Lope de Vega - Noche de San Juan (Acto Tercero)

Lope de Vega - Noche de San Juan: Comedia
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Acto Tercero

Salen Don JUAN y TELLO con las espadas en las
manos

 
JUAN: ¿Qué no podrá el dinero?
TELLO: Gran fuerza tiene el oro.
JUAN: Es caballero.
TELLO: Y hijo de buen padre,
 pues que le engendra el sol; que humilde madre
nunca fué de importancia.
JUAN: Toda aquella arrogancia
templaron veinte escudos.
TELLO: Buenos amigos son, negocian mudos.
JUAN: Qué mal San Juan tuviera estando preso
y de Leonor temiendo un mal suceso.
TELLO: Aun no sabes lo que es en una estufa
pulgas de por San Juan; no hay catalufa
 como ponen un cuerpo desdichado
 todo de tomadillos perfilado;
pues chinches, gente sorda,
que a nubarrones la pespunta y borda.
JUAN: Aquí quedó Leonor.
TELLO: No hay puerta abierta,
 que aun el alba bosteza y no despierta.
JUAN: Entra en ese portal.
TELLO: No hay más.
JUAN: ¿Qué aguardas?
TELLO: Cuatro mil escopetas y alabardas
son menester para un portal de noche;
deja que pase este cantante coche.
JUAN: Música lleva al Prado.
TELLO: Los tres parecen gatos en tejado.
JUAN: Conozco aquel romance y quien le hizo.
TELLO: El tiplazo es lechón con romadizo.
JUAN: Serenos de Madrid causan catarro.
TELLO: El bajo ha sido jarro
 y agora tiene muermo,
la tercera cruel canta de enfermo.
JUAN: Vuelve a mirar, que ya pasaron; mira
si habla, si suspira,
 que estoy perdiendo el seso.
TELLO: Si Leonor presumió que estabas preso,
sola se volvería.
JUAN: ¡Ay, dulce prenda mía!
¿Qué le habrá sucedido?
 Si a su casa volvió, yo soy perdido.
TELLO: En todo esto no veo
 sino sombras, señor, de tu deseo.
JUAN: ¡Ay, infeliz de mí! Que el bien tenía,
y como quien dormía
 y soñaba tesoro,
 que las manos bañó de plata y oro,
siendo fingidas sombras los diamantes,
que al aurora volaron inconstantes,
y despertó al ruido
 o el propio nombre le tocó el oído;
 así me siento, y solo y triste veo
la burla de mi amor y mi deseo;
que dicha en desdichado
es sueño que nació de bien pasado,
 que lo que vió de día
 de noche le pintó la fantasía.
TELLO: Ya, ¿qué piensas hacer?
JUAN: Morirme, Tello.
TELLO: Eso es muy bueno para dicho; hacello
es muy dificultoso.
JUAN: ¿Qué gente es ésta?
TELLO: Estruendo bullicioso
 de gente que no ayuna
del gran Profeta a la bendita cuna;
pues como hablaba, mudo, Zacarías,
todos quieren hablar en tales días.
 
Salgan por una puerta FABIO, LEANDRO, y FENISA, de
noche de San Juan, y por otra LEONARDO y RODRIGO, guarnecidos los
sombreros y ferreruelos de fajas de papel, y LUCRECIA,
dama

