Calderón de la Barca - La Dama Duende (Acto Primero)

Acto Primero

Salen don MANUEL y COSME, de camino


MANUEL: Por un hora no llegamos
a tiempo de ver las fiestas
con que Madrid generosa
hoy el bautismo celebra
del primero Baltasar.
COSME: Como ésas, cosas se aciertan
o se yerran por un hora:
Por una hora que fuera
antes Píramo a la fuente,
no hallara a su Tisbe muerta
y las moras no mancharan
porque dicen los poetas
que con arrope de moras
se escribió aquella tragedia.
Por una hora que tardara
Tarquino, hallara a Lucrecia
recogida con lo cual
los autores no anduvieran,
sin ser vicarios, llevando
a salas de competencias
la causa, sobre saber
si hizo fuerza o no hizo fuerza.
Por una hora que pensara
si era bien hecho o no era
echarse Hero de la torre,
no se echara, es cosa cierta,
con que se hubiera excusado
al doctor Mira de Amescua
de haber dado a los teatros
tan bien escrita comedia,
y haberla representado
Amarilis tan de veras
que volatín del carnal
--si otros son de la cuaresma--
sacó más de alguna vez
las manos en la cabeza.
Y puesto que hemos perdido
por una hora tan gran fiesta,
no por una hora perdamos
la posada, que si llega
tarde Abindarraez, es ley
que haya de quedarse fuera;
y estoy rabiando por ver
este amigo que te espera
como si fueras galán
al uso con cama y mesa,
sin saber cómo o por dónde
tan grande dicha nos venga.
Pues, sin ser los dos torneos,
hoy a los dos nos sustenta.
MANUEL: Don Juan de Toledo es, Cosme,
el hombre que más profesa
mi amistad, siendo los dos
envidia ya que no afrenta
de cuantos la antigüedad
por tantos siglos celebra.
Los dos estudiamos juntos
y, pasando de las letras
a las armas, los dos fuimos
camaradas en la guerra
en las de Piamonte. Cuando
el señor duque de Feria
con la jineta me honró,
le di, Cosme, mi bandera.
Fue mi alférez y después,
sacando de una refriega
una penetrante herida,
le curé en mi cama mesma.
La vida, después de Dios,
me debe. Dejo las deudas
de menores intereses;
que entre nobles es bajeza
referirlas. Pues pos eso
pintó la docta academia
al galardón una dama
rica y las espaldas vueltas,
dando a entender que, en haciendo
el beneficio, es discreta
acción olvidarse de él;
que no le hace el que le acuerda.
En fin, don Juan, obligado
de amistades y finezas,
viendo que su majestad
con este gobierno premia
mis servicios y que vengo
de paso a la corte, intenta
hoy hospedarme en su casa
por pagarme con las mesmas.
Y, aunque a Burgos me escribió
de casa y calle las señas,
no quise andar preguntando
a caballo dónde era,
y así dejé en la posada
las mulas y las maletas.
Yendo hacia donde me dice,
vi las galas y libreas,
e, informado de la causa,
quise, aunque de paso, verlas.
Llegamos tarde en efecto,
porque...

Salen doña ÁNGELA e ISABEL, en corto tapadas


ÁNGELA: Si como lo muestra
el traje, sois caballero
de obligaciones y prendas,
amparad a una mujer,
que a valerse de vos llega.
Honor y vida me importa
que aquel hidalgo no sepa
quién soy y que no me siga.
Estorbad, por vida vuestra,
a una mujer principal,
una desdicha, una afrenta,
que podrá ser que algún día...
¡Adiós, adiós; que voy muerta!

Vase


COSME: ¿Es dama? ¿O es torbellino?
MANUEL: ¿Hay tal suceso?
COSME: ¿Qué piensas
hacer?
MANUEL: ¿Eso preguntas?
¿Cómo puede mi nobleza
excusarse de excusar
una desdicha, una afrenta?
Que según muestra, sin duda,
es su marido.
COSME: ¿Y qué intentas?
MANUEL: Detenerle con alguna
industria. Mas si con ella
no puedo, será forzoso
el valerme de la fuerza
sin que él entienda la causa.
COSME: Si industria buscas, espera;
que a mi fe me ofrece una.
Esta carta, que encomienda
es de un amigo, me valga.

Salen don LUIS y RODRIGO, su criado


LUIS: Yo tengo de conocerla,
no más de por el cuidado
con que de mi se recela.
RODRIGO: Síguela, y sabrás quién es.

Llega COSME, y retírase don MANUEL


COSME: Señor, aunque con vergüenza
llego, vuesarced me haga
tan gran merced que me lea
a quién esta carta dice.
LUIS: No voy agora con flema.

Detiénele


COSME: Pues si flema sólo os falta,
yo tengo cantidad de ella,
y podré partir con vos.
LUIS: Apartad.
MANUEL: (¡Oh, qué derecha Aparte
es la calle. Aún no se pierde
de vista.)
COSME: Por vida vuestra.
LUIS: Vive Dios, que sois pesado,
y os romperé la cabeza
si mucho me hacéis.
COSME: Por eso
os haré poco.
LUIS: Paciencia
me falta para sufriros.
Apartad de aquí.

