Yerma - Acto Segundo

Federico García Lorca, Yerma
- Poema trágico en tres actos y seis cuadros -
Personajes
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CUADRO PRIMERO

(Canto a telón corrido. Torrente donde lavan las mujeres del pueblo Las lavanderas están situadas en varios pianos.)

CANTAN:

En el arroyo frío
lavo tu cinta,
como un jazmín caliente
tienes la risa.

LAVANDERA 1ªA mí no me gusta hablar.

LAVANDERA 3ª-Pero aquí se habla.

LAVANDERA 4ªY no hay mal en ello.

LAVANDERA 5ªLa que quiera honra que la gane.

LAVANDERA 4ª 
Yo planté un tomillo, 
yo lo vi crecer.
El que quiera honra
que se porte bien (Ríen.)

LAVANDERA 5ªAsí se habla.

LAVANDERA 1ªPero es que nunca se sabe nada.

LAVANDERA 4ªLo cierto es que el marido se ha llevado a vivir con ellos a sus dos hermanas.

LAVANDERA 5ª¿Las solteras?

LAVANDERA 4ªSí. Estaban encargadas de cuidar la iglesia y ahora cuidan de su cuñada. Yo no podría vivir con ellas.

LAVANDERA 1ª¿Por qué?

LAVANDERA 4ªPorque dan miedo. Son como esas hojas grandes que nacen de pronto sobre los sepulcros. Están untadas con cera. Son metidas hacia dentro. Se me figura que guisan su comida con el aceite de las lámparas.

LAVANDERA 3ª¿Y están ya en la casa?

LAVANDERA 4ªDesde ayer. El marido sale otra vez a sus tierras.

LAVANDERA 1ªPero ¿se puede saber lo que ha ocurrido?

LAVANDERA 5ªAnteanoche, ella la pasó sentada en el tranco, a pesar del frío.

LAVANDERA 1ªPero ¿por qué?

LAVANDERA 4ªLe cuesta trabajo estar en su casa.

LAVANDERA 5ª Estas machorras son así: cuando podían estar haciendo encajes o confituras de manzanas, les gusta subirse al tejado y andar descalzas por esos ríos.

LAVANDERA 1ª¿Quién eres tú pare decir estas cosas? Ella no tiene hijos, pero no es por culpa suya.

LAVANDERA 4ªTiene hijos la que quiere tenerlos. Es que las regalonas, las flojas, las endulzadas no son a propósito pare llevar el vientre arrugado. (Ríen.)

LAVANDERA 3ªY se echan polvos de blancura y colorete y se prenden ramos de adelfa en busca de otro que no es su marido.

LAVANDERA 5ª¡No hay otra verdad!

LAVANDERA 1ªPero ¿vosotras la habéis visto con otro?

LAVANDERA 4ªNosotras no, pero las gentes sí.

LAVANDERA 1ª¡Siempre las gentes!

LAVANDERA 5ªDicen que en dos ocasiones.

LAVANDERA 2ª¿Y qué hacían?

LAVANDERA 4ªHablaban.

LAVANDERA 1ªHablar no es pecado.

LAVANDERA 4ªHay una cosa en el mundo que es la mirada. Mi madre lo decía. No es lo mismo una mujer mirando unas rosas que una mujer mirando los muslos de un hombre. Ella lo mira.

LAVANDERA 1ªPero ¿a quién?

LAVANDERA 4ªA uno, ¿lo oyes? Entérate tú, ¿quieres que lo diga más alto? (Risas.) Y cuando no lo mira, porque está sola, porque no lo tiene delante, lo lleva retratado en los ojos.

LAVANDERA 1ª ¡Eso es mentira! (Algazara.)

LAVANDERA 5ª¿Y el marido?

LAVANDERA 3ªEl marido está como sordo. Parado, como un lagarto puesto al sol. (Ríen.)

LAVANDERA 1ªTodo se arreglaría si tuvieran criaturas.

LAVANDERA 2ªTodo esto son cuestiones de gente que no tiene conformidad con su sino.

LAVANDERA 4ª - Cada hora que transcurre aumenta el infierno en aquella casa. Ella y las cuñadas, sin despegar los labios, blanquean todo el día las paredes, friegan los cobres, limpian con vaho los cristales, dan aceite a la solería, pues cuanto más relumbra la vivienda más arde por dentro.

