efecto, yo no tengo
de exponerme a ese desaire.
BEATRIZ: Pues, ¿cómo ha de verte?
ÁNGELA: Escucha,
y sabrás la más notable
traza, sin que yo al peligro
de verme en su cuarto pase
y él venga sin saber dónde.
ISABEL: Pon otro hermano a la margen
que viene don Luis.
ÁNGELA: Después
lo sabrás.
BEATRIZ: ¡Qué desiguales
son los influjos! Que el cielo
en igual mérito y partes
ponga tantas diferencias,
y tantas distancias halle,
que con un mismo deseo
uno obligue y otro canse.
Vamos de aquí, que no quiero
que don Luis llegue a hablarme.

Quiérese ir y sale don LUIS


LUIS: ¿Por qué os ausentáis así?
BEATRIZ: Sólo porque vos llegasteis.
LUIS: La luz más hermosa y pura
de quien el sol la aprendió,
¿huye porque llego yo?
¿Soy la noche por ventura?
Pues perdone tu hermosura
si atrevido y descortés
en detenerte me ves;
que yo en esta contingencia
no quiero pedir licencia
porque tú no me la des;
que, estimando tu rigor
no quiere la suerte mía
--que aun esto que es cortesía--
tenga nombre de favor.
Ya sé que mi loco amor
en tus desprecios no alcanza
un átomo de esperanza.
Pero yo, viendo tan fuerte
rigor, tengo de quererte
por sólo tomar venganza.
Mayor gloria me darás
cuando más pena me ofrezcas;
pues cuando más me aborrezcas
tengo de quererte más.
Si de esto quejosa estás,
porque con sólo un querer
los dos vengamos a ser
entre el placer y el pesar
extremos, aprende a amar
o enseñarme a aborrecer.
Enséñame tú rigores;
yo te enseñaré finezas.
Enséñame tú asperezas;
yo te enseñaré favores.
Tú desprecios y yo amores,
tú olvido y yo firme sé;
aunque es mejor, porque dé
gloria al Amor, siendo dios,
que olvides tú por los dos
que yo por los dos querré.
BEATRIZ: Tan cortesmente os quejáis
que aunque agradecer quisiera
vuestras penas, no lo hiciera
sólo porque las digáis.
LUIS: Como tan mal me tratáis,
el idioma del desdén
aprendí.
BEATRIZ: Pues ése es bien
que digáis, que en caso tal
hará soledad le mal
a quien le dice también.

Detiénela


LUIS: Oye, si acaso te vengas
y padezcamos los dos.
BEATRIZ: No he de escucharos. ¡Por Dios,
amiga, que le detengas.

Vase


ÁNGELA: ¿Que tan poco valor tengas
que esto quieras oír y ver?
LUIS: Ay hermana, ¿qué he de hacer?
ÁNGELA: Dar tus penas al olvido;
que querer aborrecido
es morir y no querer.

Vase [ÁNGELA] con ISABEL


LUIS: Quejoso, ¿cómo podré
olvidarla? ¡Que es error!
Dile que me haga un favor
y obligado olvidaré.
Ofendido no, porque
el más prudente, el más sabio,
da su sentimiento al labio.
Si olvidarse el favor suele,
es porque el favor no duele
de la suerte que el agravio.

Sale RODRIGO


RODRIGO: ¿De dónde vienes?
LUIS: No sé.
RODRIGO: Triste parece que estás.
¿La causa no me dirás?
LUIS: Con doña Beatriz hablé.
RODRIGO: No digas más, ya se ve
en ti lo que respondió.
Pero, ¿dónde está? Que yo
no la he visto.
LUIS: La tirana
es huéspeda de mi hermana
unos días, porque no
me falte un enfado así
de un huésped; que cada día
mis hermanos, a porfía,
se conjuran contra mí.
Pues cualquiera tiene aquí:
uno que pesar me dé
de don Manuel, ya se ve;
y de Beatriz, pues los cielos
me traen a casa mis celos
porque sin ellos no esté.
RODRIGO: Mira que don Manuel puede
oírte, que viene allí.

