Vase. Salen MARTÍN y PEDRO
PEDRO: ¿Y que tiene tan buen talle?
MARTÍN: Esto me dijo Leonor,
y que es la moza mejor
que tiene toda la calle.
Es una perla, un asombro;
rinden parias a su brío
cuantas llevan ropa a el río
y llevan cántaro en hombro.
Es mujer que este don Juan,
primo del Conde mi dueño,
pierde por hablarla el sueño;
desmayos de amor le dan.
De la suerte la pasea
que a la dama de más partes;
pero en estos Durandartes
poco el pensamiento emplea.
De noche la viene a ver,
y anda el pobre caballero,
de su cántaro escudero,
sin dormir y sin comer.
Sirve a un caballero indiano
tan cuitado, que consiente
que vaya y venga a la fuente;
puesto que le culpo en vano,
porque pienso que ella gusta
de salir, por ver y hablar
(que a mozas deste lugar
mucho el no salir disgusta),
a jabonar y a lavar
a los pilares, a el río.
PEDRO: En fin, es moza de brío,
y que puede descuidar
de camisas y valonas
a un hombre de mi talante.
MARTÍN: Lleva, en saliendo, delante
más pretendientes personas
que un oidor o presidente.
PEDRO: Si yo la moza poseo,
luego habrá despolvoreo
de todo amor pretendiente:
a ellos de cuchilladas
y a ella de muchas coces.
Ya mi cólera conoces.
MARTÍN: No la has visto ¿y ya te enfadas?
PEDRO: Gente de un coche se apea.
MARTÍN: Con ellos viene don Juan.
PEDRO: ¡Por vida del alazán,
que no es la viudilla fea!
Salen doña ANA, JUANA, don JUAN
JUAN: Por el coche os conocí,
y luego al Conde avisé,
que en la carroza dejé
harto envidioso de mí.
Vine a ver lo que mandáis;
que apearos no habrá sido
sin causa.
ANA: Causa he tenido;
que siempre vos me la dais.
Quiero venir a la fuente,
porque sé que es el lugar
adonde os tengo de hallar,
y donde sois pretendiente.
JUAN: ¡Buen oficio me habéis dado!
O de bestia o de aguador.
ANA: Conociendo vuestro humor,
señor don Juan, he pensado
venir por agua también.
--Muestra ese búcaro, Juana.
JUAN: Dado habéis esta mañana
filos, señora, al desdén.
ANA: Deseando enamoraros,
moza de cántaro soy,
por agua a la fuente voy.
JUAN: Teneos...
ANA: Quiero agradaros.
JUAN: Es el cántaro pequeño;
templará poco el rigor
a los enfermos de amor.
Salen doña MARÍA y LEONOR, con sus cántaros.
A LEONOR
MARÍA: Esto me dijo mi dueño;
que en el patio de palacio,
archivo de novedades,
ya mentiras, ya verdades,
como pasean de espacio,
lo contaba mucha gente.
LEONOR: Y ¿que esa mujer mató
a el que a su padre afrentó?
¡Bravo corazón!
MARÍA: Valiente.
Dijo que había pedido
la parte pesquisidor,
y que a el Rey nuestro señor
(cuya vida al cielo pido)
consultaron este caso,
y que no quiso que fuese
quien pesadumbre le diese.
LEONOR: No fue la piedad acaso,
si el padre estaba inocente.
¿Y nunca más pareció
esa dama que mató
a el caballero insolente?
MARÍA: De eso no me dijo nada.
Yo estoy contenta de ver
(que en efeto soy mujer)
que la hubiese tan honrada.
LEONOR: ¿Dijo el nombre que tenía?
Que me alegra a mí también.
MARÍA: No sé si me acuerdo bien...
Aunque sí: doña María.
MARTÍN: Aquí están dos escuderos
para las dos.
LEONOR: Isabel,
este mozazo es aquel
que te dije.
MARÍA: ¡Oh, caballeros!...
A PEDRO
MARTÍN: (Llega, no estés vergonzoso;
llega y habla.)