 
LUCRECIA: Las vayas han de ser sin pesadumbre.
FENISA: Este día, señores, es costumbre
alegrarse no más y no enojarse.
LEANDRO: Para reñir, mejor es acostarse.
LEONARDO: No te enojes, que es uso de la Corte;
 si no te han dicho cosa que te importe.
LUCRECIA: ¿Qué había de decirme aquella dama,
si sabe que sé yo cómo se llama?
FABIO: Buena invención la de la plata.
LEANDRO: Buena,
con el papel, que más que plata suena;
 que ya vale el papel como la plata;
 tanto gastan procesos y poetas,
que libranzas, por Dios, que andan secretas.
FABIO: Uno conocí yo, y era tan franco,
 que trocaba lo escrito por lo blanco;
 pero no pudo hallar quién lo trocase.
FENISA: ¡Que noche de San Juan se empapelase
y viniese, atrevido,
de ciruela de Génova vestido
un hombre con sus barbas y bigotes!
TELLO: Al Prado van los dichos matalotes.
RODRIGO: Oyen, señores míos, poco a poco,
que me voy enojando, y pico en loco.
FABIO: Pues conmigo te metes
figura guarnecida de cohetes.
RODRIGO: Pues lacayo que jura de cochero
 y consultado está de despensero,
dos cosas más corrientes estos días
que testimonios y mentiras frías,
caballero te finges, disfrazado?
LEANDRO: ¡Oh qué lindo borrego trasquilado!
JUAN: Llega, Tello. ¿Qué aguardas?
TELLO: Caballeros,
¿han visto cierta dama, cuyas señas
son capotillo y plumas y buen aire,
que dejaron aquí sus escuderos
 por ver una pendencia?
RODRIGO: ¡Qué donaire!
 ¿Fueran más frías dos cansadas dueñas
con sus antojos, tocas y rosario?
Pues hombre que pregona letüario
más súbito que copla de repente.
 ¿Tú vienes a dar cómo a tanta gente?
TELLO: De veras hablo y con disgusto vengo,
que no soy hombre que ese oficio tengo.
LUCRECIA: Quedo, que ya está el cómo declarado.
Su matrimonio trascartón le ha dado;
 señor mío, si habló con cerbatana,
 en la parroquia la hallará mañana
colgada de la pila, como llave,
si el médico de Cádiz no lo sabe;
que con sus almanaques
 dice que habrá pescado en los Alfaques,
 y los vende firmados,
que dice que hay pronósticos hurtados.
LEONARDO: Jure de gamo.
FABIO: Jure de venado.
TELLO: Hidalgos, bueno está, quedo, con tiento.
RODRIGO: ¿Valiente? ¡Oh qué gracioso disparate!
FABIO: Contradicción implica.
LUCRECIA: No se trate
desta materia más; vamos al Prado.
LEANDRO: Jure de gamo.
FABIO: Jure de venado.

Dándole grita, se entren

 
TELLO: ¿No has escuchado la grita?
JUAN: Estoy por desesperarme;
 todo es perderme y matarme
cuanto mi amor solicita.
Tello, tú fuiste la culpa
de aquella injusta prisión,
 que ayudarte en la cuestión
 fué de mi culpa disculpa.
¿Qué importa noche como ésta
sufrir disparates locos?
TELLO: Fueron muchos, que a ser pocos
 yo los pasara por fiesta.
 Aquí no hay más que esperar,
si a casa volvió Leonor.
JUAN: Que aun el día (¡oh gran rigor!)
no me ha venido a ayudar.
 Algún amante que tiene
 en brazos el bien que adora
detiene, Tello, al aurora
con hechizos, pues no viene.
Que habiendo, a mi parecer,
 o a mi amor se lo parece,
 dos mil años que amanece,
no acaba de amanecer.
TELLO: Estar aquí no es partido,
que no es aguja Leonor
 para buscarla, señor,
 donde la habemos perdido.
Vamos a casa, que creo
 que allí la habemos de hallar.
JUAN: ¿Quién podrá, Tello, esperar
 los años de su deseo?
TELLO: Un hombre sale, señor,
de aquella casa de enfrente.
JUAN: No habrá cosa que no intente
 por templar mi loco amor.
 
Sale don PEDRO

 
PEDRO: Sueño que fuiste como dulce empeño,
 de los cuidados que tu sombra asiste,
¿Cómo para cuidados, sueño fuiste,
si nunca diste a los cuidados sueño?
Tú, que de cuanto vive, fácil dueño,
 las mayores tristezas suspendiste,
 ¿por qué me dejas desvelar de triste
sin ver mis ojos tu sabroso ceño?
 ¡Oh muerte mentirosa en perezosos
y muerte verdadera en desvelados!;
 bien podemos llamarte los quejosos
 amigo falso que huye en los cuidados,
pues te vas a dormir con los dichosos
y dejas desvelar los desdichados.