Sale don MANUEL


MANUEL: Sólo en el mundo por mí
tan gran prodigio sucede.
¿Qué haré, cielos, con que quede
desengañado y saber
de una vez si esta mujer
de don Luis dama ha sido?
¿O cómo mano ha tenido
y cautela para hacer
tantos engaños?
LUIS: ¿Señor
don Manuel?
MANUEL: ¿Señor don Luis?
LUIS: ¿De dónde bueno venís?
MANUEL: De palacio.
LUIS: Grande error
el mío fue en preguntar,
a quien pretensiones tiene,
dónde va ni dónde viene
porque es fuerza que ha de dar
cualquiera línea en palacio
como centro de su esfera.
MANUEL: Si solo a palacio fuera,
estuviera más de espacio
pero mi afán inmortal
mayor término ha pedido.
Su majestad ha salido
esta tarde al Escorial
y en fuerza esta noche ir
con mis despachos allá;
que de importancia será.
LUIS: Si ayudaros a servir
puedo en algo, ya sabéis
que soy en cualquier suceso
vuestro.
MANUEL: Las manos os beso
por la merced que me hacéis.
LUIS: Ved que no es lisonja esto.
MANUEL: Ya veo, que es voluntad
de mi aumento.
LUIS: Así es verdad.
(porque negocies más presto.) Aparte
MANUEL: Pero a un galán cortesano
tanto como vos, no es justo
divertirle de su gusto
porque yo tengo por llano
que estaréis entretenido
y gran desacuerdo fuera
que ausentaros pretendiera.
LUIS: Aunque hubiérades oído
lo que con Rodrigo hablaba,
no respondierais así.
MANUEL: Luego, ¿bien he dicho?
LUIS: Sí,
que aunque es verdad que lloraba
de una hermosura el rigor
a la firme voluntad
le hace tanta soledad
el desdén como el favor.
MANUEL: ¡Qué desvalido os pintáis!
LUIS: Amo una grande hermosura,
sin estrella y sin ventura.
MANUEL: ¿Conmigo disimuláis
agora?
LUIS: ¡Pluguiera al cielo!
Mas tan infeliz nací
que huye esta beldad de mí
como de la noche el velo,
de la hermosa luz del día
a cuyos rayos me quemo.
¿Queréis ver con cuanto extremo
es la triste suerte mía?
Pues, porque no la siguiera,
amante y celoso yo
a una persona pidió
que mis pasos detuviera.
Ved si hay rigores más fieros
pues todos suelen buscar
terceros para alcanzar,
¿y ella huye por terceros?

Vase él y RODRIGO


MANUEL: ¿Qué más se ha de declarar?
¿Mujer que su vista huyó
y a otra persona pidió
que le llegase a estorbar?
Por mí lo dice y por ella.
Ya por lo menos vencí
una duda, pues ya vi
que aunque es verdad que es aquélla,
no es su dama, porque él
despreciado no viviera
si en su casa la tuviera.
Ya es mi duda más crüel.
Si no es su dama ni vive
en su casa, ¿cómo así
escribe y responde? Aquí
muere un engaño y concibe
otro engaño. ¿Qué he de hacer?
Que soy en mis opiniones
confusión de confusiones.
¡Válgate Dios por mujer!

Sale COSME


COSME: Señor, ¿qué hay de dueño? ¿Acaso
hasle visto por acá?
Que de saber que no está
allá, me holgaré.
MANUEL: Habla paso.
COSME: Que tengo mucho que hacer
en nuestro cuarto y no puedo
entrar.
MANUEL: ¿Pues, qué tienes?
COSME: Miedo.
MANUEL: ¿Miedo un hombre ha de tener?
COSME: No le ha de tener, señor.
Pero ve aquí que le tiene
porque al suceso conviene.
MANUEL: Deja aqueste necio humor
y lleva luz, porque tengo
de disponer de escribir
y esta noche he de salir
de Madrid.
COSME: A eso me atengo
pues dices con eso aquí
que tienes miedo al suceso.
MANUEL: Antes te he dicho con eso
que no hago caso de ti.
Pues de otras cosas me acuerdo
que son diferentes. Cuando
en éstas me estás hablando,
el tiempo, en efecto, pierdo.
En tanto que me despido
de don Juan, ten luz.

Vase


COSME: Sí haré.
Luz al duende llevaré
que es hora que sea servido
y no esté a escuras. Aquí
ha de haber una cerilla
en aquella lamparilla
que está murmurando allí.
Encenderla agora puedo.
¡Oh qué prevenido soy!
Y entre éstas y esotras voy
titiritando de miedo.

Vase y sale ISABEL por la alacena con una azafate
cubierto


ISABEL: Fuera están, que así el crïado
me lo dijo. Ahora es tiempo
de poner este azafate
de ropa blanca en el puesto
señalado. ¡Ay de mí, triste!
Que como es de noche tengo
con la grande oscuridad
de mí misma asombro y miedo.
¡Válgame Dios, que temblando
estoy! El duende primero
soy que se encomienda a Dios.
No hallo el bufete. ¿Qué es esto?
Con la turbación y espanto
perdí de la sala el tiento.
No sé donde estoy ni hallo
la mesa. ¿Qué he de hacer, cielos?
Si no acertase a salir
y me hallasen aquí dentro,
dábamos con todo el caso
al traste. Gran temor tengo,
y más agora, que abrir
la puerta del cuarto siento;
y trae luz el que la abre.
Aquí dio fin el suceso
que ya ni puedo esconderme
ni volver a salir puedo.

