Mariana Pineda - Estampa Segunda

Mariana Pineda, romance popular en tres estampas
Prólogo
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Sala principal en la casa de Mariana. Entonación en grises, blancos y marfiles, como una antigua litografía. Estrado blanco, a estilo Imperio. Al fondo, una puerta con una cortina gris, y puertas laterales. Hay una consola con urna y grandes ramos de flores de seda. En el centro de la habitación, un pianoforte y candelabros de cristal. Es de noche. Están en escena la Clavela y los niños de Mariana. Visten la deliciosa moda infantil de la época. La Clavela está sentada, y a los lados, en taburetes, los niños. La estancia es limpia y modesta, aunque conservando ciertos muebles de lujo heredados por Mariana.

Escena Primera

Clavela:
No cuento más.
(Se levanta.)

Niño: (Tirándole del vestido)
Cuéntanos otra cosa.

Clavela:
¡Me romperás el vestido!

Niña: (Tirando)
Es muy malo.

Clavela: (Echándoselo en cara.)
Tu madre lo compró.

Niño: (Riendo y tirando del vestido para que se siente.)
¡Clavela!

Clavela: (Sentándose a la fuerza y riendo también.)
¡Niños!

Niña:
El cuento aquel del príncipe gitano.

Clavela:
Los gitanos no fueron nunca príncipes.

Niña:
¿Y por qué?

Niño:
No los quiero a mi lado.
Sus madres son las brujas.

Niña: (Enérgica.)
¡Embustero!

Clavela: (Reprendiéndola.)
¡Pero niña!

Niña:
Si ayer vi yo rezando
al Cristo de la Puerta Real dos de ellos.
Tenían unas tijeras así..., y cuatro
borriquitos peludos que miraban...
con unos ojos..., y movían los rabos
dale que le das. ¡Quién tuviera alguno!

Niño: (Doctoral.)
Seguramente los habían robado,

Clavela:
Ni tanto ni tan poco. ¿Qué se sabe?
(Los niños se hacen burla sacando la lengua.)
¡Chitón!

Niño:
¿Y el romancillo del bordado?

Niña:
¡Ay duque de Lucena! ¿Cómo dice?

Niño:
Olivarito, olivo..., está bordado.
(Como recordando.)

Clavela:
Os lo diré; pero cuando se acabe,
en seguida a dormir.

Niño:
Bueno.

Niña:
¡Enterados!

Clavela: (Se persigna lentamente, y los niños la imitan, mirándola.)
Bendita sea por siempre
la Santísima Trinidad,
y guarde al hombre en la sierra
y al marinero en el mar.
A la verde, verde orilla
del olivarito está...

Niña: (Tapando con una mano la boca a Clavela y continuando ella.)
Una niña bordando.
¡Madre! ¿Qué bordará?

Clavela: (Encantada de que la niña lo sepa.)
Las agujas de plata,
bastidor de cristal,
bordaba una bandera,
cantar que te cantar.
Por el olivo, olivo,
¡madre, quién lo dirá!

Niño: (Continuando.)
Venía un andaluz,
bien plantado y galán.
(Aparece por la puerta del fondo Mariana, vestida de amarillo claro, un amarillo de libro viejo, y se oye el romance, glosando con gestos lo que en ella evoca la idea de bandera y muerte.)

Clavela:
Niña, la bordadora,
mi vida, ¡no bordar!
que el duque de Lucena
duerme y dormirá.

Niña:
La niña le responde:
"No dices la verdad:
el duque de Lucena
me ha mandado bordar
esta roja bandera
porque a la guerra va."

Niño:
Por las calles de Córdoba
lo llevan a enterrar,
muy vestido de fraile
en caja de coral.

Niña: (Como soñando.)
La albahaca y los claveles
sobre la caja van,
y un verderol antiguo
cantando el pío pa.

Clavela: (Con sentimiento.)
¡Ay duque de Lucena,
ya no te veré más!
La bandera que bordo
de nada servirá.
En el olivarito
me quedaré a mirar
cómo el aire menea
las hojas al pasar.

Niño:
Adiós, niña bonita,
espigada y juncal,
me voy para Sevilla,
donde soy capitán.

Clavela:
Y a la verde, verde orilla
del olivarito está
una niña morena
llorar que te llorar.
(Los niños hacen un gesto de satisfacción. Han seguido el romance con alto interés.)

Escena II

Mariana: (Avanzando.)
Es hora de acostarse.

Clavela: (Levantándose y a los niños.)
¿Habéis oído?

Niñña: (Besando a Mariana.)
Mamá, acuéstanos tú.

Mariana:
Hija, no puedo,
yo tengo que coserte una capita.

Niñño:
¿Y para mí?

Clavela: (Riéndo.)
¡Pues claro está!

Mariana:
Un sombrero
con una cinta verde y dos naranja.
(Lo besa.)

Clavela:
¡A la costa, mis niños!

Niñño: (Volviendo.)
Yo lo quiero
como los hombres: alto y grande, ¿sabes?