JUAN: Déjame que le hable yo,
 que tu poca dicha tienes,
 que puede ser que haya visto
a Leonor.
TELLO: ¡Qué yerro emprendes!
PEDRO: Dos hombres he visto allí;
gente segura parece;
 si requiebran en la calle,
 saber por ventura pueden
si Blanca ha llegado aquí.
¡Ah, caballeros! no tienten
vuesas mercedes la espada;
 de paz soy, seguros lleguen.
JUAN: Antes hablaros quería
por vecino, cortésmente,
desta calle.
PEDRO: Y yo, señor,
por si acaso os entretiene
 alguna destas ventanas,
 cuyos dueños lo merecen.
Aguardo desde las diez
cierta dama, y como duerme
tan mal amor, me he vestido;
 como si el aire pudiese
 templar imaginaciones,
aunque se templase en nieve.
Suplícoos que me digáis
si la habéis visto, que suelen
 volverse cuando hay testigos,
 porque la busque y no espere,
y por despejar la calle
si os hago estorbo.
JUAN: (¡Que encuentre Aparte
 un mismo amor dos cuidados!
 Fábula, por Dios, parece.)
 A preguntaros lo mismo
una desgracia me atreve,
que acuchillando unos hombres
perdí una dama, en que pierden
 tanto mi vida y mi honor
 que uno acaba y otro muere.
No he visto lo que esperáis,
de que es justo que me pese;
si lo que espero habéis visto,
 oíd las señas que tiene.
PEDRO: No hay para qué las digáis.
 (Hermano o marido es éste; Aparte
la mujer peligro corre;
discreción será que niegue.)
 Caballero, yo quisiera
 que en esta ocasión presente
fuéramos los dos dichosos
y que con palabras breves
diéramos el uno al otro
 de lo que buscando viene
 las nuevas y las albricias.
JUAN: Dios os guarde y os consuele.
PEDRO: Dios os consuele y os guarde.
JUAN: Vamos, Tello, que mi muerte
 es imposible excusarse.
TELLO: Cuando, solícito, quieres
saber, señor, de tu dama,
bella Leonor, ángel, fénix,
este socarrón amante,
 muy necio e impertinente,
 te pregunta por la suya;
mala noche de mujeres;
menester es pregonallas.
JUAN: Pues diga amor, quién supiere
 de Leonor, de la hermosura,
 del sol, del ave celeste,
de la discreción más rara,
del gusto más excelente,
del mejor despejo y brío
 que hoy en la corte se prende.
 Con cuyo pie de tres puntos
cuantas han nacido mienten
vuélvala luego a su dueño,
que si a su dueño la vuelve
 le darán de albricias almas.
TELLO: Buenas nuevas si las creen;
pero sólo te suplico,
porque las señas no yerren,
que a los tres puntos del pie
 añadas siquiera siete.
JUAN: ¿Agora donaires, Tello?
TELLO: Perdona.
JUAN: ¡Cielos, tenedme!;
que en hallarla o no la hallar
están mi vida o mi muerte.
 
Vanse don JUAN y TELLO

 
PEDRO: Qué yerro pudiera ser
 si éste, como he sospechado,
es marido que hacia el Prado
 topó su propia mujer,
que llevaba algún galán,
 y entonces le acuchilló,
 dársela, muy necio yo.
Mejor sin ella se van
hasta que mañana el día
me diga lo que he de hacer.

 

Salen Doña BLANCA y ANTONIA con rebozos y
sombreros

 
ANTONIA: El porfiar es vencer.
BLANCA: Grande ha sido mi osadía.
¿No había de estar aquí
agora don Pedro?
ANTONIA: ¿Quieres
que llame?
BLANCA: Sí.
PEDRO: Dos mujeres,
 (¡ay, cielos!), vienen allí.
 Ellas son. ¡Blanca!
BLANCA: ¡Señor?
PEDRO: ¡Cómo me has tenido en calma,
que en ir y venir el alma
está sin pulsos amor!
 Mas como cierra la rosa
 a la noche el tornasol
y después saliendo el sol
vuelve a salir más hermosa,
así yo de tu presencia,
 Blanca, al aurora salí
 con la vida que perdí
en la noche de tu ausencia.
¿Dónde has estado? ¿Qué has hecho?
BLANCA: Al instante que salía,
 dándome amor osadía
 alma de mi tierno pecho,
dos amigas en su coche
me hicieron por fuerza entrar,
donde más que pasear
 fue llorar toda la noche.
 Volví tarde, donde hallé
que mi hermano, alborotado,
con don Luis me había buscado;
tu cuidado imaginé,
 y con ánimo de quien
 no tiene más bien que a ti,
segunda vez lo emprendí,
y al fin me ha salido bien.
PEDRO: No es hora, señora mía,
 de pleitos ni de escrituras;
 entrad a esperar seguras
este perezoso día,
que tiene dentro de sí
más años que el mundo tiene.
BLANCA: Mi honor a tus manos viene.
PEDRO: Ese mismo es alma en mí.
ANTONIA: Mira lo que haces, señora.
BLANCA: Antonia, si una mujer
no se dejase vencer,
 ¿quién puede?
ANTONIA: Un hombre que llora.
BLANCA: Yo conozco mi firmeza.
ANTONIA: Tú saldrás desa fatiga
las manos en la barriga
como otros en la cabeza.
 