Sale COSME con luz


COSME: Duende mi señor, si acaso
obligan los rendimientos
a los duendes bien nacidos,
humildemente le ruego
que no se acuerde de mí
en sus muchos embelecos,
y esto por cuatro razones.
La primera, yo me entiendo.

Va andando e ISABEL detrás de él
huyendo de que no la vea


La segunda, usted lo sabe.
La tercera, por aquello
de que al buen entendedor.
La cuarta, por estos versos.
"Señor, dama duende, duélase de mí
que soy niño y solo y nunca en tal me vi."
ISABEL: Ya con la luz he cobrado
el tino del aposento,
y él no me ha visto. Si aquí
se la mato, será cierto
que mientras la va a encender
salir a mi cuarto puedo;
que cuando sienta el rüido
no me verá por lo menos
y, a dos daños el menor.
COSME: ¿Qué gran músico es el miedo!
ISABEL: Esto ha de ser de esta suerte.

Dale un porrazo y mátale la luz


COSME: ¡Verbo caro fiteor Deo!
¡Que me han muerto!
ISABEL: Ahora podré
escaparme.

Al querer huír ISABEL, sale don MANUEL


MANUEL: ¿Qué es aquesto?
Cosme, ¿cómo estás sin luz?
COSME: Como a los dos nos ha muerto
la luz el duende de un soplo
y a mí de un golpe.
MANUEL: Tu miedo
te hará creer esas cosas.
COSME: Bien a mi costa las creo.
ISABEL: (¡Oh, si la puerta topase!) Aparte
MANUEL: ¿Quién está aquí?

Topa ISABEL con don MANUEL y él la tiene del
azafate


ISABEL: (Peor es esto; Aparte
que con el amo he encontrado.)
MANUEL: Trae luz, Cosme, que ya tengo
a quién es.
COSME: Pues, no le sueltes.
MANUEL: No haré. Ve por ella presto.
COSME: Tenle bien.

Vase


ISABEL: (Del azafate Aparte
asió. En sus manos le dejo.
Hallé la alacena. ¡Adiós!

Vase, y él tiene el azafate


MANUEL: Quienquiera que es, se está quedo
hasta que traigan la luz
porque si no, ¡vive el cielo!,
que le dé de puñaladas.
Pero sólo abrazo el viento
y topo sólo una cosa
de ropa, y de poco peso.
¿Qué será? ¡Válgame Dios!
¡Que en más confusión me ha puesto!

Sale COSME con luz


COSME: Téngase el duende a la luz.
Pues, ¿qué es de él? ¿No estaba preso?
¿Qué se hizo? ¿Dónde está?
¿Qué es esto, señor?
MANUEL: No acierto
a responder. Esta ropa
me ha dejado, y se fue huyendo.
COSME: ¿Y qué dices de este lance?
Aún bien que agora tú mesmo
dijiste que le tenías
y se te fue por el viento.
MANUEL: Diré que aquesta persona,
que con arte y con ingenio
entra y sale aquí, esta noche
estaba encerrada dentro,
que para poder salir
te mató la luz y luego
me dejó a mí el azafate
y se me ha escapado huyendo.
COSME: ¿Por dónde?
MANUEL: Por esa puerta.
COSME: Harásme que pierda el seso.
¡Vive Dios!, que yo le vi
a los últimos reflejos
que al pavesa dejó
de la luz que me había muerto.
MANUEL: ¿Qué forma tenía?
COSME: Era un fraile
tamañito, y tenía puesto
un cucurucho tamaño
que por estas señas creo
que era duende capuchino.
MANUEL: ¡Qué de cosas hace el miedo!
Alumbra aquí y lo que trujo
el frailecito veremos.
Ten este azafate tú.
COSME: ¿Yo? ¿Azafates del infierno?
MANUEL: Tenle pues.
COSME: Tengo las manos
sucias, señor, con el sebo
de la vela, y mancharé
el tafetán, que cubierto
le tiene. Mejor será
que le pongas en el suelo.
MANUEL: Ropa blanca es, y un papel.
Veamos si el fraile es discreto.

Lee


"En el poco tiempo que ha que vivís en esta
casa, no se ha podido hacer más ropa. Como
se fuere haciendo, se irá llevando. A lo
que decís del amigo, persuadido a que soy
dama de don Luis, os aseguro que no sólo [no]
lo soy, pero que no puedo serlo. Y esto dejo
para la vista, que será presto. Dios os
guarde."