Rempújale


MANUEL: (Ya es fuerza Aparte
llegar. Acabe el valor
lo que empezó la cautela.)

Llega


Caballero, ese criado
es mío, y no sé qué pueda
haberos hoy ofendido
para que de esa manera
le atropelléis.
LUIS: No respondo
a la duda o a la queja
porque nunca satisfice
a nadie. Adiós.
MANUEL: Si tuviera
necesidad mi valor
de satisfacciones, crea
vuestra arrogancia de mí
que no me fuera sin ella.
Preguntar en qué os ofende
merece más cortesía
y, pues la corte la enseña,
no la pongáis en mal nombre
aunque un forastero venga
a enseñarla a los que tienen
obligación de saberla.
LUIS: ¡Quién pensare que no puedo
enseñarla yo...
MANUEL: La lengua
suspended y hable el acero.

Sacan las espadas


LUIS: Decís bien.
COSME: ¡Oh, quién tuviera
gana de reñir!
RODRIGO: Sacad
la espada vos.
COSME: Es doncella
y sin cédula o palabra.
No puedo sacarla.

Salen doña BEATRIZ, teniendo a don JUAN, y
CLARA, criada y gente


JUAN: Suelta,
Beatriz.
BEATRIZ: No has de ir.
JUAN: Mira que es
con mi hermano la pendencia.
BEATRIZ: ¡Ay de mí, triste!
JUAN: A tu lado
estoy.
LUIS: Don Juan, tente. Espera;
que más que a darme valor
a hacerme cobarde llegas.
Caballero forastero,
quien no excusó la pendencia
solo, estando acompañado
bien se ve, que no la deja
de cobarde. Idos con Dios;
que no sabe mi nobleza
reñir mal, y más con quien
tanto brío y valor muestra.
Idos con Dios.
MANUEL: Yo os estimo
bizarría y gentileza;
pero si de mí por dicha
algún escrúpulo os queda,
me hallaréis donde quisiereis.
LUIS: Norabuena
MANUEL: Norabuena.
JUAN: ¿Qué es lo que miro y escucho?
¿Don Manuel?
MANUEL: ¿Don Juan?
JUAN: Suspensa
el alma no determina
qué hacer cuando considera
un hermano y un amigo,
que es lo mismo, en diferencia
tal, y hasta saber la causa,
dudaré.
LUIS: La causa es ésta.
Volver por ese crïado
este caballero intenta,
que necio me ocasionó
a hablarle mal. Todo cesa
con esto.
JUAN: Pues, siendo así
cortés, ¿me darás licencia
para que llegue a abrazarte?
El noble huésped que espera
nuestra casa es el señor
don Manuel, hermano. Llega;
que dos que han reñido iguales,
desde aquel instante quedan
más amigos pues ya hicieron
de su valor experiencia.
Daos los brazos.
MANUEL: Primero
que a vos os los dé, me lleva
el valor que he visto en él
a que al servicio me ofrezca
del señor don Luis.
LUIS: Yo soy
vuestro amigo, y ya me pesa
de no haberos conocido,
pues vuestro valor pudiera
haberme informado.
MANUEL: El vuestro,
escarmentado, me deja
una herida en esta mano
LUIS: [¡Por mi vida!] ¡Más quisiera
tenerla mil veces yo!
COSME: ¡Qué cortesana pendencia!
JUAN: ¿Herida? Vení a curaros.
Tú, don Luis, aquí te queda
hasta que tome su coche
doña Beatriz que me espera,
y de esta descortesía
me disculparás con ella.
Venid, señor, a mi casa
--mejor dijera a la vuestra--
donde os curéis.
MANUEL: Que no es nada.
JUAN: Venid presto.
MANUEL: (¡Qué tristeza Aparte
me ha dado que me reciba
con sangre Madrid!)
LUIS: (¡Qué pena Aparte
tengo de no haber podido
saber qué dama era aquella!)
COSME: (¡Qué bien merecido tiene Aparte
mi amor lo que se lleva
porque no se meta a ser
don Quijote de la legua!)

Vanse los tres, y llega don LUIS [a] doña
BEATRIZ que está aparte


LUIS: Ya la tormenta pasó.
Otra vez, señora, vuelva
a restituír las flores
que agora marchita y seca
de vuestra hermosura el hielo
de un desmayo.
BEATRIZ: ¿Dónde queda
don Juan?
LUIS: Que le perdonéis
os pide, porque le llevan
forzosas obligaciones,
y el cuidar con diligencia
de la salud de un amigo
que va herido.
BEATRIZ: ¡Ay de mí! ¡Muerta
estoy! ¿Es don Juan?
LUIS: Señora,
no es don Juan, que no estuviera,
estando herido mi hermano,
yo con tan grande paciencia.
No os asustéis, que no es justo;
que sin que él la herida tenga
tengamos entre los dos,
yo el dolor, y vos la pena...
digo dolor, el de veros
tan postrada, tan sujeta
a un pesar imaginado,
que hiere con mayor fuerza.
BEATRIZ: Señor don Luis, ya sabéis
que estimo vuestras finezas,
supuesto que lo merecen
por amorosas y vuestras;
pero no puedo pagarlas,
que eso han de hacer las estrellas,
y no hay de lo que no hacen
quien las tome residencia.
Si lo que menos se halla
es hoy lo que más se precia
en la corte, agradeced
el desengaño, siquiera,
por ser cosa que se halla
con dificultad en ella.
Quedad con Dios.