Mariana:
¡Lo tendrás, primor mío!

Niñña:
Y entra luego;
me gustará sentirte, que esta noche
no se ve nada y hace mucho viento.

Mariana: (Bajo a Clavela.)
Cuando acabes, te bajas a la puerta.

Clavela:
Pronto será; los niños tienen sueño.

Mariana:
¡Que recéis sin reíros!

Clavela:
¡Sí, señora!

Mariana: (En la puerta.)
Una salve a la Virgen y dos credos
al Santo Cristo del Mayor Dolor,
para que nos protejan.

Niñña:
Rezaremos
la oración de San Juan y la que ruega
por caminantes y por marineros.
(Entran. Pausa.)

Escena III

Mariana: (En la puerta.)
Dormir tranquilamente, niños míos,
mientras que yo, perdida y loca, siento
(lentamente)
quemarse con su propia lumbre viva
esta rosa de sangre de mi pecho.
Soñar en la verbena y el jardín
de Cartagena, luminoso y fresco,
y en la pájara pinta que se mece
en las ramas del verde limonero.
Que yo también estoy dormida, niños,
y voy volando por mi propio sueño,
como van, sin saber adónde van,
los tenues vilancicos por el viento.

Escena IV

Aparece Doña Angustias en la puerta y en un aparte.

Angustias:
Vieja y honrada casa, ¡qué locura!
(A Mariana.)
Tienes una visita.

Mariana:
¿Quién?

Angustias:
¡Don Pedro!
(Mariana sale corriendo hacia la puerta.)
¡Serénate, hija mía! ¡No es tu esposo!

Mariana:
Tienes razón. ¡Pero no puedo!

Escena V

Mariana llega corriendo a la puerta en el momento en que don Pedro entra por ella. Don Pedro tiene treinta y seis años. Es un hombre simpático, sereno y fuerte. Viste correctamente y habla de una manera dulce. Mariana le tiende los brazos y le estrecha las manos. Doña Angustias adopta una triste y reservada actitud. Pausa.

Pedro: (Efusivo.)
Gracias, Mariana, gracias.

Mariana: (Casi sin hablar) Cumplí con mi deber.
(Durante esta escena dará Mariana muestras de una vehementísima y profunda pasión.)

Pedro: (Dirigiéndose a doña Angustias.)
Muchas gracias, señora.

Angustias: (Triste.)
¿Y por qué? Buenas noches.
(A Mariana.)
Yo me voy
con los niños.
(Aparte.)
!Ay, pobre Marianita!
(Sale. Al salir Angustias, Pedro, efusivo, enlaza a Mariana por el talle.)

Pedro: (Apasionado.)
!Quién pudiera pagarte lo que has hecho por mí!
Toda mi sangre es nueva, porque tú me la has dado
exponiendo tu débil corazón al peligro.
¡Ay, qué miedo tan grande tuve por él, Mariana!

Mariana: (Cerca y abandonada.)
¿De qué sirve mi sangre, Pedro, si tú murieras?
Un pájaro sin aire, ¿puede volar? !Entonces...!
(Bajo.)
Yo no podré decirte cómo te quiero nunca;
a tu lado me olvido de todas las palabras.

Pedro: (Con voz suave.)
¡Cuántos peligros corres sin el menor desmayo!
¡Qué sola estás, cercada de maliciosa gente!
¡Quién pudiera librarte de aquellos que te acechan
con mi propio dolor y mi vida, Mariana!
¡Día y noche, qué largos sin ti por esa sierra!

Mariana: (Echando la cabeza en el hombro y como soñando.)
¡Así! Deja tu aliento sobre mi frente. Limpia
esta angustia que tengo y este sabor amargo;
esta angustia de andar sin saber dónde voy,
y este sabor de amor que me quema la boca.
Pausa. Se separa rápidamente del caballero y le coge los codos.)
¡Pedro! ¿No te persiguen? ¿Te vieron entrar?

Pedro:
Nadie.
(Se sienta.)
Vives en una calle silenciosa, y la noche
se presenta endiablada.

Mariana: Yo tengo mucho miedo.

Pedro: (Cogiéndole una mano.)
¡Ven aquí!

Mariana: (Se sienta.)
Mucho miedo de que esto se adivine,
de que pueda matarte la canalla realista.
Y si tú...
(Con pasión.)
yo me muero, lo sabes, yo me muero.

Pedro: (Con pasión.)
¡Marianita, no temas! ¡Mujer mía! ¡Vida mía!
En el mayor sigilo conspiramos. ¡No temas!
La bandera que bordas temblará por las calles
entre el calor entero del pueblo de Granada.
Por ti la Libertad suspirada por todos
pisará tierra dura con anchos pies de plata.
Pero si así no fuese; si Pedrosa...

Mariana: (Aterrada.)
¡No sigas!

Pedro:
... sorprende nuestro grupo y hemos de morir...

Mariana:
¡Calla!