PEDRO: (Estoy mirando
a Isabel, y contemplando
su talle y su rostro hermoso.)
Téngame vuesamerced
por suyo desde esta tarde.
MARÍA: (¡Qué buen hombrón!) Aparte
Dios le guarde.
PEDRO: (Cayó la daifa en la red. Aparte
Ya está perdida por mí.)
MARÍA: (Con pocos de éstos pudiera Aparte
conducir una galera
a la China, desde aquí,
don Fadrique de Toledo.)
PEDRO: Pido mano, doy turrón.
MARÍA: ¿Mas que lleva un mojicón,
hombrón, si no se está quedo?
PEDRO: ¡Por el agua de la mar,
que tiene valor la hembra!
MARÍA: Pues no sabe dónde siembra.
PEDRO: (Al primer encuentro azar.) Aparte
¡Voto a tus ojos serenos,
Isabel, porque te asombres,
que me mate con mil hombres,
y esto será lo de menos!
Ablándate, serafín.
MARÍA: Déjeme, no me zabuque.
PEDRO: Aquí en la esquina del Duque
hay turrón. --Vamos, Martín.
MARTÍN: Vamos, y gasta; que luego
estará como algodón.
PEDRO: Sí, mas ¡coz y mordiscón!...
Parece rocín gallego.
Vanse MARTÍN y PEDRO
ANA: Quedo, no os pongáis delante;
que ya he visto por las señas
que es aquélla vuestra dama.
JUANA: Pues Leonor viene con ella,
¿quién duda que es Isabel?
Fuera de que no tuviera
ninguna aquel talle y brío.
ANA: Disculpa tiene en quererla
el señor don Juan.
JUANA: La moza
en otro traje pudiera
hacer a cualquiera dama
pesadumbre y competencia.
JUAN: ¿Es todo por darme vaya?
ANA: Quisiérala ver más cerca.
Dígale vuesamerced
que está aquí una dama enferma
que se le antoja beber
por la cantarilla nueva;
que no irá de mala gana.
JUAN: Sólo por serviros fuera.
MARÍA: ¡Ay, Leonor!
LEONOR: ¿Qué?
MARÍA: Tu señora
y aquél mi galán con ella.
LEONOR: Parece que te has turbado.
MARÍA: Por poco se me cayera
el cántaro de las manos.
A MARÍA
JUAN: Aquella señora os ruega
que la deis un poco de agua.
MARÍA: De buena gana la diera
a ella el agua, y a vos
con el cántaro.
JUAN: No seas
necia.
MARÍA: Llevádsela vos,
y de vuestra mano beba.
JUAN: Mira que en público estamos,
y las mujeres discretas
no hacen cosas indignas.
MARÍA: Iré porque nadie entienda
que me da celos a mí.
Llégase a doña Ana
--Vuesamerced beba, y crea
que quisiera que este barro
fuera cristal de Venecia;
pero serálo en tocando
esas manos y esas perlas.
ANA: Beberé, porque he caído.
MARÍA: Si el agua el susto sosiega,
beba; que todos caeremos,
si no en el daño, en la cuenta.
ANA: Yo he bebido.
MARÍA: Y yo también.
ANA: (Yo pesares.) Aparte
MARÍA: (Yo sospechas.) Aparte
ANA: ¡Qué caliente!
MARÍA: Vuestras manos
de nieve servir pudieran.
ANA: Haz que llegue el coche.
A JUANA
JUANA: ¡Ah, Hernando!
ANA: ¡Buena moza!
MARÍA: Buena sea
su vida.
Vanse doña ANA y JUANA
MARÍA: ¿No la acompaña?
¡Mal galán! ¿Así se queda?
JUAN: A darte satisfaciones.
MARÍA: Estoy yo tan satisfecha
que será gastar palabras.
JUAN: Mira, Isabel, que esto es fuerza,
y que bien sabe Leonor
(dejo aparte mi fineza)
que el Conde sirve a doña Ana.