Vase con su criada


LUIS: Id con Dios.
No hay acción que me suceda
bien, Rodrigo. Si una dama
veo airosa, y conocerla
solicito, me detienen
un necio y una pendencia
que no sé cuál es peor.
Si riño y mi hermano llega,
es mi enemigo su amigo;
si por disculpa me deja
de una dama, es una dama
que mil pesares me cuesta.
De suerte que una tapada
me huye, un necio me atormenta,
un forastero me mata,
y un hermano me le lleva
a ser mi huésped a casa
y otra dama me desprecia.
De mal anda mi fortuna.
RODRIGO: Que de todas esas penas
que sé la que siente más.
LUIS: No sabes.
RODRIGO: Que la que llegas
a sentir más son los celos
de tu hermano y Beatriz bella.
LUIS: Engáñaste.
RODRIGO: Pues, ¿cuál es?
LUIS: Si tengo de hablar de veras
--de ti sólo me fïara--
lo que más siento es que sea
mi hermano tan poco atento
que llevar a casa quiera
un hombre mozo, teniendo,
Rodrigo, una hermana bella,
viuda y moza y, como sabes,
tan de secreto que apenas
sabe el sol que vive en casa,
porque Beatriz, por ser deuda,
solamente la visita.
RODRIGO: Ya sé que su esposo era
administrador en puertos
de mar de unas reales rentas,
y quedó debiendo al rey
grande cantidad de hacienda.
Y ella a la corte se vino
de secreto donde intenta,
escondida y retirada,
componer mejor sus deudas.
Y esto disculpa a tu hermano
pues, si mejor consideras
que su estado no le da
ni permisión ni licencia
de que nadie la visite,
y que, aunque su huésped sea
don Manuel, no ha de saber
que en casa, señor, se encierra
tal mujer, ¿qué inconveniente
hay en admitirle en ella?
Y más, habiendo tenido
tal recato y advertencia
que para su cuarto ha dado
por otra calle la puerta,
y la que salía a la casa
por desmentir la sospecha
de que el cuidado la había
cerrado, o porque pudiera
con facilidad abrirse
otra vez fabricó en ella
una alacena de vidrios
labrada de tal manera
que parece que jamás
en tal parte ha habido puerta.
LUIS: ¿Ves con lo que me aseguras?
Pues con eso mismo intentas
darme muerte, pues ya dices
que no ha puesto por defensa
de su honor más que unos vidrios
que al primer golpe se quiebran.

Vanse y salen doña ÁNGELA e ISABEL

ÁNGELA: Vuélveme a dar, Isabel,
esas tocas. ¡Pena esquiva!
Vuelve a amortajarme viva
ya que mi suerte crüel
lo quiere así.
ISABEL: Toma presto
porque, si tu hermano viene
y alguna sospecha tiene,
no la confirme con esto
de hallarte de esta manera
que hoy en palacio te vio.
ÁNGELA: ¡Válgame el cielo, que yo
entre dos paredes muera,
donde apenas el sol sabe
quien soy! Pues la pena mía
en el término del día
ni se contiene, ni cabe
donde inconstante la luna
que aprende influjos de mí,
no puede decir "Ya vi
que lloraba su fortuna."
Donde, en efecto, encerrada,
sin libertad he vivido,
porque enviudé de un marido,
con dos hermanos casada.
Y luego delito sea
sin que toque en liviandad,
depuesta la autoridad
ir donde tapada vea
un teatro en quien la fama
para su aplauso inmortal
con acentos de metal
a voces de bronce llama.
¡Suerte injusta! ¡Dura estrella!
ISABEL: Señora, no tiene duda
de que mirándote viuda,
tan moza, bizarra y bella,
tus hermanos cuidadosos
te celen, porque este estado
es el más ocasionado
a delitos amorosos.
Y más en la corte hoy
donde se han dado en usar
unas viuditas de azahar;
que al cielo mil gracias doy
cuando en las calles las veo
tan honestas, tan fruncidas,
tan beatas y aturdidas,
y en quedándose en mateo
es el mirarlas contento,
pues sin toca y devoción
faltan más a cualquier son
que una pelota de viento.
Y este discurso doblado
para otro tiempo, señora,
como no habemos agora
en el forastero hablado
a quien tu honor encargaste
y tu galán hoy hiciste.
ÁNGELA: Parece que me leíste
el alma en eso que hablaste.
Cuidadosa me ha tenido
no por él, sino por mí,
porque después cuando oí
de las cuchilladas rüido,
me puse--mas son quimeras--
Isabel, a imaginar
que él había de tomar
mi disgusto tan de veras,
que había de sacar la espada
en mi defensa. Yo fui
necia en empeñarle así;
mas una mujer turbada,
¿qué mira, o qué considera?
ISABEL: Yo no sé si lo estorbó,
mas sé que no nos siguió
tu hermano más.
ÁNGELA: ¡Oye, espera!