Pedro:
Mariana, ¿qué es el hombre sin libertad? ¿Sin esa
luz armoniosa y fija que se siente por dentro?
¿Cómo podría quererte no siendo libre, dime?
¿Cómo darte este firme corazón si no es mío?
No temas; ya he burlado a Pedrosa en el campo,
y así pienso seguir hasta vencer contigo,
que me ofreces tu amor y tu casa y tus dedos.

Mariana:
¡Y algo que yo no sé decir, pero que existe!
¡Qué bien estoy contigo! Pero aunque alegre noto
un gran desasosiego que me turba y enoja;
me parece que hay hombres detrás de las cortinas,
que mis palabras suenan claramente en la calle.

Pedro : (Amargo.)
¡Eso sí! ¡Qué mortal inquietud, qué amargura!
¡Qué constante pregunta al minuto lejano!
¡Qué otoño interminable sufrí por esa sierra!
¡Tú no lo sabes!

Mariana:
Dime: ¿corriste gran peligro?

Pedro:
Estuve casi en manos de la justicia,
(Mariana hace un gesto de horror.)
pero
me salvó el pasaporte y el caballo que enviaste
con un extraño joven, que no me dijo nada.

Mariana: (Inquieta y sin querer recordar.)
Y dime.

Pedro:
¿Por qué tiemblas?

Mariana: (Nerviosa.)
Sigue. ¿Después?

Pedro:
Después
vagué por la Alpujarra. Supe que en Gibraltar
había fiebre amarilla; la entrada era imposible,
y esperé bien oculto la ocasión. ¡Ya ha llegado!
Venceré con tu ayuda, ¡Mariana de mi vida!
¡Libertad, aunque con sangre llame a todas las puertas!

Mariana: (Radiante.)
¡Mi victoria consiste en tenerte a mi vera!
En mirarte los ojos mientras tú no me miras.
Cuando estás a mi lado olvido lo que siento
y quiero a todo el mundo:
hasta al rey y a Pedrosa.
Al bueno como al malo, ¡Pedro!, cuando se quiere
se está fuera del tiempo,
y ya no hay día ni noche, ¡sino tú y yo!

Pedro: (Abrazándola.)
¡Mariana!
Como dos blancos ríos de rubor y silencio,
así enlazan tus brazos mi cuerpo combatido.

Mariana: (Cogiéndole la cabeza.)
Ahora puedo perderte, puedo perder tu vida.
Como la enamorada de un marinero loco
que navegara eterno sobre una barca vieja,
acecho un mar oscuro, sin fondo ni oleaje,
en espera de gentes que te traigan ahogado.

Pedro:
No es hora de pensar en quimeras, que es hora
de abrir el pecho a bellas realidades cercanas
de una España cubierta de espigas y rebaños,
donde la gente coma su pan con alegría,
en medio de estas anchas eternidades nuestras
y esta aguda pasión de horizonte y silencio.
España entierra y pisa su corazón antiguo,
su herido corazón de Península andante,
y hay que salvarla pronto con manos y con dientes.

Mariana: (Pasional.)
Y yo soy la primera que lo pide con ansia.
Quiero tener abiertos mis balcones al sol
para que llene el suelo de flores amarillas
y quererte, segura de tu amor sin que nadie
me aceche, como en este decisivo momento.
(En un arranque.)
¡Pero ya estoy dispuesta!
(Se levanta.)

Pedro: (Entusiasmado, se levanta.)
¡Así me gusta verte,
hermosa Marianita! Ya no tardarán mucho
los amigos, y alienta
ese rostro bravío y esos ojos ardientes
(Amoroso.)
sobre tu cuello blanco, que tiene luz de luna.
(Fuera comienza a llover y se levanta el viento. Mariana hace señas a Pedro de que calle.)

Escena VI

Clavela: (Entrando.)
Señora... Me parece que han llamado.
(Pedro y Mariana adoptan actitudes indiferentes. Dirigiéndose a don Pedro.)
¡Don Pedro!

Pedro: (Sereno.)
¡Dios te guarde!

Mariana:
¿Tú sabes quién vendrá?

Clavela:
Sí, señora; lo sé.

Mariana:
¿La seña?

Clavela:
No la olvido.

Mariana:
Antes de abrir, que mires por la mirilla grande.

Clavela:
Así lo haré, señora.

Mariana:
No enciendas luz ninguna,
pero ten en el patio
un velón prevenido,
y cierra la ventana del jardín.

Clavela: (Marchándose.)
En seguida.

Mariana:
¿Cuántos vendrán?

Pedro:
Muy pocos.
Pero los que interesan.

Mariana:
¿Noticias?

Pedro:
Las habrá
dentro de unos instantes.
Si, al fin, hemos de alzarnos,
decidiremos.

Mariana:
¡Calla!
(Hace ademán a don Pedro de que se calle, y queda escuchando. Fuera se oye la lluvia y el viento.)
¡Ya están aquí!

Pedro: (Mirando el reloj.)
Puntuales,
como buenos patriotas.
¡Son gente decidida!