Vanse. Doña LEONOR se pone en lo
alto

 
LEONOR: Salid por este balcón,
 pues que no salís del pecho,
llamas de amor, que habéis hecho
incendio mi corazón;
respire como infición
 este aposento, y no impida
 que viva el alma encendida;
dad lugar a las que quedan
para que las otras puedan
ir conservando la vida.
 ¿Qué pajarillo el olvido
 de la noche así culpó
 cuando el aurora esperó
sobre las pajas del nido?
¿Qué caminante perdido?
 ¿Qué marinero turbado,
 qué desabrido casado
 más tarde la vino a ver
durmiendo de su mujer
en la galera forzado?
 Qué poca dicha, don Juan,
 tuvo contigo mi amor,
si bien a mi ciego error
culpa mis desdichas dan.
Preso estás, a verte van
 mis suspiros, mientras sigo
 tu prisión; permite, amigo,
que allá se queden en ti;
porque no haya cosa en mí
que no esté presa contigo.
 
Tres caballeros, de noche: Don ALONSO, Don
FÉLIX, y Don TORIBIO

 
ALONSO:: ¡Qué necio ha estado el Prado!
FÉLIX: Tan pícaro sin olmos ha quedado
que nadie acierta a hablar por descubierto.
TORIBIO:: De los bailes, don Félix, vengo muerto.
ALONSO:: Tristes danzas de España, ya murieron.
FÉLIX: Dios las perdone, gente honrada fueron.
TORIBIO: ¿Qué se hicieron gallardas y pavanas,
pomposas como el nombre, y cortesanas?
ALONSO: Ya se metieron monjas.
FÉLIX: Cosa extraña
que ya todas las danzas en España
 se han reducido a zápiro y a zépiro,
 a zípiro y a ñápiro.
ALONSO: Por Dios, que es gran donaire,
no tenéis que decir.
FÉLIX: Sí, pero el aire,
la gala y bizarría
 con que el mayor señor danzar podía
 y los pies de gibaos,
y alemanas y brandos en saraos,
¿por qué se han de dejar de todo punto?
ALONSO: Hermano, porque todo el mundo junto
 se vuelve ya, como el vestido, viejo;
 lo de atrás adelante.
FÉLIX: Mal consejo.
ALONSO: La novedad, don Félix, siempre agrada,
sea en razón o en sinrazón fundada.
Mirad que aun la poesía
 no habla ya la lengua que solía.
 ¿No habéis visto la máquina estrellada
cuando la noche muda y enlutada,
natural de Chinchón y de pulgares,
teñidos con hollín los aladares
 saca medio dormida el negro coche?
 No habéis visto en las manos de la noche
el nuevo infante día
nacer dando alegría
a las aguas y flores?
 ¿No habéis visto después cantar amores
 los dulces pajarillos
al esconderse los armados grillos
entre los alcaceres?
¿No habéis visto con naguas las mujeres
 sin anchos verdugados y abaninos
 y los chapines de bordados finos,
 que fueron en sus madres de badana?
¿No habéis visto espumosa la mar cana
sorberse naves como huevos frescos?
 ¿No habéis visto en jubones y grigüescos
 tanto algodón que aun el andar reporta?
Pues si no lo habéis visto, poco importa.
FÉLIX: ¡Qué notable frialdad!
ALONSO: Usase ahora.
FÉLIX: ¿No véis que allí suspira cierta mora?
TORIBIO: Sin duda es Melisendra, caballeros,
 que aguarda a don Gaiferos.
ALONSO: ¡Oh tú, doncellidama,
si sales a saber cómo se llama
el que ha de ser tu esposo
 y la oración has hecho al glorioso
 Bautista, santo de profeta palma,
sábete que ha de ser Juan de buen alma,
y que por lo agarrado
primero que Mendoza será Hurtado?
 