Sale don LUIS


LUIS: ¿Ángela?
ÁNGELA: Hermano y señor,
turbado y confuso vienes.
¿Qué ha sucedido? ¿Qué tienes?
LUIS: Harto tengo, tengo honor.
ÁNGELA: (¡Ay de mí! Sin duda es Aparte
que don Luis me conoció.)
LUIS: Y así siento mucho yo
que te estime poco.
ÁNGELA: Pues,
¿has tenido algún disgusto?
LUIS: Lo peor es, cuando vengo
a verte, el disgusto tanto
que tuve, Ángela.
ISABEL: (¡Otro susto!) Aparte
ÁNGELA: Pues yo, ¿n qué te puedo dar,
hermano, disgusto? Advierte...
LUIS: Tú eres la causa, y el verte...
ÁNGELA: (¡Ay de mí!) Aparte
LUIS: ...Ángela estimar
tan poco, de nuestro hermano.
ÁNGELA: (¡Eso sí!) Aparte
LUIS: Pues cuando vienes
con los disgustos que tienes,
cuidados te dé, no en vano.
El enojo que tenía,
con el huésped me pagó,
pues, sin conocerle yo,
hoy le [he] herido en profecía.
ÁNGELA: Pues, ¿cómo fue?
LUIS: Entré en la plaza
de palacio, hermano, a pie,
hasta el palenque, porque
toda la desembaraza
de coches, y caballeros
la guarda. A un corro me fui
de amigos, adonde vi
que alegres y lisonjeros
los tenía una tapada,
a quien todos celebraron
lo que dijo, y alabaron
de entendida y sazonada.
Desde el punto que llegué
otra palabra no habló,
tanto, que a alguno obligó
a preguntarla por qué.
¿Porque yo llegaba había
con tanto extremo callado?
Todo me puso en cuidado.
Miré si la conocía,
y no pude, porque ella
se puso más en taparse,
en esconderse y guardarse.
Viendo que no pude vella,
seguilla determiné.
Ella siempre atrás volvía
a ver si yo la seguía
cuyo gran cuidado fue
espuela de mi cuidado.
Yendo de esta suerte, pues,
llegó un hidalgo, que es
de nuestro huésped crïado
a decir que le leyese
una carta. Respondí
que iba de prisa, y creí
que detenerme quisiese
con este intento, porque
la mujer [le] habló al pasar
y tanto dio en porfïar
que le dije no sé qué.
Llegó en aquella ocasión
en defensa del crïado
nuestro huésped, muy soldado.
Sacamos, en conclusión,
las espadas. Todo es esto
pero más pudiera ser.
ÁNGELA: Miren la mala mujer
en qué ocasión te había puesto;
que hay mujeres tramoyeras.
Pondré que no conocía
quién eras, y que lo hacía
solo porque la siguieras.
Por eso estoy harta yo
de decir--si bien te acuerdas--
que mires que no te pierdas
por mujercillas que no
saben más que aventurar
los hombres.
LUIS: ¿En qué has pasado
la tarde?
ÁNGELA: En casa me he estado
entretenida en llorar.
LUIS: ¿Hate nuestro hermano visto?
ÁNGELA: Desde esta mañana, no
ha entrado aquí.
LUIS: ¡Qué mal yo
estos descuidos resisto!
ÁNGELA: Pues deja los sentimientos;
que al fin sufrirle es mejor;
que es nuestro hermano mayor
y comemos de alimentos.
LUIS: Si tú estás tan consolada,
yo también, que yo por ti
lo sentía; y porque así
veas, no dárseme nada
a verle voy, y aún con él
haré una galantería.