Mariana:
¡Dios nos ayude a todos!

Pedro:
¡Ayudará!

Mariana:
¡Debiera,
si mirase a este mundo!
(Mariana, corriendo, avanza hasta la puerta y levanta la gran cortina del fondo.)
¡Adelante, señores!

Escena VII

Entran tres caballeros con amplias capas grises; uno de ellos lleva patillas, Mariana y don Pedro los reciben amablemente. Los caballeros dan la mano a Mariana y a don Pedro.

Mariana: (Dando la mano al conspirador 1.)
¡Ay, qué manos tan frías!

Conspirador 1: (Franco.)
¡Hace un frío
que corta! Y me he olvidado de los guantes;
pero aquí se está bien.

Mariana:
¡Llueve de veras!

Conspirador 3: (Decidido.)
¡El Zacatín estaba intransitable.
(Se quitan las capas, que sacuden de lluvia.)

Conspirador 2: (Melancólico.)
La lluvia, como un sauce de cristal,
sobre las casas de Granada cae.

Conspirador 3:
Y el Darro viene lleno de agua turbia.

Mariana:
¿Les vieron?

Conspirador 2: (Melancólico. Habla poco y pausadamente.)
¡No! Vinimos separados
hasta la entrada de esta oscura calle.

Conspirador 1:
¿Habrá noticias para decidir?

Pedro:
Llegaran esta noche, Dios mediante.

Mariana:
Hablen bajo.

Conspirador 1: (Sonriendo.)
¿Por qué, doña Mariana?
Toda la gente duerme en este instante.

Pedro:
Creo que estamos seguros.

Conspirador 3:
No lo afirmes;
Pedrosa no ha cesado de espiarme,
y aunque yo lo despisto sagazmente,
continúa en acecho, y algo sabe,
(Unos se sientan y otros quedan de pie, componiendo una bella estampa.)

Mariana:
Ayer estuvo aquí.
(Los caballeros hacen un gesto de extrañeza.)
¡Como es mi amigo
no quise, porque no debía, negarme!
Hizo un elogio de nuestra ciudad;
pero mientras hablaba, tan amable,
me miraba..., no sé..., ¡como sabiendo!,
(Subrayando.)
de una manera penetrante.
En una sorda lucha con mis ojos
estuvo aquí toda la tarde,
y Pedrosa es capaz... ¡de lo que sea!

Pedro:
No es posible que pueda figurarse...

Mariana:
Yo no estoy muy tranquila, y os lo digo
para que andemos con cautela grande.
De noche, cuando cierro las ventanas,
imagino que empuja los cristales.

Pedro: (Mirando el reloj.)
Ya son las once y diez. El emisario
debe estar ya muy cerca de esta calle.

Conspirador 3: (Mirando el reloj.)
Poco debe tardar.

Conspirador 1:
¡Dios lo permita!
¡Que me parece un siglo cada instante!
(Entra Clavela con una bandeja de altas copas de cristal tallado y un frasco lleno de vino rojo, que deja sobre un velador. Mariana habla con ella.)

Pedro:
Estarán sobre aviso los amigos.

Conspirador 1:
Enterados están. No falta nadie.
Todo depende de lo que nos digan
esta noche.

Pedro:
La situación es grave,
pero excelente si la aprovecharnos.
(Sale Clavela , y Mariana corre la cortina.)
Hay que estudiar hasta el menor detalle,
porque el pueblo responde, sin dudar,
Andalucía tiene todo el aire
lleno de Libertad. Esta palabra
perfuma el corazón de sus ciudades,
desde las viejas torres amarillas
hasta los troncos de los olivares.
Esa costa de Málaga está llena
de gente decidida a levantarse:
pescadores del Palo, marineros
y caballeros principales.
Nos siguen pueblos como Nerja, Vélez,
que aguardan las noticias, anhelantes.
Hombres de acantilado y mar abierto,
y, por lo tanto, libres como nadie.
Algeciras acecha la ocasión,
y en Granada, señores de linaje
como vosotros exponen su vida
de una manera emocionante.
¡Ay, qué impaciencia tengo!

Conspirador 3:
Como todos
los verdaderamente liberales.

Mariana: (Tímida.)
Pero ¿habrá quien os siga?

Pedro: (Convencido.)
Todo el mundo.

Mariana:
¿A pesar de este miedo?

Pedro: (Seco.)
Sí.

Mariana:
No hay nadie
que vaya a la Alameda del Salón
tranquilamente a pasearse,
y el café de la Estrella está desierto.

Pedro: (Entusiasta.)
¡Mariana, la bandera que bordaste
será acatada por el rey Fernando,
mal que le pese a Calomarde!

Conspirador 3:
Cuando ya no le quede otro recurso,
se rendirá a las huestes liberales,
que aunque se finja desvalido y solo,
no cabe duda que él hace y deshace.

Mariana:
¿No es Fernando un juguete de los suyos?

Conspirador 3:
¿No tarda mucho?

Pedro: (Inquieto.)
Yo no sé decirte.