Échele una cadena

 
LEONOR: Pues tome por la nueva esa cadena.
ALONSO: Hola, don Félix; ¡vive Dios! que es buena,
que pesa y huele al oro y no (es) azófar.
TORIBIO: ¡Peregrino suceso!
FÉLIX: Mostrad. ¡Buena, por Dios!, dícelo el peso.
ALONSO: Métase el alba y llore allá su aljófar,
 que se deshace en flores y azucenas.
FÉLIX: ¡Oh, aurora, lloradora de cadenas!
Si acaso no eres duende
y es mañana carbón cuando la vende.
LEONOR: No hará, que me ha tocado
 en lo vivo del alma, aquello Hurtado.
ALONSO: ¿Y el Juan también?
LEONOR: No sé; váyase ahora,
que hay peligro en la calle.
ALONSO: Adiós, señora.
TORIBIO: El médico de Cádiz no dijera
 con su firme pronóstico que fuera
 más verdadero que éste.
ALONSO: Vuesa merced se acueste
en sábanas de Holanda,
que yo me voy a hacer la zarabanda.
 Y tantos eslabones como tiene
 esta cadena el buen Hurtado pene
años en que la sirva y la requiebre.
TORIBIO: Mas que nos ha de dar gato por liebre.
ALONSO: Así se le volvieran, y tan buenas,
 a la cárcel de corte las cadenas.
 
Vanse. Salgan Doña BLANCA, Don PEDRO y
ANTONIA

 
PEDRO: Detente, señora mía.
BLANCA: ¿Que me detenga? Ya es tarde.
¿Para tales sinrazones,
vil caballero, me traes
 con tanto engaño a tu casa?
PEDRO: Plega al cielo que me mate
un rayo si tengo culpa.
LEONOR: Aquel caballero sale Aparte
con una dama riñendo;
 atenta quiero escucharle;
 por dicha tengo la culpa.
BLANCA: Persuadirme, ingrato, es darme
más pena de la que tengo.
¿Era yo mujer infame,
 que teniendo en casa amiga,
 con engaños semejantes,
con lágrimas, con papeles,
con finezas, con jurarme
que era de tu pecho el alma
 y de tus venas la sangre,
 me obligas a que tan loca
hermano tan noble trate
con término tan indigno
de mujeres principales?
 No importa, que al fin, ingrato,
 no tienes de qué alabarte,
que el honor que no ha caído
es fácil de levantarse.
Sola una mano me debes
 sobre juramentos graves,
 y yo tengo quien me vengue
si no tuve quien me guarde.
¿Tú caballero? ¿Tú noble?
PEDRO: Señora, mientras no amaines
 las lágrimas y las voces,
 ¿cómo puedo asegurarte
de que no he faltado un punto
a obligaciones tan grandes?
Oye, por Dios, advirtiendo
 que no pudiera un alarbe
 hacer la maldad que dices.
BLANCA: ¿Pues yo no sentí quejarse
y llorar una mujer
otro aposento adelante
 de donde la cama tienes?
 ¿Pueden ser quejas iguales
sino de tales traiciones?
Que no es justo que se llamen
celos tan viles desprecios,
 que celos, aunque mortales,
 son de lo que se imagina,
que no de lo que se sabe.
Demás de que ya me ha visto;
pero porque no la mates,
 por los suspiros me escribe
 su desdicha y tus maldades.
Y plegue a Dios que no sea
mujer propia que te canse,
si puede haber en el mundo
 tiranos que así las traten.
PEDRO: Señora, negar no puedo
que como yo te esperase,
siglos haciendo las horas,
años los breves instantes,
 esta mujer escondida
 hallé, saliendo a buscarte,
en lo escuro desta puerta;
pidióme, que la amparase;
 es mujer, soy hombre, pudo
 lastimarme y obligarme.
 Yo no sé si es la ocasión
marido, galán o padre;
ella nos dirá el suceso
y podrá desengañarte.
 Que mal pudiera ser yo
 villano e inexorable
a lágrimas de mujer,
y más si de causa nacen
como la que miro en ti,
 fuera de ser como un ángel,
 que si llorando una fea
no hay lástima que no cause,
¿qué hará una mujer hermosa,
que parece que se caen
 de dos estrellas del cielo
 sobre claveles, cristales?
BLANCA: ¡Oh qué extremada pintura!
¿No pudiera retratarse
esta mujer sin claveles?
 Parece que versos haces.
 ¿Un ángel a tales horas
quieres, don Pedro, que hable?
Para tales jerarquías
es muy humilde mi traje;
 iréme a mi casa agora
 y mañana por la tarde
vendré a hacerle una visita.
PEDRO: Debes de querer matarme.
BLANCA: Tú entretanto será justo
 que consueles y regales
 ángel de tales claveles.
PEDRO: Mátame bien, no te canses.
BLANCA: Muy santo debes de ser,
reliquias pueden cortarte,
 pues ángeles te visitan.
PEDRO: Ahora bien, entra y no aguardes
a que siendo ya de día
alguna persona pase
que te conozca.
BLANCA: ¿Estas loco?
 ¿Yo entrar, yo verte, yo hablarte?
PEDRO: Mira que yerras en esto.
Pues primero que te cases
me pides injustos celos,
conque puedo imaginarte
 de condición insufrible.
BLANCA: No hayas miedo que te enfade.
Queda con Dios.
PEDRO: No seas necia.
BLANCA: Voy a que alguno me ampare,
aunque sin ser ángel llore
 sobre claveles cristales.
LEONOR: ¡Ah, dama, señora,; ah, reina!
BLANCA: ¿Quién es?
LEONOR: Quien no es bien que cause
injustamente estos celos
entre tan firmes amantes.
 Hacedme merced de entrar,
 porque no por ampararme
es bien que ese caballero
os pierda; entrad y escuchadme.
BLANCA: Desde ese balcón podréis
 decir quién y qué os trae
 a tal hora y en tal noche.
LEONOR: Obligaréisme a que baje,
 porque no son mis desdichas
para echadas en la calle.
 Entrad y sabréis quién soy.
BLANCA: Vuestro término es bastante
a vencerme; voy a oíros.
PEDRO: Quieran los cielos que baste;
porque en dando una mujer
 en celosos disparates,
 hará verdades mentiras
y hará mentiras verdades.
Vanse. Salen don LUIS, don BERNARDO y
criados