Vase


ISABEL: ¿Qué dirás, señora mía,
después del susto crüel
de lo que en casa nos pasa?
Pues el que hoy ha defendido
tu vida, huésped y herido,
le tienes dentro de casa.
ÁNGELA: Yo, Isabel, lo sospeché
cuando de mi hermano oí
la pendencia, y cuando vi
que el herido el huésped fue.
Pero aun bien no lo he creído
porque cosa extraña fuera
que un hombre a Madrid viniera
y hallase recién venido
una dama que rogase
que su vida defendiese,
un hermano que le hiriese,
y otro que le aposentase.
Fuera notable suceso
y, aunque todo puede ser,
no lo tengo de creer
sin vello.
ISABEL: Y si para eso
te dispones, yo bien sé
por donde verle podrás
y aun más que velle.
ÁNGELA: Tú estás
loca. ¿Cómo? Si se ve
de mi cuarto tan distante
el suyo?
ISABEL: Parte hay por donde
este cuarto corresponde
al otro. Esto no te espante.
ÁNGELA: No porque verlo deseo
sino sólo por saber,
dime, ¿cómo puede ser?
Que lo escucho y no lo creo.
ISABEL: ¿No has oído que labró
en la puerta una alacena
tu hermano?
ÁNGELA: Ya lo que ordena
tu ingenio he entendido yo.
¿Dirás que, pues es de tabla,
algún agujero hagamos
por donde al huésped veamos?
ISABEL: Más que eso mi ingenio entabla.
ÁNGELA: Di.
ISABEL: Por cerrar y encubrir
la puerta que se tenía
y que a este jardín salía
y poder volverla a abrir,
hizo tu hermano poner
portátil una alacena.
Ésta, aunque de vidrios llena,
se puede muy bien mover.
Yo lo sé bien, porque cuando
la alacena aderecé
la escalera la arrimé
y ella se fue desclavando
poco a poco de manera
que todo junto cayó,
y dimos en tierra yo,
alacena y escalera
de surte que en falso agora
la tal alacena está
y, apartándose podrá
cualquiera pasar, señora.
ÁNGELA: Esto no es determinar
sino prevenir primero.
Ves aquí, Isabel, que quiero
a esotro cuarto pasar;
he quitado la alacena,
¿por allá no se podrá
quitar también?
ISABEL: Claro está,
y para hacerla más buena
en falso se han de poner
dos clavos, para advertir
que sólo la sepa abrir
el que lo llega a saber.
ÁNGELA: Al crïado que viniere
por luz y por ropa, di
que vuelva a avisarte a ti
si acaso el huésped saliere
de casa; que según creo,
no le obligará la herida
a hacer cama.
ISABEL: ¿Y, por tu vida,
irás?
ÁNGELA: Un necio deseo
tengo de saber si es él
el que mi vida guardó,
porque si le cuesto yo
sangre y cuidado, Isabel,
es bien mirar por su herida,
si es que, segura de miedo
de ser conocida, puedo
ser con él agradecida.
Vamos, que tengo de ver
la alacena, y si pasar
puedo al cuarto, he de cuidar,
sin que él lo llegue a entender,
desde aquí de su regalo.
ISABEL: Notable cuento será
[si se da] cuenta.
ÁNGELA: No hará;
que hombre que su esfuerzo igualo
a su gala y discreción,
puesto que de todo ha hecho
noble experiencia en mi pecho,
en la primera ocasión,
de valiente en lo restado,
de galán en lo lucido,
en el modo de entendido,
no me ha de causar cuidado
que diga suceso igual,
que fuera notable mengua
que echara una mala lengua
tan buenas partes a mal.

Vanse. Salen don JUAN, don MANUEL, y un criado con
luz


JUAN: ¡Acostaos, por mi vida!
MANUEL: Es tan poca la herida
que antes, don Juan, sospecho
que parece melindre el haber hecho
casi ninguno de ella.
JUAN: Harta ventura ha sido de mi estrella;
que no me consolara
jamás, si este contento me costara
el pesar de teneros
en mi casa indispuesto, y el de veros
herido por la mano
--si bien no ha sido culpa--de mi hermano.
MANUEL: Él es buen caballero
y me tiene envidioso de su acero,
de su estilo admirado,
y he de ser muy su amigo y su crïado.

Sale don LUIS, y un criado con un azafate cubierto,
y en él un aderezo de espada


LUIS: Yo, señor, lo soy vuestro
como en la pena que recibo muestro,
ofreciéndoos mi vida;
y porque el instrumento de la herida
en mi poder no quede,
pues ya agradarme ni servirme puede,
bien como aquel crïado
que a su señor algún disgusto ha dado,
hoy de mí le despido.
Ésta es, señor, la espada que os ha herido.
A vuestras plantas viene
a pediros perdón si culpa tiene.
Tome vuestra querella
con ella en mi venganza de mí y de ella.
MANUEL: Sois valiente y discreto.
En todo me vencéis. La espada aceto
porque siempre a mi lado
me enseñe a ser valiente. Confïado
desde hoy vivir procuro
porque, ¿de quién no vivirá seguro
quien vuestro acero ciñe generoso?
Que él solo me tuviera temeroso.
JUAN: Pues don Luis me ha enseñado
a lo que estoy por huésped obligado,
otro regalo quiero
que recibáis de mí.
MANUEL: ¡Qué tarde espero
pagar tantos favores!
Los dos os competís en darme honores.

Sale COSME cargado de maletas y cojines


COSME: Doscientos mil demonios
de su furia infernal den testimonios,
volviéndose inclementes
doscientas mil serpientes
que asiéndome de un vuelo
den conmigo de patas en el cielo,
del mandato oprimidos
de Dios, por justos juicios compelidos,
si vivir no quisiera, sin injurias
en Galicia o Asturias
antes que en esta corte.
MANUEL: Reporta.
COSME: El reportorio se reporte.
JUAN: ¿Qué dices?
COSME: Lo que digo,
que es traidor quien da paso a su enemigo.
LUIS: ¿Qué enemigo? Detente.
COSME: El agua de una fuente y otra fuente.
MANUEL: ¿De aqueso te inquietas?
COSME: Venía de cojines y maletas
por la calle cargado,
y en una zanja de una fuente he dado,
y así lo traigo todo
--como dice el refrán--puesto de lodo.
¿Quién esto en casa mete?
MANUEL: Vete de aquí, que estás borracho. Vete.
COSME: Si borracho estuviera
menos mi enojo con el agua fuera.
Cuando en un libro leo de mil fuentes
que vuelven varias cosas sus corrientes,
no me espanto si aquí ver determino
que nace el agua a convertirse en vino.
MANUEL: Si él empieza, en un año
no acabará.
JUAN: Él tiene humor extraño.
LUIS: Solo de ti querría
saber... Si sabes leer, como este día
en el libro citado
muestras, ¿por qué pediste tan pesado
que una corta leyese? ¿Qué te apartas?
COSME: Porque sé leer en libros y no en cartas.
LUIS: Está bien respondido.
MANUEL: Que no hagáis caso de él, por Dios, os pido.
Ya le iréis conociendo
y sabréis que es burlón.
COSME: Hacer pretendo
de mis burlas alarde.
Para alguna os convido.
MANUEL: Pues no es tarde,
Porque me importa, hoy quiero
hacer una visita.
JUAN: Yo os espero
para cenar.
MANUEL: Tú, Cosme, esas maletas
abre y saca la ropa. No las metas.
JUAN: Si quisieres cerrar, ésta es del cuarto
la llave. Que aunque tengo
llave maestra por si acaso vengo
tarde, más que las dos, otra no tiene,
ni otra puerta tampoco. Así conviene
y en el cuarto le deja, y cada día
vendrán [a] aderezarle.