Bautizado está este duende
pues de Dios se acuerda.
COSME: ¿Veslo?
¿Cómo hay duende religioso?
MANUEL: Muy tarde es. Ve componiendo
las maletas y cojines
y en una bolsa pon estos

Dale unos papeles


papeles, que son el todo
a que vamos, que yo intento
en tanto dejar respuesta
a mi duende.

Pónelos sobre una silla y don MANUEL
escribe


COSME: Aquí los quiero,
para que no se me olviden
y estén a mano, ponerlos
mientras me detengo un rato
solamente a decir esto.
¿Has creído ya que hay duendes?
MANUEL: ¡Qué disparate tan necio!
COSME: ¿Esto es disparate? ¿Ves
tú mismo tantos efectos
como venirse a tus manos
un regalo por el viento,
y aún dudas? Pero bien haces
si a ti te va bien con eso;
mas déjame a mí que yo,
que peor partido tengo,
lo crea.
MANUEL: ¿De qué manera?
COSME: De esta manera lo pruebo.
Si nos revuelven la ropa,
te ríes mucho de verlo,
y yo soy quien la compone
que no es trabajo pequeño.
Si a ti te dejan papeles
y te llevan dos conceptos,
a mí me dejan carbones
y se llevan mi dinero.
Si traen dulces, tu te huelgas
como un padre de comerlos
y yo ayuno como un puto
pues ni los toco ni veo.
Si a ti te dan las camisas,
las valonas y pañuelos,
a mí los sustos me dan
de escucharlo y de saberlo.
Si, cuando los dos venimos
aquí casi a un mismo tiempo,
te dan a ti un azafate
tan aseado y compuesto,
a mí me da un mojicón
en aquestos pestorejos
tan descomunal y grande
que me hace escupir los sesos.
Para ti sólo, señor,
es el gusto y el provecho,
para mí el susto y el daño;
y tiene el duende en efecto
para ti mano de lana,
para mí mano de hierro.
Pues, déjame que lo crea,
que se apura el sufrimiento,
queriendo negarle a un hombre
lo que está pasando y viendo.
MANUEL: Has las maletas y vamos;
que allá en el cuarto te espero
de don Juan.
COSME: Pues, ¿qué hay que hacer,
si allá vestido de negro
has de andar, y esto se hace
con tomar un herreruelo?
MANUEL: Deja cerrado y la llave
lleva, que si en este tiempo
hiciera falta, otra tiene
don Juan. Confuso me ausento
por no llevar ya sabido
esto que ha de ser tan presto;
pero no importa al honor
de mi casa y de mi aumento,
y otro solamente a un gusto,
y así entre los dos extremos
donde el honor es lo más,
todo lo demás en menos.

Vanse. Salen doña ÁNGELA,
doña BEATRIZ e ISABEL


ÁNGELA: ¿Eso te ha sucedido?
ISABEL: Ya todo el embeleco vi perdido
porque si allí me viera
fuerza, señora, fuera
el descubrirse todo,
pero en efecto me escapé del modo
que te dije.
ÁNGELA: Fue extraño
suceso.
BEATRIZ: Y ha de dar fuerza al engaño.
¡Sin haber visto gente
ver que dé un azafate y que se ausente.
ÁNGELA: Si tras de esto consigo
que me vea del modo que te digo,
no dudo de que pierda
el juicio.
BEATRIZ: La atención más grave y cuerda
es fuerza que se espante,
Ángela, con suceso semejante.
Porque querer llamarle
sin saber dónde viene y que se halle
luego con una dama
tan hermosa, tan rica y de tal fama
sin que sepa quién es, ni dónde vive,
--que esto es lo que tu ingenio se apercibe--
y haya tapado y ciego
de volver a salir y dudar luego,
¿a quién no ha de admirar?
ÁNGELA: Todo advertido
está ya, y por estar tú aquí no ha sido
hoy la noche primera,
que ha de venir a verme.
BEATRIZ: ¿No supiera
yo callar el suceso
de tu amor?
ÁNGELA: Que no prima, no es por eso,
sino que estando en casa
tú, como a mis hermanos les abrasa
tu amor, no salen de ella,
adorando los rayos de tu estrella,
y fuera aventurarme
no ausentándose ellos, empeñarme.