 
LUIS: No hay sitio, no hay señal, prado ni río
que déllas tenga ni señal ni nueva.
BERNARDO: Buscarlas me parece desvarío.
LUIS: ¡Que a darme tal pesar Leonor se atreva!
Corrido voy del pensamiento mío,
que de uno en otro a tal rigor me lleva,
que os dije la sospecha que tenía.
BERNARDO: No estoy muy lejos de decir la mía.
LUIS: Como yo vi que de camino andaba
el indiano don Juan, dióme cuidado,
creyendo que Leonor se le inclinaba;
engaño de mis celos fabricado
 que, como vistes, en su casa estaba
 de mi ofendido honor tan descuidado,
que apenas le llamé cuando me abrieron.
BERNARDO: Sospechas de don Juan injustas fueron.
Yo soy su amigo, y si a Leonor quisiera,
 cuando le dije yo que la quería
 lo mismo en confianza me dijera
y desistiera yo de mi porfía;
como la vuestra mi sospecha fuera;
pero presumo que es verdad la mía.
LUIS: Pues vos ¿qué sospecháis?
BERNARDO: Un pensamiento
 que a Blanca pudo dar atrevimiento.
Hay en este lugar un caballero,
que ha venido a negocios de Navarra
entendido, galán y lisonjero;
 persona, en fin, para querer, bizarra.
 No ya libre navío del mar fiero
de Sanlúcar pasó la estrecha barra
con más banderas, que le sirven de alas,
que él por mi calle con diversas galas.
 Halléle hablando con mi hermana un día
 y díjome, turbado, que informado
de que presto a Sevilla me volvía,
estaba de mi casa aficionado.
Pienso, don Luis, que la verdad decía;
 pero dándome celos su cuidado,
 me informé de su casa, por si acaso
tantos paseos no mudaban paso.
Esta que veis, don Luis, es su posada.
LUIS: Sí; pero ¡de qué sirve haber creído
 esa imaginación sólo fundada
 en verle en vuestra calle divertido?
BERNARDO: ¿Vos no buscastes a don Juan, la espada
 celosa del agravio y prevenido
el ánimo a matarle? Pues yo quiero
 buscar este navarro caballero.
 Que como imaginastes que podía
a Sevilla llevarse vuestra hermana,
a Pamplona podrá llevar la mía,
si no me sale la esperanza vana.
LUIS: Pues qué, ¿pensáisle hablar?
BERNARDO: Eso querría.
LUIS: ¿En qué ocasión?
BERNARDO: Con que se va mañana
 y que estoy desta casa aficionado.
LUIS: Pensémoslo mejor.
BERNARDO: Ya lo he pensado.

