- Biografía
- Blancanieves y los 7 enanitos
- Los músicos de Bremen
- Verdezuela (Rapunzel)
- La oca de oro
- Rumpelstikin
- Pulgarcito
- El sastrecillo valiente
- Caperucita Roja
- La Cenicienta
- El dinero llovido del cielo
- Los dos hermanitos
- El fiel Juan
- El gato con botas
- Hans el tonto
- Hermano Alegre
- Jorinde y Joringel
- Las tres hojas de la serpiente
- Juan con suerte
- La paja, la brasa y la alubia
- El pájaro de oro
- Los tres enanitos del bosque
- El viejo "Sultán"
- [+] Índice de cuentos
Una joven se quedó huérfana a poco de nacer, y su madrina, que vivía sola en una cabaña al extremo de la aldea, sin más recursos que su lanzadera, su aguja y su huso, se la llevó consigo, le enseñó a trabajar y la educó en la santa piedad y temor de Dios. Cuando llegó la niña a los quince años, cayó enferma su madrina, y llamándola cerca de su lecho, le dijo:
-Querida hija, conozco que voy a morir; te dejo mi cabaña que te protegerá del viento y la lluvia, y te lego también mi huso, mi lanzadera y aguja, que te servirán para ganar el pan.
Poniéndole después la mano en la cabeza, la bendijo, añadiendo:
-Conserva a Dios en tu corazón, y llegarás a ser feliz.
Por el mismo tiempo, el hijo del rey se puso a recorrer el país para buscar mujer con quien casarse. No podía elegir una pobre, pero tampoco quería una rica, por lo cual decía que se casaría con la que fuese a la vez la más pobre y la más rica. Al llegar a la aldea donde vivía nuestra joven, preguntó, según su costumbre, dónde vivían la más pobre y la más rica del lugar. Se le designó enseguida la segunda; en cuanto a la primera se le dijo que debía ser la joven que habitaba en una cabaña aislada al extremo de la aldea.
Cuando pasó el príncipe, la rica, vestida con su mejor traje, se hallaba delante de la puerta; se levantó y salió a su encuentro, haciéndole una profunda cortesía; pero él la miró sin decirle una palabra y continuó su camino. Llegó a la cabaña de la pobre, que no había salido a la puerta y estaba encerrada en su cuarto; detuvo su caballo y miró por la ventana al interior de una habitación que iluminaba un rayo de sol; la joven estaba sentada delante de su rueda e hilaba con el mayor ardor. No dejó de mirar furtivamente al príncipe, pero se puso muy encarnada y continuó hilando, bajando los ojos aunque no me atreveré a asegurar que su hilo fuera tan igual como lo era antes; prosiguió hilando hasta que partió el príncipe. En cuanto no le vio ya, se levantó a abrir la ventana, diciendo:
-¡Qué calor hace aquí!
Y lo siguió con la vista mientras pudo distinguir la pluma blanca de su sombrero.
Volvió a sentarse, por último, y continuó hilando, pero no se le iba de la memoria un refrán que había oído repetir con frecuencia a su madrina, el cual se puso a cantar, diciendo:
Corre huso, corre, a todo correr,
mira que es mi esposo y debe volver.
Mas he aquí que el huso se escapó de repente de sus manos y salió fuera del cuarto; la joven se le quedó mirando, no sin asombro, y lo vio correr a través de los campos, dejando detrás de sí un hilo de oro. Al poco tiempo estaba ya muy lejos y no podía distinguirlo. No teniendo huso, cogió la lanzadera y se puso a tejer.
El huso continuó corriendo, y cuando se le acabó el hilo, ya se había reunido con el príncipe.
-¿Qué es esto? -exclamó el príncipe- este huso quiere llevarme a alguna parte.
Y volvió su caballo, siguiendo al galope el hilo de oro. La joven continuaba trabajando y cantando:
tráeme a mi esposo, pronto tráemele.
Enseguida se escapó de sus manos la lanzadera, dirigiéndose a la puerta; pero al salir del umbral comenzó a tejer, comenzó a tejer el tapiz más hermoso que nunca se ha visto; por ambos lados le adornaban guirnaldas de rosas y de lirios, y en el centro se veían pámpanos verdes sobre un fondo de oro; entre el follaje se distinguían liebres y conejos, y pasaban la cabeza, a través de las ramas, ciervos y corzos; en otras partes tenía pájaros de mil colores, a los que no faltaba más que cantar. La lanzadera continuaba corriendo, y la obra adelantaba a las mil maravillas.
Corre, aguja, corre, a todo correr,
prepáralo todo, que ya va a volver.
Apenas había dado la aguja su última puntada, cuando la joven vio pasar por delante de la ventana la pluma blanca del sombrero del príncipe, a quien había traído el hilo de oro; entró en la cabaña pasando por encima del tapiz y en el cuarto donde vio a la joven, vestida como antes, con su pobre traje; pero hilando, sin embargo, en medio de este lujo improvisado, como una rosa en una zarza.
-Tú eres la más pobre y la más rica, exclamó; ven, tú serás mi esposa.
Ella le presentó la mano sin contestarle, él se la besó, y haciéndola subir en su caballo, la llevó a la corte, donde se celebraron sus bodas con grande alegría.
El huso, la lanzadera y la aguja se conservaron con el mayor cuidado en el tesoro real.
Cuentos de los Hermanos Grimm
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