LAVANDERA 1ªÉ1 tiene la culpa; él: cuando un padre no da hijos debe cuidar de su mujer.

LAVANDERA 4ªLa culpa es de ella que tiene por lengua un pedernal.

LAVANDERA 1ª¿Qué demonio se te ha metido entre los cabellos para que hables así?

LAVANDERA 4ª¿Y quién ha dado licencia a tu boca para que me des consejos?

LAVANDERA 2ª¡Callar!

LAVANDERA 1ªCon una aguja de hacer calceta, ensartaría yo las lenguas murmuradoras.

LAVANDERA 2ª¡Calla!

LAVANDERA 4ªY yo la tapa del pecho de las fingidas.

LAVANDERA 2ªSilencio. ¿No ves que por ahí vienen las cuñadas? (Murmullos. Entran las dos cuñadas de YERMA. Van vestidas de luto. Se ponen a levar en medio de un silencio. Se oyen esquilas.)

LAVANDERA 1ª¿Se van ya los zagales?

LAVANDERA 3ªSí, ahora salen todos los rebaños.

LAVANDERA 4ªMe gusta el olor de las ovejas.

LAVANDERA 3ª¿Sí?

LAVANDERA 4ª ¿Y por qué no? Olor de lo que una tiene. Como me gusta el olor del fango rojo que trae el río por el invierno.

LAVANDERA 3ªCaprichos.

LAVANDERA 5ª (Mirando.) Van juntos todos los rebaños.

LAVANDERA 4ªEs una inundación de lana. Arramblan con todo. Si los trigos verdes tuvieran cabeza, temblarían de verlos venir.

LAVANDERA 3ª¡Mire cómo corren! ¡qué manada de enemigos!

LAVANDERA 1ªYa salieron todos, no falta uno.

LAVANDERA 4ª - A Ver..., no... Sí, sí, falta uno.

LAVANDERA 5ª¿Cuál ... ?

LAVANDERA 4ªEl de Víctor. (Las dos cuñadas se yerguen y miran.)

En el arroyo frío
lavo tu cinta.
Como un jazmín caliente
tienes la risa.
Quiero vivir
en la nevada chica
de ese jazmín.

LAVANDERA 1ª

¡Ay de la casada seta!
¡Ay de la que tiene los pechos de arena!

LAVANDERA 5ª

Dime si tu marido
guarda semilla
para que el agua cante
por tu camisa.

LAVANDERA 4ª

Es tu camisa
nave de plata y viento
por las orillas.

LAVANDERA 1ª

Las ropas de mi niño
vengo a lavar
para que tome el agua
lecciones de cristal.

LAVANDERA 2ª

Por el monte ya llega
mi marido a comer.
Él me trae una rosa
y yo le doy tres.

LAVANDERA 5ª

Por el llano ya vino
mi marido a cenar.
Las brisas que me entrega
cubro con arrayán.

LAVANDERA 4ª

Por el aire ya viene
mi marido a dormir.
Yo, alhelíes rojos
y él, rojo alhelí.

LAVANDERA 1ª

Hay que juntar flor con flor
cuando el verano seca la sangre al segador.

LAVANDERA 4ª

Y abrir el vientre a pájaros sin sueño
cuando a la puerta llama temblando el invierno.

LAVANDERA 1ª

Hay que gemir en la sábana.

LAVANDERA 4ª

¡Y hay que cantar!

LAVANDERA 5ª

Cuando el hombre nos trae
la corona y el pan.

LAVANDERA 4ª

Porque los brazos se enlazan.

LAVANDERA 2ª

Porque la luz se nos quiebra en la garganta.

LAVANDERA 4ª

Porque se endulza el tallo de las ramas.

LAVANDERA 1ª

Y las tiendas del viento cubren a las montañas.

LAVANDERA 6ª(Apareciendo en lo alto del torrente.)

Para que un niño funda
yertos vidrios del alba.

LAVANDERA 1ª

Y nuestro cuerpo tiene
ramas furiosas de coral.

LAVANDERA 6ª

Para que haya remeros
en las aguas del mar.

LAVANDERA 1ª

Un niño pequeño, un niño.

LAVANDERA 2ª

Y las palomas abren las alas y el pico.

LAVANDERA 3ª

Un niño que gime, un hijo.

LAVANDERA 4ª

Y los hombres avanzan
como ciervos heridos.