Pónense a hablar los dos, y entran don JUAN
y TELLO

 
JUAN: Desde que don Luis me habló
 con don Bernardo en mi casa,
 Tello, los vengo siguiendo
y que viniesen me espanta
adonde perdí a Leonor.
TELLO: ¿Cómo ya saben que falta,
 pues a su casa no ha vuelto,
 ni menos salió con Blanca?
Alguien que lo vio lo ha dicho.
JUAN: Vive Dios, que más extraña
confusión no ha sucedido
 a hombre, y que se me acaba
 la paciencia imaginando
que puedan desdichas tantas
caber en sola una noche.
TELLO: Si estuvieran acabadas,
 menos mal hubiera sido.
JUAN: No cuenta cosas tan varias
de Clariquea, Heliodoro.
Las de Teágenes pasan
en años, pero las mías
 en una noche.
TELLO: No hagas
 exclamaciones, que pueden
oírte.
LUIS: ¡Oh leyes humanas
e inhumanas! Que a los hombres
nos toque, por muchas causas,
 el servir a las mujeres,
 el acudir a las galas
(que es lo que ellas más estiman),
el sustentarlas, el darlas
hasta la sangre y la vida
 y algunas veces el alma,
 está bien; dellas nacimos,
que ya con esto se paga;
pero ¡que el mundo haya puesto
nuestra honra, nuestra fama
 y autoridad en sus manos...!
BERNARDO: Como por las calles anda
tanta gente, ¿en ciertos hombres
que nos siguen, no reparas?
LUIS: Bien dices. ¡Ah, caballeros!
 ¿Quiérennos algo? ¡No hablan?
JUAN: Don Juan soy.
BERNARDO: ¿Vos nos seguís?
JUAN: Desde que me habló en mi casa,
don Luis, sospeché que andáis
de pesadumbre, y la espada
 es en los hombres de bien
 para defender la causa,
 después de la fe y del rey,
del amigo y de la patria.
No quiero saber lo que es,
 sino que a serviros salga;
 que no sufre la que es noble
 estar ociosa en la vaina.
BERNARDO: Sois bien nacido en efeto;
merecéis que el rey os haga
 la merced que le pedís,
 y si fuere de importancia
 nos la haréis, como habéis dicho.
Yo llamo en aquesta casa,
donde pienso que ha de estar
 cierta prenda que me falta.
JUAN: Tello, don Bernardo busca
 a Leonor; gran mal me aguarda;
mala noche de San Juan.
TELLO: Peor será la mañana.
 
Sale Don PEDRO

 
PEDRO: No he visto venir el día
 con tantas voces. ¿Quién llama?
 Justicia es ésta. ¿Quién es?
El amparar esta dama
me ha de costar pesadumbre
 si ha de resultar en Blanca.
LUIS: Dejádmele hablar a mí.
 Caballero, dos palabras.
PEDRO: ¿Qué me mandáis en que os sirva?
LUIS: Esta noche, de una casa
 principal, falta a su dueño,
no digo su honor, su hermana,
 y se sabe que está aquí.
Toda esta gente embozada
es justicia; vos podéis
 seguro manifestarla
de que no os harán agravio;
 donde no . . .
PEDRO: Señores, basta;
así es verdad que la tengo,
que aquí llegó lastimada,
 como mujer a quien suelen
suceder tales desgracias.
 Dila el favor que era justo.
Yo voy por ella.
 
Vase

 
LUIS: Obligada
dejaréis su casa y deudos
 por defensor de su fama.
Aquí está Blanca, Bernardo.
JUAN: ¿Luego buscaban a Blanca?
TELLO: ¿No lo ves? Menos desdicha,
pues que no podrán casarla
 con don Bernardo a Leonor.
BERNARDO: Pensando estoy con qué traza
 salga yo de aquí con honra.
LUIS: No lo penséis sin hablarla,
porque su lengua ha de ser
 o el remedio o la venganza.