Vanse y queda COSME


COSME: Hacienda mía,
ven acá, que yo quiero
visitarte primero
porque ver determino
cuanto habemos sisado en el camino;
que como en las posadas
no se hilan las cuentas tan delgadas
como en casa, que vive en sus porfías,
la cuenta y la razón por lacerías,
hay mayor aparejo del provecho
para meter la mano, no en mi pecho,
sino en la bolsa ajena.

Abre una maleta y saca un bolsón


Topé la propia. Buena está y rebuena
pues aquesta jornada
subió doncella y se apeó preñada.
Contallo quiero. Es tiempo perdido
porque yo, que borregos he vendido
a mi señor, ¿para qué mire y vea
si está cabal? ¡Que ello fuere sea!
Su maleta es aquésta.
Ropa quiero sacar por si se acuesta
tan presto, que el mandó que hiciese esto.
Mas porque él lo mandó, ¿se ha de hacer presto?
Por haberlo mandado,
antes no lo he de hacer, que soy crïado.
Salirme un rato es justo
a rezar a una ermita. ¿Tendrás gusto
de esto, Cosme? Tendré. Pues, Cosme, vamos;
que antes son nuestros gustos que los amos.

Vase. Por una alacena que estará hecho con

anaqueles y vidrios en ella, quitándose con goznes como
que se desencaja, salen doña ÁNGELA e ISABEL


ISABEL: Que está el cuarto solo, dijo
Rodrigo, porque el tal huésped
y tus hermanos se fueron.
ÁNGELA: Por eso pude atreverme
a hacer sólo esta experiencia.
ISABEL: ¿Ves que no hay inconveniente
para pasar hasta aquí?
ÁNGELA: Antes, Isabel, parece
que todo cuanto previne
fue muy impertinente,
pues con ninguno topamos;
que la puerta fácilmente
se abre y se vuelve a cerrar
sin ser posible que se eche
de ver.
ISABEL: ¿Y a qué hemos venido?
ÁNGELA: A volvernos solamente,
que para hacer sola una
travesura dos mujeres
basta haberla imaginado,
porque al fin esto no tiene
más fundamento que haber
hablado en ello dos veces
y estar yo determinada,
siendo verdad que es aqueste
caballero el que por mí
se empeñó osado y valiente
--como te he dicho--a mirar
por su regalo.
ISABEL: Aquí tiene
el que le trujo tu hermano,
y una espada en un bufete.
ÁNGELA: Ven acá, ¿mi escribanía
trujeron aquí?
ISABEL: Dio en ese
desvarío mi señor.
Dijo que aquí la pusiese
con recado de escribir
y mil libros diferentes.
ÁNGELA: En el suelo hay dos maletas.
ISABEL: ¡Y abiertas, señora! ¿Quieres
que veamos qué hay en ellas?
ÁNGELA; Sí, que quiero neciamente
mirar qué ropa y alhajas
trae.
ISABEL: Soldado y pretendiente,
vendrá muy mal alhajado.

Sacan todo cuanto van diciendo y todo lo esparcen
por la sala


ÁNGELA: ¿Qué es esto?
ISABEL: Muchos papeles.
ÁNGELA: ¿Son de mujer?
ISABEL: No, señora,
sino procesos que vienen
cosidos, y pesan mucho.
ÁNGELA: Pues si fueran de mujeres,
ellos fueran más livianos.
Mal en eso te detienes.
ISABEL: Ropa blanca hay aquí alguna.
ÁNGELA: ¿Huele?
ISABEL: Sí, a limpia huele.
ÁNGELA: Ése es el mejor perfume.
ISABEL: Las tres calidades tiene
de blanca, blanda y delgada;
mas, señora, ¿qué es aqueste
pellejo con unos hierros
de herramientas diferentes?
ÁNGELA: Muestra a ver. Hasta aquí loza
de sacamuelas parece.
Mas estas son tenacillas
y el alzador del copete.
Y los bigotes esotras.
ISABEL: Iten: escobilla y peine.
Oye, que más prevenido
no le faltará al tal huésped
la horma de su zapato.
ÁNGELA: ¿Por qué?
ISABEL: Porque aquí la tiene.
ÁNGELA: ¿Hay más?
ISABEL: Si, señora. Iten:
como a forma de billetes
legajo segundo.
ÁNGELA: Muestra.
De mujer son y contienen
más que papel. Un retrato
está aquí.
ISABEL: ¿Qué te suspende?
ÁNGELA: El verle, que una hermosura,
si está pintada, divierte.
ISABEL: Parece que te ha pesado
de sacalle.
ÁNGELA: ¡Qué necia eres!
No mires más.
ISABEL: ¿Y qué intentas?
ÁNGELA: Dejarle escrito un billete.
Toma el retrato.