MARÍA: Cántaro, tened paciencia;
vais y venís a la fuente:
quien va y viene siempre a ella
¿de qué se espanta, si el asa
o la frente se le quiebra?
Sois barro, no hay que fiar.
Mas ¿quién, cántaro, os dijera
que no os volviérades plata
en tal boca, en tales perlas?
Pero lo que es barro humilde,
en fin, por barro se queda.
No volváis más a la fuente,
porque estoy segura y cierta
que no es bien que vos hagáis
a los coches competencia.
JUAN: ¿Qué dices? Mira, Isabel,
que sin culpa me condenas.
MARÍA: Yo con mi cántaro hablo;
si es mío ¿de qué se queja?
Váyase vuesamerced,
mire que el coche se aleja.
JUAN: Iréme desesperado,
pues haces cosas como éstas,
sabiendo que Leonor sabe
que no es posible que quiera
eso de que tienes celos.
Vase
LEONOR: Necia estás. ¿Por qué le dejas
que se vaya con disgusto?
MARÍA: Leonor, el alma me lleva;
que los celos me han picado.
Pero no seré yo necia
en querer desigualdades,
aunque me abrase y me muera.
No he de ver más a don Juan.
¡Esto faltaba a mis penas!
LEONOR: ¡Buen lance habemos echado!
Tú desesperada quedas,
y mi ama va perdida.
Salen PEDRO y MARTÍN
PEDRO: Como dos soldados juegan:
perdí el turrón y el dinero.
MARTÍN: Cosas la corte sustenta,
que no sé cómo es posible.
¡Quién ve tantas diferencias
de personas y de oficios,
vendiendo cosas diversas!
Bolos, bolillos, bizcochos,
turrón, castañas, muñecas,
bocados de mermelada,
letüarios y conservas,
mil figurillas de azúcar,
flores, rosarios, rosetas,
rosquillas y mazapanes,
aguardiente, y de canela,
calendarios, relaciones,
pronósticos, obras nuevas,
y a Don Álvaro de Luna,
mantenedor destas fiestas.
Mas quedo; que están aquí.
PEDRO: ¡Oigan! ¿De qué es la tristeza?
¿No estaba alegre esta moza?
¡Qué pensativas están!
MARTÍN: Pienso que andaba don Juan
acechando una carroza.
PEDRO: Quien te me enojó, Isabel,
que con lágrimas lo pene:
hágote voto solene
que pueden doblar por él.
Vuelve, Isabel, esos ojos;
que no soy yo por lo menos
quien a tus ojos serenos
quitó luz y puso enojos.
¿Quién tan bárbar[o] y crüel,
a tu hermosura atrevido,
causa de tu enojo ha sido?
¿Quién te me enojó, Isabel?
No es posible que tuviese
noticia de mi rigor,
sin que luego de temor
súbitamente muriese.
Quien te enojó, ¿vida tiene?
¿Que donde estoy vivo esté?
Dime quién es; que yo haré
que con lágrimas lo pene.
Dime cómo y de qué suerte
que le mate se te antoja,
porque en sacando la hoja
soy guadaña de la muerte.
Si el Cid a su lado viene,
gigote de hombres haré,
y de que lo cumpliré
hágote voto solene.
Si yo me enojo en Madrid
con quien a ti te ha enojado,
haz cuenta que se ha tocado
la tumba en Valladolid.
Porque en diciendo, Isabel,
que he de matalle, está muerto.
No hay que esperar, porque es cierto
que pueden doblar por él.
MARÍA: Ven, Leonor; vamos a casa.
LEONOR: Triste vas.
MARÍA: Perdida estoy.
PEDRO: ¿Así se va?
MARÍA: Así me voy.
PEDRO: Pues cuénteme lo que pasa.
MARÍA: No quiero.
PEDRO: Tendréla.
MARÍA: Tome.
PEDRO: ¡Ay!
MARTÍN: ¿Qué fue?
PEDRO: Tamborilada.
LEONOR: Dístele, Isabel?
MARÍA: No es nada.
Pregúntale si le come.
Fin del Acto Segundo
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