LAVANDERA 5ª

¡Alegría, alegría, alegría,
del vientre redondo, bajo la camisa!

LAVANDERA 2ª

¡Alegría, alegría, alegría,
ombligo, cáliz tierno de maravilla!

LAVANDERA 1ª

¡Pero, ay de la casada seca!
¡Ay de la que tiene los pechos de arena!

LAVANDERA 3ª

¡Que relumbre!

LAVANDERA 2ª

¡Que coma!

LAVANDERA 5ª

¡Que vuelva a relumbrar!

LAVANDERA 1ª

¡Que cante!

LAVANDERA 2ª

¡Que se esconda!

LAVANDERA 1ª

Y que vuelva a cantar.

LAVANDERA 6ª

La aurora que mi niño
lleva en el delantal.

LAVANDERA 2ª  (Cantan todas a coro.)

En el arroyo frío
lavo tu cinta.
Como un jazmín caliente
tienes la risa.
¡Ja, ja, ja!
(Mueven los paños con ritmo y los golpean.)

TELÓN

CUADRO SEGUNDO

(Casa de YERMA. Atardece. JUAN está sentado. Las dos CUÑADAS de pie.)

JUAN. ¿Dices que salió hace poco? (La hermana mayor contesta con la cabeza.) Debe de estar en la fuente. Pero ya sabéis que no me gusta que salga sola. (Pausa.) Puedes poner la mesa. (Sale la hermana menor.) Bien ganado tengo el pan que como. (A su hermana.) Ayer pasé un día duro. Estuve podando los manzanos y a la caída de la tarde me puse a pensar
para qué pondría yo tanta ilusión en la faena si no puedo llevarme una manzana a la boca. Estoy harto. (Se pasa la mano por la cara. Pausa.) Esa no viene... Una de vosotras debía salir con ella, porque para eso estáis aquí comiendo en mi mantel y bebiendo mi vino. Mi vida está en el campo, pero mi honra está aquí. Y mi honra es también la vuestra. (La hermana inclina la cabeza.) No lo tomes a mal.
(Entra YERMA con dos cántaros. Queda parada en la puerta.)
¿Vienes de la fuente?

YERMA. Para tener agua fresca en la comida. (Sale la otra hermana.) ¿Cómo están las tierras?

JUAN. Ayer estuve podando los árboles. (YERMA deja los cántaros. Pausa.)

YERMA. ¿Te quedarás?

JUAN. He de cuidar el ganado. Tú sabes que esto es cosa del dueño.

YERMA. Lo sé muy bien. No lo repitas.

JUAN. Cada hombre tiene su vida.

YERMA. Y cada mujer la suya. No te pido yo que te quedes. Aquí tengo todo lo que necesito. Tus hermanas me guardan bien. Pan tierno y requesón y cordero asado como yo aquí, y pasto lleno de rocío tus ganados en el monte. Creo que puedes vivir en paz.

JUAN. Para vivir en paz se necesita estar tranquilo.

YERMA. ¿Y tú no estás?

JUAN. No lo estoy.

YERMA. Desvía la intención.

JUAN.  ¿Es que no conoces mi modo de ser? Las ovejas en el redil y las mujeres en su casa. Tú sales demasiado. ¿No me has oído decir esto siempre?

YERMA. Justo. Las mujeres dentro de sus casas. Cuando las casas no son tumbas. Cuando las sillas se rompen y las sábanas de hilo se gastan con el uso. Pero aquí no. Cada noche, cuando me acuesto, encuentro mi cama más nueva, más reluciente, como si estuviera recién traída de la ciudad.

JUAN. Tú misma reconoces que llevo razón al quejarme. ¡Que tengo motivos para estar alerta!

YERMA. Alerta ¿de qué? En nada te ofendo. Vivo sumisa a ti, y lo que sufro lo guardo pegado a mis carnes. Y cada día que pase será peor. Vamos a callarnos. Yo sabré llevar mi cruz como mejor pueda, pero no me preguntes nada. Si pudiera de pronto volverme vieja y tuviera la boca como una flor machacada, te podría sonreír y conllevar la vida contigo. Ahora, ahora déjame con mis clavos.

JUAN. Hablas de una manera que yo no te entiendo. No te privo de nada. Mando a los pueblos vecinos por las cosas que te gustan. Yo tengo mis defectos, pero quiero tener paz y sosiego contigo. Quiero dormir fuera y pensar que tú duermes también.