Sale don LUIS al paño


LUIS: ¡Oh cielos! ¿Quién pudiera
disimular su afecto? ¿Quién pusiera
límite al pensamiento,
freno a la voz, y ley al sentimiento?
Pero ya que conmigo
tan poco puedo que esto no consigo,
desde aquí he de ensayarme
a vencer mi pasión, y reportarme.
BEATRIZ: Yo diré de que suerte
se podrá disponer, para no hacerte
mal tercio y para hallarme
aquí, porque sintiera el ausentarme
sin que el efecto viera
que deseo.
ÁNGELA: Pues di, ¿de qué manera?
LUIS: ¿Qué es lo que las dos tratan
que de su mismo aliento se recatan?
BEATRIZ: Las dos publicaremos
que mi padre envió por mí, y haremos
la deshecha con modos
que, teniéndome ya por ida todos,
vuelva a quedarme en casa.
LUIS: ¿Qué es esto, cielos? ¡Que en mi agravios pasa!
BEATRIZ: Y oculta con secreto
sin estorbos podré ver el efecto...
LUIS: ¿Qué es esto, cielo injusto?
BEATRIZ: ...que ha de ser para mí de tanto gusto.
ÁNGELA: Y luego, ¿qué diremos
de verte aquí otra vez?
BEATRIZ: Pues, ¿no tendremos
--qué mal eso te admira--
ingenio para hacer otra mentira?
LUIS: Sí, tendréis. ¿Qué esto escucho?
Con nuevas penas y tormentos lucho.
BEATRIZ: Con esto, sin testigos y en secreto
de este notable amor veré el efecto,
pues estando escondida
yo, y estando la casa recogida,
sin escándalo arguyo
que pasar pueda de su cuarto al tuyo.
LUIS: Bien claramente infiero
--cobarde vivo y atrevido muero--
su intención. Más dichoso
mi hermano la merece. Estoy celoso.
A darle se prefiere
la ocasión que desea, y así quiere
que de su cuarto pase
sin que nadie lo sepa, y yo me abrase.
Y porque sin testigos
se logren --¡oh, enemigos!--
mintiendo mi sospecha,
quiere hacer conmigo la deshecha.
Pues si esto es así, cielo,
para el estorbo de su amor apelo.
Y cuando esté escondida,
buscando otra ocasión, con atrevida
resolución veré toda la casa
hasta hallarla, que el fuego que me abrasa
ya no tiene otro medio;
que el estorbar es último remedio
de un celoso. Valedme, santos cielos,
que abrasado de amor, muero de celos.

Vase


ÁNGELA: Está bien prevenido
y mañana diremos que te has ido.
Sale don JUAN


JUAN: ¿Hermana, Beatriz bella?
BEATRIZ: Ya te echábamos menos.
JUAN: ¿Si mi estrella
tantas dichas mejora
que me eche menos vuestro sol, señora?
De mí mismo envidioso
tendré mi mismo bien por sospechoso;
que posible no ha sido
que os haya merecido
mi amor ese cuidado,
y así de mí envidioso y envidiado
tendré en tan dulce abismo
yo lástima, y envidia de mí mismo.
BEATRIZ: Contradecir no quiero
argumento, don Juan, tan lisonjero
que quien ha dilatado
tanto el venirme a ver y me ha olvidado,
¿quién duda que estaría
bien divertido? Sí, y allí tendría
envidia a su ventura
y lástima, perdiendo la hermosura
que tanto le divierte.
Luego, claro se prueba de esta suerte,
con cierto silogismo,
la lástima y envidia de sí mismo.
JUAN: Si no fuera ofenderme y ofenderos,
intentara, Beatriz, satisfaceros
con deciros que he estado
con don Manuel, mi huésped, ocupado,
agora en su partida
porque se fue esta noche.
ÁNGELA: ¡Ay de mi vida!
JUAN: ¿De qué, hermana, es el susto?
ÁNGELA: Sobresalta un placer como un disgusto.
JUAN: Pésame que no sea
placer cumplido el que tu pecho vea.
Pues, volverá mañana.
ÁNGELA: (Vuelva a vivir una esperanza vana.) Aparte
Ya yo me había espantado
que tan de paso nos venía el enfado
que fue siempre importuno.
JUAN: Yo no sospecho que te dé ninguno,
sino que tú y don Luis mostráis disgusto
por ser cosa en que yo he tenido gusto.
ÁNGELA: No quiero responderte
aunque tengo bien qué, y es por no hacerte
mal juego siendo agora
tercero de tu amor, pues nadie ignora
que ejerce Amor las flores de fullero,
mano a mano, mejor que con tercero.

[Aparte a ISABEL]


Vente, Isabel, conmigo
que aquesta noche misma a traer me obligo
el retrato, pues puedo
pasar con más espacio y menos miedo.
Tenme tú prevenida
una luz, y en que pueda ir escondida,
porque no ha de tener contra mi fama
quien me escribe, retrato de otra dama.