Conspirador 3:
¿Si lo habrán detenido?

Conspirador 1:
No es probable,
Obscuridad y lluvia le protegen,
y él está siempre vigilante.

Mariana:
Ahora llega.

Pedro:
Y al fin sabremos algo.
(Se levantan y se dirigen a la puerta.)

Conspirador 3:
Bien venido, si buenas cartas trae.

Mariana: (Apasionada, a Pedro.)
Pedro, mira por mí. Sé muy prudente,
que me falta muy poco para ahogarme.

Escena VIII

Aparece por la puerta el Conspirador 4. Es un hombre fuerte; campesino rico. Viste el traje popular de la época: sombrero puntiagudo de alas de terciopelo, adornado con borlas de seda; chaqueta con bordados y aplicaduras de paño de todos los colores en los codos, en la bocamanga y en el cuello. El pantalón, de vueltas, sujeto por botones de filigrana, y las polainas, de cuero, abiertas por un costado, dejando ver la pierna. Trae una dulce tristeza varonil. Todos los personajes están de pie cerca de la puerta de entrada. Mariana no oculta su angustia, y mira, ya al recién llegado, ya a don Pedro, con un aire doliente y escrutador.

Conspirador 4:
¡Caballeros! ¡Doña Mariana!
(Estrecha la mano de Mariana.)

Pedro: (Impaciente.)
¿Hay noticias?

Conspirador 4:
¡Tan malas como el tiempo!

Pedro:
¿Que ha pasado?

Conspirador 1: (Irritado.)
Casi lo adivinaba.

Mariana: (A Pedro.)
¿Te entristeces?

Pedro:
¿Y las gentes de Cádiz?

Conspirador 4:
Todo en vano.
Hay que estar prevenidos. El Gobierno
por todas partes nos está acechando.
Tendremos que aplazar el alzamiento,
o luchar o morir, de lo contrario.

Pedro: (Desesperado.)
Yo no se que pensar; que tengo abierta
una herida que sangra en mi costado,
y no puedo esperar, señores míos.

Conspirador 3: (Fuerte.)
Don Pedro, triunfaremos esperando.
La situación no puede durar mucho.

Conspirador 4: (Fuerte.)
Ahora mismo tenemos que callarnos.
Nadie quiere una muerte sin provecho.

Pedro: (Fuerte también.)
Mucho dolor me cuesta.

Mariana: (Angustiada.)
¡Hablen más bajo!
(Se pasea.)

Conspirador 4:
España entera calla, ¡pero vive!
Guarde bien la bandera.

Mariana:
La he mandado
a casa de una vieja amiga mía,
allá en el Albaicín, y estoy temblando.
Quizá estuviera aquí mejor guardada.

Pedro:
¿Y en Málaga?

Conspirador 4:
En Málaga, un espanto.
El canalla de González Moreno...
No se puede contar lo que ha pasado.
(Expectación vivísima, Mariana, sentada en el sofá, junto a don Pedro, después de todo el juego escénico que ha realizado, oye anhelante lo que cuenta el Conspirador 4.)
Torrijos, el general
noble, de la frente limpia,
donde se estaban mirando
las gentes de Andalucía,
caballero entre los duques,
corazón de plata fina,
ha sido muerto en las playas
de Málaga la bravía.
Le atrajeron con engaños
que él creyó, por su desdicha,
y se acercó, satisfecho
con sus buques, a la orilla,
¡Malhaya el corazón noble
que de los malos se fía!,
que al poner el pie en la arena
lo prendieron los realistas.
El vizconde de La Barthe,
que mandaba las milicias,
debió cortarse la mano
antes de tal villanía,
como es quitar a Torrijos
bella espada que ceñía,
con el puño de cristal,
adornado con dos cintas.
Muy de noche lo mataron
con toda su compañía.
Caballero entre los duques,
corazón de plata fina.
Grandes nubes se levantan
sobre la tierra de Mijas.
El viento mueve la mar
y los barcos se retiran
con los remos presurosos
y las velas extendidas.
Entre el ruido de las olas
sonó la fusilería,
y muerto quedó en la arena,
sangrando por tres heridas,
el valiente caballero,
con toda su compañía.
La muerte, con ser la muerte,
no deshojó su sonrisa.
Sobre los barcos lloraba
toda la marinería,
y las más bellas mujeres,
enlutadas y afligidas,
lo iban llorando también
por el limonar arriba.

Pedro: (Levantándose, después de oír el Romance.)
Cada dificultad me da más bríos.
Señores, a seguir nuestro trabajo.
La muerte de Torrijos me enardece
para seguir luchando.

Conspirador 1:
Yo pienso así.

Conspirador 4:
Pero hay que estarse quietos;
otro tiempo vendrá.

Conspirador 2: (Conmovido.)
¡Tiempo lejano.!

Pedro:
Pero mis fuerzas se agotarán.

Mariana: (Bajo, a Pedro.)
Pedro, mientras yo viva...