YERMA. Pero yo no duermo, yo no puedo dormir.

JUAN. ¿Es que te falta algo? Dime. ¡Contesta!

YERMA.  (Con intención y mirando fijamente al marido.) Sí, me falta. (Pausa.)

JUAN. Siempre lo mismo. Hace ya más de cinco años. Yo casi lo estoy olvidando.

YERMA. Pero yo no soy tú. Los hombres tienen otra vida, los ganados, los árboles, las conversaciones; las mujeres no tenemos más que ésta de la cría y el cuidado de la cría.

JUAN. Todo el mundo no es igual. ¿Por qué no te traes un hijo de tu hermano? Yo no me opongo.

YERMA. No quiero cuidar hijos de otros. Me figuro que se me van a helar los brazos de tenerlos.

JUAN. Con ese achaque vives alocada, sin pensar en lo que debías, y te empeñas en meter la cabeza por una roca.

YERMA. Roca que es una infamia que sea roca, porque debía ser un canasto de flores y agua dulce.

JUAN. Estando a tu lado no se siente más que inquietud, desasosiego. En último caso, debes resignarte.

YERMA. Yo he venido a estas cuatro paredes para no resignarme. Cuando tenga la cabeza atada con un pañuelo para que no se me abra la boca, y las manos bien amarradas dentro del ataúd, en esa hora me habré resignado.

JUAN. Entonces, ¿qué quieres hacer?

YERMA. Quiero beber agua y no hay vaso ni agua, quiero subir al monte y no tengo pies, quiero bordar mis enaguas y no encuentro los hilos.

JUAN. Lo que pasa es que no eres una mujer verdadera y buscas la ruina de un hombre sin voluntad.

YERMA. Yo no sé quién soy. Déjame andar y desahogarme. En nada te he faltado.

JUAN. No me gusta que la gente me señale. Por eso quiero ver cerrada esa puerta y cada persona en su casa.
(Sale la HERMANA PRIMERA lentamente y se acerca a una alacena.)

YERMA. Hablar con la gente no es pecado.

JUAN. Pero puede parecerlo.
(Sale la otra hermana y se dirige a los cántaros en los cuales llena una jarra.)

JUAN. (Bajando la voz.) Yo no tengo fuerzas para estas cosas. Cuando te den conversación cierra la boca y piensa que eres una mujer casada.

YERMA. (Con asombro.) ¡Casada!

JUAN. Y que las familias tienen honra y la honra es una carga que se lleva entre dos. (Sale la hermana con la jarra, lentamente.) Pero que está oscura y débil en los mismos caños de la sangre. (Sale la otra hermana con una fuente de modo casi procesional. Pausa.) Perdóname. (YERMA mira a su marido, éste levanta la cabeza y se tropieza con la mirada.) Aunque me miras de un modo que no debía decirte: perdóname, sino obligarte, encerrarte, porque para eso soy el marido. (Aparecen las dos hermanas en la puerta.)

YERMA. Te ruego que no hables. Deja quieta la cuestión. (Pausa.)

JUAN. Vamos a comer. (Entran las hermanas.) ¿Me has oído?

YERMA. (Dulce.) Come tú con tus hermanas. Yo no tengo hambre todavía.

JUAN. Lo que quieras. (Entra.)

YERMA. (Como soñando.)

¡Ay, qué prado de pena!
¡Ay, qué puerta cerrada a la hermosura!,
que pido un hijo que sufrir, y el aire
me ofrece dalias de dormida luna.
Estos dos manantiales que yo tengo
de leche tibia, son en la espesura
de mi carne dos pulsos de caballo
que hacen latir la rama de mi angustia.
¡Ay, pechos ciegos bajo mi vestido!
¡Ay, palomas sin ojos ni blancura!
¡Ay, qué dolor de sangre prisionera
me está clavando avispas en la nuca!
Pero tú has de venir, amor, mi niño,
porque el agua da sal, la tierra fruta,
y nuestro vientre guarda tiernos hijos
como la nube lleva dulce lluvia.

(Mira hacia la puerta.) ¡Maria!
¿Por qué pasas tan de prisa por mi puerta?

MARÍA. (Entra con un niño en brazos.) Cuando voy con el niño lo hago..., ¡como siempre lloras!

YERMA. Tienes razón. (Coge al niño y se sienta.)

MARÍA. Me da tristeza que tengas envidia.