Vanse


BEATRIZ: No creo que te debo
tantas finezas.
JUAN: Los quilates pruebo
en su fe, porque es mucha,
en un discurso.
BEATRIZ: Dile.
JUAN: Atiende, escucha.
Bella Beatriz, mi fe es tan verdadera,
mi amor tan firme, mi afición tan rara,
que, aunque yo no quererte deseara,
contra mi mismo afecto te quisiera.
Estímate mi vida de manera
que, a poder olvidarte, te olvidara
porque después por elección te amara.
Fuera gusto mi amor y no ley fuera.
Quien quiere a una mujer, porque no puede
olvidalla, no obliga con querella
pues nada el albedrío la concede.
Yo no puede olvidarte, Beatriz bella,
y siento el ver que tan ufana quede
con la victoria de tu amor mi estrella.
BEATRIZ: Si la elección se debe al albedrío,
y la fuerza al impulso de una estrella,
voluntad más segura será aquélla
que no viva sujeta a un desvarío.
Y así de tus finezas desconfío,
pues mi fe, que imposible atropella,
si viera a mi albedrío andar sin ella,
negara, ¡vive el cielo!, que era mío.
Pues aquel breve instante que gastara
en olvidar para volver a amarte
sintiera que mi afecto me faltara.
Y huélgome de ver que no soy parte
para olvidarte, pues que no te amara
el rato que tratara de olvidarte.

Vanse y sale don MANUEL tras COSME que viene
huyendo


MANUEL: ¡Vive Dios! Si no mirara...
COSME: Por eso miras.
MANUEL: ...que fuera
infamia mía, que hiciera
un desatino.
COSME: Repara
en que te he servido bien,
y un descuido no está en mano
de un católico cristiano.
MANUEL: ¿Quién ha de sufrirte? ¿Quién?
Si lo que más importó
y lo que más te he encargado
es lo que más se ha olvidado.
COSME: Pues por eso se olvidó,
por ser lo que me importaba;
que si importante no fuera,
en olvidarse, ¿qué hiciera?
¡Viven los cielos! Que estaba
tan cuidadoso en traer
los papeles, que por eso
los puse aparte, y confieso
que el cuidado vino a ser
el mismo que me dañó;
pues si aparte no estuvieran
con los demás se vinieran.
MANUEL: Harto es que se te acordó
en la mitad del camino.
COSME: Un gran cuidado llevaba
sin saber qué le causaba;
que le juzgué a desatino,
hasta que en el caso di
y supe que era el cuidado
el habérseme olvidado
los papeles.
MANUEL: Di que allí
el mozo espere teniendo
las mulas, porque también
llegar con ruido no es bien,
despertando a quien durmiendo
está ya; pues puedo entrar
supuesto que llave tengo
y el despacho por quien vengo
sin ser sentido sacar.
COSME: Ya el mozo queda advertido;
mas considera, señor,
que sin luz es grande error
querer hallaros, y el ruido
excusarse no es posible
porque si luz no nos dan,
en el cuarto de don Juan,
¿cómo hemos de ver?
MANUEL: Terrible
es tu enfado. ¿Agora quieres
que le alborote y le llame?
Pues, ¿no sabrás--Dime, infame,
que causa de todo eres--
por el tiento, dónde fue
donde quedaron?
COSME: No es ésa
la duda; que yo a la mesa
donde sé que los dejé
iré a ciegas.
MANUEL: Abre presto.
COSME: Lo que a mi temor responde
es que no sabré yo adonde
el duende los habrá puesto,
porque ¿qué cosa he dejado
que haya vuelto a hallarlo yo
en la parte que quedó?
MANUEL: Si lo hubiere mudado,
luz entonces pediremos;
pero hasta verlo, no es bien
que alborotemos a quien
buen hospedaje debemos.

Vanse y salen por la alacena doña
ÁNGELA e ISABEL


ÁNGELA: Isabel, pues recogida
está la casa y es dueño
de los sentidos el sueño,
ladrón de la media vida,
y sé que el huésped se ha ido,
robarle el retrato quiero
que vi en el lance primero.
ISABEL: Entra quedo, y no hagas ruido.
ÁNGELA: Cierra tú por allá fuera
y hasta venirme a avisar
no saldré yo, por no dar
en más riesgo.
ISABEL: Aquí me espera.