Conspirador 1:
¿Nos marchamos?

Conspirador 3:
No hay nada que tratar. Tienes razón.

Conspirador 4:
Esto es lo que tenía que contaros,
y nada más.

Conspirador 1:
Hay que ser optimistas.

Mariana:
¿Gustarán de una copa?

Conspirador 4:
La aceptamos
porque nos hace falta.

Conspirador 1:
¡Buen acuerdo!
(Se ponen de pie y cogen sus copas.)

Mariana: (Llenando los vasos.)
¡Cómo llueve!
(Fuera se oye la lluvia.)

Conspirador 3:
¡Don Pedro está apenado!

Conspirador 4:
¡Como todos nosotros!

Pedro:
¡Es verdad!
Y tenemos razones para estarlo.

Mariana:
Pero a pesar de esta opresión aguda
y de tener razones para estarlo...
(Levantando la copa.)
«Luna tendida, marinero en pie»,
dicen allá, por el Mediterráneo,
las gentes de veleros y fragatas.
¡Como ellos, hay que estar siempre acechando!
(Como en sueños.)
"Luna tendida, marinero en pie."

Pedro: (Con la copa.)
Que sean nuestras casas como barcos.
(Beben. Pausa. Fuera se oyen aldabonazos lejanos. Todos quedan con las copas en la mano, en medio de un gran silencio.)

Mariana:
Es el viento que cierra una ventana.
(Otro aldabonazo.)

Pedro:
¿Oyes, Mariana?

Conspirador 4:
¿Quién será?

Mariana: (Llena de angustia.)
¡Dios Santo!

Pedro: (Acariciador.)
¡No temas! Ya verás cómo no es nada.
(Todos están con las capas puestas, llenos de inquietud.)

Clavela: (Entrando casi ahogada.)
¡Ay señora! ¡Dos hombres embozados,
y Pedrosa con ellos!

Mariana: (Gritando, llena de pasión.)
¡Pedro, vete!
¡Y todos, Virgen santa! ¡Pronto!

Pedro: (Confuso.)
¡Vamos!
(Clavela quita las copas y apaga los candelabros.)

Conspirador 4:
Es indigno dejarla.

Mariana: (A Pedro.)
¡Date prisa!

Pedro:
¿Por dónde?

Mariana: (Loca.)
¡Ay! ¿Por dónde?

Clavela:
¡Están llamando!

Mariana: (Iluminada.)
¡Por aquella ventana del pasillo
saltarás fácilmente! Ese tejado
está cerca del suelo.

Conspirador 2:
No debemos
dejarla abandonada!

Pedro: (Enérgico.)
¡Es necesario!
¿Cómo justificar nuestra presencia?

Mariana:
Sí, sí, vete en seguida. ¡Ponte a salvo!

Pedro: (Apasionado.)
¡Adiós, Mariana!

Mariana:
¡Dios os guarde, amigos!
(Van saliendo rápidamente por la puerta de la derecha. Clavela está asomada a una rendija del balcón, que da a la calle. Mariana , en puerta, dice:)
!Pedro..., y todos, que tengáis cuidado!
(Cierra la puertecilla de la izquierda, por donde han salido los Conspiradores, y corre la cortina. Luego , dramática:)
¡Abre, Clavela! Soy una mujer
que va atada a la cola de un caballo.
(Sale Clavela. Se dirige rápidamente al fortepiano.)
¡Dios mío, acuérdate de tu pasión
y de las llagas de tus manos!
(Se sienta y empieza a cantar la canción del Contrabandista, original de Manuel García 1808.)
Yo que soy contrabandista
y campo por mis respetos
a todos los desafío,
pues a nadie tengo miedo.
¡Ay! ¡Ay!
¡Ay muchachos! ¡Ay muchachas!
¿Quién me compra hilo negro?
Mi caballo está rendido
!y yo me muero de sueño!
¡Ay!
!Ay! Que la ronda ya viene
y se empezó el tiroteo!
¡Ay! ¡Ay! Caballito mío
caballo mío careto.
!Ay!
¡Ay! Caballo, ve ligero.
!Ay! Caballo, que me muero.
!Ay!
(Ha de cantar con un admirable y desesperado sentimiento, escuchando los pasos de Pedrosa por la escalera.)

Escena IX

Las cortinas del fondo se levantan y aparece Clavela, aterrada, con el candelabro de tres bujías en una mano y la otra puesta sobre el pecho. Pedrosa, vestido de negro, con capa, llega detrás. Pedrosa es un tipo seco, de una palidez intensa y de una admirable serenidad. Dirá las frases con ironía muy velada y mirará minuciosamente a todos lados, pero con corrección. Es antipático. Hay que huir de la caricatura. Al entrar Pedrosa, Mariana deja de tocar y se levanta del fortepiano. Silencio.

Mariana:
Adelante.

Pedrosa: (Adelantándose.)
Señora, no interrumpa
por mí la cancioncilla que ahora mismo
entonaba.
(Pausa.)