Salen Don PEDRO y LEONOR

 
PEDRO: Señora, salir es fuerza;
 que si pudiera excusarla,
yo os sirviera; mas no puedo.
LEONOR: Si no es quien pienso, me aguarda
 la muerte; pero ¿qué importa,
si mis desdichas se acaban?
PEDRO: La dama es ésta, señores.
BERNARDO: Esta no es Blanca, mi hermana.
LUIS: ¿Pues quién?
BERNARDO: La vuestra.
LUIS: ¡Leonor!
BERNARDO: La misma.
LUIS: ¿Pues cómo estabas
en esta casa?
LEONOR: Salimos
 yo y Blanca con otras damas
al Prado, y como estas noches
tantos desatinos pasan,
 unos hombres descorteses,
con poco honestas palabras
 nos daban grita, a quien otros
hicieron con las espadas
callar bien a costa suya.
 Yo y Blanca entonces, turbadas,
a este hidalgo le pedimos
 nos escondiese en su casa,
porque a las demás del coche
presas pienso que llevaba
 la justicia.
BERNARDO: Desa suerte,
¿aquí también está Blanca?
LEONOR: Sí, señor.
LUIS: Notable dicha.
Señor, decilda que salga,
porque esa dama es mi esposa.
PEDRO: Si ella lo dice, eso basta,
que ya sale, y yo a su gusto
 no replicaré palabra.

Doña BLANCA y ANTONIA salen

 
BLANCA: Pues ya Leonor os ha dicho,
señores, nuestra jornada,
 yo no tengo que añadir
sino sólo que deis gracias
 a este noble caballero.
JUAN: Tello, de la lengua al alma
anda mi amor dando voces,
 aunque parece que calla.
TELLO: Como la gloria en el fin
 siempre dicen que se canta,
aquí se llora el peligro.
LUIS: Sólo falta que casadas
 queden las dos, ya que el cielo
favoreció nuestra causa;
 no aguardemos otra noche
de San Juan, que la pasada
nos podrá servir de ejemplo.
BERNARDO: Dad vos la mano a mi hermana,
que yo la daré a la vuestra.
LEONOR: Las mujeres no se casan
dos veces, vivos sus dueños,
aunque suelen tener causa,
 si no es aquellas que quieren
ser dos veces desdichadas.
LUIS: Leonor, ¿qué dices?
TELLO: Don Juan,
¿qué estás mirando? ¿Qué aguardas?
Mira que dan a Leonor;
 di que es tuya, llega y habla.
¿Quieres tú que te la metan
 con una cuchar de plata
dentro de la boca?
JUAN: Amor,
señores, cuya tirana
 fuerza. . .
TELLO: Qué entrada tan necia.
Tiembla el mundo y llora España.
JUAN: Comunicando diez meses
con doña Leonor gallarda
por las ventanas los ojos,
 por los papeles las almas,
me dio de su voluntad
 (cuando más rendido estaba)
victoria; con que os he dicho
que está conmigo casada.
 Ya sabéis los dos quién soy.
BERNARDO: Don Juan, mi amistad se agravia,
 no de querer a Leonor,
mas de no decir que estaban
en estado vuestros pechos,
 que la pretensión dejara
desistiendo de la empresa,
 aunque con menos ventaja,
pues hoy doy la posesión
y allí os diera la esperanza;
 dalde la mano, y así
con don Luis se casa Blanca,
 que aunque se rompa el concierto,
mejor estará empleada
en vos que en mí.
LUIS: Yo agradezco,
 don Bernardo, por tres causas
 esas razones: por mí,
 por don Juan y por mi hermana;
pero pues vos no os casáis,
y en esto el concierto falta,
 ni yo es justo que me case,
sino que halle en esta casa
 Blanca en don Pedro marido,
que la relación pasada
que me hicistes de los celos
 y el hallarla aquí me mandan
que se la dé con mi gusto.
PEDRO: Con la misma confianza
estuve siempre.
JUAN: Yo soy
de Leonor.
PEDRO: Yo soy de Blanca.
TELLO: ¿Y yo de quién soy?
PEDRO: De Antonia.
Aquí la comedia acaba
 de la noche de San Juan,
que si el arte se dilata
a darle por sus preceptos
 al poeta, de distancia,
por favor, veinticuatro horas,
 ésta en menos de diez pasa.  

Fin de la Comedia