Vase ISABEL, cierra la alacena y salen, como a
escuras, don MANUEL y COSME


COSME: Ya está abierto.
MANUEL: Pisa quedo,
que si aquí sienten rumor
será alboroto mayor.
COSME: ¿Creerásme que tengo miedo?
Este duende bien pudiera
teneros luz encendida.
ÁNGELA: La luz que truje escondida,
porque de aquesta manera
no se viese, es tiempo ya
de descubrir.

Ellos están apartados y ella saca una luz de
una linterna que trae cubierta


COSME: Nunca ha andado
el duende tan bien mandado.
¡Qué presto la luz nos da!
Considera agora aquí
si te quiere bien el duende
pues que para ti la enciende
y la apaga para mí.
MANUEL: ¡Válgame el cielo! Ya es
esto sobre natural;
que traer con prisa tal
luz, no es obra humana.
COSME: ¿Ves
como a confesar viniste
que es verdad?
MANUEL: ¡De mármol soy!
Por volverme atrás estoy.
COSME: Mortal eres. Ya temiste.
ÁNGELA: Hacia aquí la mesa veo
y con papeles está.
COSME: Hacia la mesa se va.
MANUEL: ¡Vive Dios! Que dudo y creo
una admiración tan nueva.
COSME: ¿Ves como nos va guiando
lo que venimos buscando,
sin que veamos quién la lleva?

[Doña ÁNGELA] saca la luz de la
linterna, pónela en un candelero que habrá en la
mesa, y toma una silla y siéntase de espadas a los dos


ÁNGELA: Pongo aquí la luz y agora
la escribanía veré.
MANUEL: Aguarda, que a los reflejos
de la luz todo se ve,
y no vi en toda mi vida
tan soberana mujer.
¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto?
Hidras a mi parecer
son los prodigios, pues de uno
nacen mil. Cielos, ¿qué haré?
COSME: De espacio lo va tomando,
silla arrastra.
MANUEL: Imagen es
de la más rara beldad
que el soberano pincel
ha obrado.
COSME: Así es verdad
porque sólo la hizo Él.
MANUEL: Mas que la luz resplandecen
sus ojos.
COSME: Lo cierto es
que son sus ojos luceros
del cielo de Lucifer.
MANUEL: Cada cabellos es un rayo
del sol.
COSME: Hurtáronlos de él.
MANUEL: Una estrella es cada rizo.
COSME: Sí será, porque también
se las trujeron acá
o una parte de las tres.
MANUEL: No vi más rara hermosura.
COSME: No dijeras eso, a fe,
si el pie la vieras, porque estos
son malditos por el pie.
MANUEL: Un asombro de belleza,
un ángel hermoso es.
COSME: Es verdad, pero patudo.
MANUEL: ¿Qué es eso que querrá hacer
con mis papeles?
COSME: Yo apuesto
que querrá mirar y ver
los que buscas, porque aquí
tengamos menos que hacer;
que es duende muy servicial.
MANUEL: ¡Válgame el cielo! ¿Qué haré?
Nunca me he visto cobarde
sino sola aquesta vez.
COSME: Yo sí, muchas.
MANUEL: Y calzado
de prisión de hielo el pie,
tengo el cabello erizado,
y cada suspiro es
para mi pecho un puñal,
para mi cuello un cordel.
Mas, ¿yo he de tener temor?
¡Vive el cielo! Que he de ver
si sé vencer un encanto.