Mariana: (Queriendo sonreir.)
La noche estaba triste
y me puse a cantar.
(Pausa.)

Pedrosa:
He visto luz
en su balcón y quise visitarla.
Perdone si interrumpo sus quehaceres.

Mariana:
Se lo agradezco mucho.

Pedrosa:
¡Qué manera
de llover!

(Pausa. En esta escena habrá pausas imperceptibles y rotundos silencios instantáneos, en los cuales luchan desesperadamente las almas de los dos personajes. Escena delicadísima de matizar, procurando no caer en exageraciones que perjudiquen su emoción. En esta escena se ha de notar mucho más lo que no se dice que lo que se está hablando. La lluvia, discretamente imitada y sin ruido excesivo, llegará de cuando en cuando a llenar silencios.)

Mariana: (Con intención)
¿Es muy tarde?
(Pausa.)

Pedrosa: (Mirándola fijamente, y con intención también.)
¡Sí! Muy tarde.
El reloj de la Audiencia ya hace rato
que dio las once.

Mariana: (Serena e indicando asiento a Pedrosa.)
No las he sentido.

Pedrosa: (Sentándose.)
Yo las sentí lejanas. Ahora vengo
de recorrer las calles silenciosas,
calado hasta los huesos por la lluvia,
resistiendo ese gris fino y glacial
que viene de la Alhambra.

Mariana : (Con intención y rehaciéndose.)
El aire helado
que clava agujas sobre los pulmones
y para el corazón.

Pedrosa: (Devolviéndole la ironía.)
Pues ese mismo.
Cumplo deberes de mi duro cargo.
Mientras que usted, espléndida Mariana,
en su casa, al abrigo de los vientos,
hace encajes... o borda...
(Como recordando.)
¿Quién me ha dicho
que bordaba muy bien?

Mariana: (Aterrada, pero con cierta serenidad.)
¿Es un pecado?

Pedrosa: (Haciendo una seña negativa.)
El Rey nuestro Señor, que Dios proteja,
(Se inclina.)
se entretuvo bordando en Valençay
con su tío el infante don Antonio.
Ocupación bellísima.

Mariana: (Entre dientes.)
¡Dios mío!

Pedrosa:
¿Le extraña mi visita?

Mariana: (Tratando de sonreir.)
¡No!

Pedrosa: (Serio.)
¡Mariana!
(Pausa.)
Una mujer tan bella como usted,
¿no siente miedo de vivir tan sola?

Mariana:
¿Miedo¿ ¡Ninguno!

Pedrosa: (Con intención.)
Hay tantos liberales
y tantos anarquistas en Granada,
que la gente no vive muy segura.
(Firme.)
¡Usted ya lo sabrá!

Mariana: (Digna.)
¡Señor Pedrosa!
¡Soy mujer de mi casa y nada más!

Pedrosa: (Sonriendo.)
Y yo soy juez. Por eso me preocupo
de estas cuestiones. Perdonad, Mariana.
(Pausa.)
Pero hace ya tres meses que ando loco
sin poder capturar a un cabecilla...

(Pausa. Mariana trata de escuchar y juega con su sortija, conteniendo su angustia y su indignación.)

Pedrosa: (Como recordando, con frialdad.)
Un tal don Pedro de Sotomayor.

Mariana:
Es probable que esté fuera de España.

Pedrosa:
No; yo espero que pronto será mío.

(Al oír eso Mariana tiene un ligero desvanecimiento nervioso; lo suficiente para que se le escape la sortija de la mano, más bien, la arroja ella para evitar la conversación.)

Mariana: (Levantándose.)
!Mi sortija!

Pedrosa:
¿Cayó?
(Con intención.)
Tenga cuidado.

Mariana: (Nerviosa.)
Es mi anillo de bodas; no se mueva,
y vaya a pisarlo.
(Busca.)

Pedrosa:
Está muy bien.

Mariana:
Parece
que una mano invisible lo arrancó.

Pedrosa:
Tenga más calma.
(Frío.)
Mire.
(Señala el sitio donde ve el anillo, al mismo tiempo que avanzan.)
!Ya está aquí!

(Mariana se inclina para recogerlo antes que Pedrosa; éste queda a su lado, y en el momento de levantarse Mariana, la enlaza rápidamente y la besa.)

Mariana: (Dando un grito y retirándose.)
¡Pedrosa!
(Pausa. Mariana rompe a llorar de furor.)

Pedrosa: (Suave.)
Grite menos.

Mariana:
!Virgen Santa!

Pedrosa: (Sentándose.)
Me parece que este llanto está de más.
Mi señora Mariana esté serena.

Mariana: (Arrancándose desesperada y cogiendo a Pedrosa por la solapa.)
¿Qué piensa de mí? ¡Diga!

Pedrosa: (Impasible.)
Muchas cosas.

Mariana:
Pues yo sabré vencerlas. ¿Qué pretende?
Sepa que yo no tengo miedo a nadie.
Como el agua que nace soy de limpia,
y me puedo manchar si usted me toca;
pero sé defenderme. ¡Salga pronto!