Pónese a escribir


ISABEL: Entretanto,
la malta del sirviente
he de ver. Esto es dinero.
Cuartazos son insolentes;
que en la república donde
son los príncipes y reyes
los doblones y los reales,
ellos son la común plebe.
Una burla le he de hacer
y ha de ser de aquesta suerte:
quitarle de aquí el dinero
al tal lacayo, y ponerle
unos carbones. Dirán--
"¿Dónde demonios los tiene
esta mujer?" No advirtiendo
que esto sucedió en noviembre
y que hay brasero en el cuarto.
ÁNGELA: Yo escribí. ¿Qué te parece
a donde deje el papel
porque, si mi hermano viene,
no le vea?
ISABEL: Así, debajo
de la toalla que tienen
las almohadas; que al quitarle
se verá forzosamente
y no es parte que hasta entonces
se ha de andar.
ÁNGELA: Muy bien adviertes.
Ponle allí y ve recogiendo
todo esto.
ISABEL: Mira que tuercen
la llave ya.
ÁNGELA: Pues dejallo
todo. Esté como estuviere
y a escondernos, Isabel,
ven.
ISABEL: Alacena me fecit.

Vanse por el alacena y queda como estaba. Sale
COSME

COSME: Ya que me he servido a mí
de barato quiero hacerle
a mi amo otro servicio...
mas, ¿quién nuestra hacienda vende
que así hace almoneda de ella?
¡Vive Cristo! ¡Que parece
plazuela de la cebada
su sala con nuestros bienes!
¿Quién está aquí? No está nadie,
por Dios, y si está no quiere
responder. No me respondas
que me huelgo de que eche
de ver que soy enemigo
de respondones. Con este
humor, sea bueno o sea malo
--si he de hablar discretamente--
estoy temblando de miedo,
pero como a mí de deje
el revoltoso de alhajas
libre mi dinero, llegue
y revuelva las maletas
una y cuatrocientas veces.
Mas, ¿qué veo? ¡Vive Dios
que en carbones lo convierte!
Duendecillo, duendecillo,
quienquiera que fuiste y eres,
el dinero que tú das
en lo que mandares vuelve;
mas lo que yo hurto, ¿por qué?

Salen don JUAN, don LUIS y don MANUEL


JUAN: ¿De qué das voces?
LUIS: ¿Qué tienes?
MANUEL: ¿Qué te ha sucedido? Habla.
COSME: Lindo desenfado es ése
si tienes por inquilino,
señor, en tu casa un duende.
¿Para qué nos recibiste
en ella? Un instante breve
que falté de aquí, la ropa
de tal modo y de tal suerte
hallé que toda esparcida
una almoneda parece.
JUAN: ¿Falta algo?
COSME: No falta nada,
el dinero solamente
que en esta bolsa tenía
que era mío, me convierte
en carbones.
LUIS: Sí, ya entiendo.
MANUEL: ¡Qué necia burla previene!
¡Qué fría y qué sin donaire.
JUAN: ¡Qué mala y qué impertinente!
COSME: ¡No es burla ésta, vive Dios!
MANUEL: Calla, que estás como sueles.
COSME: Es verdad; mas suelo estar
en mi juicio algunas veces.
JUAN: Quedaos con Dios y acostaos,
don Manuel, sin que os desvele
el duende de la posada,
y aconsejalde que intente
otras burlas al crïado.

Vase


LUIS: No en vano sois tan valiente
como sois, si habéis de andar
desnuda la espada siempre
saliendo de los disgustos
en que este loco os pusiere.

Vase


MANUEL: ¿Ves cuál me tratan por ti?
Todos por loco me tienen
porque te sufro. A cualquiera
parte que voy me suceden
mil desaires por tu causa.
COSME: Ya estás solo y no he de hacerte
burla mano a mano yo
porque solo en tercio puede
tirarse uno con su padre.
Dos mil demonios me lleven
si no es verdad que salí
y esto, fuese quien se fuese,
hizo este estrago.
MANUEL: ¿Con eso
ahora disculparte quieres
de la necedad? Recoge
esto que esparcido tienes
y entra a acostarme.
COSME: Señor,
en una galera reme...
MANUEL: Calla, calla o ¡vive Dios,
que la cabeza te quiebre.
COSME: Pesaráme con extremo
que lo tal me sucediese.
Ahora bien, va de envasar
otra vez los adherentes
de mis maletas. ¡Oh, cielos,
quien en la trompeta tuviese
del juicio de las alhajas,
porque a una voz solamente
viniesen todas!
MANUEL: Alumbra,
Cosme.
COSME: ¿Pues qué te sucede,
señor? ¿Has hallado acaso
allá dentro alguna gente?
MANUEL: Descubrí la cama, Cosme,
para acostarme, y halléme
debajo de la toalla
de la cama este billete
cerrado. Y ya el sobrescrito
me admira más.
COSME: ¿A quién viene?
MANUEL: A mí, mas el modo extraño.
COSME: ¿Cómo dice?
MANUEL: Me suspende.