Llega [don MANUEL] y ásela


Ángel, demonio o mujer,
a fe que no has de librarte
de mis manos esta vez.
ÁNGELA: (¡Ay, infelice de mí! Aparte
Fingida su ausencia fue.
¡Más ha sabido que yo!)
COSME: De parte de Dios--¡aquí es
Troya del diablo--nos di...
ÁNGELA: (Mas yo disimularé.) Aparte
COSME: ...quién eres. ¿Y qué nos quieres?
ÁNGELA: Generoso don Manuel
Enríquez, a quien está
guardado un inmenso bien,
no me toques, no me llegues
que llegarás a perder
la mayor dicha que el cielo
te previno por merced
del hado, que te apadrina
por decreto de su ley.
Yo te escribí aquesta tarde
en el último papel
que nos veríamos presto,
y anteviendo aquesto fue.
Y pues cumplí mi palabra,
supuesto que ya me ves,
en la más humana forma
que he podido elegir. Ve
en paz, y déjame aquí,
porque aún cumplido nos es
el tiempo en que mis sucesos
has de alcanzar y saber.
Mañana los sabrás todos
y mira que a nadie des
parte de esto si no quieres
una gran suerte perder.
Ve en paz.
COSME: Pues con la paz
nos convida, señor, ¿qué
esperamos?
MANUEL: ¡Vive Dios!
¿Qué corrido de temer
vanos asombros estoy!
Y puesto que no los cree
mi valor, he de apurar
todo el caso de una vez.
Mujer, quienquiera que seas
--que no tengo de creer
que eres otra cosa nunca--
¡vive Dios!, que he de saber
quién eres, cómo has entrado
aquí, con qué fin, y a qué.
Sin esperar a mañana
esta dicha gozaré.
Si demonio, por demonio;
y si mujer, por mujer;
que a mi esfuerzo no le da
qué recelar ni temer
tu amenaza cuando fueras
demonio...Aunque yo bien sé
que, teniendo cuerpo tú,
demonio no puede ser
sino mujer.
COSME: Todo es uno.
ÁNGELA: No me toques, que a perder
echas una dicha.
COSME: Dice
el señor diablo muy bien.
No la toques, pues no ha sido
arpa, laúd ni rabel.
MANUEL: Si eres espíritu, agora
con la espada lo veré
pues aunque te hiera aquí
no ha de poderte ofender.
ÁNGELA: ¡Ay de mí! Detén la espada.
Sangriento el brazo detén.
Que no es bien que des la muerte
a una infelice mujer.
Yo confieso que lo fui
y, aunque es delito el querer,
no delito que merezca
morir mal por querer bien.
No manches, pues, no desdores
con mi sangre el rosicler
de ese acero.
MANUEL: Di, ¿quién eres?
ÁNGELA: Fuerza el decirlo ha de ser,
porque no puedo llevar
tan al fin como pensé
este amor, este deseo,
esta verdad, y esta fe.
Pero estamos a peligro,
si nos oyen o nos ven,
de la muerte porque soy
mucho más de lo que ves.
Y así es fuerza, por quitar
estorbos que puede haber,
cerrar, señor, esa puerta
y aun la del portal también
porque no puedan ver luz
si acaso vienen a ver
quién anda aquí.
MANUEL: Alumbra, Cosme.
Cerremos las puertas. ¿Ves
como es mujer y no duende?
COSME: ¿Yo no lo dije también?

Vanse los dos


ÁNGELA: Cerrada estoy por de fuera.
Ya, cielos, fuerza ha de ser
decir la verdad, supuesto
que me ha cerrado Isabel
y que el huésped me ha cogido
aquí.

Sale ISABEL a la alacena


ISABEL: ¡Ce, señora, ce!
Tu hermano por ti pregunta.
ÁNGELA: Bien sucede. Echa el cancel
de la alacena. ¡Ay, Amor,
la duda se queda en pie!

Vanse y cierran la alacena y vuelva[n] a salir don
MANUEL y COSME


MANUEL: Ya están cerradas las puertas.
Proseguid, señora, haced
relación. Pero, ¿qué es esto?
¿Dónde está?
COSME: Pues yo, ¿qué sé?
MANUEL: ¿Si se ha entrado en el alcoba?
Ve adelante.
COSME: Yendo a pie
es, señor, descortesía
ir yo delante.
MANUEL: Veré
todo el cuarto. Suelta digo.

Tome la luz


COSME: Digo que suelto.
MANUEL: Crüel
es mi suerte.
COSME: Aun bien, que agora
por la puerta no se fue.
MANUEL: Pues, ¿por dónde pudo irse?
COSME: Eso no alcanzo yo. ¿Ves?
Siempre te lo he dicho yo
como es diablo y no mujer.
MANUEL: ¡Vive Dios!, que he de mirar
todo este cuarto, hasta ver
si debajo de los cuadros
rota está alguna pared,
si encubren estas alfombras
alguna cueva, y también
la bobedillas del techo.
COSME: Solamente aquí se ve
esta alacena.
MANUEL: Por ella
no hay que dudar ni temer,
siempre compuesta de vidrios.
A mirar lo demás ven.
COSME: Yo no soy nada mirón.
MANUEL: Pues no tengo de creer
que es fantástica su forma,
puesto que llego a temer
la muerte.
COSME: También llegó
a adivinar y saber
que a sólo verla esta noche
habíamos de volver.
MANUEL: Como sombra se mostró,
fantástica su luz fue.
Pero como cosa humana
se dejó tocar y ver.
Como mortal se temió,
receló como mujer,
como ilusión se deshizo,
como fantasma se fue.
Si doy la rienda al discurso,
no sé, vive Dios, no sé
ni qué tengo de dudar
ni qué tengo de creer.
COSME: Yo sí.
MANUEL: ¿Qué?
COSME: Que es mujer diablo.
Pues que novedad no es,
pues la mujer es demonio
todo el año, que una vez
por desquitarse de tantas
sea el demonio mujer.

Vanse

Fin del Segundo Acto

Calderón de la Barca - La dama duende
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