Pedrosa: (Fuerte y lleno de ira.)
¡Silencio!
(Pausa. Frío.)
Quiero ser amigo suyo.
Me debe agradecer esta visita.

Mariana: (Fiera.)
¿Puedo yo permitir que usted me insulte?
¿Que penetre de noche en mi vivienda
para que yo... ? ¡Canalla! No sé cómo...
(Se contiene.)
¡Usted quiere perderme!

Pedrosa: (Cálido.)
¡Lo contrario!
Vengo a salvarla.

Mariana: (Bravía.)
¡No lo necesito!
(Pausa.)

Pedrosa: (Fuerte y dominador, acercándose con una agria sonrisa,)
¡Mariana! ¿Y la bandera?

Mariana: (Turbada.)
¿Qué bandera?

Pedrosa:
¡La que bordó con esas manos blancas
(Las coge.)
en contra de las leyes y del Rey!

Mariana:
¿Qué infame le mintió?

Pedrosa: (Indiferente.)
¡Muy bien bordada!
De tafetán morado y verdes letras.
Allá en el Albaicín, la recogimos,
y ya está en mi poder como tu vida.
Pero no temas; soy amigo tuyo.
(Mariana queda ahogada.)

Mariana: (Casi desmayada.)
Es mentira, mentira.

Pedrosa:
Sé también
que hay mucha gente complicada.
Espero que dirás sus nombres, ¿verdad?
(bajando la voz y apasionadamente.)
Nadie sabrá lo que ha pasado, yo te quiero
mía, ¿lo estás oyendo? Mía o muerta.
Me has despreciado siempre; pero ahora
puedo apretar tu cuello con mis manos,
este cuello de nardo transparente,
y me querrás porque te doy la vida.

Mariana : (Tierna y suplicante en medio de su desesperación, abrazándose a Pedrosa.)
¡Tenga piedad de mí! ¡Si usted supiera!
Y déjeme escapar. Yo guardaré
su recuerdo en las niñas de mis ojos.
¡Pedrosa, por mis hijos!...

Pedrosa: (Abrazándola, sensual.)
La bandera
No la has bordado tú, linda Mariana,
y ya eres libre porque así lo quiero...
(Mariana al ver cerca de sus labios los labios de Pedrosa, lo rechaza, reaccionando de una manera salvaje.)

Mariana:
¡Eso nunca! ¡Primero doy mi sangre!
Que me cueste dolor, pero con honra.
¡Salga de aquí!

Pedrosa: (Reconviniéndola.)
¡Mariana!

Mariana:
!Salga pronto!

Pedrosa: (Frío y reservado.)
¡Está muy bien! Yo seguiré el asunto
y usted misma se pierde.

Mariana:
!Qué me importa!
Yo bordé la bandera con mis manos;
con estas manos, !mírelas, Pedrosa!
y conozco muy grandes caballeros
que izarla pretendían en Granada.
¡Mas no diré sus nombres!

Pedrosa:
!Por la fuerza
delatará! ¡Los hierros duelen mucho,
y una mujer es siempre una mujer!
¡Cuando usted quiera me avisa!

Mariana:
¡Cobarde!
¡Aunque en mi corazón clavaran vidrios
no hablaría!
(En un arranque.)
!Pedrosa, aquí me tiene!

Pedrosa:
¡Ya veremos! ....

Mariana:
¡Clavela, el candelabro!

(Entra Clavela, aterrada, con las manos cruzadas sobre el pecho.)

Pedrosa:
No hace falta, señora. Queda usted
detenida en nombre de la ley.

Mariana:
¿En nombre de qué ley?

Pedrosa: (Frío y ceremonioso.)
¡Buenas noches!
(Sale.)

Clavela: (Dramática.)
¡Ay, señora; mi niña, clavelito,
prenda de mis entrañas!

Mariana: (Llena de angustia y de terror.)
Isabel ,
yo me voy. Dame el chal.

Clavela:
¡Sálvese pronto!
(Se asoma a la ventana. Fuera se oye otra vez la fuerte lluvia.)

Mariana:
¡Me iré a casa de don Luis! ¡Cuida los niños!

Clavela:
¡Se han quedado en la puerta! ¡No se puede!

Mariana:
Claro está.
(Señalando al sitio por donde han salido los Conspiradores.)
¡Por aquí!

Clavela:
¡Es imposible!
(Al cruzar Mariana, por la puerta aparece doña Angustias.)

Angustias:
¡Mariana! ¿Dónde vas? Tu niña llora.
Tiene miedo del aire y de la lluvia.

Mariana:
¡Estoy presa! ¡Estoy presa, Clavela!

Angustias: (Abrazándola.)
¡Marianita!

Mariana: (Arrojándose en el sofá.)
¡Ahora empiezo a morir!
(Las dos mujeres la abrazan.)
Mírame y llora. ¡Ahora empiezo a morir!

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Federico García Lorca - María Pineda
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