YERMA. No es envidia lo que tengo; es pobreza.

MARÍA. No te quejes.

YERMA. ¡Cómo no me voy a quejar cuando te veo a ti y a otras mujeres llenas por dentro de flores, y viéndome yo inútil en medio de tanta hermosura!

MARÍA. Pero tienes otras cosas. Si me oyeras podrías ser feliz.

YERMA. La mujer de campo que no da hijos es inútil como un manojo de espinos, y hasta mala, a pesar de que yo sea de este desecho dejado de la mano de Dios. (MARÍA hace un gesto para tomar al niño.)

YERMA. Tómalo, contigo está más a gusto. Yo no debo tener manos de madre.

MARÍA. ¿Por qué me dices eso?

YERMA. (Se levanta.) Porque estoy harta. Porque estoy harta de tenerlas y no poderlas usar en cosa propia. Que estoy ofendida, ofendida y rebajada hasta lo último, viendo que los trigos apuntan, que las fuentes no cesan de dar agua y que paren las ovejas cientos de corderos, y las perras, y que parece que todo el campo puesto de pie me enseña sus crías tiernas, adormiladas, mientras yo siento dos golpes de martillo aquí, en lugar de la boca de mi niño

MARÍA. No me gusta lo que dices

YERMA. Las mujeres cuando tenéis hijos no podéis pensar en las que no los tenemos. Os quedáis frescas, ignorantes, como el que nada en agua dulce y no tiene idea de la sed.

MARÍA. No te quiero decir lo que te digo siempre.

YERMA. Cada vez tengo más deseos y menos esperanzas.

MARÍA. Mala cosa.

YERMA. Acabaré creyendo que yo misma soy mi hijo. Muchas veces bajo yo a echar la comida a los bueyes, que antes no lo hacía, porque ninguna mujer lo hace, y cuando paso por lo oscuro del cobertizo mis pasos me suenan a pasos de hombre.

MARÍA. Cada criatura tiene su razón.

YERMA. A pesar de todo sigue queriéndome. ¡Ya ves cómo vivo!

MARIA. ¿Y tus cuñadas?

YERMA. Muerta me vea y sin mortaja, si alguna vez les dirijo la conversación.

MARÍA. ¿Y tu marido?

YERMA. Son tres contra mí.

MARÍA. ¿Qué piensan?

YERMA. Figuraciones. De gente que no tiene la conciencia tranquila.
Creen que me puede gustar otro hombre y no saben que aunque me gustara, lo primero de mi casta es la honradez. Son piedras delante de mí.
Pero ellos no saben que yo, si quiero, puedo ser agua de arroyo que las lleve.
(Una hermana entra y sale llevando un pan.)

MARÍA. - De todas maneras, creo que tu marido te sigue queriendo.

YERMA. Mi marido me da pan y casa.

MARÍA. ¡Qué trabajos estás pasando, qué trabajos! Pero acuérdate de las llagas de Nuestro Señor.
(Están en la puerta.)

YERMA. (Mirando al niño.) Ya ha despertado.

MARÍA. Dentro de poco empezará a cantar..

YERMA. Los mismos ojos que tú, ¿lo sabías? ¿Los has visto? (Llorando.)
¡Tiene los mismos ojos que tienes tú! (YERMA empuja suavemente a MARÍA y ésta sale silenciosa. YERMA se dirige a la puerta por donde entró su marido.)

MUCHACHA 2ª Chiss.

YERMA. (Volviéndose.) ¿Qué?

MUCHACHA 2ª Esperé a que saliera. Mi madre te está aguardando.

YERMA. ¿Está sola?

MUCHACHA 2ª Con dos vecinas.

YERMA. Dile que espere un poco.

MUCHACHA 2ª ¿Pero vas a ir? ¿No te da miedo?

YERMA. Voy a ir.

MUCHACHA 2ª ¡Allá tú!

YERMA. ¡Que me esperen aunque sea tarde! (Entra VÍCTOR.)

VÍCTOR. ¿Está Juan?

YERMA. Sí.

MUCHACHA 2ª  (Cómplice.) Entonces, luego, yo traeré la blusa,

YERMA. Cuando quieras. (Sale la MUCHACHA.) Siéntate.

VÍCTOR. Estoy bien así.

YERMA. (Llamando.) ¡Juan!