Lee


"Nadie me abra, porque soy
de don Manuel solamente."
COSME: Plega a Dios que no me creas
por fuerza. No le abras...¡tente!
...sin conjurarle primero.
MANUEL: Cosme, lo que me suspende
es la novedad no el miedo;
que quien admira no teme.

Lee


"Con cuidado me tiene vuestra salud, como
a quien fue la causa de su riesgo. Y así
agradecida y lastimada os suplico me
aviséis de ella y os sirváis de mí; que para
lo uno y lo otro habrá ocasión, dejando la
respuesta donde hallasteis ésta, advertido
que el secreto importa porque el día que lo
sepa alguno de los amigos, perderé yo el
honor y la vida."

COSME: ¡Extraño caso!
MANUEL: ¿Que extraño?
COSME: ¿Eso no te admira?
MANUEL: No.
Antes con esto llegó
a mi vida el desengaño.
COSME: ¿Cómo?
MANUEL: Bien claro se ve,
que aquella dama tapada
que tan ciega y tan turbada
de don Luis huyendo fue
era su dama. Supuesto,
Cosme, que no puede ser,
si es soltero, su mujer
y dado por cierto esto,
¿qué dificultad tendrá
que en la casa de su amante
tenga ella mano bastante
para entrar?
COSME: Muy bien está
pensado; mas mi temor
pasa adelante. Confieso
que es su dama y el suceso
te doy por bueno, señor,
pero ella, ¿cómo podía
desde la calle saber
lo que había de suceder
para tener este día
ya prevenido el papel?
MANUEL: Después de haberme pasado
pudo dárselo a un crïado.
COSME: Y, aún que se le diera, él,
¿cómo aquí ha de haberle puesto?
Porque ninguno aquí entró
desde que aquí quedé yo.
MANUEL: Bien pudo ser antes esto.
COSME: Sí, mas hallar trabucadas
las maletas y la ropa
y el papel escrito, topa
en más.
MANUEL: Mira si cerradas
estas ventanas están.
COSME: Y con aldabas y rejas.
MANUEL: Con mayor duda me dejas
y mil sospechas me dan.
COSME: ¿De qué?
MANUEL: No sabré explicallo.
COSME: En efecto, ¿qué has de hacer?
MANUEL: Escribir y responder
pretendo hasta averiguallo,
con estilo que parezca
que no ha hallado en mi valor
ni admiración ni temor;
que no dudo que se ofrezca
una ocasión en que demos,
viendo que papeles hay,
con quien los lleva y los trai.
COSME: ¿Y de aquesto no daremos
cuenta a los huéspedes?
MANUEL: No,
porque no tengo de hacer
mal alguno a una mujer
que así de mí se fïó.
COSME: Luego ya ofendes a quien
su galán pienses.
MANUEL: No tal,
pues sin hacerla a ella mal
puedo yo proceder bien.
COSME: No señor. Más hay aquí
de lo que a ti te parece.
Con cada discurso crece
mi sospecha.
MANUEL: ¿Cómo así?
COSME: Ves aquí que van y vienen
papeles, y que jamás,
aunque lo examines más,
ciertos desengaños tienen.
¿Qué creerás?
MANUEL: Que ingenio y arte
hay para entrar y salir
para cerrar, para abrir,
y que el cuarto tiene parte
por dónde. Y en duda tal
el juicio podré perder
pero no, Cosme, creer
cosa sobrenatural.
COSME: ¿No hay duendes?
MANUEL: Nadie los vio.
COSME: ¿Familiares?
MANUEL: Son quimeras.
COSME: ¿Brujas?
MANUEL: Menos.
COSME: ¿Hechiceras?
MANUEL: ¡Qué error!
COSME: ¿Hay sucubos?
MANUEL: No.
COSME: ¿Encantadoras?
MANUEL: Tampoco.
COSME: ¿Mágicos?
MANUEL: Es necedad.
COSME: ¿Nigromantes?
MANUEL: Liviandad.
COSME: ¿Energúmenos?
MANUEL: ¡Qué loco!
COSME: ¡Vive Dios, que te cogí!
¿Diablos?
MANUEL: Sin poder notorio.
COSME: ¿Hay almas de purgatorio?
MANUEL: ¿Que me enamoren a mí?
¿Hay más necia bobería?
Déjame, que estás cansado.
COSME: En fin, ¿qué has determinado?
MANUEL: ¡Asistir de noche y día
con cuidados singulares!
Aquí el desengaño fundo.
No creas que hay en el mundo
ni duendes ni familiares.
COSME: Pues yo en efecto presumo
que algún demonio los trai;
que esto y más habrá donde hay
quien tome tabaco en humo.

Vanse

Fin del Primer Acto

Calderón de la Barca - La dama duende
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