VÍCTOR. Vengo a despedirme. (Se estremece ligeramente, pero vuelve a su serenidad.)

YERMA. ¿Te vas con tus hermanos?

VÍCTOR. Así lo quiere mi padre.

YERMA. Ya debe estar viejo.

VÍCTOR. Sí. Muy viejo. (Pausa.)

YERMA. Haces bien de cambiar de campos.

VÍCTOR. Todos los campos son iguales.

YERMA. No. Yo me iría muy lejos.

VÍCTOR. Es todo lo mismo. Las mismas ovejas tienen la misma lana.

YERMA. Para los hombres, sí; pero las mujeres somos otra cosa. Nunca oí decir a un hombre comiendo: qué buenas son estas manzanas. Vais a lo vuestro sin reparar en las delicadezas. De mí sé decir que he aborrecido el agua de estos pozos.

VÍCTOR. Puede ser. (La escena está en una suave penumbra.)

YERMA. VÍCTOR.

VÍCTOR. Dime.

YERMA. ¿Por qué te vas? Aquí las gentes lo quieren.

VÍCTOR. Yo me porté bien. (Pausa.)

YERMA. Te portaste bien. Siendo zagalón me llevaste una vez en brazos, ¿no recuerdas? Nunca se sabe lo que va a pasar.

VÍCTOR. Todo cambia.

YERMA. Algunas cosas no cambian. Hay cosas encerradas detrás de los muros que no pueden cambiar porque nadie las oye.

VÍCTOR. Así es. (Aparece la HERMANA SEGUNDA y se dirige lentamente hacia la puerta, donde queda fija, iluminada por la última luz de la tarde.)

YERMA. Pero que si salieran de pronto y gritaran, llenarían el mundo.

VÍCTOR. No se adelantaría nada. La acequia por su sitio, el rebaño en el redil, la luna en el cielo y el hombre con su arado.

YERMA. - ¡Qué pena más grande no poder sentir las enseñanzas de los viejos! (Se oye el sonido largo y melancólico de las caracolas de los pastores.)

VÍCTOR. Los rebaños.

JUAN. (Sale.) ¿Vas ya de camino?

VÍCTOR. Y quiero pasar el puerto antes del amanecer.

JUAN. ¿Llevas alguna queja de mí?

VÍCTOR. No. Fuiste buen pagador.

JUAN. (A YERMA.) Le compré los rebaños.

YERMA. ¿Sí?

VÍCTOR. (A YERMA.) Tuyos son.

YERMA. No lo sabía.

JUAN. (Satisfecho.) Así es.

VÍCTOR. Tu marido ha de ver su hacienda colmada.

YERMA. El fruto viene a las manos del trabajador que lo busca. (La hermana que está en la puerta entra dentro.)

JUAN. Ya no tenemos sitio donde meter tantas ovejas.

YERMA.– (Sombría.) La tierra es grande. (Pausa.)

JUAN. Iremos juntos hasta el arroyo.

VÍCTOR. Deseo la mayor felicidad para esta casa. (Le da la mano a YERMA.)

YERMA. - ¡Dios lo oiga! ¡Salud!

(VÍCTOR le da salida y, a un movimiento imperceptible de YERMA, se vuelve.)

VÍCTOR. ¿Decías algo?

YERMA. (Dramática.) Salud, dije.

VÍCTOR. - Gracias. (Salen. YERMA queda angustiada mirándose la mano que ha dado a VÍCTOR. YERMA se dirige rápidamente hacia la izquierda y toma un mantón.)

MUCHACHA 2ª Vamos. (En silencio, tapándole la cabeza.)

YERMA. - Vamos. (Salen sigilosamente.)
(La escena está casi a oscuras. Sale la HERMANAPRIMERA con un velón que no debe dar al teatro luz ninguna sino la natural que lleva. Se dirige al fin de la escena, buscando a YERMA. Suenan las caracolas de los rebaños.)

CUÑADA 1ª (En voz baja.) ¡Yerma!

(Sale la HERMANA SEGUNDA. Se miran las dos y se dirigen hacia la puerta.)

CUÑADA 2ª (Más alto.) ¡Yerma!

CUÑADA 1ª  (Dirigiéndose a la puerta y con una imperiosa voz.)
¡Yerma!

(Se oyen las caracolas y los cuernos de los pastores. La escena está oscurísima.)

 

TELÓN

:: Federico García Lorca, Yerma ::
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